Sonea se quedó parpadeando sorprendida al abrir la puerta de su habitación.
—Basta de estudiar —anunció Dorrien—. Has pasado encerrada ahí dentro todas las noches de esta semana. Hoy es dialibre, y vamos a salir.
—¿Salir? —repitió Sonea.
—Salir —confirmó él.
—¿Adónde?
—Eso —dijo Dorrien, a quien le centelleaban los ojos— es un secreto.
Sonea abrió la boca para protestar, pero él le puso un dedo en los labios.
—Chist —dijo—. Ni una pregunta más.
Curiosa a pesar de su irritación, cerró la puerta y le siguió por el pasillo del alojamiento de los aprendices. Captó un tenue sonido detrás de ella y miró por encima del hombro. Regin estaba espiando a través de la puerta abierta de un dormitorio, con los labios curvados en una sonrisa maliciosa.
Se volvió y salió del edificio tras Dorrien. El sol brillaba, aunque el suelo aún estaba enterrado profundamente bajo la nieve. Dorrien caminaba rápido, y Sonea casi tuvo que correr para mantenerse a la par.
—¿A cuánto está ese lugar secreto?
—No muy lejos. —Dorrien sonrió.
No muy lejos. Como la mayoría de las respuestas de Dorrien, aquella no le dijo nada. Apretó los labios, decidida a no hacer más preguntas.
—¿Has salido muchas veces de los terrenos del Gremio desde que llegaste? —preguntó, aflojando el paso cuando entraron en la universidad.
—Unas cuantas, aunque ninguna desde que empecé la universidad.
—Pero de eso hace casi seis meses. —Dorrien meneó la cabeza—. De verdad que Rothen debería sacarte más. No es saludable pasar todo el tiempo de puertas adentro.
Ella sonrió, divertida por su desaprobación. No podía imaginarlo cómodo estando en interiores durante largos períodos de tiempo. Un ligero bronceado le coloreaba el rostro y las manos, insinuando que pasaba muchas horas bajo el sol. Su zancada era larga y ágil, y Sonea tenía que andar deprisa para seguirle el ritmo.
Se había esperado a un Rothen más joven. Aunque Dorrien tenía los ojos del mismo azul brillante que su padre, la mandíbula era más estrecha y su constitución más delgada. Sin embargo, la principal diferencia estribaba en sus personalidades. Pero ¿en verdad era así? Mientras que Rothen se dedicaba a educar aprendices, Dorrien estaba comprometido con el cuidado de las aldeas bajo su cargo. Ellos simplemente practicaban diferentes disciplinas y vivían en ambientes totalmente distintos.
—¿Adónde ibas? —preguntó Dorrien.
—Visitaba a mis tíos en las barriadas —dijo Sonea—. Creo que cada vez que me iba había unos cuantos magos preocupados por si trataba de huir.
—¿Alguna vez has pensando en huir, Sonea?
Le observó detenidamente, sorprendida por la pregunta. Su mirada era firme y su expresión seria.
—A veces —admitió, alzando la barbilla.
Dorrien sonrió.
—No creas que eres la única aprendiz que alguna vez lo ha pensado —dijo sosegadamente—. Casi todos nosotros lo pensamos en algún momento; por lo general, justo antes del período de exámenes.
—Pero tú al final te largaste, ¿no? —señaló Sonea, y el mago se echó a reír.
—Podrías verlo de esa forma.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando en el campo?
—Cinco años.
Llegaron al final del pasillo, se internaron en el vestíbulo y empezaron a subir la escalera.
—¿Echas de menos el Gremio?
Dorrien frunció la boca.
—A veces. Añoro a mi padre, sobre todo, pero también añoro tener acceso a todas sus medicinas y a todo su conocimiento. Si he de averiguar cómo tratar una enfermedad, siempre puedo comunicarme con los sanadores de aquí, pero es un proceso más lento y a menudo no dispongo en mi almacén de las medicinas que necesito.
—¿Hay alojamiento de los sanadores donde vives?
