2. El primer día


Un sol cálido caía sobre la espalda de Dannyl mientras avanzaba hacia el carruaje. Invocó un poco de magia para levantar el primero de sus arcones y ponerlo en el techo. Tras colocar al lado el segundo, suspiró y meneó la cabeza.

—Sospecho que voy a arrepentirme de llevarme conmigo tanto equipaje —masculló—. Y aun así no dejo de pensar en cosas que desearía haber empaquetado.

—Estoy seguro de que en Capia serás capaz de comprar cualquier cosa que necesites —dijo Rothen—. Ciertamente, Lorlen te ha concedido una generosa gratificación.

—Sí, fue una grata sorpresa. —Dannyl sonrió abiertamente—. Tal vez estés en lo cierto en cuanto a sus razones para enviarme lejos.

Rothen enarcó las cejas.

—Sin duda sabe que haría falta mucho más que enviarte a otro país para mantenerte apartado de los problemas.

—Ah, pero voy a echar de menos eso de sacarte de todos tus apuros, amigo mío. —Cuando el conductor abrió la puerta del carruaje, Dannyl se giró para mirar al mago de más edad—. ¿Vienes al Puerto?

Rothen negó con la cabeza.

—Las clases empiezan en menos de una hora.

—Para ambos, Sonea y tú —asintió Dannyl—. Eso es todo, pues… Ya es hora de decir adiós.

Se contemplaron el uno al otro con solemnidad durante un momento; a continuación Rothen asió con fuerza el hombro de Dannyl y sonrió.

—Ten cuidado. Intenta no caerte por la borda.

Dannyl rió entre dientes y le devolvió el apretón.

—Cuídate, viejo amigo. No permitas que esa nueva aprendiz tuya te agote. Volveré dentro de un año o así para comprobar tus progresos.

—¡Viejo amigo, vaya! —Rothen empujó a Dannyl hacia el carruaje. Tras trepar a su interior, Dannyl se volvió y observó una expresión reflexiva en el rostro de su amigo—. Nunca pensé que te vería salir corriendo a tan gloriosa aventura, Dannyl. Parecías muy contento aquí, y rara vez has puesto un pie fuera de las puertas desde que te graduaste.

Dannyl se encogió de hombros.

—Supongo que aguardaba a tener el motivo adecuado.

Rothen dejó escapar un rudo sonido.

—Mentiroso. Eres un vago, sencillamente. Espero que el primer embajador conozca este hecho, o se llevará una desagradable sorpresa.

—Lo descubrirá pronto. —Dannyl esbozó una burlona sonrisa.

—Estoy seguro. —Rothen sonrió y se apartó del carruaje—. Ve en paz, pues.

Dannyl asintió con la cabeza.

—Adiós. —Y diciendo esto, golpeó el techo del carruaje. Este se puso en marcha con una sacudida, alejando consigo a Dannyl, que se deslizó al otro lado del asiento y descorrió la cortina que cubría la ventanilla. Vislumbró a Rothen mirando todavía, antes de que el carruaje volviera a girar para atravesar las Puertas del Gremio.

Se recostó en el mullido asiento y suspiró. Aunque se sintiera complacido por partir finalmente, sabía que echaría de menos a sus amigos y el ambiente familiar. Rothen tenía a Sonea y a la anciana pareja Yaldin y Ezrille, pero Dannyl tendría como única compañía a unos extraños.

Aunque le ilusionaba su nuevo cargo, se sentía algo intimidado por los deberes y responsabilidades que iba a asumir. Desde la búsqueda de Sonea, sin embargo, durante la cual había localizado y negociado con uno de los ladrones, su cómoda y mayormente solitaria vida de estudio en el Gremio le parecía cada vez más tediosa.

No se había dado cuenta de lo aburrido de su estado hasta que Rothen le contó que estaba siendo considerado para el cargo de segundo embajador. Para cuando Dannyl fue convocado al despacho del administrador, ya era capaz de recitar el nombre y la posición de cada hombre y mujer de la corte de Elyne, y, para diversión de Lorlen, también numerosos escándalos.

El carruaje se internó en el Círculo Interno y viró hacia la carretera que circunvalaba los muros del Palacio. Apenas se divisaban sus magníficas torres desde aquel ángulo, por lo que Dannyl se deslizó al otro lado del asiento para admirar las casas, primorosamente decoradas, de los ricos y poderosos. En una esquina de la calle se estaba construyendo una nueva mansión. Recordó la vieja estructura en proceso de desmoronamiento que previamente se había alzado allí, una reliquia de tiempos anteriores a la invención de la arquitectura de creación mágica, cuya aplicación a la piedra y el metal había permitido a los magos construir fantásticos edificios que desafiaban las limitaciones estructurales normales. Antes de que el carruaje pasara de largo, Dannyl tuvo tiempo de ver a dos magos de pie junto a la casa parcialmente construida, uno de ellos sosteniendo en las manos un plano de gran tamaño.

