24. Una petición


Cuando salió de las termas, Sonea pensó en las dos semanas anteriores y le sorprendió el sentimiento de pesar por el final de las vacaciones. Había pasado la mayor parte del tiempo explorando la universidad, leyendo o, en los días más cálidos, paseando por el bosque hasta el manantial.

En ciertos aspectos, poco había cambiado. Seguía planificando sus movimientos por el Gremio para evitar a alguien. Akkarin era, no obstante, más fácil de evitar que Regin. El único momento que lo veía era por las noches, cuando ella regresaba a la residencia del Gran Lord.

Le habían asignado una sirvienta. A diferencia de Tania, Viola era distante y formal. Desde que se percató de la costumbre de Sonea de levantarse temprano, siempre aparecía justo después del alba. Sonea tuvo que insistir varias veces hasta que la mujer finalmente le llevó un tarro de polvo de raka, y su expresión cuando el aroma impregnó la habitación de Sonea hablaba claramente de su repugnancia ante aquel estimulante tan apreciado por los habitantes de las barriadas.

Cada mañana, Sonea dejaba la residencia del Gran Lord y se dirigía a las termas, donde se sumergía en agua lujosamente caliente y decidía en qué ocuparía el día. La relajación hacía que le entrara apetito, y a continuación visitaba el refectorio. Un reducido número de cocineros y sirvientes llevaban la comida al puñado de aprendices que se habían quedado en el Gremio. Aburridos, y con ansias de cultivar oportunidades para futuros puestos al servicio de las Casas, animaban a estos aprendices a pedir sus platos favoritos. Aunque Sonea no tenía ningún contacto de posición elevada, los cocineros más jóvenes también la mimaban, sin duda a consecuencia del incal en su manga.

Después de comer, Sonea paseaba por los pasillos de la universidad para reforzar el plano en su memoria. De vez en cuando paraba en alguna habitación tranquila y leía un libro; en ocasiones durante horas, antes de decidir seguir moviéndose. Sin embargo, su temor retornaba poco a poco a medida que la noche se asentaba, hasta no poder concentrarse más en la lectura. No le habían puesto hora para volver, y aunque había probado a llegar a la residencia cada vez más y más tarde, Akkarin siempre estaba allí, esperándola. Después de una semana, se había resignado a ese encuentro diario, y volvía a una hora que le permitiera disfrutar de una buena noche de sueño.

Justo cuando ya se había acostumbrado a su nueva rutina, las vacaciones llegaron a su fin. Había pasado la mayor parte de la tarde anterior mirando por una ventana de la universidad los carruajes que iban y venían. La mayoría de los días, cuando el Gremio estaba lleno de magos, era fácil olvidar que sus esposas, maridos e hijos también vivían en los terrenos. Sonea se había dado cuenta de que conocía el nombre de muy pocos. Así que decidió que tendría que saber más de sus futuros colegas y empezó a tomar nota de los grupos familiares, y de los incales de las Casas grabados en los carruajes en que llegaban.

El regreso se había caracterizado por la ausencia de formalidades. Mientras que los sirvientes se encargaban de los equipajes o de los caballos, los magos y sus esposas se paraban a hablar con otros. Los niños corrían a los jardines a jugar en la nieve. Los aprendices formaban corrillos de túnicas marrones, y sus gritos y risas resultaban audibles a través de las ventanas de la universidad.

Ese día, sin embargo, los magos caminaban por los terrenos con paso enérgico, sintiéndose claramente los amos de su dominio. Los sirvientes se apuraban de un lado a otro, pero no quedaba rastro por ninguna parte de las familias que había visto. Los aprendices pululaban por doquier.

De camino a la universidad, Sonea sintió una familiar inquietud. Aunque estaba segura de que Regin no se atrevería a humillar a la predilecta del Gran Lord, creó una barrera a su alrededor, solo por si acaso. Al llegar a la escalera, se fijó en que el aprendiz que estaba delante de ella temblaba y se frotaba los brazos.

«Un recién llegado», caviló.

