36. Comienza la contienda


Cuando el carruaje atravesó las puertas del Gremio, Dannyl levantó la mirada hacia la universidad. Los edificios del Gremio le eran sumamente familiares, pero ahora le parecían ajenos e intimidatorios. Miró hacia la residencia del Gran Lord.

Especialmente ese.

Echó un vistazo a la cartera que reposaba en el asiento contiguo y la cogió. Contenía una copia de las notas que él y Tayend habían reunido, reescritas para que nada en ellas diera la impresión de ser una repetición de la exploración de Akkarin. Se mordió el labio.

«Si Akkarin cree que algo de esto era una investigación de su pasado, podría enfurecerse más. Pero de todas formas me meteré en problemas, así que merece la pena arriesgarse.»

El carruaje se detuvo y se tambaleó un poco cuando el conductor bajó a tierra de un salto. La puerta se abrió. Dannyl salió y se volvió hacia el cochero.

—Lleva el equipaje a mis habitaciones —ordenó Dannyl. El hombre asintió con una reverencia y se dirigió a la parte de atrás del carruaje, donde estaba el arcón atado en un estrecho compartimiento.

Con la cartera bajo el brazo, Dannyl echó a andar por el sendero en dirección a la residencia del Gran Lord. Mientras caminaba, se percató de que los jardines estaban vacíos, lo cual era inusual para una soleada tarde de dialibre. ¿Dónde estaba todo el mundo?

Para cuando alcanzó la puerta de la residencia, tenía la boca seca y el corazón le latía demasiado rápido. Respiró hondo y alargó la mano hacia el pomo. Antes de que sus dedos se cerraran en torno a él, la puerta se abrió girando hacia dentro.

Un sirviente se adelantó e hizo una reverencia.

—El Gran Lord le espera en la biblioteca, embajador Dannyl. Por favor, sígame.

Dannyl pasó al interior y contempló admirado la sala de invitados, suntuosamente decorada. Nunca antes había entrado en la residencia del Gran Lord. El sirviente abrió una puerta y condujo a Dannyl por una escalera en espiral. En lo alto, avanzó por un corto pasillo hasta un par de puertas abiertas a la derecha.

Las paredes de la sala estaban revestidas de libros.

«¿Qué secretos podría encontrar aquí? —se preguntó Dannyl—. ¿Alguna información sobre…?»

Entonces vio el escritorio en un extremo de la estancia, y el mago de túnica negra sentado tras él, observándolo. Sintió que el corazón le daba un vuelco y empezaba a latirle desbocado.

—Bienvenido a casa, embajador Dannyl.

«Recupera el control de ti mismo», se ordenó Dannyl con severidad. Inclinó educadamente la cabeza en dirección a Akkarin.

—Gracias, Gran Lord.

Al oír las puertas cerrarse, Dannyl echó la vista atrás. El sirviente se había marchado.

«Ahora estoy atrapado…»

Apartó ese pensamiento de su mente, dio un paso adelante y depositó la cartera sobre el escritorio de Akkarin.

—Mis notas —dijo—. Como vos solicitasteis.

—Gracias —respondió Akkarin. Una pálida mano cogió la cartera; la otra señaló una silla—. Siéntese. Debe de estar cansado del viaje.

Dannyl se hundió grácilmente en la silla y se quedó observando a Akkarin mientras este hojeaba sus notas. Dannyl se alivió un persistente dolor de cabeza. La noche anterior se había excedido con el siyo, en un intento de frenar las elucubraciones de su imaginación sobre lo que le depararía el día siguiente.

—Visitó el Templo del Esplendor, por lo que veo.

Dannyl tragó saliva.

—Sí.

—¿Le permitió el Sumo Sacerdote leer los pergaminos?

—Él me los leyó, después de jurarle que guardaría el secreto de sus contenidos.

Akkarin esbozó una leve sonrisa.

—Y la Tumba de las Lágrimas Blancas.

—Sí. Un lugar fascinante.

—¿Que le condujo a Armje?