El carruaje volvió a girar y pasó frente a otros hogares excelsos, luego aminoró la marcha y atravesó las Puertas Interiores en dirección a la Cuaderna Occidental. Los guardias apenas le echaron un vistazo al pasar; su mirada se detuvo únicamente en el símbolo del Gremio pintado en el costado del vehículo. La carretera cruzaba la Cuaderna Occidental, entre casas grandes y regias de un estilo más simple que las del Círculo Interno. La mayoría de ellas pertenecían a mercaderes o artesanos, que preferían aquella parte de la ciudad por su proximidad al Puerto y al Mercado.

Cuando el carruaje atravesó la Puerta Occidental, entró en un laberinto de tenderetes y cabinas. Gentes de todas las razas y clases abarrotaban las calles a ambos lados. Los poseedores de puestos anunciaban a los cuatro vientos los precios de sus mercancías por encima del interminable zumbido de voces, silbidos, campanas y reclamos de animales. Aunque el ancho de la carretera se conservaba invariable, vendedores, compradores, artistas callejeros y mendigos se aglomeraban a ambos lados de tal forma que los carruajes apenas tenían suficiente espacio para sortear a los que venían de frente.

El aire estaba cargado de una mezcla de olores diversos. A una brisa endulzada por el aroma de fruta magullada le seguía otra apestando a verduras podridas. El olor fibroso de las esteras quedó empantanado por el hedor agrio y sofocante de algo malsano cuando dos hombres que transportaban una cuba con un aceitoso líquido azul pasaron junto al carruaje. Finalmente, el salobre aroma del mar y el sutil olor acre del lodo del río alcanzaron a Dannyl, y este notó que los latidos de su corazón se aceleraban. El carruaje dobló una curva y el Puerto emergió a la vista.

Un bosque de mástiles y sogas se extendía delante de él, dividiendo el cielo en ribetes de color azul. A cada lado de la carretera un interminable río de personas avanzaba apresuradamente. Musculosos porteadores y marineros transportaban cajas, cestos y sacos sobre la espalda. Carretas de todos los tamaños, tiradas por toda suerte de animales, se movían con pesadez. Los gritos de los vendedores fueron reemplazados por órdenes pregonadas a voz en cuello y por los bramidos plañideros del ganado.

El carruaje continuó la marcha, pasando por delante de botes cada vez más grandes, hasta que alcanzó una fila de sólidos barcos mercantes que descansaban en un largo muelle. Allí frenó y se detuvo, balanceándose hacia atrás sobre sus muelles.

La puerta se abrió y el conductor se inclinó respetuosamente.

—Hemos llegado, milord.

Dannyl se deslizó en el asiento y saltó afuera. Un hombre moreno y con el pelo blanco aguardaba de pie; tenía el rostro y los brazos desnudos muy bronceados. Tras él había varios hombres más jóvenes, todos ellos de constitución fuerte.

—¿Es usted lord Dannyl? —preguntó el hombre haciendo una forzada reverencia.

—Sí. ¿Y usted es…?

—Oficial del muelle —dijo, y a continuación señaló con la cabeza hacia el carruaje—. ¿Suyo?

Dannyl imaginó que se estaba refiriendo a los arcones.

—Sí.

—Nos encargaremos de bajarlos.

—No, puedo ahorrarles la molestia.

Dannyl se volvió y enfocó su voluntad. A medida que cada arcón era descendido al suelo, un par de hombres se adelantaban y lo asían, aparentemente acostumbrados al uso de la magia con tales propósitos. Empezaron a recorrer el embarcadero, con el resto de los hombres detrás.

—El sexto navío, milord —dijo el oficial del muelle mientras el carruaje se alejaba.

Dannyl asintió con la cabeza.

—Gracias.

Cuando alcanzó el embarcadero, sus pasos empezaron a resonar, emitiendo un eco hueco sobre la pasarela de madera. Bajó la mirada y vislumbró el agua entre las grietas de los amplios tablones. Siguió a los porteadores bordeando una gran pila de cajas que estaban siendo cargadas en un barco, y más allá un montón de lo que parecían alfombras bien enrolladas esperando junto a otra embarcación. Había hombres por doquier: corriendo arriba y abajo del embarcadero con cargas en los hombros, holgazaneando en las cubiertas o moviéndose a grandes zancadas al grito de las órdenes.