—Oh, no. —Dorrien sonrió—. Vivo en una casita en la ladera de una colina, yo solo. La gente viene a verme para que le trate sus enfermedades, o yo la visito. A veces tengo que viajar durante varias horas, y debo llevar conmigo todo lo que pienso que podría necesitar.
Sonea subió el segundo tramo de escalera tras él mientras asimilaba aquella información. Cuando llegaron a lo alto notó que, si bien le faltaba un poco el aliento, Dorrien no estaba en absoluto afectado por el esfuerzo.
—Por aquí. —Le hizo una seña y echó a andar por el corredor principal. Estaban en la segunda planta de la universidad. Sonea se preguntó, desconcertada, qué podría haber tan interesante allí arriba.
Dorrien dobló una esquina hacia un pasillo más corto. Tras girar varias veces y pasar por una estancia pequeña que no se utilizaba, se detuvo ante una puerta y pasó lentamente una mano sobre un panel inscrustado en la madera. Sonea oyó un clic y a continuación la puerta se abrió hacia dentro. Dorrien le indicó con un gesto que le siguiera y se internó en una escalera sin iluminación. Cuando la puerta se cerró tras ellos, un globo de luz cobró vida chisporroteando sobre la cabeza de Dorrien.
—¿Dónde estamos? —dijo Sonea jadeando. Habían dado tantas vueltas que se había desorientado por completo. Estaba convencida de hallarse en algún lugar cercano a la parte delantera de la universidad. No había pisos por encima, aunque la escalera continuaba.
—Estamos dentro de la universidad —dijo Dorrien con una sonrisa inocente.
—Eso ya lo sé.
El mago rió entre dientes y giró hacia la escalera. Ascendieron hasta otra puerta, la cual respondió ante su mano igual que había hecho la primera. Cuando se abrió, una ráfaga de gélido viento se precipitó al interior y le produjo escalofríos.
—Ahora estamos fuera de la universidad —dijo Dorrien mientras franqueaba la puerta.
Sonea se encontró en un ancho corredor, y la sorpresa la dejó sin aliento. Estaban en el tejado de la universidad.
Se curvaba ligeramente para evitar que la lluvia y la nieve se acumularan. Podía ver en el centro el vasto techo de cristal del Gran Salón. Había un poco de nieve amontonada alrededor de las molduras de los paneles de cristal. El borde ornamentado que remataba los muros más largos del edificio formaba una maciza baranda a la altura de la cintura.
—No sabía que era posible subir al tejado —admitió.
—Solo unos pocos magos tienen permiso para venir aquí —explicó Dorrien—. Las cerraduras responden bajo su tacto. El predecesor de lady Vinara, lord Garen, me concedió el acceso. —El rostro de Dorrien adquirió una expresión prudente—. Tras morir mi madre, él y yo nos hicimos amigos, en cierto modo. Fue como un abuelo adicional, supongo. Uno que siempre estaba cerca para hablar conmigo. Me enseñó cuando decidí se…
Una ráfaga de viento arrastró sus palabras y apresó su túnica. El flequillo de Sonea revoloteó contra su cara, aguijonéandole los ojos. Se llevó una mano a la cabeza y cogió la horquilla que le sujetaba el pelo. Volviendo el rostro hacia el viento, se recogió los mechones díscolos y los apresó con fuerza.
Entonces el viento cesó abruptamente. Sintió la barrera que Dorrien había creado para protegerlos y alzó la mirada hacia él. El joven la observaba; sus ojos brillaban a la luz del sol.
—Ven aquí abajo —dijo haciéndole una seña.
Descendió dando grandes zancadas hasta la baranda, y Sonea le siguió, notando los surcos tallados en la superficie del tejado para evitar que resbalaran las botas cuando estaba mojado. Dorrien se detuvo hacia la mitad de la longitud del edificio. Barrió la nieve de la baranda y se inclinó sobre ella para otear el terreno. La distancia hasta abajo producía vértigo.
