27. Información útil


Sonea cambió de posición la caja de libros, apoyándosela en la cadera mientras lady Tya abría la puerta de la biblioteca de los magos y pasaba adentro. Sonea dejó su carga encima del escritorio de lord Jullen, al lado del de Tya, y echó una mirada a la sala en penumbras.

—No había estado aquí desde hace semanas.

Tya empezó a sacar libros de las cajas.

—¿Por qué no?

—«No se permite la entrada a aprendices sin la compañía de un mago.»

La bibliotecaría soltó una risita.

—Me es imposible imaginar a tu tutor esperando aquí mientras tú estudias. Aunque no tienes que pedírselo. Ahora puedes ir casi a cualquier lugar que desees.

Sonea parpadeó sorprendida.

—¿Incluso aquí?

—Sí, pero todavía tienes que llevar esto.

Los ojos de la bibliotecaria brillaron cuando le tendió una pila de libros. Sonea los cogió y la siguió entre las estanterías hasta la pared más alejada. A continuación cruzaron una puerta y entraron en una sala que nunca había visto antes. Más estanterías ocupaban el centro del cuarto, pero las paredes estaban revestidas con armarios y arcones.

—¿Esto es un almacén?

—Sí. —Tya empezó a colocar libros en los estantes—. Estos son duplicados de los volúmenes más populares de la biblioteca de los aprendices o de las clases, listos para cuando los viejos se desgasten. Los originales están guardados en esos arcones.

Cogiéndole más libros a Sonea, Tya siguió avanzando a lo largo de la pared hacia la parte trasera del cuarto. Pasaron por delante de una vitrina grande y robusta, repleta de libros de muy diferentes tamaños y una pequeña montaña de pergaminos. Las puertas de cristal estaban reforzadas con una malla de alambre.

—¿Qué hay ahí dentro?

La bibliotecaria miró hacia atrás, y sus ojos centellearon.

—Los originales de los libros y mapas más antiguos y valiosos del Gremio. Son demasiado frágiles para usarse. Yo he visto copias de algunos de ellos.

Sonea escudriñó a través del cristal.

—¿Alguna vez ha mirado los originales?

Tya se arrimó a Sonea y contempló los libros.

—No, las puertas están candadas con magia. Cuando Jullen era joven, su predecesor le abrió las puertas, pero Jullen nunca lo ha hecho por mí. Me contó una vez que había visto ahí dentro un mapa de los pasadizos que hay bajo la universidad.

—¿Pasadizos? —Le sobrevino el recuerdo de cuando le vendaron los ojos y la condujeron a visitar a su amigo Cery, a quien Fergun tenía encerrado bajo la universidad.

—Sí. Supuestamente el Gremio está repleto de ellos. Nadie los utiliza actualmente, aunque diría que tu tutor lo hace, pues es bien conocido por su hábito de aparecer y desaparecer en lugares inesperados.

—¿Y hay un mapa aquí?

—Eso dijo Jullen, pero sospecho que se burlaba de mí.

Sonea miró de reojo a Tya.

—¿Que se burlaba de usted?

El rostro de la bibliotecaria enrojeció, así que se irguió y se apartó.

—Fue hace muchos años, cuando éramos mucho más jóvenes.

—Es difícil imaginar que lord Jullen fuese joven alguna vez —dijo Sonea, siguiendo a Tya hasta el fondo de la sala—. Es tan severo y estricto…

Tya se detuvo delante de un arcón, cogió los libros que Sonea estaba transportando y los apiló dentro.

—Las personas cambian —dijo—. Se ha vuelto muy engreído, como si ser bibliotecario fuese tan importante como, digamos, ser el líder de guerreros.

Sonea se echó a reír.

—El rector Jerrik diría que el conocimiento es más importante que cualquier otra cosa, así que, como custodios del conocimiento del Gremio, ustedes son más importantes que los magos superiores.

Una sonrisa curvó la boca de la bibliotecaria.

—Creo que sé por qué te escogió el Gran Lord, Sonea. Ahora tráeme el resto de los libros de la mesa de Jullen.

Sonea regresó a la otra sala. Durante las dos últimas semanas había pasado casi todas las noches ayudando a Tya. Aunque su verdadera motivación había sido evitar a Regin, descubrió que empezaba a gustarle la excéntrica bibliotecaria. Una vez que la biblioteca cerraba y empezaban a recoger, Tya podía ser tan parlanchina como las lavanderas que trabajaban en el río Tarali.