Por encima del ruido, Dannyl percibió los más sutiles sonidos del Puerto: el constante crujido de los maderos, el chapoteo del agua contra el casco de los navíos y el embarcadero. Captaba pequeños detalles: la decoración en mástiles y velas, los nombres pintados cuidadosamente en los cascos y en las cabinas de popa, el agua manando a través de un agujero en el costado de un barco. Frunció el ceño ante aquel último detalle. Se suponía que el agua permanecía fuera de la embarcación, ¿no?

Cuando llegaron al sexto navío, los porteadores subieron a bordo por una estrecha pasarela. Al levantar la vista, Dannyl reparó en un par de hombres que le miraban desde el barco. Avanzó por la pasarela con cautela al principio, más confiado al descubrir que era suficientemente sólida a pesar de la flexibilidad de la madera. Cuando pisó la cubierta, los dos hombres le saludaron con reverencias.

Su aspecto era notablemente parecido. La piel marrón y la pequeña estatura eran típicos rasgos vindeanos. Ambos vestían con ropas burdas y de un color indefinido. Uno de ellos, sin embargo, aguardaba en posición más erguida que el otro, y fue quien habló.

—Bienvenido al Finda, milord. Soy el capitán Numo.

—Gracias, capitán. Soy lord Dannyl.

El capitán señaló los arcones, que descansaban sobre la cubierta a unos pocos pasos de distancia; los porteadores esperaban cerca.

—No espacio para cajas en camarote, milord. Guardar abajo. Si necesita algo, usted pide a mi hermano, Jano.

Dannyl asintió con la cabeza.

—Muy bien. Hay solo un objeto que recogeré antes de que se los lleven.

El capitán asintió una vez.

—Jano enseña cuarto. Nosotros zarpamos pronto.

Cuando el capitán se alejó, Dannyl tocó la tapa del arcón más pequeño. La cerradura se abrió con un chasquido. Sacó una bolsa de cuero atestada con lo necesario para el viaje. Tras cerrar de nuevo la tapa, miró a los porteadores.

—Esto es todo lo que me hará falta… espero.

Se agacharon y se llevaron los baúles. Dannyl se volvió y miró a Jano con expectación. El hombre asintió con la cabeza y le hizo señas a Dannyl para que le siguiera.

Atravesaron una puerta estrecha y descendieron un corto tramo de escalera hasta una sala amplia. El techo era tan bajo que hasta Jano tuvo que inclinarse para esquivar las vigas. Unas sábanas burdamente tejidas colgaban del techo entre ganchos. Esas, imaginó, eran las camas colgantes de las que hablaban los viajeros en sus relatos e informes.

Jano le condujo por un estrecho pasillo y, tras unos cuantos pasos, abrió una puerta. Dannyl contempló el cuarto diminuto con consternación. Una cama baja de la misma anchura que sus hombros llenaba por completo el interior. Habían incorporado un pequeño aparador en un extremo, y unas mantas de lana de reber de buena calidad reposaban pulcramente dobladas en el otro.

—Pequeño, ¿yai?

Dannyl miró a Jano y notó que el hombre sonreía abiertamente. Esbozó una sonrisa irónica, consciente de que su consternación era evidente.

—Sí —coincidió Dannyl—. Pequeño.

—Cuarto de capitán dos veces más grande. Cuando barco grande es nuestro, tenemos cuarto grande, también, ¿yai?

Dannyl asintió con la cabeza.

—Parece justo. —Dejó caer la bolsa sobre la cama, luego se dio media vuelta para poder sentarse, con las piernas extendidas en el pasillo—. No necesito más.

Jano dio unas palmaditas en la puerta de enfrente.

—Mi cuarto. Tenemos compañía uno del otro, ¿yai? ¿Usted cantar?

Antes de que Dannyl pudiera siquiera pensar en una respuesta sonó una campana en algún lugar, por encima de ellos, y Jano alzó la mirada.

—Tengo que marchar. Zarpar ahora. —Dio media vuelta y se detuvo—. Usted quedarse aquí. No ponerse en el camino. —Sin esperar una respuesta, se marchó a la carrera.

Dannyl contempló el diminuto camarote que constituiría su espacio vital durante las dos semanas siguientes, y soltó una risita. Ahora entendía por qué tantos magos odiaban viajar por mar.

De pie junto a la entrada del aula, Sonea sintió que se le caía el alma a los pies.

Había salido de los aposentos de Rothen temprano, esperando llegar al aula antes que los otros aprendices, y con tiempo suficiente para conseguir controlar un poco su agitado estómago antes de encontrarse con ellos. Pero ya había varios asientos ocupados. Vaciló, y las caras se volvieron hacia ella. Se le hizo un nudo en el estómago. Miró rápidamente al mago que estaba sentado en la parte delantera del aula.