—No directamente. Si hubiera continuado el curso de mi investigación, me habría adentrado en Sachaka, pero mis obligaciones como embajador no me permitieron emprender tal viaje.

Akkarin permaneció inmóvil.

—Cruzar la frontera sería… desaconsejable. —Levantó la mirada y se encontró con los ojos de Dannyl; su expresión denotaba desaprobación—. Sachaka no forma parte de las Tierras Aliadas, y como miembro del Gremio, no debería entrar allí excepto bajo las órdenes del rey.

Dannyl meneó la cabeza.

—No lo había considerado, pero no tenía intención de vagar a ciegas por una tierra desconocida sin hacer antes algunas indagaciones aquí.

Akkarin contempló a Dannyl pensativamente, y después bajó la mirada a las notas.

—¿Por qué visitó Armje?

—Cuando me entrevisté con Dem Ladeiri, este sugirió que visitara las ruinas.

Akkarin frunció el ceño.

—¿Lo sugirió?

Entonces se sumió en el silencio, mientras leía las notas. Unos minutos después, dejó escapar una débil exclamación de sorpresa, levantó los ojos y miró fijamente a Dannyl.

—¿Sobrevivió?

Dannyl asintió con la cabeza, imaginando a qué se refería Akkarin.

—Sí, aunque me dejó exhausto.

Cuando Akkarin continuó con la lectura, Dannyl meditó si alguna vez había visto a Akkarin expresar asombro. Decidió que no, y experimentó una extraña sensación de orgullo; él, de entre todos, había conseguido sorprender al Gran Lord.

—Superó la barrera, pues —musitó Akkarin—. Interesante. Quizá la cámara está perdiendo fuerza. El poder debe de menguar, tarde o temprano.

—¿Puedo formularos una pregunta? —aventuró Dannyl.

Akkarin alzó la vista, arqueando una ceja.

—Puede preguntar.

—Si vos encontrasteis con anterioridad esa Cámara del Castigo Último, ¿por qué no hablasteis a nadie de ella?

—Lo hice. —Akkarin torció la boca hacia arriba—. Pero dado que era imposible que alguien investigara sin desencadenar un ataque, y por otros motivos de naturaleza política, se decidió que su existencia solo deberían conocerla los magos de mayor rango. Lo cual significa que debo ordenarle que se reserve su conocimiento para usted mismo.

Dannyl asintió.

—Entiendo.

—Es desafortunado, por cierto, que mi señal de advertencia se haya desmoronado. —Akkarin hizo una pausa, entornando los ojos—. ¿Había alguna evidencia de que pudiera haber sido destruida deliberadamente?

Sorprendido, Dannyl recordó la pared, y lo que quedaba del nombre de Akkarin.

—No sabría decirlo.

—Alguien debe investigarlo. Ese lugar podría convertirse muy fácilmente en una trampa mortal para los magos.

—Regresaré allí yo mismo, si vos lo deseáis.

Akkarin lo observó con aire pensativo; luego asintió.

—Sí. Probablemente sea mejor que nadie más tenga conocimiento de ese lugar. Su ayudante lo sabe, ¿no es cierto?

Dannyl titubeó, y de nuevo se preguntó cuánto habría percibido Akkarin durante su breve comunación mental.

—Sí, pero confío en la discreción de Tayend.

La mirada de Akkarin centelleó con un débil parpadeo. Abrió la boca para hablar, pero la cerró de nuevo cuando alguien llamó a la puerta de la biblioteca. Sus ojos se movieron en esa dirección, en guardia. A continuación, las puertas se abrieron hacia dentro.

Entró el sirviente.

—Ha llegado lord Yikmo, Gran Lord —anunció tras hacer una reverencia.

Akkarin asintió. Cuando las puertas volvieron a cerrarse, contempló a Dannyl con aire reflexivo.

—Podrá regresar a Elyne dentro de una semana. —Cerró la cartera—. Leeré sus notas; quizá desee discutirlas con usted de nuevo. Pero por ahora —añadió, poniéndose en pie—, tengo un duelo formal al que asistir.

Dannyl parpadeó sorprendido.

