17. Un compañero competente


Los senderos que cruzaban los jardínes habían sido limpiados de nieve, pero los árboles aún mostraban una capa blanca en sus ramas desnudas. Rothen levantó la vista hacia la universidad. Carámbanos colgaban de las ventanas, proporcionando una decoración adicional a los marcos de piedra. Cuando llegaron a la parte delantera del edificio la nieve empezó a caer, por lo que Rothen condujo a Sonea escalera arriba, al abrigo del vestíbulo.

¿Rothen?

Dorrien.

Espero que tengas una docena de globos de calor instalados en tu habitación. No doy crédito a esta ola de frío. Es la peor que recuerdo. Ya estoy llegando a las puertas.

Rothen bajó la mirada hasta Sonea. Tenía los ojos entornados, fijos en la calle al otro lado de los portones.

—Aquí viene —murmuró ella.

Al levantar la mirada, Rothen vio a un jinete solitario que se aproximaba. Este saludó con una mano y una de las puertas empezó a abrirse hacia dentro. Antes de completar su recorrido, espoleó a su montura y franqueó la entrada al galope.

El caballo pateó la carretera circular, la túnica verde del jinete ondeaba al viento. Dorrien sonreía abiertamente, con el rostro encendido.

—¡Padre! —Cuando el caballo se detuvo, Dorrien pasó una pierna por encima de la silla y desmontó de un ligero salto.

—Muy llamativo, Dorrien —dijo Rothen con sequedad, bajando la escalera de la universidad—. Un día vas a caerte de cabeza.

—Sin duda, delante de ti —replicó Dorrien, arropando a Rothen de verde al abrazarle—, para que puedas decir «te lo dije».

—¿Diría yo eso? —preguntó Rothen inocentemente.

—Sí, lo harías… —Los ojos azules de Dorrien escudriñaron por encima del hombro de Rothen—. Así que esta es tu nueva aprendiz…

—Sonea. —Rothen le hizo una seña y la chica empezó a descender la escalera.

Dorrien apretó las riendas del caballo contra la mano de Rothen y se adelantó. Como siempre, ver la sonrisa de su hijo tras una larga ausencia le produjo un triste dolor. Eran los momentos en que mostraba todo su encanto cuando Rothen más se acordaba de su esposa fallecida. Además, el muchacho había heredado de Yilara su casi obsesiva dedicación a la sanación.

«Él ya no es un muchacho», se recordó Rothen. Dorrien había cumplido veinticuatro años hacía unos meses. Era un hombre hecho y derecho. «A su edad —caviló Rothen—, yo tenía esposa e hijo.»

—Saludos, lady Sonea.

—Saludos, lord Dorrien —respondió Sonea con una grácil reverencia.

Un criado de los establos apareció mientras hablaban, y Rothen le entregó las riendas del caballo.

—¿Adónde he de llevar el equipaje, milord? —preguntó el criado.

—A mis habitaciones —dijo Rothen. El hombre asintió y se alejó tirando del caballo.

—Huyamos del frío —sugirió Dorrien.

Rothen asintió y empezó a subir la escalera de la universidad. Cuando penetraron en el calor del interior, Dorrien lanzó un suspiro.

—Es bueno estar de vuelta —dijo—. ¿Cómo van las cosas aquí, padre?

Rothen se encogió de hombros.

—Tan tranquilas como de costumbre; por lo menos, parece que los únicos dramas del último año han sido aquellos en los que hemos estado involucrados. —Sonrió a Sonea—. Y ya conoces todo lo relativo a ellos.

Dorrien soltó una risita.

—Sí. ¿Y cómo está el embajador Dannyl?

—Lleva varios meses sin comunicarse conmigo directamente, pero he recibido algunas cartas y una caja de vino de Elyne.

—¿Queda algo?

—Sí.

—Bien, por fin buenas noticias. —Dorrien se frotó las manos.