Era más joven de lo que había esperado, probablemente no alcanzaba la treintena. Una nariz aguileña confería a su rostro una expresión de desdén. Cuando ella se inclinó, el mago alzó la vista; sus ojos se clavaron en su cara, la recorrieron de arriba abajo hasta sus botas nuevas, y volvieron a ascender hasta la cara. Satisfecho, el mago bajó la mirada a una hoja de papel y trazó una pequeña marca en la lista que había allí escrita.

—Escoge un asiento, Sonea —dijo en tono displicente.

La sala contenía doce mesas perfectamente alineadas, con sus correspondientes sillas. Seis aprendices, todos sentados en el borde de sus asientos, la observaban mientras analizaba la distribución.

«No te sientes demasiado lejos de los otros aprendices —se dijo a sí misma—. No querrás que crean que eres una antipática… o que les tienes miedo.»

Había unos cuantos sitios vacíos en el centro del aula, pero tampoco le gustaba la idea de sentarse en el medio. En la pared más alejada quedaba una silla libre, flanqueada por tres aprendices en la fila contigua. Esa serviría.

Era consciente de los ojos que la seguían mientras avanzaba hasta la silla. Cuando se sentó, se obligó a levantar la mirada hacia ellos. De repente los aprendices encontraron algo más interesante. Sonea suspiró aliviada. Había esperado encontrar más expresiones despectivas. Tal vez sólo el chico del día anterior —Regin— se mostraría abiertamente antipático.

El resto de los aprendices fueron llegando uno a uno a la puerta del aula, se inclinaron ante el profesor y tomaron asiento. La tímida chica kyraliana se sentó en la primera silla que encontró. Otro casi se olvidó de hacer una reverencia al mago, y luego fue dando traspiés hasta el asiento que estaba delante de Sonea. No la vio hasta que hubo alcanzado la silla, y entonces le dedicó una mirada de consternación y luego se sentó de mala gana.

El último aprendiz en llegar fue el poco amigable Regin. Examinó la habitación con ojos entrecerrados antes de situarse deliberadamente en el centro del grupo.

Sonó un lejano gong, y el mago se levantó de la silla. Varios aprendices, incluida ella, se sobresaltaron visiblemente ante ese movimiento. Antes de que el profesor pudiera hablar, sin embargo, un rostro familiar apareció en la puerta.

—¿Están todos aquí, lord Elben?

—Sí, rector Jerrik —respondió el profesor.

El rector de la universidad metió los pulgares en la faja marrón que rodeaba su cintura y contempló a la clase.

—Bienvenidos —dijo, con voz más severa que acogedora—, y enhorabuena. Os brindo esta felicitación no porque cada uno de vosotros haya tenido la buena fortuna de nacer con la rara y envidiada capacidad para usar la magia. Os felicito porque cada uno de vosotros ha sido aceptado en la universidad del Gremio de los Magos. Algunos habéis venido de países lejanos, y no regresaréis a vuestros hogares en muchos años. Puede que algunos decidáis permanecer aquí la mayor parte de vuestra vida. Todos vosotros estaréis, no obstante, anclados aquí durante los próximos cinco años.

»¿Por qué? Para convertiros en magos. ¿Qué es un mago, entonces? —Esbozó una sonrisa forzada—. Son muchos los atributos que definen a un mago. Algunos ya los poseéis, algunos los desarrollaréis, algunos los aprenderéis. Algunos son más importantes que otros.

Se detuvo y barrió la clase con la mirada.

—¿Cuál es el atributo más importante de un mago?

Sonea vio por el rabillo del ojo que varios de los aprendices se enderezaban en sus asientos. Jerrik rodeó el escritorio y se paseó por su lado de la habitación. Miró al chico que estaba sentado delante de ella.

—¿Vallon?

Sonea vio que la espalda del muchacho se encorvaba como si quisiera deslizarse bajo la mesa.

—Lo-lo bien que hace algo, milord. —La débil voz del muchacho apenas era audible—. Lo mucho que se ha ejercitado.

—No. —Jerrik giró sobre sus talones y acechó el otro lado de la clase. Atrapó a uno de los ansiosos chicos con su mirada gélida—. ¿Gennyl?

—La fuerza, milord —respondió el chico.

—¡Definitivamente, no! —bromeó el rector de la universidad.

Dio un paso adelante, entre las filas de aprendices, y se detuvo junto a la tímida chica kyraliana.

—¿Bina?

La muchacha parpadeó con gracia, luego alzó la cabeza y clavó la vista en el mago. Los ojos de este aguantaron la mirada y ella bajó la cabeza rápidamente.

—Hum… —Una pausa; de repente se animó—. La bondad, milord. El modo en que él o ella utiliza la magia.

