La marina solo operaba un G-V, el C-37A, un jet privado de lujo de alto rendimiento que el secretario de la Marina elegía siempre para sus viajes personales. Los dos turborreactores Rolls-Royce expulsaron una ráfaga de las que tiran hacia atrás al hacer su abrupto despegue; tras las ventanillas, la infinita incandescencia de la noche de Los Ángeles desapareció tras una capa de nubes bajas en cuestión de segundos.
Después de un estresante día atravesando franjas horarias que había comenzado antes del amanecer en su casa de Fairfax, Virginia, e incluía paradas en el Pentágono, la base de las Fuerzas Aéreas de Andrews y el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles, Harris Lester seguía en marcha gracias a la cafeína. Tras una breve parada en Los Ángeles, se encontraba de nuevo en ruta, de regreso a Washington. Tenía mala cara y un aliento de perros. Lo único en él que transmitía limpieza y frescura eran su camisa de vestir y su planchada corbata, que tenían todo el aspecto de que acabara de quitarles el papel de seda de Ralph Lauren.
Solo había tres personas en la cabina de pasajeros; el interior estaba revestido de madera, con lujosos asientos de cuero azul oscuro colocados por parejas uno frente a otro y separados por finas mesas de madera de teca. Lester y Malcolm Frazier, cuyo cincelado rostro se había contraído en una mueca inalterable, miraban al hombre sentado frente a Lester, que agarraba el reposabrazos con una mano y un vaso de cristal tallado con whisky en la otra.
Will estaba agotado, pero era la persona más relajada de las que se encontraban a bordo. Había jugado sus cartas y aparentemente había ganado la partida.
Unas horas antes, Frazier y un equipo de vigilantes que habían enviado a tal efecto desde Groom Lake se lo habían llevado de la calle. Lo metieron en un todoterreno negro, se dirigieron a todo gas hacia una terminal privada del aeropuerto, lo encerraron en una sala de conferencias y lo dejaron aparcado, sin interrogarle, hasta que llegó Lester. A Will le daba la impresión de que Frazier habría preferido cargárselo allí mismo, o al menos castigarle con una buena dosis de dolor. Suponía que él habría deseado lo mismo si alguien hubiera tiroteado a uno de sus equipos del FBI. Pero estaba claro que Frazier era un soldado, y los buenos soldados obedecen órdenes.
Frazier abrió el portátil de Shackleton y tras trastear un poco con el teclado soltó:
—¿Cuál es la contraseña?
—Pitágoras —contestó Will.
Frazier suspiró.
—Intelectualoide de mierda. ¿Con uve?
—Con pe —dijo Will con tristeza.
Y segundos después:
—Está aquí, tal como había dicho, señor secretario.
—¿Cómo podemos estar seguros de que hizo una copia, agente Piper? —preguntó Lester.
Will sacó un recibo de su cartera y lo tiró sobre la mesa.
—Un dispositivo de memoria Radio Shack, comprado hoy, después del incidente.
—Entonces ya sabemos que lo has escondido en algún sitio de la ciudad —dijo Frazier en tono despectivo.
—Es una ciudad grande. Por otra parte, podría haberlo echado a un buzón. O podría habérselo dado a alguien que no tendría por qué saber lo que era. En cualquier caso, puedo garantizarles que si no mantengo contacto personal frecuente y regular con una o más personas que no nombraré, el dispositivo de memoria será enviado a los medios. —Esbozó una sonrisa—.Así que, caballeros, no me jodan a mí ni a nadie que me importe—. Lester se masajeó las sienes.
—Entiendo lo que dice y por qué lo dice, pero usted no quiere que esto salga a la luz nunca, ¿verdad?
Will dejó el vaso sobre la mesa y vio que formaba un círculo de humedad en la madera.
—Si quisiera que saliera a la luz, lo habría enviado yo mismo a los periódicos. No soy yo quien puede decir si la gente debe estar al tanto de esto o no. ¿Quién coño soy yo para decidirlo? Ojalá jamás me hubiera enterado de nada. No he podido pensar mucho en ello, pero saber que existe lo cambia... todo.
De repente se rió.
—¿Cuál es el chiste? —preguntó Lester.
