Cuando alcanzaron la curva del camino desde donde habían divisado por primera vez la casa de Dem Ladeiri, Dannyl y Tayend detuvieron sus monturas y se volvieron para contemplar la construcción una última vez. Los sirvientes siguieron adelante en sus caballos, avanzando a paso lento por el camino cada vez más ancho.
—¿Quién habría imaginado que encontraríamos las respuestas a tantos interrogantes en ese viejo lugar? —dijo Tayend, sacudiendo la cabeza.
Dannyl asintió.
—Han sido unos días interesantes.
—Vaya, eso sí que es un eufemismo. —Los labios de Tayend se curvaron en una mueca, y echó a Dannyl una mirada de reojo.
Sonriendo ante la expresión del académico, Dannyl miró hacia las montañas sobre la casa de Ladeiri. Las ruinas de Armje se hallaban tras uno de los riscos, ocultas a la vista.
Tayend se estremeció.
—Me pone nervioso saber que esa caverna está ahí arriba.
—Dudo que algún mago haya visitado Armje desde Akkarin —dijo Dannyl—. Y esa puerta no puede abrirse sin magia, o sin echar abajo la pared entera. Debería haber advertido a Dem Ladeiri, pero no quería contárselo antes de consultar al Gremio.
Tayend asintió. Espoleó su caballo para ponerse en marcha, y Dannyl le siguió.
—En cualquier caso, ahora tenemos más información sobre ese tal rey Charkan. Si dispusiéramos de algunas semanas de sobra, podríamos viajar a Sachaka.
—Todavía no estoy seguro de que sea sensato.
—Akkarin probablemente estuvo allí. ¿Por qué nosotros no?
—No lo sabemos con certeza.
—Si fuéramos, podríamos encontrar evidencias de que lo hizo. Seguro que los sachakanos recordarán si un mago del Gremio pasó por allí. ¿Algún otro mago ha visitado Sachaka en los últimos diez años, más o menos?
Dannyl se encogió de hombros.
—No lo sé.
—En caso afirmativo, habría sabido casi con certeza que otro mago del Gremio estuvo en el país antes que él.
—Quizá.
Dannyl sintió un acuciante desasosiego. Pensar en otros magos le hizo recordar que, algún día, tendría que regresar al Gremio. Como si sus colegas pudieran ser capaces de ver…
Pero, por supuesto, no lo sabrían, no podrían saberlo, con solo mirarle. Consecuentemente, mientras Tayend y él fueran prudentes al hablar del asunto, y nunca se sometiera a una lectura de la verdad, y fuera cauto durante las comunicaciones mentales, ¿quién podría probarlo?
Miró a Tayend.
«Rothen diría que soy bastante astuto para descubrir, o esconder, un secreto», caviló.
Dannyl.
Sobresaltado, Dannyl irguió la espalda, aún sentado en la silla de montar. Entonces reconoció la personalidad tras la llamada mental y quedó petrificado de incredulidad.
Dannyl.
Una sensación de pánico lo asaltó. ¿Por qué le llamaba Akkarin? ¿Qué quería el Gran Lord? Dannyl echó una ojeada a Tayend. ¿Acaso había oído que…? Pero, no, seguramente eso no era lo suficientemente importante para…
Dannyl.
Tenía que responder. No podía ignorar una llamada del Gran Lord. Dannyl tragó saliva, inspiró profundamente y expulsó el aire poco a poco. Después cerró los ojos y transmitió un nombre.
¿Akkarin?
¿Dónde estás?
En las montañas de Elyne. Le envió una imagen del camino. Me ofrecí a sustituir al embajador Errend en su ronda bianual de visitas a los Dem, con el fin de familiarizarme con el país.
Y así poder continuar tu investigación a pesar de las órdenes de Lorlen.
No era una pregunta. Dannyl se sorprendió ante la sensación de alivio. Si Akkarin hubiera oído rumores sobre Tayend y… Pero rápidamente apartó sus pensamientos de ese tema.
Sí, confirmó, pensando deliberadamente en las Tumbas de las Lágrimas Blancas y el misterio del rey Charkan. Continué por propio interés. Lorlen no manifestaba nada en contra de ello.
Ciertamente, tus obligaciones como embajador no requieren de todo tu tiempo.