Un grupo de sirvientes se movía apresuradamente por el sendero, abriéndose camino a través de los jardines hacia el alojamiento de los sanadores. Divisió el techo del edificio circular sobre las copas de los árboles. Hacia la derecha, vio el alojamiento de los aprendices, la Cúpula, el edificio de los Siete Arcos y las termas. Detrás se alzaba la colina de Sarika, el bosque espolvoreado de nieve. En la cima de la colina, la atalaya en desuso, medio derrumbada, apenas era visible, oculta en su mayor parte por los árboles.
Se volvió completamente, contempló la ciudad, y después más allá. Una franja azul, el río Tarali, serpenteaba alejándose de Imardin hacia el horizonte.
—Mira —dijo Dorrien, apuntando con el dedo—. Puedes ver las gabarras en el río.
Sonea se llevó la mano a la frente, a modo de visera, y vio una larga fila de embarcaciones planas flotando en el río a las afueras de la ciudad. En todas había hombres diminutos con remos, que utilizaban sin descanso para impulsarse, clavándolos en el lecho del río. La chica frunció el ceño.
—¿No es profundo el río?
—Lo es más cerca de la ciudad —dijo—, pero allí arriba es todavía poco profundo, lo suficiente para las gabarras. Cuando llegan a la ciudad, un bote sale y las guía hasta el puerto. Transportan productos del noroeste, lo más probable —observó Dorrien—. ¿Ves el camino al otro lado del río?
Sonea asintió. Una estrecha línea marrón corría junto a la franja azul del río.
—Cuando hayan entregado su cargamento, atarán las gabarras a un gorín, que los remontará corriente arriba. El animal será utilizado para hacer descender otras mercancías por el río; son más lentos pero más baratos de contratar.
»Para llegar a mi hogar, sigues esa carretera —señaló Dorrien—. La cordillera del Cinturón de Acero aparece en el horizonte tras unos días cabalgando.
Sonea siguió la dirección de su dedo. Grupos oscuros de árboles crecían a lo largo de la distante carretera, y más allá distinguió campos que se extendían hasta el horizonte.
Había estudiado los mapas de Kyralia, y sabía que las montañas marcaban la frontera entre Kyralia y Sachaka, igual que, al noroeste, las montañas Grises delimitaban el territorio de Elyne. Mientras miraba a lo lejos, la invadió una extraña sensación. Había lugares ahí fuera que nunca había visto —en los que ni siquiera había pensado nunca—, pero que aun así formaban parte de su tierra.
Y más allá existían otras que solo recientemente había empezado a conocer.
—¿Alguna vez has salido de Kyralia?
—No —respondió Dorrien, encogiéndose de hombros—. Puede que viaje algún día. Nunca tuve ninguna buena razón para hacerlo, y no me gusta estar lejos de mi aldea demasiado tiempo.
—¿Y Sachaka? Vives justo al lado de uno de los pasos, ¿verdad? ¿Ni siquiera lo has cruzado para echar un vistazo?
El mago negó con la cabeza.
—Algunos pastores lo han hecho, probablemente para ver si valía la pena llevar el ganado a pacer allí. No hay ningún pueblo al otro lado, ninguno a muchos días a caballo. Es una tierra yerma.
—¿Los yermos de la guerra?
—Sí —asintió Dorrien—. Has estado prestando atención a tus lecciones de historia, por lo que veo.
Sonea se encogió de hombros.
—Es la única parte interesante. Todo lo demás, la Alianza y la formación del Gremio, es monótono y aburrido.
Se echó a reír, luego se apartó de la baranda. Caminaron lentamente de regreso a la puerta y entraron de nuevo en la pequeña habitación. Dorrien se detuvo en lo alto de la escalera y la asió del brazo.
—Entonces ¿te ha gustado mi sorpresa?
Sonea asintió con la cabeza.
—Sí.
—¿Mejor que estudiar?
—¡Por supuesto!
El mago, sonriendo con una mueca, se desplazó lateralmente, y Sonea soltó un grito ahogado cuando cayó por el hueco de la escalera. Un momento después, reapareció, flotando en un movimiento ascendente sobre un disco de magia. Se apretó el pecho con una mano y sintió que el corazón le palpitaba con fuerza.