Lord Vorel había declarado que los aprendices de la promoción de invierno siempre aprendían a escudarse más rápido que aquellos que iniciaban el entrenamiento en verano. Ahora entendía por qué.

—Es ella.

—¿Quién?

Los cuchicheos se oían a su espalda. Resistió la urgencia de mirar hacia atrás y continuó subiendo la escalera.

—La chica de las barriadas.

—¿O sea, que es verdad?

—Sí. Mi madre dice que no está bien. Dice que hay multitud de aprendices tan fuertes como ella. Aprendices que no tienen un pasado reprobable.

—Mi padre dice que es un insulto para las Casas. Incluso el administrador no…

El resto se perdió cuando Sonea dobló hacia el pasillo del primer piso. Se detuvo para examinar a los aprendices que había más adelante. Después comenzó a andar. A diferencia de la primera vez que apareció como la aprendiz de Akkarin, no se quedaban mirándola fijamente, sino que le echaban un vistazo rápido, torcían el gesto y luego se volvían. Hubo intercambios de cejas levantadas y elocuentes miradas.

«Esto no pinta bien», pensó.

Según se aproximaba a su aula, sintió un temor creciente. Se detuvo ante la puerta para respirar hondo y seguidamente entró. El profesor que levantó la mirada hacia ella era increíblemente joven. No podía haberse graduado hacía muchos años. La chica echó un vistazo al horario en busca de su nombre.

—Lord Larkin —dijo, con una reverencia.

Para su alivio, el mago sonrió.

—Toma asiento, Sonea.

Solo habían llegado la mitad de los aprendices. Unos pocos la observaron mientras se acercaba a su sitio habitual junto a la ventana. Sus expresiones no eran amistosas, pero tampoco desaprobatorias, y la sensación de temor cesó.

Larkin se levantó. Al ver que se aproximaba a su pupitre, Sonea lanzó un suspiro. Sin duda querría moverla al frente.

—El Gran Lord me ha pedido que te diga que desea verte después de la próxima clase —dijo en voz baja—. Has de regresar a su residencia.

Sonea sintió que el calor abandonaba su cara. Imaginando que se habría puesto pálida, bajó la mirada a la mesa, con la esperanza de que él no lo hubiera notado.

—Gracias, milord.

Larkin se volvió y regresó a su escritorio. Sonea tragó saliva. ¿Qué querría Akkarin? Le vinieron a la mente escenarios aterradores, y pegó un salto cuando Larkin se levantó y empezó a hablar a la clase. Al mirar alrededor, se dio cuenta de que el resto de los aprendices ya habían llegado.

—La historia de la arquitectura de diseño mágico es extensa —contó Larkin a la clase—. Hay partes insoportablemente áridas, pero me saltaré tantas como sea posible. Empezaré con la historia de lord Loren, el arquitecto que diseñó la universidad.

Pensando en el mapa de los pasillos de la universidad que había trazado, Sonea se puso recta en su asiento. Aquello sería interesante. Larkin tomó unas hojas de papel de su escritorio y caminó arriba y abajo entre las filas de pupitres, repartiéndolas entre los aprendices.

—Este es un plano tosco del nivel superior de la universidad, una copia del boceto dibujado por lord Loren en persona —dijo Larkin—. Sus trabajos más tempranos eran a menudo inestables y ridículos en apariencia. Se le consideraba un artista obsesionado con la creación de grandes esculturas poco prácticas en lugar de edificios habitables, pero su descubrimiento de los métodos para reforzar y moldear la piedra con magia cambió no solo la arquitectura. Empezó a hacer edificios en los que la gente quería vivir.

Larkin agitó una mano señalando el techo.

—La universidad es una de sus obras más primorosas. En la época en que se encargó a lord Loren el diseño y la construcción de los nuevos edificios del Gremio, ya era famoso a lo largo y ancho del mundo por su trabajo. —Larkin hizo una pausa y rió entre dientes—. El Gremio aún consideró necesario estipular en sus directrices que no debía incluir espirales en el diseño, pues era conocido por abusar de ellas.