—¿Cómo van las cosas en el nordeste?

Dorrien se encogió de hombros.

—Como siempre. El suceso más emocionante del año fue un brote de fiebre invernal. Como es habitual, unos cuantos granjeros quisieron continuar trabajando, con lo que además padecieron un caso de pulmón podrido. Algunos accidentes que tratar, algunos fallecimientos de ancianos, algunos recién nacidos ocupando su lugar en el mundo. Ah, y uno de los chicos pastores de reber vino a mí con quemaduras. Afirmaba que había sido atacado por lo que los lugareños llaman el rey Sakan.

Rothen frunció el ceño.

—¿El rey Sakan? ¿Eso no es una antigua superstición sobre un fantasma que vive en el monte Kanlor?

—Sí, pero diría por las heridas que al muchacho se le cayeron encima varios leños encendidos.

Rothen soltó una risita.

—Los niños pueden ser increíblemente creativos cuando no quieren admitir que han hecho algo malo, o estúpido.

—Esta era una historia bastante entretenida —convino Dorrien—. El chico se inventó un retrato bastante vívido del tal rey Sakan.

Rothen sonrió. La comunicación mental era demasiado directa para esa clase de charla. Era mucho mejor hablar cara a cara. Por el rabillo del ojo vio que Sonea observaba a Dorrien. Cuando su hijo se giró para contemplar el refectorio, la chica le echó una buena ojeada, evaluándole.

Dorrien siguió la dirección de la mirada de Rothen y se volvió hacia ella, y Sonea lo tomó como una invitación para unirse a la conversación.

—¿Tuviste un viaje difícil?

Dorrien soltó un gruñido quejumbroso.

—Horrible. Ventiscas en las montañas y nevadas interminables durante el resto del trayecto. Pero cuando el Gremio llama, uno debe venir, aunque eso signifique gastar hasta la última reserva de tu poder en abrir un sendero a través de la nieve y evitar que tú y tu caballo os congeléis.

—¿No podías haber esperado hasta la primavera?

—La primavera es la época más ajetreada del año para los pastores de reberes. Los animales empiezan a parir a sus cachorros, los granjeros trabajan demasiado duro, se producen accidentes. —Movió la cabeza de lado a lado—. No es una buena época.

—¿El verano, entonces?

Dorrien volvió a negar con la cabeza.

—Siempre hay alguien que se pone enfermo por un golpe de calor o por quemaduras de sol. Y por el catarro de verano.

—¿Otoño?

—Temporada de cosecha.

—Así que el invierno es la mejor época.

—Siempre hay alguien que viene a mí con congelaciones, y vivir encerrado durante meses puede acarrear problemas de salud, y…

—No existe ninguna época buena, ¿verdad?

El sanador sonrió abiertamente.

—No.

Salieron por la entrada trasera de la universidad y caminaron bajo la nieve hasta el alojamiento de los magos. Rothen vio que Sonea alzaba las cejas cuando Dorrien pisó la zona enlosada de la escalera y empezó a subir flotando en el aire.

—¿Sigues usando la escalera, padre? —Dorrien se cruzó de brazos y meneó la cabeza—. Supongo que sigues predicando sobre el ejercicio y la pereza. ¿Y qué hay de mantener tus habilidades en forma además de tu cuerpo?

—Me sorprende que te quede energía para levitar después de todas las vicisitudes por las que has pasado de camino aquí —replicó Rothen.

Dorrien se encogió de hombros. Al mirar con más detenimiento, Rothen percibió signos de tensión en la expresión del joven.

«Conque se está luciendo», pensó Rothen.

Yaldin había comentado en una ocasión que Dorrien podría esquilar a un reber con sus encantos si se lo propusiera. Rothen miró a Sonea. Esta tenía la mirada fija en los pies de Dorrien, probablemente sintiendo el disco de energía debajo.