—¿Un duelo formal?

El Gran Lord casi pareció esbozar una sonrisa.

—Mi aprendiz, quizá de manera insensata, ha desafiado a singular combate a otro.

«¡Sonea ha desafiado a Regin a un combate!»

Cuando Dannyl cayó en la cuenta de las posibilidades y consecuencias del duelo, rió entre dientes.

—Esto tengo que verlo.

Akkarin salió de la biblioteca con paso enérgico. Dannyl le siguió, con un sentimiento de sorpresa y alivio. No le había interrogado sobre las razones de su investigación. Casi parecía como si Akkarin estuviera complacido con el progreso de Dannyl. Ni él ni Tayend, ni tampoco Lorlen, habían recibido la desaprobación del Gran Lord. Y en cuanto a Rothen, con suerte Akkarin no conocía su nuevo «interés» en la magia ancestral.

Y ningún comentario sobre Tayend.

Lo único que quedaba era ver a Rothen. El mentor de Dannyl se sorprendería de verle. Dannyl no había avisado a Rothen de su regreso, pues ninguna carta habría viajado más rápido que él, y no se arriesgaba a una comunicación mental. Rothen siempre había sido capaz de leer los pensamientos de Dannyl más de lo deseado. Dannyl no sabía cómo se tomaría Rothen la noticia de que su antiguo aprendiz era culpable de ser aquello de lo que Fergun le había acusado. Y no quería perder a su único amigo íntimo en el Gremio.

Aun así, había decidido que no negaría los rumores concernientes a Tayend. Para Rothen sería demasiado fácil descubrir la mentira. Simplemente tendría que tranquilizar a Rothen asegurándole que no arriesgaba su honor por asociarse con él. Los elyneos eran un pueblo tolerante, y lo mismo se esperaba de él.

En unas pocas semanas estaría de vuelta en Elyne, con el permiso del Gran Lord para investigar Armje, tarea que compaginaría con el cumplimiento de sus obligaciones como embajador. Y estaría con Tayend.

Si acaso, su situación era mejor que antes.

Sonea volvió a anudar la faja de su túnica y alisó la tela. Aquel día parecía demasiado fina y ligera.

«Me parece que debería lucir una armadura, no una túnica.»

Cerró los ojos, deseando que hubiera alguien con ella mientras se preparaba. Naturalmente, Yikmo no podía estar en su habitación mientras se ponía una túnica limpia. Ni Akkarin, por lo cual estaba sumamente agradecida. No, era a Tania a quien echaba de menos. La sirvienta de Rothen habría hecho prometer a Sonea que saldría de ese día victoriosa, y al mismo tiempo la habría tranquilizado, asegurándole que para las personas que la amaban una derrota no tendría importancia.

Inspiró profundamente y, viendo que la faja le oprimía, la aflojó un poco. Podría necesitar mayor libertad de movimiento. Echó un vistazo a la bandeja de dulces y panecillos que Viola le había llevado un poco antes. Tenía el estómago cerrado, así que se alejó de ella y empezó a pasearse nuevamente de un lado a otro.

Tenía una ventaja… o dos. Mientras que los «espías» de Yikmo habían informado de todo lo que Regin había estado practicando en la Arena durante la anterior semana, ella se había entrenado ocultamente dentro de los claustrofóbicos confines de la Cúpula. Yikmo le había enseñado todas las estrategias que un mago más débil podía emplear contra uno más fuerte. La había instruido en todas las técnicas que sabía que Garrel y Balkan habían enseñado a Regin, aparte de algunas más.

En cuanto a su propio tutor, Sonea apenas lo había visto. Pero su influencia se notaba por doquier. Las protestas en contra de que los aprendices se involucraran en duelos formales habían finalizado en el intervalo de un día. Balkan, obviamente, desaprobaba que Sonea usara la Cúpula, pero no lo había prohibido. Y cuando entró por primera vez en ella, Yikmo le contó que el Gran Lord había fortalecido la estructura esférica para asegurar que no la dañara accidentalmente.