—¡Casi se me para el corazón, Dorrien! —le recriminó.
El sanador se echó a reír.
—¿Quieres aprender a levitar?
Sonea negó con la cabeza.
—Claro que quieres.
—Me quedan por leer tres capítulos.
Sus ojos brillaron.
—Puedes leerlos esta noche. ¿Quieres aprender a hacerlo cuando los demás aprendices estén mirando? Si te enseño ahora, nadie excepto yo verá los errores que cometas.
Sonea se mordió el labio. Tenía parte de razón…
—Vamos —la apremió Dorrien. Extendió los brazos y dio una vuelta completa sobre sí mismo—. No te dejaré salir por la puerta de abajo si te niegas.
Sonea puso los ojos en blanco.
—¡Oh, vale, está bien!
La Casa del Gremio en Ciudad Kiko estaba construida sobre una abrupta pendiente. Numerosas terrazas otorgaban a los visitantes unas vistas del mar, de las playas y de la larga avenida en espiral (todavía abarrotada de celebrantes). El sonido rítmico de la música llegaba hasta los oídos de Dannyl, quien sostenía una copa de vino elyneo en una mano y la botella en la otra. Tomó un sorbo y se desplazó desde la barandilla de la terraza hasta una silla, donde se sentó, depositando la botella a un lado. Estiró las piernas y dejó que su mente vagara.
Como siempre, fue directa a Tayend.
El académico se había sentido incómodo y nervioso cerca de Dannyl desde el atraco. Aunque Dannyl había tratado de comportarse como si no hubiera notado nada inusual, parecía que no había convencido a Tayend de que su secreto seguía oculto. El académico creía que un mago, al practicar la sanación, encontraría evidencias físicas que delatarían sus inclinaciones, pero Dannyl solo podía asegurarle que eso no era cierto diciendo a Tayend que estaba equivocado. Lo cual, desde luego, revelaría que Dannyl se había enterado de su secreto.
Tayend temía que Dannyl rechazara su amistad. Era un temor razonable. Aunque los kyralianos no ejecutaban a los hombres por ese comportamiento «inaceptable», como hacían los lonmarianos, aun así se consideraba algo perverso y antinatural. Castigaban a los hombres despojándolos de sus títulos, y por asociación, sus familias eran tratadas como si todos hubieran sido contaminados. Si una familia descubría que uno de los suyos tenía esas tendencias antinaturales, le enviaban lejos para gestionar pequeñas propiedades u otros intereses familiares.
Dannyl había oído hablar de magos del Gremio que en el pasado fueron castigados de esa forma. Aunque no se les expulsó, se les consideraba parias en todos los demás aspectos. Durante el conflicto al que tuvo que hacer frente de aprendiz, le aseguraron que si se demostraba la veracidad de los rumores, quizá no le permitieran graduarse.
En todos los años desde entonces, se había mostrado cauteloso para evitar volver a levantar sospechas sobre él. En los últimos días, había estado forcejeando con un pensamiento inquietante: sería inevitable que en la corte de Elyne se especulara sobre sus preferencias si las de Tayend eran bien conocidas. Los rumores de su pasado solo añadirían más leña al fuego, y a pesar de que esos chismorreos pudieran no ser peligrosos en Elyne, una vez que llegaran a oídos del Gremio…
Dannyl meneó la cabeza. Tras pasar varios meses viajando con Tayend, cualquier daño a su reputación ya se habría producido. Para recuperarla, debería desvincularse de Tayend en cuanto regresaran a Elyne. Debería dejar claro que había quedado consternado al descubrir que su asistente era, empleando la definición del elyneo, un «doncel».
«Tayend lo comprenderá», dijo una voz en el fondo de su mente.
«¿Lo hará? —dijo otra—. ¿Y si se enfurece y habla a Akkarin de la investigación de Lorlen?»