»Sin embargo, el uso de espirales puede encontrarse en el techo acristalado del Salón Gremial, y en las escalinatas del vestíbulo —prosiguió Larkin—. Por los diarios e informes guardados por magos de aquella época, sabemos que Loren era un personaje artero, en el mejor de los casos. Unos cien años después, un mago llamado lord Rendo escribió un libro detallando la carrera del arquitecto. He añadido con el plano algunos extractos de su biografía y una cronología de su obra y milagros. Leedlos ahora. Después de clase quizá querráis dar una vuelta por el Gremio y contemplar los edificios que diseñó. Veréis, como yo hice, muchas cosas en las que no os habíais fijado antes. Espero que me entreguéis un trabajo sobre su obra de hoy en tres semanas.

Mientras los demás aprendices se ponían a leer, Sonea se quedó mirando el plano de la universidad. Las cuatro torres en las esquinas y la enorme sala en el centro estaban dibujadas con nitidez, igual que el diseño del techo acristalado, pero no había señal de las habitaciones ni de los pasadizos de cada lado del corredor principal.

Sacó su mapa de la caja y lo colocó junto al plano. Tras estudiar ambos detenidamente, empezó a copiar el diseño del techo sobre su propio boceto. Como sospechaba, las líneas que marcaban las espirales en el cristal coincidían con las de los pasillos. Aunque las vueltas de estos eran en ángulo recto, se combinaban con el diseño del techo para formar espirales incluso más grandes.

—¿Qué estás haciendo, Sonea?

Al darse cuenta de que el profesor estaba de pie junto a su pupitre y la observaba, sintió que se sonrojaba.

—Yo… pensé en lo que dijo acerca de las espirales, milord —explicó—, y empecé a buscarlas.

Larkin ladeó la cabeza y examinó el dibujo; después señaló los pasadizos interiores que ella había trazado.

—He mirado los planos de la universidad muchas veces, pero nunca he visto tantos pasajes. ¿Dónde has conseguido este plano?

—Lo… eh… dibujé yo. No tenía mucho más que hacer durante las vacaciones. Espero no haber ido a sitios que no debería.

El profesor negó con la cabeza.

—Los únicos lugares de la universidad prohibidos a los aprendices son el Salón Gremial y el despacho del administrador.

—Pero… estos cuartos entre los pasillos normales y los que están decorados… parecían ser una especie de barrera.

Larkin asintió.

—En el pasado permanecían cerrados, pero cuando se necesitó más espacio, se decidió que las áreas interiores fueran accesibles a todos.

Sonea pensó en la mirada de desaprobación que había recibido del mago con el que se tropezó la primera noche de exploración. Quizá simplemente le había parecido sospechoso que una aprendiz merodeara sola por allí. Quizá sencillamente había desconfiado de la chica de las barriadas.

—¿Te importaría si hago una copia de tu plano? —preguntó Larkin.

—Le dibujaré uno si quiere —se ofreció ella.

—Gracias, Sonea —dijo el mago sonriendo.

Sonea lo observó alejarse, pensativa.

No parecía haber en sus modales nada de la desaprobación o el desdén que estaba acostumbrada a recibir de los otros profesores. ¿Sería que ahora solo los aprendices estaban resentidos con ella? Paseó la mirada por el aula y vio que varias cabezas se volvían, pero una atrajo su atención.

Los ojos de Regin taladraron los suyos. Sonea apartó la vista y se estremeció. ¿Cómo había llegado a ganarse tanto odio manifiesto?

En cada ocasión que lo había hecho bien en clase, el muchacho había conseguido igualarla o superarla. Era mejor en habilidades de guerrero, así que si todo consistía en ser mejor que ella, iba ganando.

Pero ahora había logrado algo que Regin nunca podría alcanzar. Se había convertido en la predilecta del Gran Lord. Para empeorar las cosas, él no se atrevía a hacerla sufrir por ello.

Lanzó un suspiro.

«No estaría tan celoso si supiera lo que realmente pasa. Le cambiaría el sitio en cualquier momento. Se moriría de miedo.»

