37. La predilecta del Gran Lord


Lorlen sonreía mientras los dos aprendices se volvían y se plantaban cara a cara. La primera victoria de Sonea había sido todo lo que necesitaba ser. No había ganado por fuerza, sino encontrando un resquicio en la defensa de Regin. Echó un vistazo a lord Yikmo, y se sorprendió al ver que el guerrero fruncía el ceño.

—No parece complacido, lord Yikmo —murmuró Lorlen.

El guerrero sonrió.

—Lo estoy. Esta es la primera vez que derrota a Regin. Pero es fácil perder la concentración en la euforia de la victoria.

Cuando Sonea atacó a Regin con evidente ansiedad, Lorlen sintió un poco de la preocupación de Yikmo.

«No te confíes demasiado, Sonea —pensó—. Ahora Regin será precavido.»

Regin se defendió fácilmente; después atacó. Pronto el aire en el interior de la Arena crepitaba de magia. De repente Sonea extendió los brazos y bajó la mirada; su ataque decayó. Lorlen oyó inspiraciones ahogadas a su alrededor, pero el escudo de Sonea se mantuvo ante el vigoroso ataque de Regin.

Al dirigir la mirada al suelo, el administrador vio que bajo los pies de Sonea la arena se movía. Se distinguía un disco de poder bajo las suelas de las botas. Estaba levitando, prácticamente a ras de tierra.

Lorlen conocía la táctica. Un mago podía esperar un azote desde cualquier dirección, pero no desde abajo. Era tentador concluir un escudo donde se encontraba con el suelo para ahorrar poder. El escudo de Sonea era evidente que se extendía por debajo de sus pies, y su conocimiento de la levitación la había salvado del oprobio de ser derribada de manera poco elegante por las sacudidas de la inestable arena. La levitación, recordó, no se enseñaba hasta el tercer año.

—Sabia decisión, enseñarle eso —dijo Lorlen.

Yikmo negó con la cabeza.

—No lo hice.

El rostro de Sonea estaba tenso. La concentración requerida para levitar, escudarse y atacar simultáneamente exigía mucho esfuerzo, y sus azotes adoptaban ahora una pauta sencilla que era fácil de bloquear. Lorlen sabía que ella debía obligar a Regin a emplear la misma cantidad de poder y concentración. La arena bajo los pies del muchacho empezó a bullir, pero este se limitó a desplazarse de lado. Al mismo tiempo, Sonea volvió a abrir los brazos a causa de otra arremetida subterránea, y su ataque flaqueó.

—¡Alto!

»La segunda victoria va para Regin.

Una débil ovación brotó de entre los aprendices. Mientras Regin sonreía y saludaba con la mano a sus amigos, Sonea fruncía el ceño, obviamente irritada consigo misma.

—Bien —dijo Yikmo.

Lorlen, perplejo, miró al guerrero inquisitivamente.

—Lo necesitaba —explicó Yikmo.

En la breve pausa entre asaltos, Rothen buscó con la mirada a Dannyl entre los magos del otro lado de la Arena. Había desaparecido del sitio que ocupaba previamente entre los magos superiores. Rothen frunció el ceño, dividido entre observar el combate y buscar a su amigo.

Se había quedado atónito al ver llegar a Dannyl con Sonea, Yikmo y Akkarin. Dannyl no le había enviado ningún mensaje anunciándole que estaría de visita en el Gremio, ni siquiera una breve comunicación mental. ¿Significaba eso que su regreso había sido un secreto?

Era evidente que ya no lo era. Al aparecer con Sonea y el Gran Lord, Dannyl había revelado su presencia a cualquiera que estuviese mirando. Pero era su aparición en compañía del Gran Lord lo que más molestaba a Rothen. Y ya hacía varias semanas que Dannyl no le enviaba misiva alguna.

Las preguntas se sucedían una tras otra. ¿Había descubierto Akkarin la búsqueda de Rothen? ¿O Dannyl estaba asistiendo al Gran Lord en algún asunto de la embajada? ¿O era un asunto más oscuro, y Dannyl no era consciente de que estaba ayudando a un mago negro? ¿O acaso había descubierto la verdad sobre Akkarin?

—Hola, viejo amigo.

Rothen pegó un brinco, sobresaltado al oír una voz por encima de su hombro, y se giró. Dannyl sonreía, obviamente complacido por haber asustado a su mentor. Inclinó la cabeza en dirección a Dorrien, quien le saludó afectuosamente.