La bibliotecaria escuchaba con entusiasmo si Sonea necesitaba hablar de los proyectos que le encargaban. Cuando no le apetecía charlar, lady Tya parecía feliz haciéndolo ella misma. Era además una inagotable fuente de información y de historias recientes del Gremio, repletas de luchas internas e injerencias políticas, escándalos y secretos. Sonea se sorprendió al enterarse de los rumores que habían circulado sobre Dannyl cuando este era aprendiz, que Tya descartaba, y se entristeció ante el relato de la lenta muerte de la esposa de Rothen a causa de una enfermedad que ningún sanador pudo curar.

Al volver con los libros, pasó de nuevo por delante de la vitrina, y la miró pensativamente. Nadie utilizaba los pasadizos que había bajo la universidad. Ciertamente, no Regin. Y como Tya había dicho, ella podría ir ahora a cualquier lugar que deseara.

En cuanto la puerta de sus habitaciones se hubo cerrado, Rothen se apresuró a sentarse y sacó una carta de su túnica. Había permanecido escondida allí desde que un mensajero se la entregó entre clases. Aunque la curiosidad fue un tormento para él durante casi todo el día, no se atrevió a abrirla en la universidad.

Habían transcurrido siete semanas desde que escribiera a Dannyl. Siete semanas desde que Akkarin le arrabató a Sonea. Había hablado con ella solo una vez en ese período. Cuando un aprendiz de una familia influyente solicitó a Rothen lecciones privadas, se sintió halagado; pero cuando resultó que el aprendiz solo estaba disponible durante las horas en que Rothen impartía la clase de Sonea, empezó a sospechar que había otras razones tras ese acuerdo. Habría sido descortés negarse, sin embargo. Y no se le ocurría ninguna razón válida para explicar por qué, aparte de la verdad.

Rothen bajó la mirada hasta la carta y se preparó para llevarse una decepción. Incluso aunque Dannyl hubiera accedido a ayudarle, existía solo una mínima esperanza de encontrar algo que pudiera conducir a la caída de Akkarin. Pero la carta era grande y sorprendentemente gruesa. Con manos temblorosas, Rothen rompió el sello. Varias hojas de papel se deslizaron fuera y apareció la letra de Dannyl. Cogió la primera hoja y empezó a leer.

A Rothen:

Fue una agradable sorpresa saber de ti, viejo amigo. He estado, en efecto, viajando por otras tierras, conociendo a gentes de diferentes razas, culturas y religiones. La experiencia ha sido instructiva y esclarecedora, y tendré multitud de historias que contarte cuando vuelva el próximo verano.

La noticia de Sonea es sorprendente. Es un cambio venturoso para ella, aunque entiendo tu consternación por perder su tutela. Sé que fue tu cuidado y duro trabajo lo que la convirtió en una aprendiz digna de la atención del Gran Lord. Su nueva posición, sin duda, también habrá puesto fin a sus problemas con cierto aprendiz.

Ha sido una desilusión, por otra parte, saber que me he perdido la visita de Dorrien. Por favor, dale recuerdos de mi parte.

Adjunto con esta carta un poco de la información que he recopilado de la Gran Biblioteca y alguna otra fuente. Espero que sea de utilidad para ti. Aprecio enormemente la ironía de tu nuevo interés. Si mi próximo viaje tiene éxito, puede que haya incluso más para añadir a nuestro libro.

Tu amigo,

DANNYL

Rothen hojeó los papeles y musitó una exclamación de asombro.

—¿Todo esto? ¿El Templo del Esplendor? ¡Las Tumbas de las Lágrimas Blancas! —Se echó a reír—. Alguna otra fuente, ¿eh, Dannyl?

Volvió a la primera página y empezó a leer. Justo cuando acababa de llegar a la tercera página, un golpe en la puerta lo interrumpió. Se quedó mirándola fijamente, y entonces se puso en pie de un salto, con el corazón latiéndole con fuerza. Buscó con la mirada un sitio donde esconder la voluminosa carta; entonces se lanzó hacia la estantería y la deslizó entre las páginas de un grueso tomo. El grosor adicional deformó el libro, pero nadie lo notaría a menos que mirara de cerca.

Cuando se repitió el golpe, Rothen corrió a la puerta. Respiró hondo, armándose de valor para lo peor. Abrió la puerta y suspiró con alivio cuando vio a la pareja de pie en el pasillo.

—Yaldin y Ezrille. Entrad.

Pasaron a la sala de invitados.

—¿Cómo estás, Rothen? —preguntó Ezrille—. No te vemos desde hace tiempo.

Rothen se encogió de hombros.