¿O tal vez no? ¿Sería Regin, quien disfrutaba teniendo poder e influencia y estaba dispuesto a lastimar a otros para conseguirlo, capaz de resistir el reclamo de la magia negra? No, probablemente querría unirse a Akkarin. Se estremeció. Regin un mago negro. La idea era verdaderamente aterradora.

Cuando Dannyl entró en la Casa del Gremio, el embajador Errend salió con aire despreocupado de la sala de audiencias.

—Bienvenido de nuevo, embajador Dannyl.

—Gracias, embajador Errend —respondió Dannyl, inclinándose educadamente—. Es bueno estar de vuelta. Si alguna otra vez se me mete en la cabeza la idea de salir a navegar por el mundo, por favor recuérdeme las últimas dos semanas.

El embajador sonrió.

—Ah, viajar por mar pierde todo su romanticismo tras las primeras travesías.

Dannyl hizo una mueca.

—Especialmente si uno se topa con una tormenta.

Aunque el rostro de Errend no cambió mucho, Dannyl estuvo seguro de haber visto un indicio de satisfacción en el semblante de aquel hombre.

—Bien, ahora ya está en tierra firme —dijo—. Sin duda querrá descansar durante el resto del día. Podrá contarme sus aventuras esta noche.

—¿Me he perdido mucho?

—Por supuesto. —Errend sonrió—. Esto es Capia. —Dio un paso atrás hacia la sala de audencias, y entonces se detuvo—. Llegaron algunas cartas urgentes hace dos días. ¿Quiere leerlas ahora, o prefiere esperar a mañana?

Dannyl asintió, con curiosidad a pesar de la fatiga.

—Que me las manden a mi habitación. Gracias, embajador.

El hombretón inclinó grácilmente la cabeza y se alejó. Caminando por el corredor principal de la casa, Dannyl consideró la labor que le aguardaba. Suponía que habría mucho trabajo atrasado, y tenía además que compilar un informe para Lorlen. No sería fácil encontrar tiempo para visitar la Gran Biblioteca.

Pero la investigación continuaría por otros medios. La invitación a la fiesta de Bel Arralade estaría probablemente entre las cartas. Tenía que admitirlo, la esperaba con impaciencia. Había pasado tiempo desde la última vez que ejercitó sus facultades para recopilar cotilleos.

Al regresar de las pequeñas termas dentro de la Casa del Gremio, encontró una pila de cartas en su escritorio. Se sentó, las extendió por la mesa e inmediatamente reconoció la elegante caligrafía del administrador Lorlen.

Rompió el sello, desdobló el grueso papel y empezó a leer.

Al segundo embajador del Gremio en Elyne, Dannyl, de la familia Vorin, Casa Tellen:

He sido recientemente informado de que algunas personas creen que ha pasado más tiempo realizando investigaciones «personales» que atendiendo a sus obligaciones como embajador. Tiene mi gratitud por el tiempo y el esfuerzo dedicado a mi petición. El trabajo efectuado ha sido de un valor incalculable. Sin embargo, para prevenir que se planteen nuevos interrogantes, debo solicitarle que cancele su investigación. No serán requeridos más informes.

Administrador LORLEN

Dannyl dejó caer la carta sobre la mesa y se quedó mirándola con estupefacción. Todos los viajes, tanto tiempo estudiando libros, ¿y ahora lo iba a abandonar todo por culpa de unos cuantos rumores? Obviamente la investigación no había sido tan importante, después de todo.

Entonces sonrió. Había asumido al principio que existía una buena razón para reactivar la búsqueda de Akkarin de conocimientos de magia ancestral. Cuando su propia curiosidad fue superada por la lectura de viejos libros particularmente aburridos y las incomodidades del viaje por mar, había mantenido el entusiasmo con la idea de que tal vez existía una razón más importante para recopilar esa información que la de simplemente continuar la investigación de Akkarin. Quizá Akkarin había estado a punto de redescubrir un valioso método de emplear magia, y Lorlen quería que otro retomara la búsqueda. Quizá quedaba por desvelar un fragmento perdido de historia.

Pero en solo unas pocas líneas garabateadas, Lorlen había puesto fin a la investigación como si no significara nada, después de todo.