—No. —Su tono fue más amable—. Aunque ese es un atributo muy importante y que esperamos de todos nuestros magos.

Jerrik continuó avanzando por el pasillo. Sonea volvió la cabeza para observarle, pero se dio cuenta de que el resto de los aprendices miraban fijamente hacia la parte delantera de la habitación. Se sentía intranquila, así que los imitó, mientras escuchaba los pasos del mago, que se aproximaba.

—¿Elayk?

—¿El talento, milord? —El muchacho tenía un fuerte acento lonmariano.

—No.

Los pasos estaban cada vez más cerca. Sonea sintió un cosquilleo en la parte superior de su espalda. ¿Qué contestaría si le preguntaba? Seguramente todas las posibles respuestas ya habían sido dichas. Inspiró silenciosamente y dejó salir el aire poco a poco. De todas formas no le preguntaría. Ella era la insignificante chica de las…

—¿Sonea?

Su estómago dio una sacudida. Al levantar la mirada, vio a Jerrik descollando sobre ella; sus ojos se iban tornando más fríos a cada instante de indecisión por su parte.

Entonces supo la respuesta. Era fácil. Después de todo, debería saberlo mejor que cualquiera de los aprendices, pues ella casi había muerto cuando sus propios poderes se habían vuelto incontrolables. Jerrik conocía este hecho, y probablemente era la razón por la que le preguntaba.

—El Control, milord.

—No.

El mago suspiró y caminó hacia la parte delantera de la clase. Sonea se quedó mirando las vetas de la mesa de madera, con el rostro ardiendo.

El rector de la universidad se detuvo delante del escritorio y se cruzó de brazos. Volvió a pasear la mirada por la habitación. La clase aguardaba, expectante y avergonzada.

—El atributo más importante de un mago es el conocimiento. —Hizo una pausa, y luego miró, uno tras otro, a los aprendices a quienes había preguntado—. Sin él, la fuerza de un mago de nada sirve, no posee nada a lo que aplicar su habilidad o talento, aun con la mejor de sus intenciones. —Los ojos del mago titilaron al mirar a Sonea—. Incluso si sus poderes emergen a la superficie por sí mismos, pronto estará muerto si no adquiere el conocimiento necesario para controlarlos.

La clase, como un solo ser, dejó escapar el aliento. Unas pocas caras se volvieron un instante hacia Sonea. Congelada por una semiinconsciencia, continuaba con los ojos fijos en el pupitre.

—El Gremio es el mayor y más exhaustivo almacén de conocimiento del mundo —prosiguió Jerrik, con una nota de orgullo en su voz—. Durante los años que paséis aquí, se os será transmitido ese conocimiento, o al menos parte de él. Si prestáis atención, escucháis lo que vuestros maestros han de contaros y hacéis uso de los recursos disponibles, como la vasta biblioteca, destacaréis. Sin embargo —añadió, y su tono se ensombreció—, si no prestáis atención, ni rendís respeto a vuestros mayores, ni sacáis ventaja de los siglos de conocimiento reunido por vuestros predecesores, solo conseguiréis avergonzaros a vosotros mismos. Los años que tenéis por delante no serán fáciles —advirtió—. Debéis entregaros por completo, ser disciplinados y conscientes de vuestras obligaciones… —Hizo una pausa y examinó los rostros frente a él—. Si pretendéis desarrollar plenamente vuestro potencial como magos del Gremio.

La atmósfera de la habitación había pasado del alivio a una nueva variedad de tensión. Los aprendices permanecían en tanto silencio que Sonea podía oírles respirar; Jerrik irguió la espalda y juntó las manos detrás.

—Probablemente conocéis —dijo en un tono de voz más suave— los tres niveles de Control, que son la base de vuestra educación universitaria. El primero, destapar vuestro poder, lo alcanzaréis hoy. El segundo, la capacidad de acceder, invocar y contener vuestra reserva de poder, será la tarea para el resto de esta mañana, y todas las mañanas, hasta que podáis conseguir las tres cosas sin pensar. El tercero, desentrañar las muchas maneras en que el poder puede ser utilizado, os será revelado a lo largo de los años desde hoy hasta vuestra graduación… aunque, con independencia de la disciplina en la que os especialicéis posteriormente, en ningún momento completaréis el tercer nivel. Una vez que os hayáis graduado, dependerá de vosotros ampliar el conocimiento que os hemos proporcionado, pero, desde luego, nunca sabréis todo lo que puede ser sabido. —Esbozó una sonrisa.

