Al abrir la puerta, un torrente de luz intensa deslumbró a Lorlen. Se protegió del sol haciendo visera con una mano y salió tras Akkarin al tejado de la universidad.
—Tenemos compañía —observó Akkarin.
Siguiendo la mirada de su compañero, Lorlen divisó una figura solitaria con una túnica roja de pie junto a la barandilla.
—Lord Yikmo. —Lorlen frunció el ceño—. Balkan le habrá concedido acceso.
Akkarin emitió por lo bajo un sonido desaprobatorio.
—Hay tantas identidades grabadas en la puerta que me preguntó por qué nos molestamos en candarla.
Echó a andar hacia el guerrero. Lorlen se apresuró a ir tras él, preocupado por que Akkarin pretendiera revocar a Yikmo el acceso al tejado.
—Balkan no le habría otorgado acceso si no le tuviera en gran consideración.
—Desde luego. Nuestro líder de guerreros sabe que sus métodos de enseñanza no son apropiados para todos los aprendices. Con certeza es consciente de que Yikmo desvía la atención de su propia debilidad.
Yikmo no se había percatado de su cercanía. El guerrero estaba inclinado sobre la barandilla; algo más abajo acaparaba toda su atención. Levantó la mirada cuando Akkarin estuvo a unos pocos pasos de distancia y se enderezó apresuradamente.
—Gran Lord. Administrador.
—Saludos, lord Yikmo —saludó Akkarin con amabilidad—. No te he visto aquí arriba antes.
Yikmo negó con la cabeza.
—Raramente subo; solo cuando necesito pensar. Había olvidado lo magníficas que son las vistas desde aquí.
Lorlen contempló los terrenos, y la ciudad a un lado. Paseó la mirada hasta los jardínes y vio que unos cuantos aprendices se habían aventurado fuera para el descanso de enmedio. Aunque la nieve aún cubría el suelo, el sol anunciaba la inminente calidez primaveral.
Había una figura familiar muy cerca de ellos. Sonea estaba sentada en uno de los bancos del jardín, con la cabeza inclinada sobre un libro.
—La causa de mis meditaciones —admitió Yikmo.
—¿Está mejorando? —preguntó Akkarin.
—No tan rápidamente como había esperado… —Yikmo suspiró—. Todavía vacila al lanzar azotes. Estoy empezando a comprender por qué.
—¿Sí?
Yikmo torció la boca en una sonrisa.
—Es demasiado buena persona.
—¿En qué circunstancias?
—Le preocupa que pueda herir a alguien, incluso a sus enemigos. —Yikmo frunció el ceño y miró directamente al Gran Lord—. La noche pasada descubrí a Regin y a varios aprendices torturando a Sonea. La habían desgastado casi hasta la extenuación, y estaban usando azotes de paro.
Lorlen sintió que el corazón le daba un vuelco.
—Azotes de paro —dijo entre dientes.
—Les recordé las reglas del Gremio, y los mandé a sus habitaciones.
Yikmo miró al Gran Lord con expresión expectante, pero Akkarin no respondió. Observó fijamente a Sonea, con una mirada tan intensa que Lorlen se preguntó cómo era posible que la chica no la sintiera.
—¿Cuántos aprendices había? —preguntó.
Yikmo apartó la mirada mientras repasaba.
—Doce o trece. Puedo identificar a la mayoría.
Akkarin asintió con la cabeza.
—No será preciso. No hay necesidad de llamar más la atención sobre el incidente. —Su oscura mirada se volvió hacia el guerrero—. Gracias por informarme, Yikmo.
Yikmo hizo una pausa como si fuera a añadir algo más, después asintió y se alejó en dirección a la puerta. Cuando el guerrero desapareció, la mirada de Akkarin volvió a posarse sobre Sonea. Esbozó una sutil sonrisa.
—Doce o trece. Su fuerza aumenta rápidamente. Recuerdo a un aprendiz en mi clase cuyo poder creció a un ritmo semejante.
Lorlen contempló a Akkarin atentamente. Bajo la brillante luz del sol, la piel pálida del Gran Lord tenía un aspecto enfermizo. Una sombra se extendía bajo sus ojos, pero tenía una mirada perspicaz.
—Por lo que yo recuerdo, tú progresaste igual de rápido.
—A menudo me he planteado si habría sido así de no haber estado constantemente intentando ser mejor que el otro.