—¡Dannyl! ¿Por qué no me dijiste que volvías? —inquirió Rothen.

Dannyl esbozó una sonrisa de disculpa.

—Lo lamento, debería haberte avisado. Me ordenaron de improviso que volviera.

—¿Con qué motivo?

El joven mago apartó la mirada.

—Únicamente para informar al Gran Lord.

¿Le reclamaban de improviso únicamente para informar al Gran Lord?

Al oír que Balkan anunciaba el inicio del siguiente asalto, Rothen se debatió entre interrogar a Dannyl y ver a Sonea. Dio media vuelta y se dispuso a observar el combate. Si Dannyl accedía a hablar de su reunión con Akkarin, probablemente no querría hacerlo de pie entre una multitud de magos.

«No —decidió Rothen—. Le preguntaré más tarde.»

Regin había adoptado una defensa audaz y arriesgada. En lugar de escudarse, dirigía sus azotes hacia los de la chica. A medida que su magia martilleaba la de Sonea, la Arena se llenaba de esquirlas de energía, demasiado débiles para molestar a los dos aprendices. Unas pocas alcanzaban la barrera de la Arena y despedían temblorosos rayos que recorrían su superficie. Aparte de todo eso, Regin estaba enviando azotes adicionales directamente a Sonea. Aunque ella se defendía con facilidad, era evidente que estaba usando más poder que Regin simplemente para mantener levantado el escudo.

La chica lo contrarrestó intensificando su ataque. El ardid de Regin solo funcionaría si interceptaba todo los azotes dirigidos a él. Si erraba alguno tendría que crear un escudo velozmente.

Mientras Rothen miraba, sucedió: uno de los azotes de Sonea logró filtrarse. Rothen no tuvo tiempo siquiera de contener el aliento por la expectación antes de que el azote chocara contra un escudo alzado con precipitación.

Sonea empezó a avanzar hacia Regin, acortando la distancia entre ambos para obligarle a reaccionar más rápido. Cuando apenas diez pasos separaban a la pareja, los azotes de Regin de repente parecieron invertirse. Se tambaleó hacia atrás y profirió un grito de sorpresa. La Arena, súbitamente, se vació de magia.

—¡Alto!

El silencio siguió a la voz de Balkan; luego un suave murmullo empezó a propagarse entre los espectadores.

—La tercera victoria va para Sonea.

Los magos expresaron audiblemente su confusión. Rothen frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—¿Qué ha pasado?

—Creo que los azotes de Sonea estaban duplicados —dijo Dorrien—. A cada azote le seguía detrás un segundo, con apenas un instante entre ambos. Habrán parecido un único azote desde la perspectiva de Regin. Sus azotes defensivos detenían los primeros, pero no tuvo tiempo para detectar los dobles.

Varios magos habían escuchado a Dorrien, y asentían entre sí, impresionados. Dorrien miró a Rothen, con aspecto ufano.

—Realmente es increíble verla.

—Sí. —Rothen asintió con la cabeza, y dejó escapar un suspiro cuando Dorrien se volvió. Su hijo, claramente, estaba cada vez más embelesado con ella. Nunca habría imaginado que estaría tan ansioso por ver a Dorrien regresar a su aldea.

El bramido de Balkan retumbó sobre el zumbido de las voces.

—Por favor, regresad a vuestras posiciones.

Sonea se alejó de Regin de espaldas.

—¿Estáis preparados para el cuarto asalto?

—Sí, milord —respondió la pareja.

Un rayo de luz recorrió temblando la barrera de la Arena.

—¡Empezad!

Sonea inició aquel asalto sin triunfalismos. El método empleado para derrotar a Regin había requerido una gran cantidad de magia. Si la victoria de Regin dependía de la pericia de este para hacer que Sonea gastara su energía, entonces él estaba ganando.

Tendría que ser más cauta esta vez. Debía rehusar a dejarse arrastrar por sus artimañas. Tenía que ahorrar energía, pues si perdía aquel combate necesitaría sobrevivir a otro.

Durante un momento ella y Regin se observaron el uno al otro, ambos inmóviles y sin escudo. Entonces Regin entornó los ojos y el aire se llenó de un millar de azotes de calor casi invisibles, cada uno con la fuerza justa para que contara como toque mortal si golpeaba su escudo interior. Entre la lluvia de azotes más débiles, Sonea divisó algunos más potentes, y creó un escudo lo bastante fuerte para rechazarlos todos.