—Bien. ¿Y vosotros?

—Estupendamente —dijo Ezrille. Titubeó y echó una mirada a Yaldin.

—¿Os apetece una taza de sumi? —ofreció Rothen.

—Sí, gracias —respondió Yaldin.

La pareja se sentó, y Rothen fue a buscar una bandeja, tazas y frascos de una mesita lateral. Mientras empezaba a preparar la bebida caliente, Yaldin le habló sobre cuestiones menores del Gremio. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que habló con sus viejos amigos, decidió Rothen. Ezrille permaneció callada hasta que Rothen sirvió una segunda taza de sumi.

—Quiero que vengas a cenar con nosotros los primerdías, Rothen —dijo ella.

—¿De verdad? —Rothen sonrió—. Eso sería agradable. Pero ¿todos los primerdías?

—Sí —dijo ella con firmeza—. Sabemos que para ti fue una conmoción que el Gran Lord escogiera a Sonea. Y nunca viene a visitarte, lo cual debe de ser muy decepcionante después de todo lo que hiciste por ella. Aunque tenga clases extra, ella…

—Apenas tiene la culpa —intervino Yaldin. Sonrió a Rothen—. Estoy seguro de que te visitará cuando tenga más tiempo. Entretanto, no podemos permitir que andes alicaído.

—Quiere decir que no deberías pasar solo todas las noches.

—Especialmente estando Dannyl en el extranjero —agregó Yaldin—. Necesitas hablar con alguien que no sean los aprendices y profesores.

—Y Tania dice que has empezado a tomar nemmin otra vez —añadió Ezrille en voz baja—. No te enfades con ella por contárnoslo. Está preocupada por ti, igual que nosotros.

—Entonces ¿vendrás? —preguntó Yaldin.

Rothen pasó la mirada de uno a otro; ambos expresaban ansiedad en sus rostros, y se echó a reír.

—Por supuesto. Me encantaría.

Sonea caminaba lentamente por un pasadizo de la universidad, consciente del ruido de sus botas al tocar el suelo. Cuando llegó a una esquina, escudriñó el siguiente pasadizo con precaución, y suspiró aliviada al encontrarlo vacío.

Era tarde. Más tarde de lo normal. Había evitado a Regin con éxito durante dos semanas, saliendo de la universidad acompañada de Tya, o tomando largas y enrevesadas rutas por los pasadizos. En cada ocasión, cuando emergía al corredor principal, encontraba allí a un aprendiz esperando. Sin embargo, no intentaban atacarla en el corredor principal. El riesgo de ser descubiertos por algún mago era muy alto. El mismo temor hacía que no esperaran muy cerca de la biblioteca, por si Tya los oía.

Sonea albergaba la esperanza de que los aliados de Regin perdieran el interés tarde o temprano. Como medida de precaución, había empezado a dejar su caja en la biblioteca en lugar de llevársela a su habitación. Habían destrozado sus apuntes y libros cuando se aburrieron de torturarla con los azotes de paro. Y Sonea se había visto obligada a dejarla atrás, al estar demasiado extenuada para transportarla.

Silenciar sus pasos significaba caminar lentamente, a pesar de sus ganas desesperadas de echar a correr. No por primera vez, se preguntó si las botas de los magos estaban fabricadas para ser ruidosas. No importaba lo suavemente que pisara, las duras suelas producían un repiqueteo que retumbaba en los silenciosos pasadizos. Lanzó un suspiro. Tan solo unas semanas atrás había disfrutado vagando por los pasadizos de la universidad. Ahora, se sentía verdaderamente aliviada al entrar por la puerta de la residencia del Gran Lord.

Un vago sonido llegó a sus oídos. Una risita, medio ahogada. Se detuvo al darse cuenta de que le habían bloqueado el camino hacia el corredor principal. Ellos, sin embargo, no sabían que los había oído. Si retrocedía y se escabullía por un portal hacia los pasadizos interiores, podría abrirse camino hasta el corredor desde otra dirección.

Giró sobre sus talones y se alejó a toda prisa.

—¡Corre, Sonea, corre! —Era la voz de Regin. Ruido de pasos y risas llenó el pasadizo.

Dobló una esquina de un salto, luego otra. Apareció una puerta familiar. Asió el pomo y se deslizó adentro. Sin esperar a ver si la seguían, cruzó apresuradamente el portal hasta la puerta de enfrente y corrió por el pasadizo que se extendía más allá. Oyó tras ella el apagado sonido de una puerta al cerrarse. Se internó como una exhalación en el primer pasadizo lateral.

