3. Contando historias


Mientras Tania, la sirvienta de Rothen, colocaba el desayuno en la mesa, Sonea se dejó caer en la silla y suspiró. Rothen levantó la mirada y, notando la expresión resignada e infeliz de su rostro, deseó haber podido regresar directamente tras la clase del día anterior, en lugar de pasar horas discutiendo las lecciones con lord Peakin.

—¿Cómo te fue ayer? —preguntó.

Sonea vaciló antes de responder.

—Ninguno de los aprendices sabe usar la magia. Todavía están aprendiendo Control, y lord Elben me dio un libro para leer.

—Todos los aprendices son incapaces de usar la magia cuando empiezan con nosotros. No desarrollamos sus poderes hasta que han recitado el juramento. Creí que te habrías dado cuenta de ello —dijo, y sonrió—. Haber desplegado tu poder de forma natural tiene sus ventajas.

—Pero pasarán semanas hasta que puedan comenzar las lecciones. Lo único que hice fue leer todo el rato el mismo libro… y era sobre cosas que ya sé. —Alzó la vista; en sus ojos había una chispa de esperanza—. ¿Por qué no me quedo aquí hasta que se pongan al día?

Rothen reprimió una carcajada.

—No frenamos el progreso de un aprendiz si él o ella aprende más rápido que los demás. Deberías aprovechar al máximo la oportunidad. Pide otro libro para leer, o prueba a ver si tu profesor está dispuesto a practicar algunos ejercicios contigo.

—No creo que a los demás aprendices le gustara eso —replicó Sonea haciendo una mueca.

El mago frunció los labios. Tenía razón, desde luego, pero también sabía que si pedía a Jerrik que la eximiera de sus clases hasta que los otros estuvieran preparados, el rector se negaría.

—Se espera de los aprendices que compitan entre ellos —le dijo—. Tus compañeros de clase siempre intentarán quedar por encima de ti, y que tú misma te frenes no supondrá ninguna diferencia. De hecho, perderás su respeto si sacrificas tu aprendizaje por temor a ofenderles.

Sonea asintió y bajó la mirada a la mesa. Rothen experimentó un ramalazo de compasión por la muchacha. No importaba lo mucho que la había aconsejado, tenía que ser confuso y frustrante estar de repente confinada en el insignificante mundillo de los aprendices.

—En realidad no les has cogido tanta delantera —le dijo—. Necesité semanas para enseñarte Control porque primero tenías que aprender a confiar en mí. Los estudiantes más rápidos estarán listos hacia finales de semana, y al resto le llevará como mucho dos. Se pondrán a tu altura antes de lo que esperas, Sonea.

Ella asintió. Cogió una cucharada de polvo de un frasco y lo mezcló con agua caliente de una jarra. El acre aroma de la raka alcanzó la nariz de Rothen. El mago torció el gesto mientras la chica bebía, preguntándose cómo podía tolerar aquel estimulante. La había persuadido para que probara el sumi, bebida popular en las Casas, pero no le había tomado el gusto.

Sonea tamborileó con las uñas contra el lateral de la taza.

—Issle también comentó algo extraño. Dijo que los hombres no deberían enseñar a las aprendices.

—¿Esa Issle es una chica elynea?

—Sí.

—Ah… —Suspiró—. Elyneos. Son más remilgados que los kyralianos en cuanto a la interacción entre chicas y chicos. Insisten en que sus hijas sean educadas por mujeres, y se muestran tan conmocionados si ven a una chica de cualquier raza siendo enseñada por un hombre que hemos adoptado esta «norma» para todas las aprendices. Irónicamente, tienen una mente bastante abierta en lo referente a las actividades de los adultos.

—Conmocionada —asintió Sonea—. Sí, así me pareció que estaba.

Rothen frunció el ceño.

—Quizá habría sido más sabio dejar que presumiera que contraté a una profesora para ti. Los elyneos pueden ser muy sentenciosos sobre cosas como esa.

—Ojalá me lo hubieras contado antes. Se mostró simpática al principio, pero… —Sonea sacudió la cabeza.

—Lo olvidará —le aseguró él—. Dale tiempo, Sonea. En pocas semanas tendrás unos cuantos compañeros, y te estarás preguntando qué era lo que tanto te preocupaba.

Ella contempló su taza de raka.

—Me conformaría con solo uno.