Lorlen se encogió de hombros.
—Probablemente.
—No sé. Quizá la rivalidad fue beneficiosa para nosotros.
—¿Beneficiosa para nosotros? —Lorlen soltó una carcajada breve—. Beneficiosa para ti. Créeme, no hay nada bueno en ser segundo. A tu lado, bien podría haber sido invisible, al menos en lo que a las damas se refiere. Si hubiera sabido que ambos terminaríamos solteros, no habría estado tan celoso de ti.
—¿Celoso? —La sonrisa de Akkarin se desvaneció. Se volvió y oteó el horizonte—. No. No tienes que estar celoso.
La respuesta fue casi inaudible, tanto que el administrador dudó si realmente la había oído. Lorlen abrió la boca para preguntar por qué no debería estarlo, pero la mirada de Akkarin se había desplazado a la atalaya en ruinas.
—¿Cómo van los planes de Davin para la atalaya?
Lorlen dejó escapar un suspiro, ignoró la pregunta y centró su mente de nuevo en los asuntos del Gremio.
A primera hora de la tarde, Dannyl y Tayend ya habían dejado atrás la última de las ruinosas casas de las afueras de Capia. Granjas y huertos cubrían las colinas formando cuadrados de distintos verdes. Ocasionalmente una parcela de tierra recién removida salpicaba de marrón rojizo aquella cuadrícula.
Los caballos caminaban al paso a un ritmo relajado. Los sirvientes se habían adelantado para anunciar su llegada en la primera parada, el hogar de la hermana de Tayend. Dannyl respiró hondo y suspiró con satisfacción.
—Es bueno volver a viajar, ¿verdad? —dijo Tayend.
Dannyl miró sorprendido a su compañero.
—¿Estabas realmente deseándolo?
—Sí. ¿Por qué no debería?
—Había pensado que nuestro último viaje te había disuadido de emprender más.
Tayend se encogió de hombros.
—Tuvimos algunas experiencias desagradables, pero no todo fue malo. Esta vez permaneceremos dentro de las fronteras de Elyne, y en tierra firme.
—Estoy seguro de que podremos encontrar un lago o un río donde alquilar un bote, por si echas en falta esa sensación de aventura que anhelabas.
—Husmear en las bibliotecas de otras personas será suficiente aventura —dijo Tayend con firmeza. Escudriñó el horizonte y entornó los ojos—. Me preguntó qué Dem tendrá los libros que buscamos.
—Si alguno de ellos los tiene. —Dannyl alzó los hombros—. Por lo que sabemos, Akkarin pudo haber visitado a un Dem en cualquier otra parte, y viajó a las montañas por un motivo completamente distinto.
—Pero ¿adónde fue después? —Tayend echó un vistazo a Dannyl—. Eso es lo que más me intriga. Sabemos que Akkarin viajó a las montañas. Después de eso no hay ninguna mención de él. Ni en los registros de la ciudad, ni en los recuerdos de la gente. Dudo que pudiera haber vuelto a Capia en secreto, y además eso ocurrió varios años antes de regresar al Gremio. ¿Se quedó en las montañas todo el tiempo? ¿Las recorrió, hacia el norte o hacia el sur? ¿O las atravesó?
—¿Adentrándose en Sachaka?
—Tendría sentido. El Imperio sachakano no se remonta a tiempos tan remotos para llamarlo ancestral, pero era una sociedad extremadamente mágica, y puede que hallara referencias a culturas incluso más antiguas.
—Tenemos mucho material en nuestras bibliotecas sobre ese imperio —dijo Dannyl—. Pero dudo que quede algo por encontrar en Sachaka. Lo que el Gremio no se llevó tras la guerra lo destruyó.
Tayend levantó las cejas.
—Qué amable de su parte.
Dannyl se encogió de hombros.
—Eran tiempos distintos. El Gremio estaba recién formado, y tras los horrores de la guerra los magos estaban resueltos a prevenir otra. Sabían que si permitían que los magos sachakanos conservaran sus conocimientos de magia, estallarían guerras interminables entre los dos países, por venganza.
—Por lo que lo convirtieron en un páramo.
—Parcialmente. Más allá hay suelo fértil, granjas y pueblos. Y está Arvice, la capital.
Tayend frunció el ceño.
—¿Crees que Akkarin fue allí?
—Nunca he sabido de nadie que lo mencionara.