Al llegar a lo alto de la escalera, Dorrien puso un pie en el rellano y soltó un silencioso suspiro de alivio. Estudió a Sonea con la mirada.

—¿Mi padre no te ha enseñado a levitar todavía?

La chica negó con la cabeza.

—Bien, tendremos que hacer algo al respecto. —Dorrien lanzó a Rothen una mirada de reproche—. Es una habilidad que muchas veces conviene tener a mano.

¿Para impresionar a las jovencitas?

Dorrien ignoró eso. Rothen sonrió y los condujo hasta su puerta. Pasaron a la calidez de la antesala, donde fueron recibidos por Tania.

—¿Vino templado, milores?

—¡Por favor! —exclamó Dorrien.

—No para mí —dijo Sonea, de pie en el vano de la puerta—. Todavía me quedan por estudiar tres capítulos de medicina.

Dorrien parecía estar a punto de protestar, pero luego cambió de opinión.

—Se acerca el final de curso, ¿verdad, Sonea?

—Sí, quedan dos semanas para los exámenes de primer año.

—Mucho que estudiar.

Sonea asintió.

—Sí, así que debo dejaros para que os pongáis al día. Ha sido un honor conocerte, lord Dorrien.

—Encantado de conocerte a ti también, Sonea. —Dorrien alzó su copa—. Te veré más tarde, o en la cena.

La puerta se cerró silenciosamente tras ella. Los ojos de Dorrien se entretuvieron allí.

—No me dijiste que tenía el pelo corto.

—Lo tenía mucho más corto hace un año.

—Parece muy frágil. —Dorrien frunció el ceño—. Esperaba a alguien… más duro, supongo.

—Deberías haber visto lo delgada que estaba cuando vino aquí por primera vez.

—Ah —exclamó con voz seria—. Criada en las barriadas. No es de extrañar que sea tan pequeña.

—Pequeña, tal vez —coincidió Rothen—, pero no débil. No en un sentido mágico, en cualquier caso. —Rothen miró a su hijo pensativamente—. Esperaba que pudieras distraerla un poco. En lo único que ha estado pensando desde el verano es en los estudios y en sus problemas con los demás aprendices.

Una chispa de humor destelló de nuevo en los ojos de Dorrien.

—¿Distraerla? Creo que podré hacerlo… a menos que pienses que ella encontrará terriblemente aburrido a un sanador de pueblo.

La avenida principal de Ciudad Kiko serpenteaba alrededor de la isla en una ininterrumpida espiral que finalizaba en la residencia del emperador de Vin en la cima. La ciudad se había construido así, según el guía de Dannyl, para confundir y entorpecer el avance de los invasores. La carretera también era la ruta que seguían los desfiles durante las fiestas, asegurando que todos los habitantes de la ciudad tuvieran una vista de la procesión.

Dannyl y Tayend habían llegado en plena fiesta de la cosecha, y tres días más tarde aún continuaban las celebraciones.

Las tareas a desempeñar que Lorlen había pedido a Errend eran menores pero numerosas. Dannyl no podía empezar a trabajar en ellas mientras no concluyera la fiesta, por lo que él y Tayend, desde su llegada, habían pasado el tiempo relajándose en la Casa del Gremio, solo escapándose para ver las actuaciones callejeras o comprar vino y otras exquisitices locales.

Celebrantes, cantantes, bailarines y músicos abarrotaban la avenida principal durante casi todo el día, dificultando el acceso a cualquier parte rápidamente. La procesión podía evitarse, no obstante, utilizando las empinadas escaleras que unían cada vuelta de la avenida. La subida no era fácil, y Tayend respiraba con dificultad cuando finalmente alcanzaron su destino, la tienda de un comerciante de vino en la avenida principal, varios tramos de escalera por encima de la Casa del Gremio.

Dannyl se detuvo y se apoyó en un edificio, moviendo la mano en dirección a la tienda.

—Voy a descansar —dijo resollando—. Ve tú.

