23. La promesa de Akkarin


Al regresar de la cubierta, Dannyl encontró a Tayend sentado con las piernas cruzadas en la estrecha cama de su camarote. Los dibujos y notas del académico estaban esparcidos sobre todas las superficies planas disponibles.

—He traducido lo que he podido. Hay una frase en el ataúd que sospecho que se repite en varios idiomas antiguos. Seré capaz de comprobarlo cuando vuelva a la biblioteca. La tercera línea está en una lengua elynea temprana, que se fusionó con la kyraliana hace mil años.

—¿Qué dice?

—Que esa mujer era justa y honorable. Que protegió las islas con alta magia. Las palabras para «alta magia» estaban grabadas de forma muy remarcada. Hay un jeroglífico resaltado del mismo modo en lo que creo que es un viejo dialecto vindeano… que es el que está grabado en las paredes. El mismo jeroglífico aparece en las paredes en varios lugares.

Tayend tendió un dibujo a Dannyl, señalando el jeroglífico. Cada vez que aparecían las palabras para «alta magia», el dibujo sobre ellas representaba a una figura de rodillas ante una mujer. Esta extendía la mano para tocar la palma alzada del suplicante, como para apaciguar o recompensar.

—Eso podría dar a entender que ella está realizando esa «alta magia». ¿Qué crees que está haciendo?

Dannyl se encogió de hombros.

—Sanando, quizá. Eso tendría sentido, pues la sanación habría sido muy rara hace mil años. Solo mediante la cooperación y la experimentación logró el Gremio desarrollar tal habilidad; es la disciplina más difícil de aprender.

—Entonces el término «alta magia» ¿no te es familiar?

Dannyl negó con la cabeza.

—No.

—El orificio por el que miramos no me parecía natural. Tuvo que haber sido abierto por alguien. ¿Crees que se utilizó magia para ello?

—Posiblemente. —Dannyl sonrió—. Creo que el último visitante nos hizo un favor.

—Desde luego que sí.

El barco descendió bruscamente. A Tayend se le crispó el rostro y adquirió una tonalidad enfermiza.

—No vas a pasar este viaje con semejante suplicio —dijo Dannyl con firmeza—. Dame tu muñeca.

Los ojos de Tayend se abrieron de par en par.

—Pero… Yo…

—Ya no tienes excusa.

Para regocijo de Dannyl, Tayend se ruborizó y apartó la mirada.

—Me sigue, hum… incomodando que… bueno…

Dannyl gesticuló con la mano.

—Este tipo de sanación es rápido. Y no te leeré la mente. Aparte, tienes que hacer frente a la verdad. No eres muy buena compañía cuando estás enfermo. Cuando no estás por ahí vomitando, estás quejándote de ello.

—¡Quejándome de ello! —protestó Tayend—. ¡Yo no me he quejado! —Le ofreció la muñeca—. Adelante, entonces.

Tayend cerró los ojos con fuerza. Dannyl tomó la muñeca del académico, proyectó su mente y sintió de inmediato náuseas y vértigo. Un pequeño esfuerzo de voluntad aplacó ambas sensaciones. Dannyl soltó la muñeca de Tayend y se quedó mirándolo; el académico abrió los ojos y evaluó el efecto.

—Mucho mejor así. —Tayend echó a Dannyl una mirada rápida y escrutadora, luego se encogió de hombros y bajó la vista a sus notas—. ¿Cuánto durará?

—Unas pocas horas. Será más en cuanto te acostumbres al balanceo.

Tayend sonrió.

—Sabía que te traía conmigo por algo. ¿Qué vamos a hacer cuando regresemos?

Dannyl hizo una mueca.

—Tendré que pasar mucho tiempo poniéndome al día con mis obligaciones de embajador.

—Bien, mientras tú te dedicas a eso, yo continuaré nuestra investigación. Sabemos adónde viajó Akkarin gracias a los registros navieros. Algunas preguntas aquí y allá nos dirán qué hizo después. Bel Arralade da una fiesta todos los años para celebrar su cumpleaños, y será el lugar perfecto para empezar. Tu invitación te estará esperando en la Casa del Gremio.

—¿Cómo puedes estar seguro, Tayend? Apenas he pasado más de unos meses en Capia, y todavía no he conocido a Bel Arralade.

—Por eso tengo la certeza de que serás invitado. —Tayend sonrió—. Un mago joven y soltero como tú… Aparte, el embajador Errend siempre asiste. Si no consiguieras una invitación, él insistiría en que le acompañaras.