—Me río del libre albedrío. Lo gracioso es que mi padre me puso Will porque significa voluntad. Albedrío y voluntad son lo mismo. —Volvió a ponerse serio en un segundo—. Mire, ahora ni tan siquiera sé si el libre albedrío existe. Todo está ahí escrito, ¿cierto? Si tu nombre aparece ahí, no hay nada que cambiar, ¿me equivoco?
—Lo ha pillado —dijo Frazier amargamente—. De no ser así, ahora mismo estaría haciendo una caída libre de nueve mil metros.
Will no hizo caso del veneno de aquel hombre.
—Ustedes han vivido con esto. ¿No afecta en su manera de encarar la vida?
—Por supuesto que sí —dijo Lester bruscamente—. Es un lastre. Tengo un hijo, agente Piper. Tiene veintidós años y está enfermo de fibrosis quística. Todos sabemos que no va a tener una esperanza de vida normal y lo aceptamos. Pero ¿cree que me gusta saber que la fecha de su muerte es inamovible? ¿Cree que quiero saber qué día será o que lo sepa él? ¡Por supuesto que no!
Frazier tenía una perspectiva diferente, una perspectiva que a Will le dejó helado.
—Para mí, las cosas resultan más fáciles. Sabía que Kerry Hightower y Nelson Elder iban a morir cuando lo hicieron. Lo único que hice fue apretar el gatillo. Duermo bien.
Will sacudió la cabeza y se sirvió otra copa.
—Ahí reside el problema, ¿no creen? ¿Cómo demonios sería el mundo si eso estuviera ahí expuesto y todos pensaran como usted?
El agudo chirrido de los motores fue el único sonido hasta que Lester dio una respuesta propia de un político.
—Esa es la razón de que hayamos llegado tan lejos para mantener en secreto la Biblioteca. A lo largo de seis décadas hemos tenido un historial impecable gracias al trabajo de hombres entregados como el amigo Frazier. Solo consultamos los datos por motivos geopolíticos y de seguridad nacional. No hacemos consultas sobre personas específicas a no ser que haya una razón de seguridad primordial. Somos los administradores responsables de este milagroso recurso. En el pasado hubo indiscreciones e infracciones menores, casi diría triviales, las cuales se cortaron de raíz. Lo que ha pasado con Shackleton ha sido la primera brecha catastrófica en la historia de Área 51. Espero que entienda lo que eso significa.
Will asintió y se inclinó hacia delante cuanto la mesa le permitía. Se acercó al secretario.
—Lo entiendo perfectamente. Y también entiendo el efecto palanca. Si algún día consiguen poner sus manos en mi copia de la base de datos me meterán en el agujero más profundo que se pueda cavar, y para estar seguros de ello se encargarán de que desaparezcan todos mis allegados. Ustedes lo saben, yo lo sé. Solo estoy protegiéndome. No soy teólogo ni filósofo. No me interesan los grandes problemas morales, ¿vale? Yo no pedí implicarme en su mundo, pero ocurrió porque hace treinta años me tocó tener a Mark Shackleton como compañero de habitación. Lo único que quiero es que me dejen en paz y vivir mi penosa vida, al menos hasta 2027. Su gran adversario no es más que un buen chico de pueblo que quiere irse a pescar. —Se incorporó en el asiento y vio que el marchito rostro de Lester no expresaba nada—. Chicos, ¿quién de vosotros quiere ponerme otra copa?
De vuelta en Washington lo retuvieron voluntariamente durante dos días para que hiciera un informe detallado junto con Frazier y un encantador grupo de la Agencia de Inteligencia de Defensa que hacía que Frazier pareciera un filántropo. Consiguieron que soltara todo lo que sabía del asunto, todo menos dónde estaba el dispositivo de memoria.
Cuando acabaron con él, accedió a cumplir el sobrecogedor acuerdo de confidencialidad que debían firmar todos los empleados de Área 51, y lo soltaron, libre y limpio, en los anhelantes brazos de sus hermanos del FBI.
El director del FBI ordenó que no se le sometiera a ningún interrogatorio más en la agencia ni hiciera informe alguno sobre los últimos días de investigación del caso Juicio Final. Sue Sánchez, desconcertada y perdida, le ofreció un paquete que incluía pagarle la baja hasta que cumpliera los veinte años de servicio y luego la jubilación completa. Aceptó el trato con una sonrisa y cuando se iba le dio una palmada en el trasero como broma y le guiñó un ojo al ver que se volvía furiosa.