»El Gremio guarda más conocimiento del que seríais capaces de absorber en vuestra vida, probablemente más del que podríais aprender en cinco vidas. Aquí disponemos de tres disciplinas: sanación, alquimia y habilidades de guerrero. Para que podáis aprender lo suficiente de una de ellas, y convertiros en magos diestros y eficientes, vuestros profesores, y aquellos que les precedieron, han recopilado la información primordial y más relevante con el fin de transmitírosla. —Alzó ligeramente la barbilla—. Usad bien este conocimiento, aprendices del Gremio de los Magos de Kyralia.

Recorrió el aula con la mirada una vez más, luego se volvió y, tras un asentimiento de cabeza hacia lord Elben, abandonó la habitación.

La clase se quedó quieta y en silencio. El profesor permaneció inmóvil, observando las expresiones en los rostros de sus pupilos con una sonrisa de satisfacción. Entonces rodeó la larga mesa y les habló.

—Vuestra primera lección en Control da comienzo ahora. A cada uno de vosotros se le ha designado un profesor para esta lección. Os esperan tras la puerta contigua. Ahora, levantaos y dirigíos a esa habitación.

Las sillas se arrastraron por el suelo de madera cuando los aprendices se pusieron ansiosamente en pie. Sonea se levantó despacio. El profesor volvió la cabeza y la observó con frialdad.

—Excepto tú, Sonea —agregó con retraso—. Tú te quedarás aquí.

Esta vez todos los aprendices se volvieron para mirarla. Ella parpadeó, pasando de un rostro a otro, sintiéndose extrañamente culpable a medida que la comprensión despuntaba en los ojos de todos ellos.

—Vamos —instó el profesor.

Los aprendices empezaron a moverse. Sonea se dejó caer en la silla y observó a la clase salir en fila. Solo uno se volvió para mirarla de nuevo antes de atravesar la puerta. Sus labios estaban curvados hacia arriba en una mueca despectiva. Regin.

—Sonea.

Se sobresaltó y miró al profesor, sorprendida de que siguiera allí.

—Sí, milord.

Sus ojos perdieron un poco de su frialdad, y cruzó la sala hasta plantarse a su lado.

—Como ya has alcanzado el primer y segundo nivel de Control, te he traído el primer libro que estudiará la clase. —Sonea posó los ojos en un pequeño libro forrado de papel que el mago sostenía en la mano—. El libro contiene ejercicios prácticos, pero los realizaremos con el resto de la clase. Aun así, ganarás mucho al estudiar la información contenida en él.

Puso el libro sobre la mesa, dio media vuelta y se alejó.

—Gracias, lord Elben —le dijo ella a su espalda.

El profesor se detuvo y se volvió para mirarla con meridiana sorpresa; después continuó andando hasta la puerta.

La habitación quedó vacía y silenciosa una vez que el profesor se hubo ido. Sonea recorrió con la vista los otros pupitres. Contó nueve sillas desordenadas.

Miró el libro sobre la mesa y leyó: Seis lecciones para nuevos aprendices, por lord Liden, y una fecha. El ejemplar tenía más de un siglo de antigüedad. ¿Cuántos aprendices se habrían abierto camino con aquellos ejercicios? Hojeó el libro. El texto, comprobó con alivio, era claro y fácil de leer.

La magia es un arte útil, pero no sin limitaciones. El área natural de influencia de un mago se encuentra en el interior de su cuerpo, siendo la piel su frontera. Se requiere un mínimo esfuerzo para controlar la magia dentro de este espacio. Ningún otro mago puede influir en él, a menos que esté ejerciendo la sanación, lo cual requiere un contacto físico.

Se precisa un mayor esfuerzo para influir en lo que se halla fuera del cuerpo. Cuanto más lejos se encuentre el objeto a ser controlado, mayor será el esfuerzo necesario. La misma limitación es aplicable a la comunicación mental, aunque no es tan exigente como la mayoría de las tareas mágicas.

Rothen ya le había hablado de todo aquello, pero continuó leyendo. Más tarde, cuando ya había terminado tres lecciones y se disponía a empezar la cuarta, dos aprendices regresaron al aula. Reconoció al primero como Gennyl, el medio-lonmariano cuya tutela había sido reclamada durante la ceremonia. Su compañero era el otro chico larguirucho de Lonmar. Le echaron un único vistazo mientras se dirigían a sus asientos hacia la mitad del aula. Pudo percibir algo diferente en ellos, como si su presencia se hubiera amplificado. Supuso que eso significaba que sus poderes habían sido liberados. Pronto aprenderían a ocultarlos, igual que lo había hecho ella. Parecía que alcanzar el primer nivel no era un proceso difícil o lento. El segundo nivel, bien lo sabía ella, costaba más.