—¿Y tú?

—Tengo amigos que me llevarán si se lo pido de forma agradable.

—¿Por qué no vienes conmigo?

Tayend echó una ojeada a un lado y a otro del pasillo que separaba los camarotes. Se inclinó hacia delante.

—Si llegamos juntos, se harán suposiciones que preferirías que no se hicieran.

—Hemos estado viajando juntos durante meses —señaló Dannyl—. Puede que esas suposiciones ya se hayan hecho.

—No necesariamente. —Tayend gesticuló con la mano—. No si la gente observa que me tratas como a un simple subordinado. Tal vez asuman que no conoces nada sobre mí. Después de todo, eres kyraliano. Si lo supieras, te habrías buscado a otro asistente.

—Realmente tenemos mala reputación, ¿verdad?

Tayend asintió.

—Pero podemos usar eso a nuestro favor. Si alguien comenta algo sobre mí, deberías escandalizarte por difamar mi nombre. Yo suplicaré a mis amigos que te mantengan en la sombra, que es importante para mi trabajo. Si somos lo bastante convincentes, podremos seguir trabajando juntos sin que nadie se haga preguntas.

Dannyl frunció el ceño. Odiaba admitirlo, pero Tayend tenía razón. Aunque prefería hacer caso omiso de los cotilleos y dejar que siguieran su curso, cualquier paso que pudieran dar para proteger su reputación facilitaría la vida de ambos.

—Muy bien. Actuaré como el arrogante mago kyraliano que la gente espera. —Miró a Tayend—. Pero quiero que recuerdes que si comento algo duro o sentencioso, no lo digo realmente en serio.

Tayend asintió.

—Lo sé.

—Solo te estoy avisando. Mis habilidades como actor son francamente buenas.

—Ah, ¿de verdad?

Dannyl soltó una risita.

—Sí, de verdad. Las palabras de mi mentor lo demuestran. Dijo que si había sido capaz de convencer a los ladrones de que era un pobre mercader, podría engañar a cualquiera.

—Ya veremos —replicó Tayend—. Ya veremos.

Lord Osen aguardaba pacientemente a que Lorlen finalizara la carta. Moviendo la mano de lado a lado, Lorlen secó la tinta, luego dobló el papel y lo selló.

—¿Qué viene a continuación? —preguntó mientras alargaba la carta a Osen.

—Eso era todo.

Lorlen levantó la mirada, sorprendido.

—¿Ya estamos al día?

—Sí. —Olsen sonrió.

Recostándose en su silla, Lorlen contempló complacido a su ayudante.

—No te he agradecido que hayas cuidado de todo por mí la semana pasada.

Osen se encogió de hombros.

—Necesitaba un respiro. En mi opinión, debería haberse tomado un descanso más largo. Quizá visitar a la familia un par de semanas, como hace todo el mundo. Aún parece rendido.

—Aprecio tu preocupación —contestó Lorlen—. Pero ¿dejarlos a todos a su aire durante unas semanas? —Sacudió la cabeza—. Mala idea.

El joven mago rió entre dientes.

—Ahora ya se parece más a usted mismo, al de antes. ¿Empezamos los preparativos para la próxima Reunión?

—No. —Lorlen recordó algo y frunció el ceño—. Esta noche visito al Gran Lord.

—Perdone por decirlo, pero no parece especialmente entusiasmado. —Osen titubeó, y continuó en un tono de voz más bajo—. ¿Han tenido discrepancias?

Lorlen observó a su ayudante. A Osen raramente se le pasaba algo por alto, pero era discreto. ¿Creería una negación? Probablemente no del todo.

Dile que sí. Algo menor.

Lorlen se puso rígido al oír la voz en su mente. Akkarin no le había hablado a través del anillo desde la conversación en el exterior del Salón de Noche, hacía poco más de una semana.

—Supongo que algo así —respondió Lorlen pausadamente—. En cierto modo.

Osen asintió.

—Eso pensaba. ¿Fue por la tutela de Sonea? Eso es lo que creen algunos magos.

—¿Sí? —A Lorlen no le quedó más remedio que sonreír. Se había convertido en objeto de cotilleos.

¿Y bien?, proyectó hacia el anillo.

La respuesta que estás considerando servirá.

Tras un suave resoplido, Lorlen alzó la vista y dirigió a Osen una mirada de advertencia.

—Sé que puedo confiar en que guardarás esto para ti, Osen. La sospecha es fundada, pero no quiero que los demás sepan que el Gran Lord y yo discrepamos. Es por el bien de Sonea.