Dannyl parpadeó. Tras la comunicación de Akkarin se escondía un sentimiento bien definido de desaprobación. ¿Simplemente le preocupaba que Dannyl pasara demasiado tiempo con su investigación, o le contrariaba que otro mago estuviera continuando la labor que él abandonó? ¿O acaso le irritaba el hecho de que alguien estuviera rastreando parte de su pasado? ¿Tenía algo que esconder?
Quiero discutir en persona lo que has encontrado. Regresa al Gremio de inmediato, y trae tus notas contigo.
Sorprendido, Dannyl titubeó antes de preguntar:
¿Y el resto de mi visitas a los Dem?
Regresarás después para completar tus obligaciones.
Muy bien… Tendré que…
Preséntate ante mí a tu llegada.
Un autoritario tono de voz le dijo a Dannyl que la conversación había acabado. Abrió los ojos y profirió una maldición.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Tayend.
—Era Ak… el Gran Lord.
Los ojos de Tayend se abrieron de par en par.
—¿Qué ha dicho?
—Se ha enterado de nuestra investigación —dijo Dannyl, tras un suspiro—. Creo que no está muy contento por ello. Me ha ordenado regresar.
—¿Regresar… al Gremio?
—Sí. Con nuestras notas.
Tayend lo miró fijamente, desconcertado, luego su expresión se endureció.
—¿Cómo lo ha descubierto?
—No lo sé.
«¿Cómo lo ha sabido?» Al recordar lo que se decía de la capacidad de Akkarin para leer mentes poco dispuestas, Dannyl volvió a temblar. «Hubo un momento, cuando pensé en Tayend… ¿habrá detectado algo?»
—Iré contigo —anunció Tayend.
—No —respondió Dannyl con celeridad, alarmado—. Créeme, no querrás verte arrastrado a esto.
—Pero…
—No, Tayend. Es mejor que no descubra cuánto sabes.
Dannyl golpeó los flancos de su montura con los talones, poniéndola al trote. Pensó en las largas semanas de marcha a caballo y navegación que le separaban del día en que se encontraría cara a cara con Akkarin. Lo lógico sería que deseara postergar ese momento al máximo, pero quería en cambio que llegara cuanto antes, porque un solo pensamiento le perturbaba más que cualquier otro.
¿Qué le sucedería a Tayend si a Akkarin le resultaba ofensivo que Dannyl continuara su investigación? ¿La desaprobación del Gran Lord se extendería al académico? ¿Denegarían a Tayend el acceso a la Gran Biblioteca?
A Dannyl no le preocupaba sufrir las consecuencias, siempre y cuando Tayend no se viera afectado. Pasara lo que pasase, Dannyl se cercioraría de que la culpa recayera enteramente sobre sí mismo.
La temperatura en el jardín era agradable. Sentada en un banco, Sonea soltó la caja, cerró los ojos y disfrutó de la calidez del sol que caía sobre su rostro. Oyó el parloteo de otros aprendices, y las voces más graves de magos de mayor edad. Se acercaban.
Abrió los ojos y observó a varios sanadores avanzar con paso decidido por el sendero en su dirección. Identificó a unos pocos magos recién graduados. Rompieron en carcajadas. Después los dos que iban al frente del grupo se apartaron y Sonea divisó un rostro familiar.
«¡Dorrien!»
El corazón le dio un vuelco. Se puso de pie y echó a andar apresuradamente por uno de los senderos laterales, con la esperanza de que no la hubiera visto. Se adentró en una pequeña área rodeada de setos y se sentó en otro banco.
Había desterrado a Dorrien de sus pensamientos, sabiendo que podrían pasar meses, posiblemente más de un año, antes de su siguiente visita al Gremio. Pero ahí estaba, solo unos cuantos meses después de su marcha. ¿Por qué había vuelto tan pronto? ¿Le había contado Rothen algo sobre Akkarin? Seguramente no. Pero quizá Rothen había dado sin querer a Dorrien la sensación de que algo no iba bien durante una de sus conversaciones mentales.
Frunció el ceño. Fuera cual fuese el motivo, Dorrien probablemente la buscaría. Tendría que decirle que tan solo le interesaba como amigo. Era una conversación para la que tendría que mentalizarse.
—Sonea.