En el amplio despacho en penumbras del administrador del Gremio, un globo de luz mágica flotaba arriba y abajo, proyectando sombras que desfilaban por las paredes. Cuando Lorlen llegó al final de la carta, interrumpió su caminar y masculló una maldición.

—¡Veinte de oro por una botella!

Regresó a la silla, se sentó, abrió una caja y sacó una hoja de papel grueso. El sonido de los decididos trazos de su pluma al escribir llenó la habitación. Se detenía de vez en cuando, y entrecerraba los ojos mientras pensaba las palabras. Firmó la carta con una floritura, se reclinó en el asiento y estudió el resultado final.

Después, exhalando un suspiro, la dejó caer en la papelera bajo el escritorio.

Los proveedores del Gremio se habían aprovechado del dinero del rey durante siglos. Cualquier artículo doblaba o triplicaba su precio normal cuando el comprador era el Gremio. Era una de las razones por las que el Gremio cultivaba sus propias plantas medicinales.

Con los codos hincados en la mesa, Lorlen apoyó la barbilla en la palma de una mano y reconsideró la lista de precios de la carta del fabricante de vinos. Podría simplemente omitir el pedido de vino. Acarraería consecuencias políticas, desde luego, pero ninguna que no pudiera evitarse si se adquirían otros bienes de la misma Casa.

Pero el vino era el favorito de Akkarin. Elaborado a partir de la más fina variedad de bayas de vare, su sabor era dulce y generoso. El Gran Lord siempre guardaba una botella en su sala de invitados, y no le complacería que su provisión se agotara.

Lorlen torció el gesto y cogió una hoja de papel nueva. Entonces se detuvo. No debería consentir a Akkarin caprichos de este tipo. Nunca había tenido esa costumbre en el pasado, y Akkarin podría percatarse del cambio. Quizá se preguntara por qué Lorlen actuaba de un modo tan impropio de su personalidad.

Pero seguramente Akkarin debía de haber notado que ahora Lorlen rara vez se dejaba caer para una charla vespertina. Frunció el ceño mientras calculaba el tiempo transcurrido desde la última vez que reunió el coraje necesario para visitar al Gran Lord. Demasiado.

Lanzó un suspiro, apoyó la frente en las manos y cerró los ojos.

«Ah, Sonea. ¿Por qué tuviste que revelarme su secreto?»

El recuerdo cruzó su mente. El recuerdo de Sonea, no el suyo propio, pero aun así los detalles eran vívidos…

Está hechodijo Akkarin, entonces se quitó la capa, dejando al descubierto sus ropas manchadas de sangre. Bajó la vista y se observó—. ¿Has traído mi túnica?

Tras la respuesta entre dientes del sirviente, Akkarin se sacó la camisa de mendigo. Debajo llevaba un cinturón de cuero alrededor de la cintura, del que colgaba la vaina de una daga. Se refregó el cuerpo, luego salió del campo de visión y regresó vistiendo su túnica negra. Recogió la vaina, sacó una daga reluciente y empezó a limpiarla con una toalla. Cuando finalizó, miró al criado.

La pelea me ha debilitado. Necesito tu fuerza.

El sirviente cayó sobre una rodilla y le ofreció un brazo. Akkarin deslizó el filo por la piel de la muñeca del hombre, luego puso una mano sobre la herida…

Lorlen se estremeció. Abrió los ojos, inspiró profundamente y sacudió la cabeza.

Deseaba poder borrar los recuerdos de Sonea, tomarlos como algo inocente que había sido malinterpretado por una persona que siempre creyó que los magos eran perversos y crueles, pero era imposible que unos recuerdos tan nítidos fueran falsos. Y además, ¿cómo podía haberse inventado todo aquello cuando no comprendía lo que había presenciado? Casi sonrió ante la hipótesis de Sonea de que el mago de túnica negra era un asesino secreto del Gremio. La verdad era, de lejos, bastante peor, y por mucho que Lorlen lo anhelara, no podía ignorarlo.

Akkarin, su amigo más íntimo y Gran Lord del Gremio, practicaba la magia negra.

Lorlen siempre había albergado un silencioso orgullo por pertenecer, y ahora gestionar, la mayor alianza de magos que jamás había existido. Una parte de él se sentía indignada por el hecho de que el Gran Lord, quien debería representar todo lo que era respetable y bueno en el Gremio, llevara a cabo escarceos con magia prohibida, diabólica. Esa parte quería desvelar el crimen, despojar a aquel hombre potencialmente peligroso de su posición de influencia y autoridad.