De pronto, una muchacha que portaba brazaletes de flores abandonó la procesión, se aproximó al académico e intentó convencerlo para que le comprara algunos. Tayend se había sentido más que abrumado por el atrevimiento de las mujeres, pero su guía les había contado que la simpatía de las mujeres vindeanas era simplemente una muestra más de los buenos modales locales.

Dannyl dejó a Tayend con sus ocupaciones, entró en la tienda y empezó a seleccionar vino. Sabiendo que Tayend apreciaría algo familiar, escogió varias botellas de vino elyneo. Como la mayoría de los vindeanos, el comerciante hablaba suficientemente bien el idioma de Dannyl para informarle del precio, pero no lo bastante para hacer trueques.

Mientras el hombre empaquetaba las botellas en una caja, Dannyl se acercó a la ventana en saliente de la tienda. La chica de las flores había seguido su camino. Tayend estaba apoyado en la esquina del edificio, con los brazos cruzados y prestando atención a un grupo de acróbatas.

Entonces, como un rayo, surgió una mano, asió a Tayend por el brazo y tiró del académico hacia las sombras.

Dannyl se pegó un poco más a la ventana y quedó paralizado. Ahora veía a Tayend, apresado contra la pared de un callejón junto a la tienda. Un vindeano de aspecto mugriento y cabello desgreñado aferraba a Tayend por el cuello con una mano. La otra empuñaba una hoja contra el costado de Tayend.

Blanco de terror, Tayend era incapaz de apartar la vista del asaltante; el hombre movió los labios. Pidiéndole el dinero, supuso Dannyl. Dio un paso hacia la puerta, y entonces se obligó a parar. ¿Qué ocurriría si un mago hacía frente al atracador?

La imaginación de Dannyl empezó a discurrir aceleradamente. Vio al atracador utilizando a Tayend como rehén… llevándose al académico con él en su huida… apuñalando a Tayend cuando hubiera perdido de vista a Dannyl.

Mientras que si Tayend le entregaba el dinero, el hombre simplemente lo cogería y se marcharía.

Los ojos de Tayend se movieron en dirección a la ventana y encontraron los de Dannyl. Señalando con la cabeza al atracador, Dannyl articuló una palabra: «Dáselo». Tayend frunció el ceño.

Al ver el cambio en la expresión del académico, el delincuente miró hacia la ventana. Dannyl se agachó y maldijo. ¿Le habría visto? Echó una ojeada por el borde de la ventana.

Tayend estaba sacando su bolsa de monedas del abrigo. El atracador la cogió y comprobó su peso. Con una mueca de triunfo, se la guardó en el bolsillo.

Entonces, con un veloz movimiento, hundió el cuchillo en el costado de Tayend.

Horrorizado, Dannyl salió disparado de la tienda. Tayend estaba encorvado, la sangre manaba a borbotones de la herida. El asaltante se preparaba para una nueva puñalada, y Dannyl, al verlo, desplegó su magia hacia él. La expresión del delincuente se tornó en sorpresa y terror cuando divisó a Dannyl. Entonces salió volando por el aire. Lanzado por encima de la carretera, chocó contra el edificio de enfrente emitiendo un escalofriante crujido y cayó al suelo, dispersando a los celebrantes cuando aterrizó entre ellos.

Durante un instante, Dannyl observó al hombre con sorpresa y terror. No había pretendido reaccionar tan violentamente. Entonces Tayend emitió un débil quejido y apartó al atracador de su mente. El mago se abalanzó hacia delante, sostuvo a Tayend cuando empezó a encogerse y lo bajó al suelo. Dannyl desgarró la camisa ensangrentada y presionó la herida con la mano.