No se le había ocurrido hasta la noche siguiente que la magia empleada podría haberla obtenido mediante prácticas oscuras. Había yacido despierta en su cama, con la conciencia inquieta ante la posibilidad de que la magia que la amparaba en su insignificante riña con otro aprendiz pudiera provenir de la muerte de un desconocido.

Pero no podía rechazar la ayuda de Akkarin, no sin levantar sospechas. Incluso aunque fingiera que no la quería por orgullo, él se había nombrado a sí mismo su protector durante la contienda. Su magia formaría el escudo interior que la salvaría si el de ella fallaba. La idea la inquietó aún más, y no poco. Si no fuera por Rothen y Lorlen, le preocuparía que el mago viera en el combate una oportunidad para librarse de ella.

Giró sobre sus talones cuando llamaron a la puerta, de nuevo con el corazón repentinamente desbocado.

«Ya debe de ser la hora; por fin», pensó.

El alivio fue rápidamente reemplazado por un ataque de pánico. Respiró hondo y dejó escapar el aire poco a poco mientras se aproximaba a la puerta. Al abrirla, sintió que el latido de su corazón se aceleraba todavía más cuando se encontró cara a cara con el Gran Lord. El temor, no obstante, dio paso a la sorpresa cuando reconoció al otro hombre que esperaba detrás: Dannyl.

—Gran Lord —saludó, haciendo una reverencia—. Embajador Dannyl.

—Ha llegado lord Yikmo —anunció Akkarin.

Tras otra profunda inspiración, Sonea empezó a descender apresuradamente la escalera. Encontró a lord Yikmo paseándose de un lado a otro por la sala de invitados de Akkarin. El guerrero levantó la cabeza con brusquedad cuando la vio aparecer en la habitación.

—¡Sonea! Estás lista. Perfecto. ¿Cómo te sientes?

—Bien. —Sonrió, consciente de los magos que aún bajaban la escalera—. ¿Cómo no iba a estarlo después de todas sus enseñanzas?

El guerrero torció la boca en una sonrisa.

—Tu confianza en mí es… —Interrumpió la frase y se puso serio cuando Akkarin y Dannyl entraron en la sala—. Buenos días, Gran Lord, embajador Dannyl.

—Deduzco que su presencia aquí se debe a mi aprendiz —dijo el Gran Lord—. Por eso la he enviado abajo.

—Sí, en efecto —respondió Yikmo, mirando a Sonea—. Es mejor no hacer esperar a Regin.

La puerta principal se abrió girando hacia dentro, y Akkarin señaló en su dirección. Sintiendo los ojos de los magos puestos en ella, Sonea cruzó la sala y salió a la luz del sol.

Cuando echó a andar por el sendero hacia la universidad, Yikmo le siguió el paso a su derecha, y Akkarin a su izquierda. El sonido de pisadas detrás de ellos le indicó que Dannyl los seguía. Resistió la urgencia de mirar por encima del hombro, preguntándose qué asuntos tendría este último con Akkarin. Algo importante, o no habría regresado de Elyne.

Sus compañeros permanecían en silencio mientras caminaban hacia la universidad. Sonea miró a Yikmo una vez, pero él se limitó a sonreír a modo de respuesta. No hizo lo propio con Akkarin, pero era plenamente consciente de la presencia de este. Por primera vez, fue plenamente consciente de que era la predilecta del Gran Lord, y ello hizo que se sintiera abrumada ante las expectativas del Gremio. Si perdía…

«Piensa en otra cosa», se dijo. Mientras se aproximaban a la universidad, centró su mente en los recuerdos de las lecciones de Yikmo.

«Regin intentará que malgastes tu poder. El mejor modo de conseguirlo es mediante engaños y artimañas.»

Las artimañas, ciertamente, constituían parte del estilo de lucha de Regin. El muchacho la había sorprendido muchas veces con falsos azotes en las clases de habilidades de guerrero de primer año.

«Mucho de lo que has aprendido será intrascendente. No necesitarás la proyección en la Arena: allí no hay nada que mover. Los azotes de paro están permitidos, pero son considerados descorteses. El azote mental está prohibido, naturalmente, aunque tan solo sería útil como distracción.»