Pero otra parte de él también reconocía el peligro de intentar enfrentarse al Gran Lord. Requería precaución. Lorlen se estremeció otra vez al rememorar el día, muchos años antes, en que se había celebrado el torneo para elegir al nuevo Gran Lord. En una prueba de fuerza, Akkarin no solo derrotó a los magos más poderosos del Gremio, sino que, en un ejercicio diseñado para descubrir sus límites, resistió con facilidad la fuerza combinada de veinte de los magos más poderosos.

Akkarin no siempre había sido tan fuerte. Lorlen era, de todos los magos, quien mejor lo sabía. Su amistad se remontaba hasta el primer día de ambos en la universidad. A lo largo de los años que duró su entrenamiento habían luchado muchas veces en la Arena y descubierto que sus límites eran similares. Sin embargo, los poderes de Akkarin habían continuado creciendo, de modo que para cuando regresó de sus viajes, ya superaba con creces a cualquier otro mago.

Ahora Lorlen se preguntaba si ese crecimiento había sido natural. El viaje de Akkarin había tenido como meta la búsqueda de conocimiento sobre magia de tiempos ancestrales. Había pasado cinco años explorando las Tierras Aliadas, pero cuando regresó, delgado y abatido, declaró que toda la información reunida se había perdido durante la etapa final del viaje.

¿Y si descubrió algo? ¿Y si descubrió la magia negra?

Y además estaba Takan, el hombre que Sonea había visto ayudando a Akkarin en la habitación subterránea. Akkarin había adoptado a Takan como sirviente durante sus viajes, y mantuvo los servicios del hombre tras su vuelta a casa. ¿Cuál era el papel de Takan en todo aquello? ¿Era una víctima de Akkarin o su cómplice?

La idea de que el sirviente fuese una víctima involuntaria le afligía, pero no podía interrogar al hombre sin desvelar que conocía el crimen de Akkarin. Era un riesgo demasiado grande.

Lorlen se masajeó las sienes. Durante meses había estado rumiando el asunto, intentando decidir qué hacer. Era posible que Akkarin hubiera jugueteado con la magia negra simplemente por curiosidad. Poco se sabía sobre ella, y obviamente existían formas de usarla que no implicaban el asesinato. Takan seguía vivo y desempeñando sus obligaciones. Sería una terrible traición a su amistad que Lorlen desvelara el crimen de Akkarin y provocara su expulsión, o incluso su ejecución, como consecuencia de lo que quizá consistía en un mero experimento.

Entonces ¿por qué tenía Akkarin la ropa manchada de sangre cuando Sonea lo vio?

Lorlen hizo una mueca. Algo horrible había sucedido aquella noche. «Está hecho», había dicho Akkarin. Una tarea cumplida. Pero ¿cuál? Y… ¿por qué?

Tal vez existiera una explicación razonable. Lorlen suspiró.

«Tal vez solo deseo que exista una.»

¿Su indecisión para actuar era simplemente una renuencia a descubrir que su amigo era culpable de crímenes terribles, o una renuencia a ver al hombre que había admirado y en el que había confiado durante tantos años convertido en un monstruo sediento de sangre?

En cualquier caso, no podía interrogar a Akkarin. Tendría que hallar otro modo.

En los últimos meses había configurado una lista mental con la información que necesitaba. ¿Por qué practicaba Akkarin la magia negra? ¿Desde cuándo? ¿Qué era capaz de hacer Akkarin con esta magia? ¿Cuán fuerte era y cómo podía ser derrotado? Aunque Lorlen estuviera quebrantando la ley al buscar datos sobre magia negra, el Gremio necesitaba conocer las respuestas a estas cuestiones por si llegaba el momento de enfrentarse a Akkarin.

Tuvo poco éxito en la biblioteca de los magos, pero eso no constituyó una sorpresa. Los magos superiores habían recibido la instrucción en magia negra suficiente para poder reconocerla; el resto del Gremio solo sabía que estaba prohibida. Una información más extensa no debería ser fácil de encontrar.

Necesitaba buscar en otra parte. Lorlen había pensado inmediatamente en la Gran Biblioteca de Elyne, un almacén de conocimiento mayor incluso que el del Gremio. Entonces recordó que la Gran Biblioteca había sido la primera parada en el trayecto de Akkarin, y comenzó a plantearse si podría encontrar algunas respuestas rastreando los pasos de su amigo.