Se sobresaltó. Levantó la mirada y encontró a Dorrien de pie en la entrada del pequeño jardín.
—¡Dorrien! —Combatió su pánico. Debía de haberla visto, y la había seguido. Al menos no había sido necesario fingir sorpresa—. ¡Ya has vuelto!
El mago sonrió y entró en el jardín.
—Solo por una semana. ¿No te lo dijo mi padre?
—No… pero ahora no nos vemos mucho.
—Eso me contó. —Su sonrisa desapareció. Se sentó y la miró inquisitivamente—. Me dice que asistes a clase por la noche y que pasas casi todo el tiempo estudiando.
—Solo porque soy un caso perdido como guerrero.
—No por lo que he oído.
La chica frunció el ceño.
—¿Qué has oído?
—Que has peleado contra varios aprendices a la vez, y que has vencido.
Sonea parpadeó.
—¿O estoy errado en la parte de la victoria?
—¿Cuánta gente sabe eso?
—La mayoría.
Sonea hundió la cabeza entre las manos, empezó a mecerse y gimió. Dorrien rio por lo bajo y le dio una suave palmadita en el hombro.
—Regin es el cabecilla, ¿verdad?
—Por supuesto.
—¿Por qué tu nuevo tutor no ha hecho nada al respecto?
Sonea puso cara de desconcierto.
—No creo que lo sepa. No quiero que lo sepa.
—Ya veo —dijo Dorrien, mientras asentía con la cabeza—. Supongo que si Akkarin acudiera en tu rescate todo el tiempo, la gente diría que no fuiste una buena elección. Todos los aprendices te profesan envidia, sin comprender que ellos estarían en la misma situación si fueran el predilecto del Gran Lord, incluso aunque sean de las Casas. Cualquier aprendiz que escogiera sería un blanco. Siempre es una buena oportunidad para probarse a sí mismo.
Calló, y Sonea se dio cuenta por su expresión de que estaba concentrado pensando.
—Pues detener a esos aprendices depende de ti.
Sonea se echó a reír amargamente.
—No creo que tender una trampa a Regin vaya a cambiar las cosas esta vez.
—Oh, no pensaba en eso.
—¿Y en qué estabas pensando?
Dorrien sonrió.
—Tienes que demostrar que eres la mejor. Que puedes derrotarle en su propio juego. ¿Qué has hecho hasta el momento para contrarrestarle?
—Nada. No puedo hacer nada. Son demasiados.
—Tiene que haber aprendices a quienes no les caiga bien —apuntó él—. Persuádelos para que te ayuden.
—Ya nadie me habla.
—¿Ni siquiera ahora? Me sorprende. Seguramente alguien habrá visto las ventajas de entablar amistad con la predilecta del Gran Lord.
—No querría su compañía si eso es todo lo que desean de mí.
—Pero mientras sepas que ese es el motivo, ¿por qué no sacar partido de la situación?
—Quizá porque Regin urdió un accidente para el último aprendiz que lo hizo.
Dorrien frunció el ceño.
—Hummm, ya me acuerdo. Otra cosa, entonces.
Volvió a guardar silencio. Sonea luchó contra un vago sentimiento de decepción. Había albergado la esperanza de que a Dorrien se le ocurriera alguna manera ingeniosa para poner fin a las emboscadas de Regin, pero quizá en esta ocasión el problema escapaba a su inventiva.
—Creo que lo que Regin necesita —dijo de repente— es que le den una buena tunda en público.
Fue como si a Sonea se le parara el corazón.
—¿No irás a…?
—No, yo no. Tú.
—¿Yo?
—Eres más fuerte que él, ¿no? Bastante más, si los rumores son ciertos.
—Bueno, sí —admitió Sonea—. Esa es la razón por la que se rodea de tantos para que le ayuden.
—Entonces rétale. Un desafío formal. En la Arena.
—¿Un desafío formal? —La muchacha le miró fijamente—. ¿Quieres decir… luchar contra él delante de todo el mundo?
—Sí.
—Pero… —Recordó algo que lord Skoran había dicho—. No ha habido ninguno en más de cincuenta años, y fue entre dos magos adultos, no aprendices.