—Pero si visitó Sachaka, ¿por qué guardárselo para sí? —Tayend hizo una pausa para reflexionar—. Quizá pasó allí todos aquellos años investigando el Imperio sachakano y no encontró nada, y luego le resultó demasiado embarazoso admitirlo. O… —Tayend sonrió—. Quizá pasó el tiempo ocioso y no quiso admitirlo… o hizo algo que el Gremio no aprobaría… o se enamoró de alguna joven sachakana, se casó con ella y juró que nunca regresaría, pero entonces ella murió, o lo abandonó, y…
—No nos dejemos llevar por las conjeturas, Tayend.
Tayend sonrió burlonamente.
—O quizá se enamoró de un joven muchacho sachakano, y al final fue descubierto y expulsado del país.
—Es el Gran Lord de quien estás hablando, Tayend de Tremmelin —dijo Dannyl con severidad.
—¿Te ofende que sugiera tal cosa? —Había un rastro de desafío en el tono de voz del académico. Dannyl le respondió con la misma mirada.
—Aunque esté indagando un poco en su pasado como ayuda a mi investigación, Tayend, eso no significa que no rinda respeto a su persona o a su posición. Si algo fuera una ofensa para él, o su posición se viera amenazada por la sospecha, entonces le pondría freno.
—Ya veo. —Tayend bajó la mirada a las riendas, con expresión sombría.
—Pero de todas formas —agregó Dannyl—, lo que sugieres es imposible.
Tayend sonrió maliciosamente.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Porque Akkarin es un mago poderoso. ¿Expulsado a la fuerza de Sachaka? ¡Ja! ¡Inconcebible!
El académico se echó a reír y sacudió la cabeza. Después de permanecer callado durante un rato, frunció el ceño.
—¿Qué haremos si averiguamos que Akkarin viajó a Sachaka? ¿Iremos también?
—Hummm. —Dannyl se volvió y siguió hacia atrás la carretera con la mirada. Capia había desaparecido tras las ondulantes colinas—. Eso depende del tiempo que necesite para cumplir con mis obligaciones como embajador del Gremio.
Cuando oyó a Errend quejarse de su inminente gira bianual por el país, Dannyl se había ofrecido a ocupar su lugar, pensando que sería una oportunidad ideal para dejar Capia y continuar su investigación sin generar interrogantes sobre si eludía sus responsabilidades. Errend se había mostrado encantado.
Para desgracia de Dannyl, se había enterado de que recorrería el país entero serpenteándolo, lo cual le exigiría pasar semanas en lugares donde no había bibliotecas privadas, y de que no partiría hasta el verano. Impaciente por empezar, Dannyl había persuadido a Errend para organizar antes el viaje, pero no hubo modo de omitir ni uno solo de los destinos marcados en el mapa de ruta.
—¿Y qué harás exactamente? —preguntó Tayend.
—Presentarme a los Dem del país, controlar a los magos, y confirmar el potencial mágico de los niños que el rey enviará al Gremio. Espero que no encuentres todo esto muy aburrido.
Tayend se encogió de hombros.
—Podré curiosear las bibliotecas privadas. Eso compensa diez viajes. Y me da la oportunidad de visitar a mi hermana.
—¿Cómo es ella?
El rostro de Tayend se iluminó con una sonrisa radiante.
—Maravillosa. Creo que dedujo que era un doncel antes que yo. Te gustará, creo, aunque tiene una forma de ir al grano que es bastante desconcertante. —Señaló hacia un punto de la carretera—. ¿Ves aquella hilera de árboles en la colina, más adelante? Allí es donde comienza el camino hasta su propiedad. Vamos. No sé tú, pero yo estoy hambriento.
Tayend espoleó su caballo, y al mismo tiempo Dannyl sintió que su propio estómago rugía. Miró hacia los árboles que Tayend le había indicado y picó suavemente los flancos de su montura con las botas. Pronto salieron de la carretera, pasaron bajo un arco de piedra y cabalgaron hacia una hacienda distante.
Al regresar a la biblioteca tras su lección nocturna, Sonea se fijó en las sombras bajo los ojos de Tya.
—¿Se quedó hasta muy tarde la pasada noche, milady?
La bibliotecaria asintió con la cabeza.
—Cuando llegan estas entregas, no tengo más remedio. No hay otro momento para ordenarlas. —Se le escapó un bostezo, y luego sonrió—. Gracias por venir a ayudarme.