Sacudiendo la cabeza, Dannyl dobló la carta y la dejó a un lado. Tayend se decepcionaría, caviló. Ya no tenían motivos para asistir a la fiesta de Bel Arralade. No es que eso fuera a impedir que alguno de los dos acudiese… Además, seguiría visitando a su amigo en la biblioteca. Pero sin la petición de Lorlen como excusa, tendría que encontrar otra razón «pública» para hablar con el académico… quizá algún otro tema que investigar…

Dannyl se quedó inmóvil. ¿Era Tayend la razón de que Lorlen hubiera cancelado la investigación? ¿Había oído Lorlen los cotilleos sobre Tayend, y le preocupaba que volviera a cuestionarse la reputación de Dannyl?

Dannyl posó la mirada en las cartas con el ceño fruncido. ¿Cómo podría saber si esa era la verdadera razón? Ojalá pudiera preguntar a Lorlen.

El símbolo del Gremio en otra carta atrajo su mirada. La cogió y sonrió al reconocer la escritura recia de Rothen. Poniéndose derecho, rompió el sello y empezó a leer.

Al embajador Dannyl:

No estoy seguro de cuándo leerás esto, pues he oído que has estado visitando otras tierras. Sin duda te estarás familiarizando con aquellas gentes con quienes quizá necesites trabajar en el futuro. Si hubiera sabido que las obligaciones de embajador incluían viajar por el mundo, puede que hubiera dejado de lado la enseñanza hace años. Estoy seguro de que tendrás multitud de historias que contarme cuando vuelvas a visitarnos.

Tengo noticias, pero puede que ya te hayas enterado. Ya no soy el tutor de Sonea. Ha sido escogida por el Gran Lord. Aunque otros creen que esto es un extraordinario golpe de buena fortuna para Sonea, yo no estoy contento. Estoy seguro de que entenderás por qué. Aparte de la pérdida de su compañía, me he quedado con la sensación de haber dejado un trabajo a medias.

Por tanto, a sugerencia de Yaldin, me he centrado en un nuevo interés que reemplace al viejo. Te hará gracia, sin duda, cuando lo sepas. He decidido recopilar en un libro las prácticas de magia ancestral. Es una tarea que Akkarin empezó hace diez años, y estoy resuelto a completarla.

Por lo que recuerdo, Akkarin inició su búsqueda en la Gran Biblioteca. Como vives cerca de ella, pensé que podría pedirte que la visitaras en mi nombre. Si no tienes tiempo, ¿hay alguien que hayas conocido a quien pudieras confiar esta tarea? Tendrían que ser discretos, pues no quiero dar la impresión al Gran Lord de que estoy investigando su pasado. Sería, sin embargo, muy satisfactorio tener éxito donde él fracasó. Sé que apreciarás la ironía. Tuyo en la amistad,

Lord ROTHEN

P.D.: Dorrien estuvo unas semanas de visita. Me pidió que te enviara su enhorabuena y sus mejores deseos.

Dannyl leyó la carta dos veces, luego se echó a reír. Nunca había visto a Rothen fallar en ninguna empresa que se hubiera propuesto. Principalmente, sus «intereses» eran los aprendices que tomaba bajo su tutela. Que el Gran Lord le hubiera arrebatado a Sonea debía de doler.

Aunque el hecho de que el Gran Lord la escogiera no era ningún fracaso. Al éxito de Sonea había contribuido el duro trabajo de Rothen, y sin él, quizá la chica no habría captado la atención de Akkarin. Dannyl asintió. Debía acordarse de mencionar eso en su respuesta.

Volvió a leer rápidamente la carta, y más pausadamente la petición de ayuda de Rothen. Sí que apreciaba la ironía, pero era incluso más divertido el hecho de que Rothen le solicitara la misma información que Lorlen acababa de decidir que ya no le interesaba. Menuda coincidencia.

Dannyl cogió la carta de Lorlen y la desdobló. Pasó la mirada de una a otra, y sintió un cosquilleo en la nuca. ¿Era una coincidencia? Se quedó mirando las dos cartas durante un rato, fijándose en los apresurados trazos de Lorlen y en las letras cuidadosamente caligrafiadas de Rothen. ¿Qué estaba pasando?