Cerrando los ojos, envió su mente hacia dentro. El corte del cuchillo era profundo, y había seccionado venas, arterias y órganos. Dannyl invocó el poder de sanación y lo enfocó en el área dañada. Desvió la sangre, persuadió a los tejidos a unirse e incitó al cuerpo de Tayend a expulsar la suciedad introducida por el cuchillo mugriento. Los sanadores generalmente actuaban solo hasta que la herida quedaba bien sellada y segura, ahorrando su poder para otros pacientes, pero Dannyl vertió su energía hasta que cicatrizó el tejido. Entonces escuchó al cuerpo bajo su mano, tal como le habían enseñado, comprobando que todo funcionaba correctamente.

Recibió otros mensajes. Los latidos acelerados del corazón de Tayend. La rigidez de sus músculos en tensión. Un sentimiento de alivio y terror tocó la mente de Dannyl. Este frunció el ceño. Era de esperar cierto miedo remanente, pero había algo distinto en ese sentimiento de terror. Sus sentidos se desplazaron al nivel mental y de repente los pensamientos de Tayend se derramaron en su mente.

Tal vez no lo vea… ¡No, ya es demasiado tarde! Seguro que ya lo ha notado. Ahora me rechazará. Los magos de Kyralia son así. Creen que somos unos pervertidos. Antinaturales. ¡Pero no! Lo comprenderá. Dice que sabe cómo es. Pero él no es un doncel… ¿o sí? Quizá lo oculta. No, no puede ser. Es un mago de Kyralia. Sus sanadores lo habrían detectado, y expulsado…

Dannyl, sorprendido, se retiró de la mente de Tayend, pero mantuvo los ojos cerrados y la mano en el costado del académico. Así que esa era la razón por la que Tayend rehusaba la sanación. Tenía miedo de que Dannyl pudiera sentir que… que era como Dem Agerralin. Tayend deseaba a los hombres.

Recuerdos de los últimos meses atravesaron como relámpagos la mente de Dannyl. Rememoró el día siguiente al ataque de las sanguijuelas marinas. Tayend había encontrado un par de sanguijuelas enroscadas una con la otra alrededor de una soga. Un marinero había notado el interés de Tayend.

—Reproducirse —dijo el hombre.

—¿Cuál es el chico, y cuál es la chica? —preguntó Tayend.

—No chico o chica. Mismo.

Tayend arqueó las cejas y miró al marinero.

—¿De verdad?

El hombre se alejó a buscar un cazo de siyo. Tayend alzó la mirada a las sanguijuelas.

—Bien por vosotras —había dicho.

Al recordar su estancia en Elyne, Dannyl rememoró la conversación con Errand.

«Es el hijo menor de Tremmelin… un académico, creo… No le veo mucho por la corte, aunque le he visto con Dem Agerralin… un hombre de dudosas relaciones.»

Luego Dem Agerralin: «Todos nosotros sentimos mucha curiosidad hacia usted…».

¿Nosotros?

El mismo Tayend, en el Palacio: «La corte de Elyne es terriblemente decadente, pero también es maravillosa por su libertad. Presumimos que todo el mundo tiene unos cuantos hábitos interesantes o excéntricos».

«Y ahora, por su puesto, está preocupado por cómo reaccionaré. Nosotros los kyralianos no somos conocidos exactamente por nuestra tolerancia hacia hombres como Tayend. Eso bien lo sé yo. No es de extrañar que tuviera miedo de ser sanado. Cree que los sanadores pueden presentir si un hombre desea a otros hombres, como si fuera una enfermedad.»

Dannyl frunció el ceño. ¿Qué debería hacer ahora? ¿Debería contar a Tayend que había descubierto su secreto, o sería mejor fingir que no había percibido nada?

«No lo sé. Necesito más tiempo para meditarlo. Por ahora… sí, fingiré que no lo sé.»

Al abrir los ojos encontró a Tayend mirándole fijamente. Dannyl retiró la mano sonriendo.

—¿Estás…?

—¿Milord?