Pero justo antes de que los azotes la alcanzaran, se disolvieron en nada. Enfadada por la artimaña de Regin, envió una descarga idéntica de azotes, solo que permitió que los más fuertes golpearan su escudo, con la esperanza de que creyera que estaba contraatacando con el mismo ardid.

Eso no lo hizo caer, desde luego, pero se tambaleó hacia atrás, con el rostro crispado. Sonea sintió que la invadía una oleada de triunfo. ¡Regin estaba cansado!

Siguió un cuidadoso ataque, complejo pero económico. El aire se llenó de luz, como si esperase disimular unos pocos azotes más fuertes en el cegador brillo. Con cada azote que le devolvía, Sonea distinguía pequeñas señales de esfuerzo en el rostro y la actitud de Regin. Trataba de ocultarlo, pero estaba claro que ya no sería una gran amenaza para ella.

Observándolo a través del resplandor, vio que hacía una mueca de dolor cuando uno de sus azotes más fuertes le alcanzó. Entonces, desde arriba, Sonea sintió que una inesperada fuerza arremetía violentamente contra su escudo. Este se estremeció, y entonces otro azote, calculado para llegar solo un momento después del primero, rompió su escudo antes de que pudiera fortalecerlo.

—¡Alto!

Sentimientos de incredulidad y desolación la inundaron cuando comprendió que solo había estado simulando su agotamiento. Al contemplar su expresión petulante, Sonea sintió ira hacia sí misma por ser tan necia.

—La cuarta victoria va para Regin.

Pero conocía los límites de él. Tenía que estar cansado después de todo ese tiempo.

Cerró los ojos, buscando la fuente de su poder. Estaba un poco disminuida, pero no en peligro de agotarse.

Yikmo le había desaconsejado que derrotara a Regin con la fuerza bruta.

«Si quieres respeto, debes mostrar destreza y honor», había dicho.

«Ya les he mostrado suficiente destreza y honor», pensó Sonea. Pasara lo que pasase en aquel último asalto, no se arriesgaría a perder de nuevo por intentar conservar su fuerza. Si ganaba aquel asalto, sería solo aguantando más tiempo que Regin.

Eso significaba que de todos modos ganaría por su fuerza; por tanto, ¿por qué no terminar rápido con un feroz ataque?

—¿Estáis preparados para empezar el quinto asalto? —preguntó Balkan.

—Sí, milord —contestó ella; la respuesta de Regin fue como un eco.

—Empezad.

Sonea comenzó atacando con poderosos azotes, con la esperanza de evaluar la resistencia de Regin. Este esquivó hábilmente todas las descargas de energía, que se estrellaron sin causar daño alguno contra la barrera de la Arena.

Sonea contempló fijamente a Regin, quien le devolvió la mirada con fingida inocencia. Esquivar y agacharse eran prácticas que se consideraban incorrectas en combate, pero no existían reglas en contra. Le sorprendió que el muchacho recurriera a ellas, pero eso era algo que había previsto. Lo había hecho simplemente para que ella gastara su poder en un ataque inútil. Regin sonrió. Entonces la arena alrededor de sus pies empezó a arremolinarse.

Se inició un murmullo entre la multitud cuando la tierra fue alzándose desde el suelo de la Arena. Sonea observaba, preguntándose qué estaría haciendo Regin… y por qué. Yikmo no había mencionado ninguna táctica que implicara aquello. De hecho, le había dicho que la proyección era irrelevante en un duelo formal.

La arena giraba ahora batiendo con fuerza. Se espesó rápidamente, llenando el aire de un débil llanto. Sonea frunció el ceño cuando Regin desapareció de la vista. Pronto todo lo que veía era blanco.

Entonces algo más potente zarandeó su escudo. Estimando la dirección, lanzó un azote, pero otro ataque la golpeó desde atrás, y luego un tercero desde arriba.

«Me ha cegado», comprendió Sonea.

En algún lugar, el muchacho se movía por la Arena, o dirigía sus ataques en trayectorias curvas para que la golpearan desde direcciones diferentes. Ella no podía contraatacar si no sabía dónde estaba.

Pero eso no importaría si apuntaba en todas las direcciones a la vez.

Invocando su poder, envió una ráfaga de potentes azotes. La arena cayó bruscamente a su alrededor, formando un anillo en el terreno. Regin había centrado la tormenta de arena sobre ella.

«Así conocía mi posición.»