«No —replicó la primera—. Arruinaría su integridad como académico. Y tal vez puedas dar por terminada esta amistad de forma amable, sin herir sus sentimientos.»
Dannyl bajó la mirada a la copa de vino con el ceño fruncido. ¿Por qué se llegaba siempre a eso? Tayend era un buen compañero, un hombre que le gustaba y que valoraba. Pensar en romper su amistad por miedo a que los chismorreos alcanzaran al Gremio le hacía sentirse avergonzado y furioso. Sin duda existiría algún modo de poder disfrutar de la compañía del académico sin poner en peligro su reputación.
«Que hablen los chismosos —pensó—. No permitiré que arruinen otra prometedora amistad.»
Pero si llegaba a oídos del Gremio, y se escandalizaban tanto que le ordenaban regresar a casa…
«No, no harían algo tan drástico basándose en un mero rumor. Saben cómo es la corte de Elyne. No actuarán a menos que oigan algo que sea verdaderamente digno de tener en cuenta.»
«Y no lo oirán», se dijo Dannyl. Estaba claro que no escaparía de ese tipo de especulaciones. Así que tendría que aprender a vivir con ellas. Manejarlas. Tal vez incluso convertirlas en una ventaja para él…
—¿No estarás planeando beberte esa botella tú solo?
Sobresaltado, Dannyl levantó la mirada y encontró a Tayend parado en la puerta de la terraza.
—Por supuesto que no —respondió.
—Bien —dijo Tayend—. De lo contrario parecería un estúpido llevando esto por ahí. —Alzó una copa vacía.
Tayend observaba a Dannyl mientras este servía el vino, pero apartó la vista rápidamente cuando sus miradas se encontraron. El académico se acercó a la barandilla y contempló el mar.
«Es la hora —decidió Dannyl—. Hora de decir la verdad, y no voy a echarme atrás.»
Respiró hondo.
—Tenemos que hablar —dijo Tayend de repente.
—Sí —convino Dannyl. Meditó sus palabras cuidadosamente—. Creo que sé por qué no me dejabas sanarte.
Tayend torció el rostro en una mueca.
—Me dijiste en una ocasión que entendías lo difícil que era para… para hombres como yo.
—Pero tú dijiste que los hombres como tú eran aceptados en Elyne.
—Lo son, y no lo son. —Tayend bajó la vista a la copa, y luego la apuró. Se giró y miró a Dannyl a la cara—. Por lo menos no repudiamos a la gente por ello —dijo acusadoramente.
Dannyl hizo una mueca.
—Como nación, Kyralia no es conocida por su tolerancia. Sabes que yo mismo lo he experimentado. Pero, sin embargo, no todos tenemos prejuicios.
Tayend arrugó la frente.
—Yo iba a ser mago, antes. Un primo mío me examinó y encontró potencial. Iban a enviarme al Gremio. —A Tayend se le empañaron los ojos, y Dannyl detectó una expresión de nostalgia en el rostro del académico, pero entonces este sacudió la cabeza y suspiró—. Después oí hablar de ti y me di cuenta de que no importaba si los rumores eran ciertos o no. Estaba claro que yo nunca sería mago. El Gremio descubriría lo que era y me mandaría directamente a casa.
Dannyl sintió de repente una ira extraña y sorda. Con su excelente memoria y su agudo intelecto, Tayend habría sido un mago admirable.
—¿Y cómo hiciste para evitar unirte al Gremio?
—Le dije a mi padre que no quería. —Tayend se encogió de hombros—. Por entonces él no sospechaba nada. Más tarde, cuando empecé a relacionarme con ciertas personas, sacó sus propias conclusiones sobre la verdadera razón. Cree que dejé escapar la oportunidad porque quería recrearme con cosas que el Gremio no permitiría. Nunca entendió que yo no sería capaz de ocultar lo que era.
Tayend bajó la mirada a la copa vacía, luego dio una larga zancada hacia la botella y la cogió. Rellenó la copa y se tomó el vino de un trago.
—Bueno —dijo, volviendo a mirar hacia el mar—, si sirve de consuelo, siempre supe que los rumores sobre ti no podían ser ciertos.