Regin nunca había usado un azote mental contra ella, pues aún no habían aprendido a lanzarlo.

«¡No hagas gestos! Delatarás tus intenciones. Un buen guerrero no se mueve durante un combate, ni siquiera los músculos de la cara.»

Yikmo siempre se refería al «guerrero», en masculino, lo cual ella encontró divertido al principio, y después irritante. Cuando Sonea se quejó, él se echó a reír.

—Lady Vinara lo aprobaría —había dicho—. Pero Balkan te diría: «Cuando haya más guerreros mujeres que hombres, enmendaré mis formas».

Sonea sonrió ante el recuerdo, y continuaba haciéndolo cuando pasaron la universidad y aparecieron a la vista de la aglomeración de magos que esperaban en el exterior de la Arena.

—¿Está todo el mundo aquí? —jadeó.

—Probablemente —dijo Yikmo con suavidad—. Regin escogió un dialibre para enfrentarse a ti, de modo que una gran multitud será testigo de su derrota.

Sonea sintió que perdía el color de la cara. Aprendices y magos la observaban. Incluso los no-magos —esposas, maridos, hijos y sirvientes— habían acudido a presenciar el espectáculo. Había cientos de personas observándola. Las cabezas se volvieron hacia ella cuando, flanqueada por su profesor y su tutor, se abrió paso entre la multitud. Los magos superiores formaban una fila. Yikmo la guió hacia ellos, y cuando el guerrero se detuvo, Sonea se inclinó en una reverencia. Intercambiaron saludos formales, pero ella estaba demasiado distraída para prestar atención hasta que pronunciaron su nombre.

—Bien, Sonea. Tu adversario aguarda tu presencia —dijo lord Balkan con un ademán.

Siguiendo el movimiento de su mano, vio a Regin y a lord Garrel de pie junto a un seto con forma de arco. El camino que lo atravesaba conducía directamente a la Arena.

—Buena suerte, Sonea —dijo Lorlen, sonriendo.

—Gracias, administrador. —Su voz sonaba insignificante, y sintió un ramalazo de irritación hacia sí misma. Ella era la retadora. Debería caminar enérgicamente hacia la batalla, con ansiosa confianza.

Cuando empezaba a andar hacia la Arena, Yikmo le puso una mano en el hombro.

—Estate alerta, y lo harás bien —murmuró. Se echó a un lado y le hizo una seña para que continuara avanzando.

Con solo Akkarin ahora junto a ella, se aproximó al arco. Cuando sus ojos se cruzaron con los de Regin, el rostro del muchacho se contrajo en una mueca de desdén, trayéndole el recuerdo de la primera vez que lo vio, antes de la Ceremonia de Aceptación. Sonea lo miró con actitud desafiante.

Volvió la atención hacia lord Garrel al percibir su mirada. El mago no disimulaba su ira y antipatía hacia ella. Sorprendida, se preguntó por qué estaría tan furioso. ¿Le contrariaba el tiempo adicional invertido en preparar a su aprendiz para ese combate? ¿Le había ofendido que ella hubiera tenido la audacia de desafiar a su sobrino? ¿O estaba molesto con ella por ponerle en una situación de oposición al Gran Lord?

«¿Me importa? No.»

Si hubiera sido previsor, habría impedido que Regin siguiera acosándala después de convertirse en la predilecta del Gran Lord. La idea de que quizá aquel desafío le había causado complicaciones hizo aflorar nuevamente una sonrisa en su rostro. Se giró, traspasó el arco y echó a andar a grandes zancadas hacia la Arena.

Con Akkarin a su lado, descendió hasta el portal de la Arena. Al salir, caminó hasta el centro del terreno arenoso y se detuvo. Garrel, Regin y Balkan la habían seguido al interior. Fuera del círculo de agujas, la multitud de magos y aprendices se dispersaba alrededor de la estructura, algunos sentándose en los travesaños escalonados.