Pero no podía dejar el Gremio. Su posición como administrador demandaba una atención constante, y un viaje de tales características con seguridad atraería la curiosidad de Akkarin, lo cual implicaba que otro debía ir en su lugar.

Lorlen había reflexionado cuidadosamente sobre a quién podría confiar tal tarea. Tenía que ser alguien lo bastante prudente para ocultar la verdad si llegara el caso. También necesitaba a alguien experto en desenterrar secretos.

La elección había sido sorprendentemente fácil.

Lord Dannyl.

Cuando los aprendices entraron en el refectorio, Sonea fue tras sus pasos. Regin, Gennyl y Shern no se habían reincorporado a la clase al final de la lección matutina, por lo que Sonea había seguido al resto. El recinto era una sala grande que contenía varios conjuntos de mesas y sillas. Había sirvientes que constantemente entraban de una cocina anexa, llevando bandejas cargadas con comida de las que los estudiantes podían elegir.

Ninguno de los aprendices protestó cuando Sonea se atrevió a unirse a ellos. Unos pocos la miraron con recelo mientras cogía los cubiertos, pero el resto la ignoró.

Como el día previo, la conversación entre los aprendices fue torpe al principio. La mayoría de ellos se mostraban tímidos e inseguros entre sí. Entonces Alend contó a Kano que había vivido en Vin un año, y los demás empezaron a interrogarle sobre aquella tierra. Las preguntas pronto se extendieron a los hogares y familias de los otros aprendices, y entonces Alend miró a Sonea.

—¿Así que te criaste en las barriadas?

Todas las caras se volvieron hacia Sonea. Terminó de masticar y tragó, consciente del repentino interés de todos ellos.

—Durante unos diez años —les dijo—. Vivía con mi tío y mi tía. Después tuvimos una habitación en la Cuaderna Septentrional.

—¿Y tus padres?

—Mi madre murió cuando yo era una niña. Mi padre… —Se encogió de hombros—. Se marchó.

—¿Y te dejó sola en las barriadas? ¡Eso es horrible! —exclamó Bina.

—Mis tíos me cuidaron. —Sonea se las apañó para sonreír—. Y tenía muchos amigos.

—¿Sigues viendo a tus amigos? —preguntó Issle.

Sonea negó con la cabeza.

—No mucho.

—¿Y tu amigo-ladrón, el que lord Fergun encerró bajo la universidad? ¿No ha vuelto en varias ocasiones?

—Sí —contestó asintiendo con la cabeza.

—Pertenece a los ladrones, ¿verdad? —preguntó Issle.

Sonea vaciló. Podía negarlo, pero ¿la creerían?

—No lo sé con certeza. En seis meses pueden cambiar muchas cosas.

—¿Tú también fuiste una ladrona?

—¿Yo? —Sonea soltó una risilla—. No todo el mundo que vive en las barriadas trabaja para los ladrones.

Los otros parecion relajarse un poco. Unos cuantos incluso asintieron con la cabeza. Issle les echó una mirada, después puso mala cara.

—Pero robabas cosas, ¿no? —dijo—. Eras como esos rateros del mercado.

Sonea notó un rubor en la cara, y supo que su reacción la había traicionado. Si lo negaba, asumirían que mentía. Quizá la verdad le haría ganarse su simpatía…

—Sí, robé comida y dinero cuando era una niña —admitió, forzándose a sí misma a levantar la cabeza y mirar desafiante a Issle—. Pero solo cuando pasaba hambre, o cuando llegaba el invierno y necesitaba zapatos y ropas de abrigo.

Los ojos de Issle brillaron triunfantes.

—Así que eres una ladrona.

—Pero era una niña, Issle —protestó Alend débilmente—. Tú también robarías si no tuvieras nada para comer.

Los otros miraron a Issle con cara de desaprobación, pero ella apartó la cabeza con actitud desdeñosa; a continuación se inclinó hacia Sonea y clavó en ella una gélida mirada.

—Responde sinceramente —la retó—. ¿Has matado alguna vez a alguien?

Sonea devolvió la mirada a Issle y sintió una creciente ira. Quizá si Issle conociera la verdad, la próxima vez vacilaría antes de meterse con ella.

—No lo sé.

Los otros se volvieron a mirar a Sonea.

—¿Qué quieres decir? —dijo Issle con sorna—. O lo has hecho o no.