Si dejaba al margen toda especulación, solo quedaban tres cosas seguras. Primero, Lorlen había querido saber qué había aprendido Akkarin en su viaje, pero ya no. Segundo, Rothen quería ahora la misma información que Akkarin había buscado. Tercero, tanto Lorlen como Rothen querían que la búsqueda permaneciera en secreto, y Akkarin nunca había hecho públicos sus propios descubrimientos.

Aquello encerraba un misterio. Incluso aunque Rothen no le hubiera solicitado ayuda, era posible que Dannyl hubiera sentido suficiente curiosidad para continuar la búsqueda por propio interés. Ahora lo tenía claro. Después de todo, no había pasado varias semanas en el mar para abandonarlo todo.

Sonriendo para sí mismo, dobló las cartas y las guardó con sus notas sobre el viaje de Akkarin.

Con cada paso en dirección a la residencia del Gran Lord, el nudo en el estómago de Sonea se apretaba más. Para cuando llegó a la puerta su corazón latía aceleradamente. Se detuvo, tomó aliento y dio un golpecito en el pomo.

Como siempre, la puerta se abrió al primer toque. Sintió que se le secaba la boca cuando miró hacia el interior de la sala de invitados. Akkarin estaba sentado en una de las butacas, esperándola.

—Pasa, Sonea.

Tragó saliva, y se obligó a entrar y hacer una reverencia, sin apartar los ojos del suelo. La túnica susurró suavemente cuando el mago se levantó de la silla. El corazón le dio un vuelco cuando echó a andar hacia ella. Dio un paso atrás y sintió que el talón tropezaba con la puerta a su espalda.

—He hecho que preparasen una comida para nosotros.

Apenas lo oyó, consciente solo de la mano que se alargaba hacia ella. Los dedos del mago se curvaron alrededor del asa de la caja. A su contacto, Sonea retiró la mano con una sacudida, rindiendo la caja. Akkarin la dejó encima de una mesita baja.

—Sígueme.

Cuando empezó a alejarse, Sonea respiró hondo y dejó escapar el aire lentamente. Echó a andar tras él, pero se detuvo al darse cuenta de que se encaminaba hacia la escalera que bajaba a la habitación subterránea. Como presintiendo su indecisión, el mago se giró para mirarla.

—Vamos. A Takan no le agradará que se enfríe la comida.

Comida. Seguramente él no comía allí abajo. Suspiró de alivio cuando empezó a subir los escalones. Obligándose a sí misma a moverse, entró en el hueco de la escalera y le siguió arriba.

Ya en el pasillo, Akkarin pasó por delante de dos puertas y se detuvo en la tercera. Esta se abrió y él se hizo a un lado, indicándole con un gesto que entrara.

Al mirar al interior de la habitación, Sonea vio una larga mesa lustrada rodeada por sillas decoradas suntuosamente. Platos, tenedores y copas habían sido distribuidos en la mesa.

Una comida formal. ¿Por qué?

—Adelante —murmuró él.

Sonea dirigió la mirada hacia él y captó un destello de regodeo en sus ojos antes de franquear la puerta. El mago la siguió y señaló una silla.

—Por favor, siéntate. —Akkarin rodeó la mesa y se acomodó frente a ella.

Sonea obedeció, preguntándose si sería capaz de comer. Su apetito había volado al escuchar el mensaje de lord Larkin. Quizá pudiera decir que no tenía hambre. Quizá la dejaría irse.

Bajó la mirada a la mesa, y contuvo el aliento. Todo ante ella estaba hecho de oro: cubertería, platos, incluso los bordes de las copas estaban bañados en oro. Una tentación semiolvidada la invadió. Sería demasiado fácil deslizar uno de esos tenedores entre sus ropas cuando él no estuviera mirando. Aunque sus dedos ya no eran tan rápidos como en el pasado, de vez en cuando se probaba a sí misma haciendo algunos trucos a Rothen. Se podría sacar una fortuna por uno solo de esos preciosos tenedores… o, por lo menos, lo suficiente para vivir hasta encontrar algún lugar remoto donde desaparecer.