El chico estaba de pie al otro lado de la Arena, observándola detenidamente. Al verle, supo que intentaba evaluar lo cansada que estaba.

«No lo estoy.»

Cuando Sonea atacó, el muchacho se echó nuevamente a un lado. Tuvo que contener una sonrisa. Si Regin quería que malgastara su poder, entonces le haría correr por toda la Arena como un rasuk asustado. Tarde o temprano le atraparía.

O podía lanzar azotes curvos alrededor de la Arena de tal forma que no tuviera sitio adonde correr.

«Sí. Acabemos con esto.»

Con los ojos medio cerrados, se concentró en la fuente de su poder. Invocando prácticamente toda la magia que le quedaba, formó en su mente un diseño que era a la vez bello y mortal. Entonces alzó los brazos. No importaba si dejaba ver sus intenciones. Cuando desató la magia, supo que era la fuerza más potente que había liberado jamás. La envió hacia fuera, en tres oleadas de azotes de fuerza, cada una más potente que la anterior.

Oyó un tenue rumor procedente del público cuando los azotes se desplegaron como una flor brillante y peligrosa, para luego curvarse hacia abajo. Hacia Regin.

El muchacho abrió los ojos de par en par. Retrocedió de espaldas, pero no había lugar adonde ir. Los primeros azotes despedazaron el escudo.

Una centésima de segundo después, la segunda oleada impactó en el escudo interior. La expresión de Regin cambió de la sorpresa al terror. Miró a lord Garrel, y a continuación levantó los brazos, al tiempo que le alcanzaba la tercera ráfaga.

En ese momento Sonea oyó una exclamación. Reconoció la voz como la de Garrel. El escudo interior que rodeaba a Regin tembló…

… pero permaneció alzado.

Sonea se volvió para mirar al tutor de Regin, y vio que se presionaba las sienes y oscilaba. La mano de Akkarin descansaba sobre el hombro del mago.

Entonces un golpe sordo atrajo su atención de vuelta a la Arena. Sonea sintió que le daba un vuelco el corazón cuando vio a Regin yaciendo sobre la arena. Todo estaba en silencio. Esperó a que se moviera, pero permaneció inmóvil. Seguramente solo estaría exhausto. No podía estar… muerto.

Dio un paso hacia él.

—¡Alto!

Petrificada por la orden, levantó la mirada hacia Balkan de manera inquisidora. El guerrero frunció el ceño, como en señal de advertencia.

Entonces Regin gimió y los magos que observaban expectantes dejaron escapar un suspiro colectivo. Sonea cerró los ojos, sintiendo que la invadía una sensación de alivo.

—Sonea ha ganado el desafío —anunció Balkan.

Lentamente primero, y poco a poco con más entusiasmo, los magos y aprendices empezaron a aplaudir. Sorprendida, Sonea miró alrededor.

«He ganado —pensó—. ¡He ganado de verdad!»

Sondeó los rostros de magos, aprendices y no-magos que aplaudían: tal vez había ganado más que una simple pelea. Pero no tendría la certeza de eso hasta más adelante, cuando caminara por el corredor de la universidad y oyera los murmullos de los aprendices, o cuando se encontrara con Regin y sus amigos en unos de los pasadizos a altas horas de la noche.

—Declaro concluido este duelo formal —anunció Balkan.

Descendió del portal y se unió a Garrel y a Akkarin. Garrel asintió con la cabeza ante algo que el guerrero dijo, y después echó a andar bordeando la Arena hacia la entrada, con los ojos puestos en la figura aún boca abajo de Regin.

Sonea contempló al muchacho pensativamente. Al acercarse, vio que tenía el rostro blanco y aparentaba estar dormido. A todas luces se hallaba exhausto, y sabía lo horrible que era esa sensación. Pero nunca, de todas las veces que ella había estado exhausta, había caído inconsciente.

Vacilante, por si fingía, se agachó a su lado y le tocó la frente con cautela. Su agotamiento era tan extremo que su cuerpo estaba conmocionado. Hizo brotar de su mano un flujo de energía sanadora para fortalecer el organismo de Regin.

—¡Sonea!

Levantó la mirada, y descubrió que Garrel la miraba con actitud desaprobatoria.

—¿Qué estás…?

—Aggg… —gimió el muchacho.

Ignorando a Garrel, bajó la vista. Regin abrió los ojos con un aleteo. La miró de hito en hito, y arrugó la frente.

—¿Tú?