Miró a Regin. Este observaba a la multitud, con expresión inusualmente sombría. Sonea dejó que sus ojos vagaran por los espectadores, hasta que se detuvieron cuando divisó a Rothen entre ellos, con Dorrien a su lado. Este sonrió y saludó con la mano. Rothen logró esbozar una sutil sonrisa.

Balkan se colocó entre Regin y ella, alzó los brazos y esperó mientras el zumbido de voces del público se desvanecía.

—Han transcurrido muchos años desde la última vez que dos magos vieron apropiado resolver una disputa o probar su habilidad mediante un duelo formal en la Arena —empezó a decir Balkan—. Hoy seremos testigos del primer evento de tales características en veinticinco años. A mi derecha la retadora, Sonea, aprendiz acogida por el Gran Lord. A mi izquierda el adversario, Regin, de la familia Winar, Casa Paren, aprendiz acogido por lord Garrel.

»Los tutores de los contendientes se han designado a sí mismos como protectores. Pueden ahora conformar un escudo interior alrededor de sus aprendices.

Sonea percibió el débil roce de una mano sobre su hombro. Tembló ante la sensación, y seguidamente bajó la mirada. El escudo de Akkarin era casi indetectable. Resistió a la necesidad de probarlo.

—Los protectores pueden ahora abandonar la Arena.

Sonea observó a Akkarin y a Garrel entrar con paso firme en el portal. Cuando la pareja salió al otro lado, fuera de la Arena, vio que el rostro de Garrel estaba rojo de ira, y Akkarin parecía perplejo. Claramente, algo había provocado el enfado de Garrel. ¿Se habría burlado Akkarin? A su pesar, la idea le produjo una inesperada satisfacción. Pero la sensación se evaporó cuando Balkan volvió a hablar.

—Los contendientes pueden tomar posiciones.

De inmediato, Regin giró sobre sus talones y echó a andar hacia el otro lado de la Arena. Sonea se volvió y caminó en la dirección opuesta. Respiraba lentamente, con profundas inspiraciones. Pronto tendría que centrar toda su atención en Regin. Tendría que ignorar a todas las personas que estaban mirando y pensar solo en el combate.

Sonea se dio la vuelta a pocos pasos del borde de la Arena. Balkan caminaba hacia el portal. Al momento siguiente desapareció dentro. Después apareció en lo alto de la grada que rodeaba la Arena y se situó sobre el portal.

—El vencedor debe ganar la mayoría de cinco asaltos —dijo a los espectadores—. Un asalto termina cuando un escudo interior es azotado con la fuerza equivalente a un toque mortal. El azote mental está prohibido. Si un contendiente usa la magia antes de que un combate haya dado comienzo oficialmente, él o ella cederá ese asalto. Un combate comienza cuando yo diga «empezad», y termina cuando yo diga «alto». ¿Entendido?

—Sí, milord —respondió Sonea. Regin, como un eco, repitió sus palabras.

—¿Estáis preparados?

—Sí, milord. —De nuevo, la respuesta de Regin siguió a la suya.

Balkan levantó una mano y la situó cerca de la barrera de la Arena. Envió una descarga de poder, que cruzó la cúpula como un relámpago. Sonea miró a Regin.

—¡Empezad!

Regin estaba de brazos cruzados, pero sin la sonrisa burlona que ella había esperado. Vio que el aire se ondulaba cuando él soltó el primer azote. Golpeó su escudo un instante después de que Sonea lanzara su respuesta.

El escudo del muchacho aguantó sólidamente, pero Regin no volvió a azotar. Sonea vio que arrugaba la frente. Sin duda estaba decidiendo cuál sería la mejor forma de embaucarla para que malgastara sus poderes.