Dannyl torció el gesto.
—¿Por qué dices eso?
—Bien, si fueras como yo, y no pudieras evitar lo que sientes, entonces los sanadores lo habrían descubierto, ¿no?
—No necesariamente.
Los ojos del académico se abrieron de par en par.
—¿Me estás diciendo…?
—Ellos perciben lo físico. Eso es todo. Si en el cuerpo de un hombre existe una causa que le haga desear a otros hombres, los sanadores no la han hallado aún.
—Pero me contaron… me contaron que los sanadores podían determinar si a alguien le pasaba algo malo.
—Y pueden.
—Así que esto… no es algo malo ni… —Tayend frunció el ceño y miró a Dannyl—. ¿Y cómo supiste lo mío?
Dannyl sonrió.
—Tu mente lo estaba gritando tan alto que apenas pude ignorarlo. Las personas con potencial mágico que no aprenden a utilizarlo a menudo proyectan sus pensamientos con mucha fuerza.
—¿Sí? —Tayend apartó la mirada, sonrojado—. ¿Cuánto… cuánto leíste?
—No mucho —le aseguró Dannyl—. Sobre todo tus miedos. No continué escuchando. No es de buena educación.
Tayend asintió. Reflexionó durante un instante, y luego abrió bien los ojos.
—¡Significa que podría haberme unido al Gremio! —Frunció el ceño—. Pero no estoy seguro de si me habría gustado mucho. —Tayend se acercó a una silla que había junto a la de Dannyl y se sentó—. ¿Puedo hacerte una pregunta personal?
—Sí.
—¿Qué pasó realmente entre ese aprendiz y tú?
Dannyl suspiró.
—Nada. —Echó un vistazo a Tayend, que le observaba expectante—. Muy bien. La historia completa, entonces.
»Yo no era popular. Los nuevos aprendices a menudo piden a los mayores que les ayuden con los estudios, pero tuve problemas en encontrar a alguno que accediera a echarme una mano. Había oído historias sobre uno de los chicos mayores, y que los demás aprendices le evitaban a causa de esas historias, pero él era uno de los mejores de su año y decidí ignorar los rumores. Cuando accedió a ayudarme yo estaba bastante satisfecho conmigo mismo. —Meneó la cabeza—. Pero había un aprendiz en mi clase que me odiaba.
—¿Lord Fergun?
—Sí. Nos habíamos insultado y gastado jugarretas el uno al otro desde el mismo inicio de las clases. Él había escuchado las historias sobre el chico que me ayudaba, y fue todo lo que necesitó para difundir un nuevo rumor. Lo siguiente fue un interrogatorio por parte de los magos superiores.
—¿Qué sucedió?
—Negué los rumores, por supuesto. Decidieron que la mejor forma de acallar los chismorreos era separándonos, así que me ordenaron que me apartara de aquel chico. Desde luego, los aprendices no necesitaron mayor confirmación que esa.
—¿A él qué le pasó? ¿Eran ciertos los rumores sobre ese chico?
—Se graduó y regresó a su país; es todo lo que puedo contarte. —Al ver la mirada de Tayend, afilada por la curiosidad, Dannyl agregó—: No, no voy a decirte su nombre.
Tayend, que parecía decepcionado, se recostó en la silla.
—¿Y qué pasó después?
Dannyl se encogió de hombros.
—Seguí estudiando y me aseguré de no atraer más sospechas sobre mí. Con el tiempo todo el mundo se olvidó de ello, excepto Fergun… y la corte de Elyne, por lo que parece.
Tayend no sonrió. Una arruga surgió entre sus cejas.
—¿Y qué harás ahora?
Dannyl se rellenó la copa.
—Como las Tumbas de las Lágrimas Blancas están cerradas durante las festividades, no hay mucho que hacer excepto beber y relajarse.
—¿Y luego?
—Supongo que visitaremos las Tumbas.
—¿Y luego?
—Eso depende de lo que encontremos. En cualquier caso, regresaremos a Elyne.