«Pero no puedo marcharme.»

Frustrada, se preguntó si valdría la pena robar algo tan solo para irritarle.

Pegó un salto al notar que el sirviente de Akkarin estaba de pie a su lado. Alarmada por no haberlo oído aproximarse, lo observó mientras le llenaba la copa de vino, y luego mientras rodeaba la mesa y repetía la misma operación con Akkarin.

Puesto que ella dejaba su habitación temprano, y como además regresaba tarde, solo había vislumbrado al sirviente un par de veces. Ahora, más de cerca, se estremeció al darse cuenta de que lo había visto antes, en la habitación subterránea, ayudando a Akkarin a realizar el ritual de magia negra.

—¿Cómo fueron hoy tus lecciones, Sonea?

Miró a Akkarin sobresaltada, pero eludió sus ojos rápidamente.

—Interesantes, Gran Lord.

—¿Qué has aprendido?

—Arquitectura de diseño mágico. Los diseños de lord Loren.

—Ah, lord Loren. Tu investigación por los pasadizos de la universidad debe de haberte familiarizado con algunas de sus peculiaridades.

Sonea mantuvo la vista baja. Así que conocía lo de su exploración de la universidad. ¿La había estado vigilando? ¿Siguiéndola? A pesar de que lord Larkin le aseguró que ella no se había aventurado en ningún sitio prohibido a los aprendices, sintió que se ruborizaba. Cogió la copa y tomó un sorbito de vino. Era dulce y fuerte.

—¿Cómo van tus clases con lord Yikmo?

Parpadeó. ¿Qué debería decir? ¿Decepcionantes? ¿Horribles? ¿Humillantes?

—No te gustan las habilidades de guerrero.

Era una afirmación. Decidió que no tenía necesidad de responder, así que, en cambio, tomó otro trago de vino.

—La habilidades de guerrero son importantes. Hacen uso de todo lo que aprendes en las demás disciplinas, y después desafían tu comprensión de ellas. Solo en la batalla descubres los límites de tu fuerza, conocimiento y Control. Es una lástima que Rothen fuera negligente y no te concertara entrenamientos adicionales la primera vez que mostraste debilidad en esta parte de tu educación.

Sonea sintió una punzada de dolor y furia ante la crítica hacia Rothen.

—Supongo que no vio necesidad para ello —replicó—. No estamos en guerra, ni bajo la amenaza de una.

Akkarin dio un golpecito con uno de sus largos dedos en la base de su copa.

—¿Piensas que es sabio renunciar a todo nuestro conocimiento sobre la guerra en tiempos de paz?

Sonea negó con la cabeza, deseando de repente no haber dado su opinión motu propio.

—No.

—Entonces ¿no deberíamos preservar nuestro conocimiento y mantenernos bien entrenados en su uso?

—Sí, pero… —Hizo una pausa.

«¿Por qué estoy discutiendo con él?»

—¿Pero…? —inquirió Akkarin.

—Pero no todos los magos.

—¿No?

Maldijo en silencio. ¿Por qué estaba incluso él molestándose en debatir aquello con ella? A él no le importaba si no era buena en habilidades de guerrero. Solo quería mantenerla ocupada y fuera de su camino.

—Quizá Rothen descuidó esa parte de tu entrenamiento porque eres una mujer.

Sonea se encogió de hombros.

—Quizá.

—Quizá tenía razón. En los últimos cinco años, las pocas jovencitas que se planteraron ser guerreros fueron persudiadas para lo contrario. ¿Crees que eso es justo?

Sonea frunció el ceño ante la pregunta. El mago sabía que ella no quería unirse a los guerreros, por lo que quizá solo estuviera preguntando en un esfuerzo para entablar conversación. Si cooperaba, ¿la conduciría ello a un terreno peligroso? ¿Debería negarse a hablar con él?

Antes de poder decidir si contestar o no, la puerta que había a la espalda de Akkarin se abrió, y entró Takan llevando una gran bandeja. Un olor delicioso le siguió hasta la mesa. El sirviente colocó fuentes y platos formando una fila entre ella y Akkarin; luego se puso la bandeja bajo el brazo y empezó a describir cada uno.