Este giraba a la derecha, cruzaba otro y terminaba en una puerta. Había un aprendiz plantado delante de esta, con una sonrisa burlona en la boca.

Sonea se detuvo y miró al aprendiz con amargura. Así pues, ahora conocían los pasadizos interiores. La sonrisa del aprendiz se ensanchó y ella entornó los ojos. Obviamente había sido apostado allí para esperarla. Estaba solo, no obstante, y sería fácil reducirlo.

La sonrisa del muchacho se esfumó al advertir su expresión, y se hizo a un lado precipitadamente. Sonea franqueó la puerta, cruzó el cuarto y se internó de nuevo en los pasillos ordinarios. Cuando oyó que se abría una puerta en algún lugar tras ella, salió disparada. El corredor principal estaba tan solo a unos pocos recodos de distancia. Dobló una esquina, luego otra, y entonces se halló inmersa en una lluvia de fuego rojo.

No se había escudado, con la esperanza de conservar su fuerza lo máximo posible. Un dolor desgarrador le recorrió el cuerpo, y todo se volvió negro. Cuando su vista se aclaró, estaba tendida en el suelo y sentía un hombro magullado. Otro rayo de fuego la abrasó, imposibilitándole cualquier acción excepto la de apretar los dientes. Cuando cesó, sin embargo, se las arregló para escudarse.

Dio una vuelta rodando, se sentó sobre los pies y se levantó. Regin y otros cuatro aprendices estaban detrás de ella. Otros tres le bloqueaban el camino hacia el corredor principal. Llegaron dos más, y después otros tres. Trece aprendices. Más que nunca. Tragó saliva.

—Hola otra vez, Sonea. —Regin sonreía—. ¿Cómo es que seguimos topándonos el uno con el otro de esta forma?

Los aprendices rieron por lo bajo. Ahora ya no quedaba ningún rastro de duda en sus expresiones. No habían sido llamados a rendir cuentas por emboscarla y torturarla. Así pues, como Regin había predicho, quedaba demostrado que ella no se lo contaría a Akkarin.

Regin se llevó una mano al corazón.

—Qué cosa más extraña es el amor —dijo melancólicamente—. Creí que me odiabas, pero aquí estás, persiguiéndome por todas partes.

Uno de los aprendices le pasó una cajita de papel. Sonea frunció el ceño. Envoltorios como ese por lo general contenían frutos secos azucarados, o dulces similares.

—¡Oh! ¡Un regalo! —dijo Regin, tirando de la tapa—. Algo para mostrarte mi aprecio hacia ti.

Dentro había cucuruchos de papel coloreado. A su nariz llegó en ráfagas un hedor que hizo que se le revolviera el estómago. Excrementos de harrel, supuso, o boñigas de reber. O ambas cosas. Regin sacó una.

—¿Quieres que te lo ponga en la boquita, como hacen los jóvenes amantes? —Lanzó una mirada a sus seguidores—. Pero parece que antes vosotros necesitaríais calentar un poco.

Cuando arremetió contra su escudo, los otros se le sumaron. El pánico le revolvió el estómago. Con tantos aprendices atacándola, no había opción alguna de aguantar más que ellos. Se volvió en dirección a los que le bloqueaban el camino hacia el corredor principal y empezó a empujar contra su ataque. Lentamente se replegaron, pero tras varios pasos sintió que se debilitaba. Los aprendices, sin embargo, no mostraban signos de cansancio.

Se detuvo. La última vez necesitó mucho tiempo para llegar a las puertas de la universidad arrastrándose. Habría deseado tener un poco más de energía, la suficiente para ser capaz de levantarse y andar. Para conservar algo de fuerza, podría dejar caer el escudo un poco antes, y fingir estar completamente agotada. Sí, eso quizá funcionara.

Pero al mirar a la caja de dulces, cambió de idea. Resistiría tanto como pudiera. Cuando se sintió desfallecer, decidió que se los escupiría a la cara.

Sintió que se le escurría la última gota de poder. En cuanto le falló el escudo, los azotes de paro golpearon su cuerpo y profirió un grito ahogado de dolor. Se le doblaron las rodillas y cayó al suelo. Cuando el fuego cesó por fin, abrió los ojos y vio a Regin en cuclillas delante de ella, arrugando el envoltorio del «dulce» entre los dedos.

—¿Qué está pasando aquí?