—Eso no es lo que quería decir. —Tayend sostuvo la mirada de Dannyl—. Si ser visto con un aprendiz que podría haber sido o no un doncel fue suficiente para causarte tantos problemas, entonces asociarte con un hombre que es sabido que es un doncel será mucho, mucho peor. Dijiste que tuviste que evitar levantar sospechas sobre ti. Puedo seguir asistiéndote desde la biblioteca, pero te enviaré lo que encuentre a través de un mensajero.
Dannyl sintió que algo se retorcía en su interior. No había considerado la posibilidad de que Tayend sugiriera eso. Al recordar sus pensamientos previos acerca de dar por terminada su amistad, sintió una punzada de culpa.
—Ah, no —respondió—. Tú no te desharás de mí tan fácilmente.
—Pero ¿qué podría atraer más sospechas sobre ti que relacionarte con…?
—¿… un académico de la Gran Biblioteca? —concluyó Dannyl—. ¿Un asistente bueno y valioso? ¿Y un amigo? Si los chismosos van a hablar, ya habrán empezado. Tendrán más de que hablar si se enteran de que nos comunicamos en secreto.
Sorprendido, Tayend abrió la boca para hablar, pero se limitó a negar con la cabeza. Posó la mirada en su copa, y la alzó para brindar con Dannyl.
—Esta es por la amistad, entonces.
Sonriendo, Dannyl levantó la suya para entrechocarla con la del académico.
Rothen recorría con un dedo los lomos de los libros mientras buscaba. Se detuvo cuando la puerta de la biblioteca de los magos se abrió, y levantó la mirada. Vio que Dorrien entraba en la sala con paso enérgico, seguido de Sonea. Frunció el ceño. La chica le había pedido que cogiera varios libros de la biblioteca, pero ahí estaba ella con Dorrien.
Lord Jullen la miró con cara de pocos amigos y le dijo que pusiera su caja en los estantes próximos a la puerta. Ella sacó unas cuantas hojas de papel y dejó la caja. Dorrien asintió educadamente en dirección al bibliotecario y después condujo a Sonea hacia las largas hileras de estanterías.
Rothen decidió encontrar los libros antes de ir tras la pareja, y continuó su búsqueda, dando finalmente con el primero de la lista a varios estantes de distancia de donde debería estar. Maldijo en silencio al mago que lo hubiera colocado en el lugar erróneo.
Fue solo vagamente consciente de que alguien se aproximaba a lord Jullen y le pedía ayuda, pero se percató de que Dorrien había iniciado una conversación amistosa con lord Galin en el pasillo de al lado. Alguien empezó a toser fuertemente a su espalda, y al mirar atrás vio a lord Garrel tapándose la boca con un pañuelo. Entonces una exclamación atrajo su atención.
—¡Regin! —bramó Galin, emergiendo del pasillo a trancos. A través de los estantes, Rothen pudo ver a Regin de pie junto al escritorio de Jullen.
—¿Sí, milord? —Su expresión era todo inocencia y perplejidad.
—¿Qué acabas de poner en esa caja?
—¿Qué caja, milord?
Galin entornó los ojos.
—¿Cuál es el problema, lord Galin? —Lord Garrel recorrió el pasillo a grandes zancadas y se aproximó al escritorio de Jullen.
—Acabo de ver a Regin coger algo del escritorio de Jullen y ponerlo en esta caja. —Galin sacó la caja de Sonea del estante y la depositó en la mesa delante de Regin.
Rothen oyó voces murmurando y miró alrededor. Los magos se estaban congregando en grupos de dos y de tres, observando el desarrollo de aquel drama. Lord Jullen salió de detrás de las estanterías. Miró a los magos, al aprendiz y luego a la caja.
—¿Qué está pasando aquí? Esta es la caja de Sonea.
Galin alzó las cejas.
—¿Sí? Qué interesante.
Repitió lo que había visto. La frente de lord Jullen se arrugó en un gesto desaprobatorio.