Dannyl levantó la mirada y vio que una multitud se había congregado a su alrededor. El hombre que le había interpelado era un guardia vindeano. Otros estaban interrogando a la gente. Uno examinaba al atracador que yacía boca abajo, y luego extrajo la bolsa de dinero de Tayend de la mano del hombre.

El guardia plantado al lado de Dannyl empujó con la punta de su sandalia el cuchillo lleno de sangre, tirado en el suelo junto al pie de Tayend.

—No juicio —dijo, mirando a los ojos de Dannyl con nerviosismo—. Gente dice que matar hombre malo. Usted en derecho.

Dannyl miró entre la multitud y vio los ojos abiertos del atracador. Muerto. Un escalofrío le recorrió la espalda. Nunca antes había matado. Eso era algo más en lo que tendría que pensar más tarde. Cuando el guardia se retiró, Dannyl se volvió hacia Tayend y le dirigió una mirada inquisitiva.

—¿Estás recuperado?

Tayend asintió con un rápido movimiento de cabeza.

—Sí, si no tienes en cuenta el hecho de que sigo temblando.

El comerciante de vinos estaba quieto en la puerta de su tienda, con aspecto inseguro y asustado. A su lado había un hombre más joven con la caja de vino en los brazos.

—Vamos, entonces. Recojamos nuestro vino. No sé tú, pero yo estoy mucho más sediento.

Tayend dio unos pasos inestables; luego pareció recobrar la confianza. Un guardia le puso en la mano la bolsa de monedas, y Dannyl sonrió ante la expresión del académico. Después, tras indicar que el compañero del comerciante debería seguirles, echó a andar hacia la Casa del Gremio.

Las palabras en la página ante Sonea desaparecieron repentinamente bajo gruesas manchas negras. Miró por encima del hombro, pero no había nadie cerca. Oyó el sonido de más gotas cayendo sobre la página, alzó la mirada y vio un ornamentado tintero suspendido en el aire muy por encima de ella.

Desde detrás de las estanterías a su izquierda le llegaron unas risitas. El frasco se movió, amenazando con rociar de tinta la túnica de Sonea. Entornó los ojos y disparó una descarga de poder. De inmediato la tinta crepitó y se secó, y el tintero empezó a despedir un brillo rojizo. Lo lanzó hacia las estanterías, y escuchó un grito agudo.

Bajó de nuevo la vista, con una sonrisa forzada que se desvaneció en cuanto vio la tinta secándose en la página. Sacó un pañuelo y frotó las manchas con suavidad. Profirió una maldición cuando la tinta se extendió.

—Mala idea. Solo lo estás empeorando —dijo una voz por encima de su hombro.

Pegó un salto y se giró. Encontró a Dorrien de pie detrás de ella. Antes de poder impedirlo, cerró el libro de golpe.

El mago sacudió la cabeza.

—Eso seguro que no servirá de ayuda.

Sonea arrugó la frente con irritación y buscó una réplica, pero el sanador alargó la mano y le quitó el libro.

—Bien, déjame echar un vistazo. —Rompió a reír—. Alquimia de primer año. ¡No vale la pena ni guardarlo!

—Pero es de la biblioteca.

Dorrien hojeó las páginas manchadas e hizo una mueca.

—No hay nada que puedas hacer para arreglarlo —dijo, sacudiendo la cabeza—. Pero no te preocupes. Rothen puede conseguir otra copia.

—Pero…

Dorrien enarcó las cejas.

—¿Pero?

—Costará…

—¿Dinero? —concluyó Dorrien—. Sonea, eso no constituye ningún problema.

Sonea abrió la boca para protestar pero volvió a cerrarla.

—No crees que sea justo que él lo pague, ¿verdad? —Dorrien se dejó caer en una de las sillas al lado de ella—. Después de todo, tú no estropeaste el libro.

Sonea se mordió el labio.

—¿Los viste?