—No hay ninguna norma que prohíba los duelos formales a los aprendices. —Dorrien se encogió de hombros—. Por supuesto, es un riesgo. Si pierdes, el acoso probablemente será peor. Pero si eres mucho más fuerte que él, ¿cómo podrías perder?
—«La destreza puede someter a la fuerza» —citó Sonea.
—Cierto, pero tú no eres poco diestra.
—Nunca le he vencido antes.
Dorrien enarcó las cejas.
—Pero si eres tan fuerte como dicen, te habrán limitado los poderes en clase, ¿tengo razón?
La chica asintió.
—Eso no sucederá en un duelo formal.
Sonea experimentó una diminuta chispa de esperanza y entusiasmo.
—¿Seguro?
—Sí. La idea es que los combatientes se enfrenten entre sí como son, sin restricciones ni favores. Es un modo ridículo de resolver una disputa, realmente. Ningún combate ha demostrado jamás que un hombre, o mujer, tenga razón o no.
—Pero esa no es la cuestión —dijo Sonea lentamente—. La cuestión es convencer a Regin de que no vale la pena seguir molestándome. Una vez que haya sufrido una derrota humillante, no querrá arriesgarse a otra.
—Has cogido la idea —dijo Dorrien, sonriendo—. Haz público tu desafío, tanto como sea posible. No tendrá más remedio que aceptarlo, o deshonrará el nombre de su familia. Propina a ese estúpido crío una buena paliza. Si después vuelve a acosarte, desafíale de nuevo. No te dará más motivos para que continúes poniéndole en semejante situación.
—Nadie más se verá involucrado —dijo Sonea con un hilo de voz—. Nadie resultará herido y no tendré que dejarme adular por falsas amistades.
—Oh, sí, lo harás —replicó él con seriedad—. Aún necesitarás partidarios de tu parte. Podría pensar que la gente admirará su determinación si lucha contigo una y otra vez, en busca de una forma de derrotarte. Únete a otros aprendices, Sonea.
—Pero…
—¿Pero?
La chica suspiró.
—No me gusta, Dorrien. No quiero ser la líder de ninguna banda.
—Eso está bien —dijo él, sonriendo—. No tienes que ser como Regin. Tan solo ser una agradable compañía, lo cual no debería ser difícil. Yo creo que tu compañía es muy agradable.
Sonea apartó la mirada.
«Debería decirle algo ahora para desanimarle», pensó. Pero no se le ocurría nada. Cuando volvió a mirarle, vio una recelosa expresión de decepción en su rostro, y comprendió que ya había dicho suficiente al no responder.
El mago sonrió, pero esta vez no había brillo en sus ojos.
—¿Qué otras cosas has estado haciendo?
—No mucho. ¿Cómo está Rothen?
—Te echa muchísimo de menos. Sabes que te considera como una hija, ¿no? Fue bastante duro para él cuando yo me marché, pero era algo que sabía que ocurriría, y ya se había hecho a la idea para cuando llegó el momento. Contigo, fue una conmoción mayor.
Sonea asintió.
—Para ambos.
Cuando entró en el aula, Rothen indicó a los dos voluntarios dónde estaba la mesa de prácticas. Mientras los aprendices depositaban su carga, abrió el armario de suministros y comprobó que había suficiente material para la próxima clase.
—Lord Rothen —dijo uno de los chicos.
Alzando la cabeza, Rothen siguió la mirada del chico hasta la puerta. Le dio un vuelco el corazón cuando vio quién estaba allí.
—Lord Rothen —dijo Lorlen—. Desearía hablar con usted en privado.
Rothen asintió.
—Faltaría más, administrador.
Miró a los dos aprendices y les hizo un gesto con la cabeza en dirección a la puerta. Salieron a toda prisa del aula, deteniéndose para saludar respetuosamente a Lorlen.
Cuando la puerta se cerró tras ellos, Lorlen caminó hasta la ventana, con semblante tenso y preocupado. Rothen le observó, sabiendo que solo algo de suma importancia habría hecho que el administrador acudiera a él, desafiando la orden de Akkarin de no hablar entre ellos.
¿O le había pasado algo a Sonea? Rothen sintió que el temor se acrecentaba en su interior. ¿Se había presentado Lorlen para darle la horrible noticia, sabiendo que sería libre para enfrentarse a Akkarin?