Sonea posó la vista en la mesa; luego giró la cabeza hacia la chica, con los ojos entornados.

—De acuerdo, pues tenéis que saberlo. Una noche, hace unos dos años, un hombre me agarró y me empujó a un callejón. Él… bueno, podéis estar seguros de que no iba a preguntarme por una dirección. Cuando conseguí liberar un mano, le clavé mi cuchillo y salí corriendo. No me quedé por allí, así que no sé si sobrevivió o no.

Los demás callaron durante varios minutos.

—Podrías haber gritado —sugirió Issle.

—¿Crees de verdad que alguien va a arriesgar su vida para salvar a una niña pobre? —preguntó fríamente Sonea—. El hombre podría haberme cortado el cuello para hacerme callar, o podría haber atraído a más matones.

Bina se estremeció.

—Qué horror.

Sonea sintió una chispa de esperanza ante la empatía de la chica, pero desapareció con la siguiente pregunta.

—¿Llevas un cuchillo?

Al reconocer el acento lonmariano, Sonea se volvió y se topó con los ojos verdes de Elayk.

—Como todo el mundo. Para abrir paquetes, pelar fruta…

—Cortar las correas de las bolsas —agregó Issle.

Sonea dirigió a la chica una mirada inexpresiva. Issle, a su vez, la observó con frialdad.

«Es obvio que perdí el tiempo ayudando a esta», pensó Sonea.

—Sonea —llamó de pronto una voz—. Mira lo que te he guardado.

Los aprendices se giraron cuando una figura familiar se acercó con aire despreocupado a la mesa, sosteniendo un plato. Regin sonrió abiertamente, y después arrojó el plato delante de Sonea. Ella se ruborizó al ver que estaba cubierto de cortezas de pan y sobras de comida.

—Eres un chico generoso y bien educado, Regin —dijo Sonea, apartando el plato—. Gracias, pero ya he comido.

—Pero debes de seguir hambrienta —dijo él en un tono de fingida compasión—. Mírate, tan pequeña y flacucha. De verdad que tienes aspecto de necesitar una buena comida, o tres. ¿Tus padres no te alimentaron apropiadamente?

El muchacho empujó el plato de nuevo hacia ella.

Sonea lo retiró.

—No, en realidad no lo hicieron.

—Están muertos —declaró alguien.

—Bueno, ¿por qué no te lo llevas por si te entra hambre más tarde?

Con un rápido movimiento, Regin empujó el plato hasta el borde la mesa y lo hizo caer en el regazo de Sonea. Los aprendices dejaron escapar algunas risas ahogadas cuando los restos de comida grasienta salpicaron su túnica y el suelo, cubriéndolo todo con una espesa salsa marrón. Sonea maldijo, olvidando las cuidadas instrucciones de Rothen, e Issle profirió un pequeño sonido de repulsión.

Alzó la vista y abrió la boca para hablar, pero en ese instante el gong de la universidad comenzó a sonar.

—¡Oh, querida! —exclamó Regin—. Hora de clase. Lamento que no podamos quedarnos para verte comer, Sonea. —Se volvió hacia los otros—. Vamos, todos. No queremos llegar tarde, ¿verdad?

Regin se alejó con paso arrogante, y los demás le siguieron. Pronto Sonea fue la única aprendiz que quedó en el refectorio. Se levantó suspirando, mientras sostenía contra el pecho los desechos de comida, y con cuidado volvió a poner el plato encima de la mesa. Inspeccionó la pegajosa salsa marrón que cubría su túnica y lanzó otra maldición, en voz baja.

¿Qué iba a hacer ahora? No podía asistir a la siguiente clase cubierta de manchas de comida. El profesor la enviaría a su habitación a cambiarse de ropa, lo que proporcionaría a Regin más argumentos para regodearse. No, primero tendría que ir a los aposentos de Rothen, y después pensar en una excusa más mundana para su tardanza.

Con la esperanza de no encontrarse a demasiadas personas en el camino, salió en dirección al alojamiento de los magos.

Dannyl sofocó un gemido al oír a los marineros reunirse en el espacio común al final del pasillo. Iba a ser otra larga noche. Una vez más, Jano fue a buscar a Dannyl y la tripulación saludó con vítores su llegada. Una botella apareció de alguna parte, y empezaron a tomar tragos de siyo, el potente licor aromático de origen vindeano. Cuando le llegó el turno, Dannyl pasó la botella directamente a Jano, ganándose una socarrona expresión de desaprobación por parte de los marineros.