—Pasé junto a un aprendiz que se lamía las puntas de los dedos, que estaban quemadas, y otro que sostenía lo que parecía un tintero derretido. Cuando te vi intentando rescatar este libro, me figuré el resto. —Torció los labios—. Rothen me ha hablado de tus admiradores.

La chica le observó en silencio, y el mago se echó a reír ante su expresión, pero era una risa ribeteada de amargura.

—Yo tampoco fui muy popular en mi primer año de universidad. Entiendo un poco por lo que estás pasando. Es una tortura, pero puedes librarte de ella.

—¿Cómo?

Depositó el libro en la mesa y se recostó en la silla.

—Antes de decir nada, será mejor que me cuentes lo que te han hecho hasta ahora. Necesito hacerme una idea de cómo son esos aprendices, particularmente Regin, antes de poder ayudarte.

—¿Ayudarme? —Le miró dubitativamente—. ¿Qué puedes hacer tú que Rothen no pueda?

El mago sonrió.

—Quizá nada, pero no lo sabremos si no probamos.

Un tanto reacia, le contó lo acontecido el primer día, lo de Issle y cómo toda la clase la había aislado. Relató lo mucho que había trabajado para poder unirse a la clase superior, lo cual solo había servido para que Regin la siguiera, y lo pronto que, tras eso, el muchacho había puesto la pluma de Narron en su caja para que todo el mundo pensara que era una ladrona. Y por último le describió la emboscada en el bosque.

—No sé por qué, pero dejé esa reunión con los magos superiores con la sensación de que estaba pasando algo más que yo desconocía —concluyó—. No me hicieron el tipo de preguntas que yo esperaba.

—¿Qué esperabas?

Sonea se encogió de hombros.

—Preguntas sobre quién empezó todo el asunto. Solo me preguntaron si estaba cansada.

—Acababas de demostrar lo fuerte que eras, Sonea —puntualizó Dorrien—. Es normal que estuvieran más interesados en eso que en cualquier riña entre tú y los aprendices.

—Pero expulsaron a Regin de la clase de Balkan hasta mediadios del próximo año.

—Bueno, tenían que castigarlo —dijo Dorrien, y agitó una mano restándole importancia—, pero esa no es la razón por la que te interrogaron. Querían que tú confirmaras su historia, pero sobre todo querían calibrar tus límites.

Sonea evocó la entrevista y asintió lentamente.

—Por lo que he oído, ya eres más fuerte que muchos de los profesores de niveles inferiores —prosiguió él—. Algunos creen que tus poderes se han desarrollado a una edad temprana y que no aumentarán mucho más, otros piensan que continuarán creciendo al mismo ritmo y que serás tan poderosa como Lorlen. ¿Quién sabe? No significará nada hasta que aprendas a utilizar ese poder.

Dorrien se inclinó hacia delante y se frotó las palmas de las manos.

—Pero los magos ahora han de reconocer que Regin y sus amigos la tienen tomada contigo. Por desgracia, solo podrán hacer algo al respecto cuando haya pruebas. Nosotros tenemos que proporcionarles esas pruebas. Creo que deberíamos convencerles de que fue él quien colocó la pluma de Narron en tu caja.

—¿Cómo?

—Hummm. —Dorrien se reclinó en la silla y tamborileó con los dedos sobre la tapa del libro—. Lo ideal sería involucrarle en un intento para hacerte quedar de nuevo como una ladrona. Entonces, cuando lo cojan, todo el mundo tendrá que considerar que también te tendieron una trampa la vez anterior. Aunque tendremos que cerciorarnos de eliminar cualquier posibilidad de que piensen que le hemos tendido una trampa…

Mientras lanzaban al aire una idea tras otra, Sonea sintió que su espíritu se encendía. Tal vez Dorrien pudiera ayudarla. Ciertamente no se parecía en nada a lo que había esperado. De hecho, decidió, no se parecía a ningún mago que hubiera conocido antes.

«La verdad es que creo que me gusta», pensó.