—¿Por qué no vemos cuál de vuestras posesiones pensaba Regin que a Sonea le gustaría tener desesperadamente?
Regin palideció. Rothen sintió que una sonrisa se extendía por su rostro. Casi soltó un grito de sorpresa cuando una mano le tocó el hombro. Al volverse, encontró a Dorrien a su lado, a quien le brillaban los ojos con un familiar destello de picardía.
—¿Qué has hecho? —susurró Rothen acusadoramente.
—Nada —replicó Dorrien, abriendo bien los ojos con fingida inocencia—. Regin lo hizo todo. Yo solo me aseguré de que alguien estuviera mirando.
Se oyó un clic al abrirse la caja de Sonea, y Rothen vio a Jullen sacar un objeto negro y brillante.
—Mi tintero elyneo de doscientos años de antigüedad. —El bibliotecario frunció el ceño—. Valioso, pero con una fuga. Debo felicitarte, Regin. Incluso aunque Sonea hubiera conseguido devolverlo, sus apuntes aún seguirían cubiertos de tinta.
Regin miró a su tutor con desesperación.
—Sin duda quería estropear sus notas —dijo Garrel—. Es solo una chiquillada.
—Yo no lo creo —le interrumpió Galin—. O le bastaría con haber vertido el contenido del tintero sobre los papeles y dejarlo en el escritorio de lord Jullen.
La expresión de Garrel se ensombreció, pero la mirada acusadora de Galin permaneció impasible. Lord Jullen contempló a un mago y a otro, y después miró hacia las estanterías.
—Lord Dorrien —llamó.
Dorrien se adelantó.
—¿Sí?
—Por favor, encuentre a Sonea y tráigala aquí.
Dorrien asintió y recorrió las hileras de estanterías. Rothen observó el rostro de Sonea cuando esta se presentó ante los magos. De inmediato la expresión de ella se tornó cautelosa. Cuando Jullen le explicó lo sucedido, abrió los ojos y dirigió a Regin una mirada feroz.
—Me temo que tus notas han quedado arruinadas, Sonea —dijo Jullen, inclinando la caja hacia ella. Miró dentro y torció el gesto—. Si quieres, guardaré tu caja en mi armario de ahora en adelante.
La chica le miró sorprendida.
—Gracias, lord Jullen —dijo en voz baja.
El mago cerró la caja y la colocó en el armario detrás de su escritorio. Galin miró a Regin.
—Puedes volver a tus estudios, Sonea. Regin y yo vamos a tener una charla con el rector de la universidad.
Sonea miró una vez más a Regin; luego se dio la vuelta y se encaminó a las estanterías. Dorrien vaciló al principio y después la siguió.
Galin clavó los ojos en Garrel.
—¿Viene?
El guerrero asintió.
Cuando los dos magos y el aprendiz abandonaron la biblioteca, Dorrien y Sonea se acercaron a Rothen. Ambos lucían una expresión de petulancia no disimulada. Moviendo la cabeza de lado a lado, Rothen les dirigió una mirada severa.
—Eso fue arriesgado. ¿Y si nadie lo hubiera visto?
Dorrien sonrió.
—Ah, pero me aseguré de que alguien lo hiciera. —Miró a Sonea—. Lograste que tu expresión de sorpresa pareciera convincente.
La chica sonrió con astucia.
—Es que me sorprendió que hubiera funcionado.
—¡Vaya! —dijo Dorrien—. ¿Nadie tiene confianza en mí? —Se puso serio y miró a Rothen—. ¿Te percataste de quién se llevó a Jullen de su escritorio y distrajo a todo el mundo mientras Regin realizaba su malvada acción?
Rothen repasó lo sucedido.
—¿Garrel? No. No seas ridículo. Regin estaba sacando provecho de la situación. Solo porque Garrel fue quien pidió ayuda y tosió en el mismo momento en que Regin hizo su movimiento no significa que esté involucrado en estas fechorías infantiles.
—Probablemente tengas razón —dijo Dorrien—. Pero yo que tú no le quitaría ojo.