Los ojos de Regin se abrieron al máximo y su rostro adquirió una palidez mortal. Rápidamente cerró los dedos en torno al «dulce» y se irguió. Cuando se apartó, Sonea divisó al dueño de la voz y sintió el calor acumulándose en la cara. Lord Yikmo estaba de pie en el pasadizo, con los brazos cruzados.

—¿Y bien? —demandó.

Regin hizo una reverencia y los demás aprendices se apresuraron a imitar su ejemplo.

—Es solo un jueguecito, milord —dijo.

—Un juego, ¿no? —repuso Yikmo, fulminándole con la mirada—. ¿Las reglas de este juego tienen prioridad sobre las leyes del Gremio? Luchar fuera de las clases o de la Arena está prohibido.

—No estábamos luchando —dijo uno de los aprendices—. Solo jugando.

Yikmo entornó los ojos.

—¿De verdad? Pues estabais usando azotes de paro fuera de un combate, y sobre una jovencita indefensa.

Regin tragó saliva.

—Su escudo falló sin que nos diéramos cuenta, milord.

Lord Yikmo enarcó las cejas.

—Parece que no eres tan disciplinado ni tan diestro como declara lord Garrel. Estoy seguro de que lord Balkan coincidirá. —Los ojos de Yikmo estudiaron el grupo, tomando nota de las identidades—. Volved a vuestras habitaciones, todos.

Los aprendices se alejaron a toda prisa. Cuando lord Yikmo se volvió para mirarla, Sonea deseó haber tenido la fuerza necesaria para escabullirse mientras tenía puesta la atención en los aprendices. El guerrero parecía muy decepcionado. Se incorporó con esfuerzo sobre las piernas y se levantó de forma vacilante.

—¿Cuánto tiempo ha durado esto?

Sonea titubeó, sin querer admitir que ya había pasado antes.

—Una hora.

El mago sacudió la cabeza.

—Menuda estupidez por parte de esos aprendices. ¡Atacar a la predilecta del Gran Lord! Y en grupo, además. —La miró y lanzó un suspiro—. No te preocupes. No volverá a suceder.

—Por favor, no se lo cuente a nadie.

La contempló con el ceño fruncido. Sonea dio un paso adelante, y entonces el pasadizo empezó a girar, y ella se tambaleó. Una mano la sujetó por el brazo. Sintió en él el cosquilleo de una pequeña corriente de energía sanadora, pero tan pronto como hubo recuperado el sentido del equilibrio, se zafó de la mano de Yikmo.

—Dime, ¿contraatacaste?

Sonea negó con la cabeza.

—¿Por qué no?

—¿De qué habría servido?

—De nada, pero la mayoría de las personas, cuando se ven superadas en número, devuelven el golpe por orgullo. Pero quizá te refrenaste por el mismo motivo.

Se quedó mirándola, expectante, pero ella apartó la vista y permaneció callada.

—Por supuesto, si hubieras alcanzado a uno o dos de los aprendices más débiles, podrías haberlos dejado tan extenuados como tú. Ese habría desalentado a los demás, al menos.

Sonea frunció el ceño.

—Pero no tenían escudos interiores. ¿Y si les hubiera herido?

El guerrero sonrió, complacido.

—Esa es la respuesta que quería oír. Aunque creo que en tu renuencia a atacar hay algo más que simple precaución.

Sonea sintió una llamarada de ira. Una vez más él la estaba presionando y pinchando, sacando a relucir su debilidad. Pero no era una lección. ¿No era suficiente con la humillación de haberla encontrado? Quería que la dejara en paz, y se le ocurrió la única cuestión que hacía estremecer a la mayoría de los magos.

—¿Estaría usted tan impaciente por atacar si hubiera visto a un chico morir a manos de los magos?

Su mirada no vaciló, sino que se agudizó.

—Oh —dijo—. Conque es eso.

Ella lo miró fijamente, horrorizada. ¿Convertiría la tragedia de la Purga en otra lección? Sintió que crecía su enfado, y supo que no sería capaz de contener su furia durante mucho más tiempo.

—Buenas noches, lord Yikmo —dijo haciendo rechinar los dientes. A continuación dio media vuelta y echó a andar a grandes zancadas hacia el corredor principal.

—¡Sonea! Vuelve.

Ella hizo caso omiso. El mago volvió a llamarla, con voz enfadada y autoritaria. Ignorando el cansancio de sus piernas, Sonea aceleró el paso.

Cuando llegó al corredor sintió que su ira decaía. El guerrero la haría arrepentirse por marcharse de forma tan grosera, pero por el momento le traía sin cuidado. Todo lo que anhelaba era una cama cálida y dormir durante días.