El aire entre ambos fluctuó de nuevo cuando el chico envió la magia hacia ella, esta vez en un ataque múltiple. Los azotes emitían destellos vagamente blancos, que se presentían más que se veían. Parecían azotes de fuerza… pero o no eran lo bastante fuertes para adquirir la tonalidad blanca, o…

Sonea sintió que los primeros azotes chocaban contra su escudo con un suave golpeteo y rió por lo bajo. Trataba de engañarla para que fortaleciera su escudo demasiado. Estuvo a punto de reducirlo, pero cierta diferencia en la forma en que el aire titilaba entre ellos la alertó de algo nuevo. Un intenso azote de fuerza batió contra su escudo, y Sonea se sintió agradecida por su instinto, pues el azote fue lo suficientemente fuerte para empujarla un paso hacia atrás.

La lluvia de azotes continuó, por lo que la muchacha envió en respuesta un poderoso haz de energía. Regin abandonó su ataque y levantó una resistente barrera, pero un instante antes de que el azote golpeara, Sonea enfocó su voluntad y el azote de calor repentinamente se dividió en un aluvión de rojos azotes de paro que se disiparon contra el escudo de Regin.

El rostro del muchacho se retorció de ira. Sonea sonrió al oír murmullos por toda la Arena. La gracia de aquello no había pasado desapercibida entre los magos. Debían de saber que Regin había usado azotes de paro sobre ella.

El siguiente ataque de Regin fue rápido, pero lo esquivó fácilmente. Sonea jugueteó con su ira, devolviendo solo azotes de paro. No se molestó en disfrazarlos; él ya estaba alerta a ese truco. Aunque aquello significaba que el combate no iría a ninguna parte, no pudo resistirse a hostigarle. Tenía reservas de energía en abundancia, y la ira podría instigarlo a realizar una insensatez. Usar azotes de paro en combate se consideraba descortés, sin embargo, y con ello no iba a granjearse el cariño del Gremio.

Regin, de repente, le lanzó una continua lluvia de azotes. De fuerza, de calor… todos de intensidad variable. Su poder hizo brillar débilmente el escudo de Sonea. Ella le devolvió a su vez otra descarga de azotes, reconociendo el sencillo ardid. Cuando se aplicaban tantos azotes, y tan variables, el defensor tenía dos opciones: levantar un escudo que pudiera bloquear el azote más potente mientras se mantenía en guardia ante la posibilidad de uno mayor, o intentar conservar la fuerza modificando el escudo con cada azote.

Sonea igualó el ataque del muchacho con el suyo propio, y vio que Regin modificaba su escudo. Requería una gran concentración hacer aquello mientras se atacaba al mismo tiempo. El rostro del chico estaba tenso y sus ojos se movían con celeridad, denotando el esfuerzo que estaba realizando.

Aquella táctica podría acabar debilitándola, tarde o temprano. Sabía que un azote potente obligaría al muchacho a interrumpir su ataque, aunque para ello Sonea tendría que gastar todavía más poder, que era lo que él buscaba.

Pero el ardid de Regin era también su punto débil. Su defensa solo funcionaría si advertía cada uno de los azotes que le enviaba Sonea.

«Así que tengo que hacer algo completamente inesperado.»

Cambiar la dirección de un azote una vez que se había soltado requería un esfuerzo adicional, pero no tanto como una enérgica descarga de poder. Concentrándose, desvió la trayectoria de uno de los azotes de fuerza y, en el último momento, lo lanzó describiendo una curva y golpeó al muchacho desde atrás.

Regin se tambaleó hacia delante. Abrió los ojos de par en par, y seguidamente los entrecerró, ardiendo de furia.

—¡Alto!

Sonea abandonó su ataque y dejó caer el escudo. Levantó la mirada hacia Balkan, expectante.

—La primera victoria va para Sonea.

El aire se llenó con las voces de los magos, que se volvían para debatir lo que acababan de presenciar. Sonea trató de disimular una sonrisa, pero cedió.

«¡He ganado el primer asalto!»

Miró a Regin. El rostro del muchacho estaba encendido de ira.

Balkan alzó los brazos. La charla cesó.

—¿Estáis preparados para comenzar el segundo asalto? —preguntó a Sonea y a Regin.

—Sí, milord —contestó ella. La respuesta de Regin fue seca.

Balkan puso una mano contra la barrera de la Arena.

—¡Empezad!