Sonea le quitó importancia con un ademán.
—¿Estas cajas son también para la biblioteca de los magos?
—Sí. Nada demasiado apasionante. Solo más libros de texto.
Cogieron una pila de cajas cada una y se pusieron en camino por los pasillos. Lord Jullen alzó las cejas cuando Sonea siguió a Tya al interior de la biblioteca de los magos.
—Conque ya has encontrado a un asistente —comentó—. Creía que Lorlen denegó la petición.
—Sonea se ha ofrecido por voluntad propia.
—¿No deberías estar estudiando, Sonea? Se supone que la aprendiz del Gran Lord tiene mejores cosas que hacer que acarrear cajas.
Sonea miró a su alrededor, manteniendo una expresión neutral.
—¿Puede usted sugerir un lugar mejor para pasar mi tiempo libre, milord?
El bibliotecario contrajo los labios y luego resopló.
—Mientras no sea más que tiempo libre… —Miró a Tya—. Ya me retiro. Buenas noches.
—Buenas noches, lord Jullen —respondió Tya.
Cuando el severo mago se hubo marchado, Tya se dirigió al almacén. Sonea se echó a reír.
—Creo que tiene envidia.
—¿Envidia? —Tya se volvió y frunció el ceño—. ¿De qué?
—De que usted tenga una ayudante. La aprendiz del Gran Lord, nada menos.
La mujer alzó una ceja.
—Te atribuyes un gran valor.
Sonea hizo una mueca.
—No fue por elección mía. Pero apostaría a que a Jullen le fastidia un poco que usted tenga una ayudante tan voluntariosa.
Tya apretó la boca, como si estuviera resistiendo el impulso de sonreír.
—Aprisa, pues. Si deseas ser de alguna ayuda, no te quedes ahí especulando.
Sonea siguió a Tya al cuarto trasero, depositó las cajas encima de un arcón y empezó a desempaquetarlas. Resistió la tentación de mirar la vitrina de los libros y mapas antiguos, y en su lugar se concentró en la tarea de colocar y ordenar. Tya en varias ocasiones hizo una pausa para bostezar.
—¿Hasta cuándo se quedó anoche? —preguntó Sonea.
—Hasta muy tarde —admitió Tya.
—¿Por qué no me deja a mí hacer esto?
Tya le dirigió una mirada incrédula.
—Verdaderamente tienes mucha energía, Sonea —dijo tras un suspiro—. No debería dejarte aquí sola… y te quedarás encerrada dentro. Tendré que volver para dejarte salir.
Por lo visto, a Sonea no le importaba.
—Estoy segura de que no se olvidará de mí. —Bajó la mirada a los libros—. Puedo ayudar con esto, pero no con el trabajo de catalogación. Usted bien podría volver y terminarlo.
Tya asintió lentamente.
—Muy bien. Vendré a buscarte en una hora. —Sonrió—. Gracias, Sonea.
La muchacha acompañó a la bibliotecaria hasta la puerta y la observó alejarse. Sintió una creciente excitación mientras los pasos de Tya se perdían en la distancia. Se dio la vuelta y contempló la biblioteca. El polvo suspendido en el aire emitía un matiz amarillento por el resplandor de su globo de luz. Las estanterías de libros se adentraban en la oscuridad, como si se extendieran interminablemente.
Sonriendo para sí misma, regresó al almacén y colocó los libros de texto lo más rápidamente posible. Contaba los minutos, consciente de que solo tenía una hora. Una vez que las cajas estuvieron desempaquetadas, las abandonó y se acercó a la vitrina.
Examinó la cerradura detenidamente, tanto con los ojos como con la mente. Tya había hablado de un candado, y era razonable que una importante reserva de conocimiento estuviera protegida con magia. La inspección confirmó sus sospechas.
Aunque la cerradura física no era más complicada que cualquiera de las que había forzado anteriormente, no tenía ni idea de si sería posible sortear un candado mágico. Incluso si lo lograba, la intrusión podría ser detectable, y el intruso identificado.
Cuando Cery le enseñó a forzar cerraduras, también le dijo que buscara antes otra alternativa. A veces había formas más rápidas de penetrar en algo sin forzarlo. Buscó las bisagras de las puertas, y maldijo en voz baja cuando reparó en que estaban por dentro de la vitrina.