Sonea sonrió irónicamente y se levantó. Hizo una reverencia a Garrel y se alejó caminando hacia la frescura del portal de la Arena.

Aunque casi todo el público ya se marchaba, los magos superiores permanecían al lado de la Arena. Se habían congregado formando un tosco círculo para analizar el combate.

—Sus poderes han crecido más rápido de lo que habría creído posible —dijo lady Vinara.

—Su fuerza es sorprendente para alguien de su edad —coincidió Sarrin.

—Si es tan fuerte, ¿por qué no agotó a Regin directamente desde el principio? —preguntó Peakin—. ¿Por qué intentaba conservar su fuerza? Hizo que perdiera dos asaltos.

—Porque el objetivo no era que Sonea ganara —dijo Yikmo con calma—, sino que perdiera Regin.

Peakin observó al guerrero con aire dubitativo.

—¿Y cuál es la diferencia?

Lorlen sonrió ante la confusión del alquimista.

—Si se hubiera limitado a derribar a Regin, no se habría ganado el respeto de nadie. Al perder asaltos por emplear su habilidad, dio muestras de estar dispuesta a combatir limpiamente a pesar de su ventaja.

Vinara asintió.

—No sabía lo fuerte que era en realidad, ¿verdad?

Yikmo sonrió.

—No. No lo sabía. Solo que era más fuerte. De haberlo sabido, habría sido difícil para ella permitirse perder algún asalto.

—¿Cuán fuerte es, entonces?

Yikmo miró a Lorlen deliberadamente, luego más allá. El administrador se giró y vio que Balkan y Akkarin se aproximaban. Sabía que no era a Balkan a quien Yikmo había estado mirando.

—Quizá os habéis hecho cargo de más de lo que podéis manejar, Gran Lord —dijo Sarrin.

Akkarin sonrió.

—Ni hablar.

Lorlen observó que los demás intercambiaban miradas. Ninguno de los rostros expresaba incredulidad. Una falta de comprensión, quizá.

—Pronto tendréis que empezar a educarla vos mismo —añadió Vinara.

Akkarin negó con la cabeza.

—Todo lo que necesita puede aprenderlo en la universidad. No le interesa aprender nada de lo que yo pueda enseñarle… por ahora.

Lorlen sintió que un repentino escalofrío le subía por el cuerpo. Miró con atención a Akkarin, pero nada en el semblante del Gran Lord indicaba que se refiriera a lo que él temía.

—No me la imagino entendiendo o disfrutando con las disputas e intrigas de las Casas —coincidió Vinara—, aunque la idea de que el Gremio elija a su primera Gran Lady es harto atrayente.

Sarrin frunció el ceño.

—No olvidemos sus orígenes.

La mirada de Vinara se agudizó, y Lorlen se aclaró la garganta.

—Con suerte, eso no será un problema hasta dentro de muchos años. —Echó un vistazo a Akkarin, pero la atención del Gran Lord estaba puesta en otro sitio. Lorlen siguió su mirada y vio que Sonea se aproximaba.

Cuando el círculo de magos se abrió para recibirla, Sonea hizo una reverencia.

—Enhorabuena, Sonea —exclamó Balkan—. Ha sido un combate bien luchado.

—Gracias, lord Balkan —respondió ella, con ojos resplandecientes.

—¿Cómo te sientes? —preguntó lady Vinara.

Sonea ladeó la cabeza, reflexionando, y a continuación se encogió de hombros.

—Hambrienta, milady.

Vinara se echo a reír.

—Entonces espero que tu tutor tenga un banquete de celebración aguardándote.

Si la sonrisa de Sonea pareció un poco forzada, los otros no dieron muestras de haberlo notado. Miraban a Akkarin, quien se había vuelto de cara a la aprendiz.

—Bien hecho, Sonea —dijo.

—Gracias, Gran Lord.

Los dos se miraron mutuamente en silencio. Sonea bajó la vista. Lorlen estudió con detenimiento a los otros, fijándose en la sonrisa de complicidad de Vinara. Balkan parecía divertido, y Sarrin asentía a modo de aprobación.

Lorlen suspiró. Solo veían a una joven aprendiz turbada e intimidada por su poderoso tutor. ¿Alguna vez verían algo más? Bajó la mirada a la gema roja que llevaba en su dedo.

«Y si lo hacen, no seré yo quien se lo muestre. Soy tan rehén como ella.»

Miró a Akkarin y entornó los ojos.

«Cuando por fin le llegue el momento de explicarse, será mejor que tenga una muy buena razón para todo esto.»