Entablaron una conversación entre murmullos, en el lenguaje líquido de su tierra natal. Otro aprendiz entró en la habitación, un muchacho kyraliano con unas ojeras oscuras. Se sentó y permaneció en silencio, clavando fijamente la vista en el pupitre.

Había algo extraño en él. Sonea pudo sentir un aura de magia a su alrededor, pero latía erráticamente, a veces con fuerza, a veces desvaneciéndose más allá de toda detección. Como no quería que se sintiera ofendido por su escrutinio, apartó la mirada. Hasta que los aprendices hubieran alcanzado el primer y segundo nivel de Control, podría percibir de ellos toda clase de cosas extrañas.

Una risa al otro lado de la puerta atrajo su atención cuando se disponía a reiniciar la lectura. En esta ocasión entraron en el aula cinco aprendices, en fila, por lo que ya solo faltaba Regin. Sin una figura de autoridad que los vigilara, los aprendices se pusieron a holgazanear, sentándose en las mesas y hablando en pequeños grupos. Los sentidos de Sonea zumbaban con sus presencias mágicas.

Nadie se aproximó a ella. Se sintió al mismo tiempo aliviada y decepcionada. No sabían qué esperar de ella, razonó, así que la evitaban. Tendría que ser la primera en mostrarse amigable. Si no lo hacía, entonces podrían llegar a la conclusión de que no quería mezclarse con ellos.

La bonita muchacha elynea estaba sentada cerca, masajeándose las sienes. Recordando los dolores de cabeza que Rothen había padecido durante sus propias lecciones de Control, Sonea se preguntó si aquella chica apreciaría un poco de amabilidad. Lentamente, tratando de aparentar seguridad, se levantó y cruzó la sala hasta la mesa de la chica.

—No es fácil, ¿verdad? —aventuró Sonea.

La chica alzó los ojos sorprendida, luego se encogió de hombros y volvió a posar la mirada en la mesa. Al no recibir respuesta, Sonea empezó a sospechar, con cierto malestar en el estómago, que la chica la estaba ignorando.

—Ella no me gusta —dijo de pronto, con un fuerte acento elyneo.

Sonea parpadeó perpleja.

—¿Quién?

—Lady Kinla —dijo la chica con irritación. Pronunció el nombre como «Keenlar».

—¿La que te enseña Control? Hummm, eso lo haría difícil.

—No es que lady Kinla sea una mala persona. —La muchacha suspiró—. Es solo que no la quiero en mi mente. Es tan… —Sus rizos pelirrojos se balancearon cuando sacudió la cabeza.

Delante de la chica elynea había un sitio libre. Sonea se sentó en él y se giró para hablar cara a cara con la muchacha.

—No quieres que vea algunas cosas de tu mente, ¿verdad? —insistió Sonea—. Cosas que no son incorrectas o malas, sino que simplemente no quieres que otra persona las vea, ¿a que sí?

—Sí, eso es —respondió levantando la vista, con los ojos bien abiertos y angustiados—, pero tengo que dejar que las vea, ¿no es cierto?

Sonea frunció el ceño.

—No, no tienes que hacerlo… Bueno, no sé exactamente lo que quieres mantener apartado de ella, pero… Bueno, esas cosas pueden ocultarse.

La chica miró fijamente a Sonea.

—¿Cómo?

—Imagina una especie de puerta y ponlas al otro lado —explicó Sonea—. Lady Kinla seguramente vea lo que has hecho, pero no tratará de llegar hasta ellas, igual que Rothen no trató de llegar a las mías.

Los ojos de la chica se abrieron aún más.

—¿Lord Rothen te enseñó Control? ¿Él estuvo en tu mente? —preguntó jadeando.

—Sí —asintió Sonea.

—¡Pero es un hombre!

—Bueno… él me enseñó. ¿Por eso tú tienes a una lady como profesora? ¿Te tiene que enseñar una mujer?

—Por supuesto. —La chica la contemplaba horrorizada.

Sonea sacudió la cabeza lentamente.

—No lo sabía, pero no entiendo qué diferencia puede suponer que te enseñe un mago o una maga. Tal vez… —Arrugó la frente—. Si no hubiera podido ocultar todos mis pensamientos secretos, habría sido mejor tener a una profesora mujer.

La chica se había apartado un poco de Sonea.

—No sería correcto que una chica de nuestra edad compartiera su mente con un hombre.

Sonea se encogió de hombros.

—Son solo mentes. Es como hablar, pero más rápido. No hay nada malo en hablar con un hombre, ¿verdad?

—No…

—Sencillamente, no hablas de ciertas cosas. —Sonea le dirigió una significativa mirada. Poco a poco, en el rostro de la chica empezó a dibujarse una sonrisa.

—No… excepto en ocasiones especiales, supongo.