Empezó a examinar el mueble entero, inspeccionando detenidamente las uniones y los bordes. La vitrina era antigua, pero robusta y bien fabricada. Arrugó la boca pensativamente, luego fue a por una silla y se subió para comprobar la parte superior del armario. Ningún punto débil allí, tampoco. Lanzó un suspiro y bajó otra vez al suelo.
Eso solo dejaba la parte trasera y la base. Para mirar debajo, tendría que elevarla con magia, y luego arrastrarse para examinar el fondo. Aunque se había recobrado lo suficiente del agotamiento de la noche anterior para abordar las lecciones, no estaba segura de si podría levantar la vitrina y mantenerla suspendida. ¿Estaba de verdad tan desesperada por encontrar el mapa?
Escudriñó los libros y manuscritos enrollados a través del cristal. Una fina hoja de cristal y una malla era todo lo que la separaba de una posible vía para escapar de Regin. Se mordió el labio con frustración.
Entonces notó algo raro en la madera de la pared trasera.
Distinguió dos líneas descendiendo a lo largo, demasiado rectas para ser resquebrajaduras naturales de la madera. Era evidente que la pared del fondo de la vitrina no estaba hecha con una sola lámina de madera. Se agachó un poco y verificó si las líneas se prolongaban hasta la base. No.
Se pegó a un lado de la vitrina y miró por el resquicio entre el mueble y la pared. Iluminó el estrecho hueco con un globo de luz diminuto y descubrió una cosa extraña.
Algo del tamaño aproximado de un libro de texto, pero de madera, estaba acoplado a la pared trasera de la vitrina.
Dio un paso atrás, respiró hondo, y extendió su poder lentamente hacia fuera y alrededor de la vitrina, procurando que su magia no tocara la de la cerradura. Doblegando su voluntad con la máxima delicadeza posible y levantó la vitrina, que se balanceó ligeramente al elevarse. Con el ceño fruncido por la concentración, la separó de la pared, la giró como si fuera una puerta y con cuidado volvió a depositarla en el suelo. Unos cuantos farenes alarmados huyeron de sus redes en todas direcciones.
Sonea dejó escapar el aliento, y notó que el corazón le latía con celeridad. Si alguien descubría lo que estaba diciendo en ese momento, no habría paz para ella. Al mirar a través del cristal, comprobó aliviada que ninguno de los contenidos de la vitrina estaba fuera de su sitio. Rodeó el mueble y descubrió que el objeto acoplado detrás de la vitrina no era más que una pequeña pintura. Echó una mirada a la parte trasera del mueble y del asombro se le cortó la respiración.
Allí habían recortado un pequeño cuadrado. Deslizó las uñas por la ranura y el cuadrado de madera se desprendió con facilidad, revelando manuscritos y unos pocos libros.
El corazón le latía desbocado. Dudó, recelosa, si meter la mano. Alguien había practicado aquel agujero. ¿Había estado allí todo el tiempo? ¿O alguien lo había recortado después, para poder coger algo inadvertidamente? Sus sentidos no detectaron ninguna barrera sobre el agujero, ni ninguna otra forma de magia. Deslizó una mano dentro y con delicadeza tiró de uno de los rollos.
Era un plano del alojamiento de los magos. Lo inspeccionó con atención, pero no encontró señalado ningún pasadizo oculto. Volvió a ponerlo en su sitio y extrajo otro. Esta vez era un plano que detallaba los alojamientos de los aprendices. Tampoco había allí pasadizo secreto alguno.
El tercer rollo que sacó mostraba un mapa de la universidad, y su pulso se aceleró. Pero no había marcado nada misterioso o inusual. Decepcionada, Sonea lo dejó en su sitio. Estaba a punto de coger otro cuando algo atrajo su mirada.
Sobresaliendo de entre las páginas de un libro había un trozo de papel. Presa de la curiosidad, sacó con cuidado el libro de entre los dos contiguos.
—Las magias del mundo —leyó en voz alta. Era uno de los primeros textos usados en la clase de historia. Bajo el título aparecía escrito en tinta desteñida: «Copia del Gran Lord».
Un escalofrío le recorrió el cuerpo. De repente quiso dejar el libro, volver a poner la vitrina en su sitio y salir de la biblioteca lo más rápido posible. Respirando hondo, arrinconó sus miedos. La biblioteca estaba cerrada. Incluso aunque regresaran Jullen o Tya, los oiría llegar. Tendría que moverse rápido, pero probablemente le daría tiempo a volver a colocar la vitrina en su sitio antes de que entraran en el almacén.