Una vez que todos hubieron bebido, los marineros empezaron a discutir con afabilidad en su apocopada lengua nativa. Cuando finalmente llegaron a un acuerdo, comenzaron a cantar, instando a Dannyl para que se les uniera. En ocasiones previas había rehusado, pero esta vez clavó en Jano una adusta mirada.

—Me prometiste que traducirías.

El hombre sonrió abiertamente.

—Canción no le gustará.

—Deja que yo decida eso.

Jano titubeó mientras escuchaba la letra.

—En Capia mi amor tiene el pelo rojo, rojo… y pechos como sacos de tenn. En Tol-Gan mi amor tiene piernas fuertes, fuertes… y con ellas me envuelve. En Kiko mi amor tiene… eh… —Jano se encogió de hombros—. No conozco su palabra para eso.

—Me lo puedo imaginar —respondió Dannyl, sacudiendo la cabeza con tristeza—. Es suficiente. Creo que no quiero saber lo que estoy cantando.

Jano se echó a reír.

—Ahora me dice por qué no bebe siyo, ¿yai?

—El siyo huele fuerte. Potente.

—¡Siyo es potente! —dijo Jano con orgullo.

—No es una buena idea emborrachar a un mago —repuso Dannyl.

—¿Por qué no?

Dannyl frunció los labios, pensando en cómo explicarlo en términos que el vindeano pudiera entender.

—Cuando estás borracho, muy borracho, dices y haces cosas mal, o sin querer, ¿yai?

Jano se encogió de hombros y dio una palmadita a Dannyl.

—No preocuparse. No contaré a nadie.

Dannyl sonrió y sacudió la cabeza.

—No es bueno hacer magia mal, o sin querer. Puede ser peligroso.

Jano frunció el ceño, luego sus ojos se abrieron ligeramente.

—Pues le damos sorbito pequeño de siyo.

Dannyl se echó a reír.

—Muy bien.

Agitando la mano, Jano hizo señas a los marineros para que le pasaran el licor. Limpió la boca de la botella con la manga y se la ofreció a Dannyl.

Sabiendo que los demás le observaban atentamente, Dannyl se llevó la botella a los labios y dio un sorbito. Su boca se llenó con un agradable sabor a nueces, y un ardor le abrasó la garganta cuando tragó. Tomó aire y exhaló lentamente, apreciando cómo se extendía ese calor por su cuerpo. Los marineros le vitorearon cuando sonrió y asintió con un gesto de aprobación.

Jano devolvió la botella a los otros y entonces palmeó el hombro de Dannyl.

—Yo contento de no ser mago. Gustar licor pero no poder beber… —Meneó la cabeza—. Muy triste.

Dannyl se encogió de hombros.

—También me gusta la magia.

Los marineros rompieron a cantar de nuevo y, sin que Dannyl se lo pidiera, Jano tradujo la canción. Dannyl se encontró riendo ante la absurda vulgaridad de la letra.

—¿Qué significa eyoma?

—Sanguijuela marina —respondió Jano—. Cosa mala, mala. Le cuento la historia.

Súbitamente los demás se callaron y miraron a Jano y a Dannyl con ojos brillantes.

—Sanguijuela marina es como brazo de mano a codo. —Jano levantó su brazo para ilustrarlo—. Nada en grupos pequeños casi todo el tiempo, pero se juntan para criar muchas sanguijuelas, y muy, muy peligrosas. Trepan por lado de barco pensando que es roca, y marineros tienen que matar, matar, matar, o eyoma se pega y chupa la sangre.

Dannyl miró a los otros marineros, que asentían con ahínco. De pronto empezó a sospechar que aquella historia podría ser falsa o una exageración: un cuento de terror que los hombres de mar contaban a los viajeros. Miró a Jano con los ojos entrecerrados, pero el hombre estaba demasiado enfrascado en la historia para darse cuenta.

—La sanguijuela marina chupa sangre de todos los peces grandes en agua. Si barco se hunde, hombres intentan nadar a la orilla, pero si sanguijuela marina los encuentra, se cansan rápido y mueren. Si hombre cae al agua en estación de cría, se ahoga por el peso de muchas sanguijuelas. —Miró a Dannyl, con los ojos abiertos como platos—. Forma horrible de morir.