—Issle. —Una voz aguda irrumpió en la habitación. Sonea levantó la mirada hacia una mujer de mediana edad con túnica verde que estaba de pie en la puerta—. Ya has descansado suficiente tiempo. Ven conmigo.

—Sí, milady —dijo la chica tras un suspiro.

—Buena suerte —le deseó Sonea mientras la chica se marchaba a toda prisa. No estaba segura de si Issle la había oído, pues desapareció por la puerta sin mirar atrás.

Sonea observó el libro que sostenía en las manos y se permitió esbozar una pequeña sonrisa. Era un comienzo. Tal vez, más tarde, pudiera volver a hablar con Issle.

Regresó a su pupitre y continuó leyendo.

Proyección:

Mover un objeto es más rápido y sencillo si se halla a la vista. Mover un objeto fuera de nuestro campo visual puede hacerse extendiendo la percepción mental para localizarlo primero. Esto conlleva más tiempo y un mayor esfuerzo, no obstante, y…

Aburrida, Sonea empezó a observar a los aprendices yendo y viniendo. Estaba atenta a sus nombres, y trató de adivinar cómo eran. A Shern, el chico kyraliano con oscuras ojeras, se le había crispado el rostro cuando su profesor regresó y pronunció su nombre. Había mirado al mago con ojos angustiados, y cuando empujó hacia atrás la silla y se dirigió a la puerta arrastrando los pies, sus movimientos habían expresado desgana.

Regin había entablado amistad con dos chicos, Kano y Vallon. La tímida chica kyraliana escuchaba atentamente su conversación, y el muchacho elyneo dibujaba en el libro forrado de papel. Cuando Issle regresó, se derrumbó en su asiento y hundió la cabeza entre los brazos. Sonea había oído a los otros quejarse de los dolores de cabeza y decidió dejar tranquila a la muchacha.

Cuando sonó el gong anunciando el descanso intermedio, Sonea dejó escapar un silencioso suspiro de alivio. Solo se había dedicado a leer sobre temas que ya sabía, constantemente distraída por las idas y venidas de los demás aprendices. No había sido una primera clase particularmente interesante.

Lord Elben entró en la sala a trancos, provocando que los aprendices retornaran precipitadamente a sus sitios. Esperó hasta que todos estuvieron en sus asientos y después se aclaró la garganta.

—Reanudaremos las lecciones de Control mañana a la misma hora —les dijo—. Vuestra próxima clase versará sobre la historia del Gremio, y será impartida en la segunda aula del piso de arriba. Ya podéis marcharos.

Se oyeron varios suspiros de alivio por toda la clase. Los aprendices se levantaron, se inclinaron ante el profesor y echaron a andar hacia la puerta. Sonea se quedó atrás, y se percató de que el chico de Elyne se había unido al grupo de nuevos amigos de Regin. Los siguió discretamente, devolvió el libro al profesor cuando pasó a su lado y después alargó la zancada para ponerse a la altura de Issle.

—¿Ha ido mejor la segunda vez?

La chica miró a Sonea y asintió con la cabeza.

—Hice lo que me dijiste. No funcionó, pero creo que lo hará la próxima vez.

—Eso es bueno. Todo es más fácil después.

Caminaron en silencio unos metros. Sonea buscaba algo que decir.

—Tú eres Issle de Fonden, ¿verdad? —observó una voz.

Issle se dio la vuelta y se detuvo cuando Regin y los otros dos aprendices se aproximaron.

—Sí —dijo ella, sonriendo cortésmente.

—¿Cuyo padre es consejero del rey Marend? —preguntó Regin, arqueando las cejas.

—Correcto.

—Yo soy Regin de Winar —se presentó, haciendo una reverencia con exagerada cortesía—, de la Casa Paren. ¿Me permitirías escoltarte hasta el refectorio?

Ella sonrió abiertamente.

—Sería todo un honor.

—No. —Regin sonreía suavemente—. El honor es mío.

Pasó entre Issle y Sonea, obligando a esta a moverse hacia atrás para evitarle, y tomó el brazo de la muchacha. Los compañeros de Regin se situaron detrás de la pareja cuando esta reanudó la marcha. Ninguno de ellos miró a Sonea, que se encontró relegada a la cola del grupo. Tras descender la escalera de la universidad, se detuvo y observó cómo se alejaban sin mirar atrás.

Issle ni siquiera le había dado las gracias.

«No debería sorprenderte —se dijo a sí misma—. Son unos niños ricos mimados y sin modales.»

«No —se reprendió—. No he de ser injusta. Si me hubieran pedido que aceptara a uno de ellos en la banda de Harrin, no habría sido fácil. Tarde o temprano olvidarán que soy diferente. Tan solo debo darles tiempo.»