El estómago de Sonea se agitó hambriento. Cada vez que aspiraba aquel sabroso aroma, los nudos que lo apretaban se iban aflojando.

—Gracias, Takan —murmuró Akkarin en cuanto el sirviente hubo acabado. Takan hizo una reverencia. Cuando se marchó, Akkarin cogió un cucharón y empezó a servirse de los platos.

Por unas pocas comidas formales con Rothen, Sonea sabía que ese era el modo tradicional de las Casas kyralianas de agasajar a sus invitados. En las barriadas, las comidas requerían pocos preparativos, y los únicos utensilios que se usaban eran los cuchillos que cada persona portaba. La singular tradición kyraliana de servir la comida en porciones pequeñas, de un bocado, requería más preparación, y cuanto más formal fuese la comida, más elaborados eran los platos y los utensilios.

Afortunadamente, Rothen le había hecho memorizar para qué se empleaban los distintos tenedores, cucharas, pinzas y pinchos. Si Akkarin había pensado humillarla llamando su atención ante la falta de una educación «apropiada», entonces se iba a sentir decepcionado.

Sonea se sirvió primero en su plato varias tajadas de rasuk envueltas en hojas de brasi. Cuando pinchó un trozo con el tenedor y se lo puso entre los dientes, se dio cuenta de que Akkarin había hecho una pausa para observarla.

Un delicioso sabor llenó su boca. Sorprendida, se comió otra porción. Pronto el plato estuvo vacío, así que dejó que su mirada vagase de fuente en fuente.

Mientras degustaba de todas ellas, se olvidó de todo lo demás. Había rodajas de pescado servidas en una salsa roja de marín, muy ácida. Unas misteriosas porciones resultaron estar rellenas de hierbas y carne picada de harrel. Grandes crotes púrpuras, unas alubias que siembre había aborrecido, estaban recubiertas de migas saladas que las hacían irresistibles.

Nunca había saboreado comida tan deliciosa. Los platos de la universidad siempre le habían parecido buenos, y no entendía por qué algunos aprendices se quejaban. Aquella comida, sin embargo, explicaba por qué sus compañeros encontraban carencias en el refectorio.

Cuando Takan regresó, levantó la mirada y descubrió que Akkarin la observaba, con la barbilla descansando en una mano. Apartó los ojos y vio que Takan recogía los platos y fuentes vacías, para luego llevárselos.

—¿Cuál es tu opinión de la comida?

Sonea asintió.

—Buena.

—Takan es un cocinero excelente.

—¿Preparó todo esto él mismo? —No pudo ocultar la sorpresa en su voz.

—Sí, aunque tiene un ayudante para remover las ollas.

Takan volvió con dos cuencos, que colocó delante de ellos. Al bajar la mirada, la boca de Sonea se hizo agua. Pálidas medias lunas de pachi nadaban refulgentes en un sirope espeso. El primer bocado reveló una dulzura acentuada con un toque de alcohol. Comió lentamente, saboreando cada bocado.

«Aguantar su compañía bien valdría la pena por comidas como esta», pensó.

—Quiero que cenes conmigo aquí cada primerdía por la noche.

Sonea se quedó de piedra. ¿Le había leído la mente? ¿O era eso lo que había pretendido todo el tiempo?

—Pero tengo clases nocturnas —protestó.

—Takan es consciente del tiempo disponible para la cena. No te perderás tus lecciones.

Sonea bajó la mirada al cuenco vacío.

—Pero te perderás la clase de esta noche si te entretengo más —añadió—. Puedes retirarte, Sonea.

Aliviada, se puso en pie de un salto, pero tuvo que apoyarse en la mesa con una mano cuando empezó a darle vueltas la cabeza. Todavía un poco mareada, hizo una reverencia y se dirigió a la puerta.

Se detuvo en el pasillo para recobrar el equilibrio y oyó un murmullo procedente de la habitación tras ella.

—Menos vino la próxima vez, Takan.

—Fue el postre, milord.