15. Un ataque por sopresa


Nada más entrar en el aula Sonea sintió algo diferente, como una extraña corriente mágica en el aire. Se quedó parada, indecisa, en el vano de la puerta; su alivio por haber evitado a la banda de Regin se había esfumado.

Lord Kiano levantó la mirada, volviendo la atención bruscamente hacia ella con una peculiar ansiedad, como si la chica representara una distracción bienvenida.

—Hoy no habrá clases, Sonea.

Miró sorprendida al profesor.

—¿No hay clases, milord?

Kiano titubeó. Un sollozo atrajo su atención hacia el centro de la sala. Solo cuatro aprendices habían llegado antes que ella. Benon sostenía la cabeza entre las manos. Trassia y Narron habían arrimado sus sillas a él. Regin estaba sentado en silencio tras ellos, por una vez con los ojos apagados e inexpresivos. Trassia miraba fijamente a Sonea con ojos acusadores.

—Ha muerto un aprendiz —explicó Kiano—. Shern.

Sonea frunció el ceño, recordando al aprendiz de la clase de verano cuyos poderes había sentido de forma tan extraña. ¿Muerto? Las preguntas acudían a su mente. ¿Cómo? ¿Cuándo?

—Oh, lárgate —gruñó Trassia. Sonea se quedó mirándola, sobresaltada por el exabrupto de la chica.

—Era el primo de Benon —dijo Kiano en voz baja.

Trassia le devolvió una mirada fulminante. Lentamente lo comprendió. Al preguntar por qué se había cancelado la clase, lord Kiano se había visto obligado a hablar de la muerte de Shern delante de Benon. Sonea sintió el rubor en su rostro. Cuando Narron levantó la vista con cara de pocos amigos, ella salió del aula y huyó.

Dejó de correr solo tras unos pocos pasos, en cuanto fue atrapada por la rabia y la frustración. ¿Cómo iba a saber ella que Shern había muerto, o que Benon era su primo? Preguntar por qué se había cancelado la clase era algo perfectamente razonable.

¿Verdad?

Sus pensamientos retornaron a Shern. Cuando buscó entre sus sentimientos no encontró más que una afable tristeza. Shern nunca había hablado con ella, ni con nadie. De hecho, la clase entera le había ignorado durante las pocas semanas que había asistido a la universidad.

Cuando alcanzó el extremo de la escalera vio que Rothen subía hacia ella, y la invadió un fuerte sentimiento de alivio.

—Ahí estás —dijo—. ¿Te has enterado?

—Han cancelado las clases.

—Sí —asintió—. Siempre lo hacen cuando ocurre algo así. Fui a buscarte a tu habitación, pero no estabas. Ven a tomar algo caliente conmigo.

Permaneció callada mientras caminaba a su lado. Parecía sorprendente que el Gremio cerrara la universidad a causa de la muerte de un aprendiz que apenas había pasado unas semanas allí. Pero dado que todos los aprendices, excepto ella, provenían de las Casas, el chico probablemente había estado emparentado con varios aprendices y magos.

—Shern estaba en tu primera clase, ¿no? —preguntó Rothen cuando entraron en la antesala.

—Sí. —Sonea titubeó—. ¿Puedo preguntar qué le pasó?

—Claro. —Rothen cogió un cazo y unas tazas de una mesa auxiliar, y luego sacó dos tarros de un armario—. ¿Recuerdas lo que te dije sobre fallar en el Control cuando muere un mago?

—Cualquier magia inutilizada se altera, y consume el cuerpo.

Rothen asintió. Depositó sobre la mesa la loza y los tarros.

—Shern perdió el Control de su magia.

Sonea sintió un escalofrío recorriéndole la espalda.

—Pero había superado el segundo nivel.

—Sí, pero no correctamente, o por completo. Su mente nunca fue lo bastante estable. —Rothen meneó la cabeza—. Tal estado es raro, pero se da a veces. Verás, cuando se descubre que un niño tiene potencial para la magia, también le examinamos para detectar esta clase de problemas. A veces simplemente no poseen la fuerza mental o la estabilidad necesaria para controlar la magia.

—Ya veo —dijo Sonea, asintiendo con la cabeza.

Rothen vertió agua de una jarra en el cazo y añadió hojas de sumi de uno de los tarros. Sonea alcanzó el otro tarro, mezcló polvo de raka con agua y calentó la mezcla con un poco de magia.

—Por desgracia, algunas personas desarrollan inestabilidad mental cuando crecen —prosiguió Rothen—, o cuando su magia es liberada. Para entonces ya es demasiado tarde. Antes o después pierden el Control que se les ha enseñado, habitualmente en los primeros años. Shern empezó a mostrar signos de inestabilidad hace meses. El Gremio se lo llevó de la ciudad a un lugar que tenemos construido para aprendices así. Intentamos mantenerlos tranquilos y felices, y son tratados por sanadores bien versados en el problema. Pero ninguno de ellos ha encontrado nunca una cura, y cualquier ligadura que apliquemos a sus poderes no parece aguantar durante mucho tiempo.

Sonea se estremeció.

—Cuando lo vi la primera vez sentí algo extraño en su presencia.

Rothen frunció el ceño.

—¿Presentiste la inestabilidad tan temprano? Nadie más lo hizo. Debo contárselo a…

—¡No! —El corazón de Sonea dio una sacudida. Si Rothen contaba a alguien que había presentido que algo iba mal en Shern, los demás aprendices tendrían algo más de lo que culparla—. No. Por favor.