Tras abrir la puerta de su habitación, Dannyl hizo una seña a Rothen para que entrara, le siguió y cerró la puerta. Dentro estaba oscuro, y aunque todo parecía limpio y libre de polvo, persistía un olor a abandono en el aire. Habían depositado su baúl en el interior del dormitorio.

—Bien, ¿qué era tan apremiante para que el Gran Lord te ordenara regresar a Imardin? —preguntó Rothen.

Dannyl observó a Rothen detenidamente. Ni un «¿cómo estás?» ni un «¿cómo fue tu viaje?». Quizá se hubiera enfadado, de no ser por los perturbadores cambios en la apariencia de su amigo.

Sombras oscuras colgaban bajo los ojos de Rothen. Parecía más viejo, aunque Dannyl podría estar simplemente viendo a su amigo con ojos menos acostumbrados a las profundas arrugas en la frente de Rothen, o al gris de su cabello. Sin embargo, la forma de andar de su mentor, tensa y encorvada, era definitivamente nueva.

—Puedo contarte una parte —dijo Dannyl—, pero no todo. Parece que Akkarin se enteró de mi investigación sobre magia ancestral. Él… ¿estás bien, Rothen?

Rothen había palidecido en grado sumo. Apartó la mirada.

—¿Se… le ofendió mi interés?

—No —le aseguró Dannyl—, porque no sabe de tu posible interés en magia ancestral. Se enteró de mi investigación, y parece que la aprueba. De hecho, tengo su permiso para continuar.

Rothen miró fijamente a Dannyl, sorprendido.

—Entonces eso debe de significar…

—Que puedes escribir tu libro sin preocuparte por invadir su territorio —concluyó Dannyl.

Por la expresión de disgusto de Rothen, Dannyl supuso que no era aquello lo que había sorprendido a su amigo.

—¿Te preguntó algo más? —quiso saber Rothen.

Dannyl sonrió.

—Esa es la parte de la que no puedo hablar. Asuntos de la embajada. Nada demasiado peligroso, no obstante.

Rothen observó a Dannyl con aire calculador, y luego asintió.

—Seguro que estás cansado —dijo—. Debería dejarte ir a deshacer el equipaje y descansar. —Se encaminó hacia la puerta, pero vaciló y se dio la vuelta—. ¿Recibiste mi carta?

«Allá vamos», pensó Dannyl.

—Sí.

Rothen hizo un ademán de disculpa.

—Pensé que debería avisarte, por si removía viejos rumores del pasado.

—Claro —dijo Dannyl secamente. Hizo una pausa, sorprendido ante la falta de preocupación en su propia voz.

—No creo que sea un problema —agregó Rothen—. Si ese asistente tuyo es lo que dicen que es, claro está. La gente no especula sobre ti, solo piensa que es divertido, en vista de las acusaciones vertidas sobre ti cuando eras un aprendiz.

—Ya veo. —Dannyl asintió lentamente, y se armó de valor para una respuesta poco agradable—. Tayend es un doncel, Rothen.

—¿Un doncel? —Rothen frunció el ceño, y al verlo claro, abrió bien los ojos—. Entonces el rumor es cierto.

—Sí. Los elyneos son un pueblo más tolerante que los kyralianos… casi todo el tiempo. —Dannyl sonrió—. He de procurar adaptarme a sus costumbres.

Rothen asintió.

—Como parte de tu cargo de embajador, espero. Además de secretas reuniones con el Gran Lord. —Sonrió por primera vez desde el momento de su encuentro ese día—. Pero te estoy entreteniendo. ¿Por qué no cenas conmigo y con Dorrien esta noche? Él regresará a su aldea mañana.

—Me encantaría.

Rothen volvió a acercarse a la puerta. A una orden de la voluntad de Dannyl, la puerta se abrió. Rothen se detuvo, la cerró de nuevo empujándola y suspiró. Se volvió para mirar fijamente a los ojos de Dannyl.

—Ten cuidado, Dannyl —dijo—. Ten mucho cuidado.

Dannyl le devolvió la mirada.

—Lo tendré —aseguró.

Rothen asintió. Abriendo una vez más la puerta, salió al pasillo. Dannyl se quedó mirando a su amigo y mentor mientras se alejaba caminando.

Y sacudió la cabeza cuando se dio cuenta de que no tenía ni idea de si Rothen le estaba advirtiendo de su relación con Tayend, o con Akkarin.