Abrió el libro por donde estaba la tira de papel, estudió las páginas y reconoció parte del texto. Nada extraño o inusual señalaba el marcador. Se encogió de hombros y dejó el punto de libro de nuevo sobre la página.
Entonces le dio un vuelco el corazón. Había tres minúsculos croquis de la universidad, hechos a mano, en la tira de papel, uno de cada piso. Al mirar más de cerca, sintió una oleada de emoción. En otros planos, las paredes eran líneas gruesas; en este eran huecas, y tenía puertas señaladas en lugares donde ella sabía que no había ninguna. Dentro de las paredes habían trazado unas pequeñas cruces misteriosas. El tercer croquis, el de la planta baja, mostraba una telaraña de pasadizos fuera de los muros de la universidad.
¡Lo había encontrado! Un plano de los pasadizos bajo la universidad. O, de forma más precisa, un plano de pasadizos por toda la universidad.
Agarró el plano y se apartó de la vitrina. ¿Debería llevárselo? ¿O lo echaría alguien en falta? Quizá podría hacer una copia. ¿Cuánto tiempo le quedaba? ¿Sería capaz de memorizarlo?
Observó el plano y recorrió los pasadizos con los ojos. Se percató de un pequeño símbolo dibujado en uno de los muros interiores próximo a la biblioteca de los magos. Al mirar más de cerca, se dio cuenta de que se trataba de la pared junto a la que estaba, señalando un lugar aproximadamente…
Se volvió y miró con atención la pintura que colgaba detrás de la vitrina.
«¿Por qué colgar una pintura detrás de un mueble?»
Sonea asió el cuadro, lo levantó, y entonces contuvo el aliento.
Un esmerado agujero cuadrado había sido practicado en la pared. Cuando escudriñó adentro, vio el correspondiente cuadrado de luz que iluminaba un muro de piedra más allá, a una distancia de un brazo.
Apresuradamente, dejó caer la pintura. Su corazón latía con fuerza. Aquello no era una coincidencia. Quienquiera que hubiera practicado ese agujero lo había hecho para alcanzar la vitrina.
Quizá lo habían abierto hacía siglos. O quizá recientemente. Al mirar de nuevo el plano, comprendió que no podría memorizarlo, y ahora que sabía que alguien podría volver y echarlo en falta, no se atrevía a llevárselo. Pero no podía irse con las manos vacías. Quizá no se le volviera a presentar una oportunidad para acceder a la vitrina.
Corrió al escritorio de lord Jullen, y encontró una hoja fina de papel, una pluma y el tintero. Colocó el papel sobre el plano y empezó a trazar líneas tan rápido como pudo. Tenía la boca seca, la respiración entrecortada. Le pareció que le llevaba demasiado tiempo, pero finalmente acabó. Dobló el diseño y se lo metió en un bolsillo de la túnica.
Solo entonces percibió el tenue sonido de unos pasos que se aproximaban a la biblioteca. Maldiciendo en voz baja, limpió precipitadamente la pluma de Jullen y la guardó. Corrió al almacén, volvió a colocar el plano en el libro y lo devolvió a la estantería. Mientras insertaba el cuadrado de madera en su sitio, oyó que los pasos se detenían ante la puerta de la biblioteca. Se apartó de la pared en una suerte de danza y enfocó su mente en la vitrina.
«Con calma.»
Respiró hondo, la levantó y la movió hasta la pared.
La puerta de la biblioteca se cerró con un clic.
—¿Sonea?
Se dio cuenta de que temblaba, y decidió que no podía confiar en su voz.
—¿Mmmm? —respondió.
Tya apareció en la entrada del almacén.
—¿Has terminado?
Sonea asintió con la cabeza, al tiempo que recogía las cajas vacías.
—Lamento haber tardado tanto. —Tya la miró con el ceño fruncido—. Pareces un poco… agitada.
—Esto es un poquito espeluznante —admitió Sonea—. Pero estoy bien.
Tya sonrió.
—Sí, puede llegar a serlo. Pero, gracias a ti, está todo acabado y podemos por fin ir a dormir.
Mientras Sonea salía de la biblioteca tras Tya, puso una mano sobre el bolsillo donde escondía el plano, y esbozó una sonrisa.