Osen asintió.

—Entiendo… Lo guardaré para mí mismo. Y espero que resuelvan sus diferencias, lord Lorlen.

Lorlen se levantó.

—Eso dependerá de lo bien que Sonea se adapte al cambio. Quizá sea esperar demasiado de ella, después de todo por lo que ha pasado ya.

—No me gustaría estar en su posición —admitió Osen mientras seguía a Lorlen hasta la puerta—. Pero estoy seguro de que sabrá sobrellevarlo.

Lorlen asintió.

«Eso espero.»

—Buenas noches, Osen.

—Buenas noches, administrador.

El eco de los pasos del joven mago resonó en el pasillo de la universidad mientras se alejaba a grandes zancadas. Cuando entró en el vestíbulo, Lorlen sintió que una nube de terror se acumulaba alrededor suyo. Pasó entre los enormes portones y se detuvo en lo alto de la escalera.

Contempló la residencia del Gran Lord, más allá de los jardines. No había vuelto desde la noche que Akkarin le leyó la mente. Recordarlo hizo que un escalofrío recorriera su espalda.

Inspirando profundamente, se puso a pensar en Sonea. Para que ella estuviera a salvo, el administrador debía cruzar el jardín y presentarse de nuevo ante Akkarin. La invitación del Gran Lord no era para ser rechazada.

Lorlen se obligó a sí mismo a moverse. Tras unos pocos pasos, aceleró el ritmo. Mejor terminar con ello cuanto antes. Se detuvo ante la puerta de la residencia, con el corazón desbocado, y se obligó a llamar. Como siempre, la puerta se abrió hacia dentro tras el primer toque. Viendo que la antesala estaba vacía, Lorlen soltó un suspiro de alivio. Pasó al interior.

Con el rabillo del ojo captó un movimiento. Una sombra se desprendió del rectángulo oscuro de la entrada de la escalera a mano derecha. La túnica negra de Akkarin susurró discretamente al aproximarse este.

Túnica negra. Magia negra. Irónicamente, el negro siempre había sido el color del Gran Lord.

«No tenías por qué tomártelo tan al pie de la letra», pensó Lorlen.

Akkarin rió entre dientes.

—¿Vino?

Lorlen negó con la cabeza.

—Entonces siéntate. Relájate.

¿Relajarse? ¿Cómo iba a relajarse? Además, aquella amistosa familiaridad le contrariaba. Lorlen permaneció de pie, y observó a Akkarin acercarse a la vitrina del vino y coger una botella.

—¿Cómo está Sonea?

Akkarin elevó los hombros.

—No lo sé. Ni siquiera estoy seguro de dónde está exactamente. En algún lugar de la universidad, creo.

—¿No está aquí?

—No. —Akkarin se volvió y gesticuló en dirección a las sillas—. Siéntate.

—Entonces ¿cómo…? ¿Le has dado uno de estos anillos?

—No. —Akkarin tomó un sorbo de vino—. La he controlado de vez en cuando. Pasó unos días explorando la universidad, y ahora que ha encontrado algunos rincones donde esconderse, ocupa su tiempo leyendo libros. Relatos de aventuras, por lo que sé.

Lorlen frunció el ceño. Se alegraba de que Akkarin no hubiera obligado a Sonea a quedarse en su habitación durante las vacaciones, pero enterarse de que andaba escondiéndose por los rincones de la universidad confirmaba lo asustada e infeliz que debía de estar.

—¿Seguro que no quieres nada de vino? El Anuren oscuro de este año es muy bueno.

Lorlen echó una ojeada a la botella, luego negó con la cabeza. Soltó un suspiro, se acercó a una silla y se sentó.

—Asumir su tutela no ha sido tan problemático como había temido —dijo Akkarin tranquilamente mientras se acercaba a su silla—. Lo complica todo, pero es mejor que la alternativa.

Lorlen cerró los ojos e intentó no imaginar cuál podría ser esa otra alternativa. Respiró hondo y expulsó el aire lentamente; luego se obligó a mirar a Akkarin a los ojos.

—¿Por qué has hecho esto, Akkarin? ¿Por qué la magia negra?

Akkarin le sostuvo la mirada.

—De entre toda la gente, Lorlen, tú eres el único al que desearía poder contárselo. Vi que hizo cambiar el modo en que me miras. Si hubieras creído que era posible derrotarme, habrías enviado al Gremio contra mí. ¿Por qué no me preguntaste qué estaba haciendo cuando supiste de ello por primera vez?

—Por que no sabía lo que harías.