A pesar de su escepticismo, Dannyl sintió un escalofrío ante la descripción del hombre. Jano le dio otra palmadita en el brazo.

—No preocuparse. Sanguijuela marina vive en agua templada. Arriba en el norte. Hay más siyo. Olvidar historia.

Dannyl aceptó la botella y tomó un modesto sorbito. Uno de los marineros empezó a tararear y pronto todos estuvieron cantando efusivamente. Dannyl permitió que le insistieran y acabó uniéndose a la canción, pero calló cuando se abrió la puerta de la cubierta y apareció el capitán.

Cuando el capitán descendió, la tripulación se calmó un poco, pero no dejó de cantar, en voz más baja. Numo saludó a Dannyl con la cabeza.

—Tengo algo que darle, milord.

Hizo una señal para que Dannyl le siguiera, y echó a andar por el pasillo hacia su camarote. Dannyl se puso de pie e hizo frente al vaivén del barco apoyando una mano en cada pared. Cuando traspasó la puerta del camarote de Numo, se halló en un compartimiento que, en contra de la afirmación de Jano, era al menos cuatro veces mayor que el suyo.

Había cartas de navegación desplegadas sobre una mesa en el centro de la habitación. Numo había abierto un aparador y sostenía una caja. Se sacó una llave de debajo de la camisa, abrió la tapa y extrajo un trozo de papel doblado.

—Pidieron que le diera esto antes de llegar a Capia.

Numo tendió el papel a Dannyl, después señaló una silla. Dannyl se sentó y examinó el sello. Tenía estampado el símbolo del Gremio, y el papel era de la más fina calidad.

Rompió el sello, desdobló el papel y al instante reconoció la caligrafía del administrador Lorlen.

Al segundo embajador del Gremio en Elyne, Dannyl, de la familia Vorin, Casa Tellen: Debe perdonarme por disponer que la entrega de esta carta se realice después de su partida. Tengo una tarea que desearía que completara para mí, aparte de sus obligaciones como embajador. Esta tarea habrá de quedar en secreto, al menos por ahora, y esta forma de entrega es una pequeña precaución a tal efecto.

Como sabe, el Gran Lord Akkarin dejó Kyralia hace unos diez años para recopilar información sobre magia ancestral, una búsqueda que no fue completada. Su misión consistirá en recorrer sus pasos, volver a visitar todos los lugares que él visitó y averiguar quién le ayudó en su búsqueda, además de recopilar datos sobre el tema.

Por favor, reenvíeme toda la información a través de un mensajero. No se comunique conmigo de manera directa. Espero sus noticias.

Con mi agradecimiento,

Administrador LORLEN

Después de leer la carta varias veces, Dannyl la dobló de nuevo. ¿En qué andaba metido Lorlen? ¿Seguir los pasos del viaje de Akkarin? ¿Comunicación solo a través de un mensajero?

Abrió la carta una vez más y le echó otra rápida ojeada. Quizá Lorlen pedía confidencialidad simplemente porque no quería que se supiera que estaba sacando partido de la posición de embajador de Dannyl para tratar un asunto privado.

Ese asunto privado, sin embargo, era la exploración de Akkarin. ¿Sabía el Gran Lord que Lorlen estaba reavivando la búsqueda de sabiduría ancestral?

Consideró las posibles respuestas a esa pregunta. Si Akkarin lo sabía, entonces, presumiblemente, lo aprobaba. ¿Y si no lo sabía? Dannyl sonrió irónicamente. Quizá existía algo semejante a una sanguijuela marina en las historias de Akkarin, y Lorlen quería saber si era cierto.

O quizá Lorlen quería tener éxito allí donde su amigo había fracasado. La pareja había competido entre sí siendo aprendices. Lorlen, obviamente, no podía reanudar la búsqueda él mismo, y por lo tanto había reclutado a otro mago para actuar en su nombre. Dannyl sonrió.

«Y me ha escogido a mí.»

Volvió a doblar la carta, se levantó y se preparó para hacer frente al balanceo del barco. Sin duda Lorlen le revelaría con el tiempo sus razones para mantener el secreto. Entretanto, Dannyl sabía que disfrutaría del permiso para husmear en el pasado de alguien, en particular de alguien tan misterioso como el Gran Lord.

Dannyl se despidió de Numo con un gesto de la cabeza, abandonó el camarote, guardó la carta entre sus pertenencias, y regresó con Juno y la jovial tripulación.