—Hace un rato vi a tu hijo en el jardín —empezó a decir Lorlen—. ¿Se quedará por mucho tiempo?
Rothen cerró los ojos, aliviado. Se trataba de Dorrien, no de Sonea.
—Una semana —respondió.
—Estaba con Sonea. —Lorlen frunció el ceño—. ¿Ellos se hicieron… buenos amigos durante su última visita?
Rothen inspiró bruscamente. Había supuesto, y esperado, que el interés de Dorrien en Sonea fuera más que mera curiosidad. Por la pregunta de Lorlen, la pareja dejaba entrever lo suficiente para que el administrador sospechara que existía algo más entre ellos. Rothen tendría que haberse mostrado complacido, pero en cambio solo experimentó una sensación de alarma. ¿Qué haría Akkarin si lo descubría?
Rothen eligió las palabras cuidadosamente.
—Dorrien sabe que pasarán años antes de que Sonea sea libre para dejar el Gremio, y que puede que ella no desee unirse a él cuando llegue el momento.
Lorlen asintió.
—Quizá ese no sea suficiente desaliento.
—Con Dorrien, el desaliento a menudo es la mejor forma de alentarle —dijo Rothen irónicamente.
Por la mirada que le dirigió Lorlen, no le había hecho gracia.
—Eres su padre —dijo bruscamente—. Deberías saber mejor que nadie cómo convencerle.
Rothen apartó la mirada.
—Soy el primero que quiere que no se involucre en esto.
Lorlen suspiró y se miró las manos. Llevaba puesto un anillo, y el rubí engarzado resplandecía bajo la luz.
—Lo lamento, Rothen. Ya tenemos bastante de que preocuparnos. Confío en que harás todo lo que puedas. ¿Crees que Sonea advertirá el peligro y le rechazará?
—Sí.
Claro que lo haría. Rothen sintió una punzada de compasión por su hijo. ¡Pobre Dorrien! En cualquier caso, seguro que medio esperaba que Sonea perdiera el interés, habida cuenta de los años de estudio que le quedaban por delante y de sus largas ausencias. Pero si Dorrien conociera el verdadero motivo, probablemente le impulsaría a cometer alguna insensatez. Mejor que no lo supiera.
¿Cómo se sentía Sonea? ¿Le resultaba difícil rechazar a Dorrien? Rothen lanzó un suspiro. Cómo deseaba poder preguntarle.
Lorlen se acercó a la puerta.
—Gracias, Rothen. Dejo que sigas con tus preparativos.
Rothen asintió y miró al administrador mientras este se marchaba. Aunque entendía la actitud de resignación de Lorlen, le contrariaba.
«Se supone que debes encontrar una forma de salir de esto», pensó, con la vista puesta en la espalda del mago. El resentimiento se transformó en un sentimiento de desesperanza.
Si Lorlen no podía hallar una escapatoria, entonces ¿quién podría?
«Todavía es tarde —pensó difusamente Sonea—. Poco después de medianoche. ¿Por qué estoy despierta? ¿O acaso me ha despertado alg…?»
Sintió un ligero roce en la mejilla, frío. Una brisa. Abrió los ojos y se tomó un momento para registrar el cuadrado de oscuridad donde debería haber una puerta. Algo pálido se movió en esa oscuridad. Una mano.
Un instante después estaba completamente despierta. Un óvalo pálido flotaba sobre la mano. Por lo demás, su túnica negra lo hacía invisible.
«¿Qué está haciendo? ¿Por qué está aquí?»
El corazón le latía tan fuerte que estaba segura de que él lo oiría. Se obligó a respirar de forma pausada y regular, temiendo lo que haría si se daba cuenta de que estaba despierta y que era consciente de su presencia. Permaneció allí durante un tiempo agónicamente largo. Entonces, entre un parpadeo y el siguiente, desapareció. La puerta estaba cerrada.
Miró fijamente hacia la entrada. ¿Había sido un sueño?
Mejor creer que sí. La alternativa era demasiado aterradora. Sí, debía de haber sido una pesadilla…
La siguiente vez que despertó ya era de mañana. El recuerdo de sueños llenos de premoniciones y oscuras figuras se había unido al del vigilante nocturno, y los desechó todos mientras se levantaba y se ponía la túnica.