—Tras todos estos años siendo amigos, ¿acaso no confiabas en mí?

—Después de lo que vi en la mente de Sonea, me di cuenta de que no te conocía en absoluto.

Akkarin enarcó las cejas.

—Es comprensible. Es algo poderoso, esa creencia de que la magia negra es maligna.

—¿Lo es?

Akkarin frunció el ceño; tenía la mirada perdida más allá del suelo.

—Sí.

—Entonces ¿por qué la practicas? —inquirió Lorlen. Alzó la mano que llevaba el anillo—. ¿Por qué esto?

—No puedo contártelo. Pero ten por seguro que no pretendo tomar el control del Gremio.

—No te hace falta. Ya eres el Gran Lord.

Las comisuras de la boca de Akkarin se curvaron hacia arriba.

—Lo soy, ¿no es cierto? Entonces sabes que no destruiré el Gremio, ni nada a lo que tengas aprecio.

Dejando a un lado su copa, se levantó y se acercó a la mesa de las bebidas. Llenó otra copa y se la tendió a Lorlen.

—Te lo contaré algún día, Lorlen. Lo prometo.

—Te tomo la palabra.

Akkarin abrió la boca para responder, pero calló al percibir un golpecito en la puerta casi inaudible. Se irguió y entornó los ojos.

La puerta se abrió. El resplandor del globo de luz de Akkarin apenas alcanzaba para iluminar los ojos de Sonea cuando esta entró, con la cabeza inclinada.

—Buenas noches, Sonea —dijo Akkarin suavemente.

La chica se inclinó en una reverencia.

—Buenas noches, Gran Lord, administrador —respondió con voz apagada.

—¿Qué has hecho hoy?

Bajó la mirada a los libros que sostenía contra el pecho.

—Leer un poco.

—Con las bibliotecas cerradas, debes de tener poco donde elegir. ¿Hay algún libro que te gustaría comprar?

—No, Gran Lord.

—Se te pueden procurar otras distracciones, si lo deseas.

—No, gracias, Gran Lord.

Akkarin alzó una ceja, y luego la despidió con la mano.

—Puedes irte.

Con aspecto aliviado, Sonea se dirigió apresuradamente a la escalera a mano izquierda. Lorlen sintió una punzada de culpa y compasión mientras la observaba.

—Debe de estar desconsolada —murmuró.

—Humm. Su reticencia es irritante —dijo Akkarin en voz baja, como para sí mismo. Regresó a su silla y recuperó su copa de vino—. Bien, cuéntame, ¿Peakin y Davin ya han resuelto su pequeña disputa?

Apoyado en la ventana, Rothen miraba fijamente el pequeño cuadrado de luz al otro lado de los jardínes. Había divisado la figura menuda aproximándose a la residencia unos minutos antes. Un momento más tarde, había aparecido la luz. Ahora tenía la certeza de que la habitación que se encontraba tras aquella ventana era la de Sonea.

Un ligero golpecito en la puerta distrajo su atención. Entró Tania, llevando una jarra de agua y un pequeño frasco. Depositó ambas cosas encima de la mesa.

—Lady Indria recomendó no tomarlo con el estómago vacío —dijo Tania.

—Lo sé —respondió Rothen—. Lo he utilizado antes.

Se apartó de la ventana y cogió el recipiente. El somnífero era de un tono gris inocuo, pero nunca había olvidado su sabor vomitivo.

—Gracias, Tania. Puedes irte.

—Que duerma bien. —Tras una reverencia, se dirigió hacia la puerta.

—Espera. —Rothen se irguió y observó atentamente a su sirvienta—. ¿Te importaría…? ¿Podrías…?

La mujer sonrió.

—Si oigo algo, se lo haré saber.

El mago asintió.

—Gracias.

Después de que se hubo marchado, Rothen se sentó y mezcló parte del polvo con agua. Se obligó a tragarlo de una sola vez, se recostó y esperó a que la droga surtiera efecto. El sabor le trajo a la memoria un rostro que a menudo pensaba que había olvidado, y sintió una punzada de dolor.

«Yilara, esposa mía. Incluso después de todo este tiempo, te sigo llorando. Pero supongo que nunca me perdonaría si dejara de hacerlo.»

Había resuelto que siempre recordaría a su mujer con el aspecto que tenía cuando estaba sana, y no como había sido al final, debilitada por la enfermedad. Sonrió a medida que regresaban recuerdos más felices.

Todavía sonriendo, todavía en su silla, se sumió en un apacible sueño.