Will se sentó y escuchó la conversación alrededor de la mesa con plácida satisfacción. Había algo hogareño en aquello, algo tradicional y primario que ponía su ritmo interior en armonía.
No había disfrutado de muchas cenas familiares cuando él era pequeño, ni tampoco durante el breve período en que ofreció una familia a su hija.
Masticaba su filete con calma y escuchaba. Su apartamento era un caos placentero: cajas apiladas, maletas, ropa de mujer, nuevos muebles y cacharritos.
Laura se disponía a llenarle la copa de vino, pero él puso la mano y la detuvo.
—¿Te encuentras bien, papá? —bromeó ella.
—Estoy intentando contenerme.
—Ha cortado el grifo —dijo Nancy.
Will se encogió de hombros.
—Es mi nuevo yo. Es igual que mi antiguo yo pero con un nivel de alcohol en la sangre algo menor.
—¿Se siente mejor así? —preguntó Greg.
—¿Va a constar en acta?
—No, señor, no constará en acta.
—Pues sí, me siento mejor. Para que veas. ¿Cómo va lo del libro, Laura?
—De maravilla. Estoy esperando a que salgan las galeradas y preparándome para una vida de fama y fortuna.
—Mientras seas feliz, me da igual lo que el futuro te depare. A ti y a Greg.
Greg bajó los ojos, desconcertado ante tanta gentileza. El periodista que había en él aún se moría de curiosidad por lo que había pasado con el caso Juicio Final. Le había hecho las preguntas a Laura en voz alta, por si acaso se sentía con agallas suficientes para entrevistar a Will, pero sabía que ese tema era tabú. Tenía serias dudas de que se lo contaran nunca, por más que se convirtiera en el yerno de Will Piper.
¿Por qué le habrían apartado de la investigación y le habían declarado fugitivo? ¿Por qué se había cerrado el caso sin ninguna detención ni resolución? ¿Por qué habían rehabilitado a Will y le habían dado la jubilación con tanta amabilidad?
Pero en lugar de eso preguntó:
—¿Y qué le depara a usted el futuro? ¿Irá a pescar, se tumbará a la bartola?
—¡Ni hablar! —intervino Nancy—.Ahora que me he mudado aquí, le espera una vida de teatros, museos, galerías, buenos restaurantes y todo lo que se te pueda ocurrir.
—Creía que odiabas Nueva York, papá.
—Vivo aquí. Igual le doy una oportunidad. Los jubilados tenemos que mantener la mente en activo mientras aquí las mujeres resuelven robos de bancos.
Más tarde, cuando se iban, Will le dio un beso a su hija en la mejilla y la apartó del grupo lo justo para que Greg no le oyera.
—¿Sabes? Me gusta tu chico. Quería decírtelo. No lo dejes escapar.
Le constaba que Greg Davis era FDR.
Will se tumbó en la cama y observó cómo Nancy personalizaba el dormitorio con fotos, un joyero, un oso de peluche.
—¿Estás seguro de que no te importa? —preguntó.
—Queda bonito.
—Me refiero a que vivamos juntos. ¿Fue una buena idea?
—Creo que sí. —Dio una palmada en el colchón—. Cuando termines de redecorar, deberías venir y probar tu nueva cama.
—Ya he dormido en ella antes —dijo ella riendo.
—Sí, pero ahora es diferente. Es una propiedad común.
—En ese caso, elijo el lado de la ventana.
—¿Sabes? Creo que eres mi tipo.
—¿Y qué tipo es ese?
—Lista, sexy, atrevida.
Ella gateó hasta él y se acurrucó a su lado. Will la envolvió con sus brazos. Le había hablado sobre la Biblioteca. Era algo que tenía que compartir con alguna persona de su vida, y aquel secreto los unió aún más.
—Cuando estuve en Los Ángeles miré algo más en el ordenador de Shackleton —dijo bajito.
—¿Y quiero saberlo?
—El 12 de mayo de 2010 nacerá un niño llamado Phillip Weston Piper. Eso es dentro de nueve meses. Nuestro hijo.
Nancy parpadeó unas cuantas veces y le besó en la cara. Él le devolvió el beso.
—Tengo muy buenas vibraciones respecto al futuro —dijo.