Rothen le dirigió una mirada reflexiva.

—Nadie te va a mirar mal por no decir nada. No era posible que entendieras lo que estabas percibiendo.

Ella le sostuvo la mirada, y Rothen suspiró.

—De acuerdo. Supongo que ya no importa. —Rodeó el cazo con las manos y de inmediato empezó a dispersarse vapor—. ¿Cómo te sientes con respecto a todo esto, Sonea?

La chica se encogió de hombros.

—No lo conocía. —Entonces le contó lo que había sucedido cuando entró en el aula—. Es como si todo fuera culpa mía.

Rothen frunció el ceño mientras se servía una taza de sumi.

—Probablemente reaccionaron así porque los interrumpiste en un mal momento. No te preocupes por lo que dijeron. Para mañana se les habrá olvidado.

—¿Y qué voy a hacer hoy? —se preguntó en voz alta.

Rothen dejó de sorber su bebida y sonrió.

—Creo que podríamos hacer algunos planes para la visita de Dorrien.

El capitán del Anyi se había mostrado complacido cuando Dannyl le preguntó si se dirigía a las islas Vin. Al principio Dannyl había asumido que el hombre estaba ansioso por ver su tierra natal, pero se volvió receloso cuando el capitán insistió en que Dannyl y Tayend se instalaran en su propio camarote. Por lo que sabía de los marineros vindeanos, hacía falta más que añoranza del hogar o respeto al Gremio para motivar a un capitán a ceder su propio espacio.

La noche siguiente a su partida, Dannyl había descubierto la verdadera razón para el entusiasmo del capitán.

—Casi todos los barcos a Ciudad Kiko van a Capia primero —les dijo el capitán, durante una generosa comida—. Este camino mucho más rápido.

—¿Por qué no navegan directamente a Ciudad Kiko? —preguntó Tayend.

—Hombres malos viven en Islas Altas de Vin. —El capitán torció el gesto—. Roban barcos, matan tripulación. Gente peligrosa.

—Ah. —Tayend miró a Dannyl—. ¿Y vamos a pasar por esas islas?

—No hay peligro esta vez. —El capitán sonrió a Dannyl—. Tenemos mago a bordo. Mostrar bandera de Gremio. ¡No atreven a robarnos!

Al recordar la conversación, Dannyl sonrió para sí. Sospechaba que de cualquier forma los mercantes se arriesgaban ocasionalmente a tomar aquella ruta, desplegando como protección la bandera del Gremio incluso aunque no llevaran un mago a bordo. Puede que también los piratas lo hubieran descubierto, y no le sorprendería que en alguna parte hubiera un arcón donde guardaran un uniforme del Gremio, verdadero o no, para los días en que una bandera no bastaba para mantener alejados a los piratas.

Se había sentido demasiado aliviado por dejar Lonmar para preocuparse. El litigio con el Consejo de Ancianos había necesitado más de un mes de discusiones y riñas para resolverse. Aunque las obligaciones que atendería en Vin eran menores, se preguntaba si no resultarían ser, también, más desquiciantes de lo que parecían.

A medida que se distanciaban de Lonmar y la tripulación se ponía cada vez más tensa y alerta, Dannyl se dio cuenta de que la amenaza de piratas era real. Por las conversaciones que oía y que Tayend le traducía, Dannyl supuso que un encuentro con piratas no era un riesgo, sino una certeza. Era un poco desconcertante saber que esos hombres creían que sus vidas dependían de la presencia de él en el barco.

Miró a Tayend, que estaba tumbado en una segunda cama estrecha. El académico estaba pálido y delgado. Los continuos mareos se habían cobrado su cuota a costa de su salud. A pesar de la debilidad y evidente incomodidad, Tayend seguía negándose a permitir que Dannyl le sanara.

Hasta el momento, el viaje no había sido la agradable aventura que Tayend había esperado. Dannyl sabía que el académico también se sentía aliviado de dejar Lonmar. Cuando llegaran a Ciudad Kiko, decidió, pasarían una o dos semanas descansando. Los vindeanos eran conocidos por su calidez y hospitalidad. Con suerte compensarían el calor y la rareza de Lonmar, y Tayend recuperaría las fuerzas y el entusiasmo por viajar.

Dos escotillas ofrecían destellos del mar a cada lado. El cielo del atardecer era de un polvoriento color azul, limpio de nubes. Aproximándose, Dannyl vio en un lado la sombra distante de las islas punteada en el horizonte… y dos largas embarcaciones.

Oyó un bostezo y miró a Tayend. El académico estaba sentado, estirándose.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Dannyl.

—Mejor. ¿Cómo es lo de fuera?

—Bastante agradable, por lo que parece. —Las embarcaciones eran más pequeñas que el Anyi. Se movían casi rozando la cresta de las olas, acercándose rápidamente—. Creo que tendremos compañía antes de la cena.

Tayend se apoyó en la pared del camarote, se movió hasta el lado de Dannyl y escudriñó por la ventana.

—¿Piratas?

Un sonido de pasos apresurados se aproximó a la puerta, seguido de un rápido golpeteo.

—Ya los veo —dijo Dannyl.

Tayend le dio una palmadita en el hombro.

—Hora de ser el héroe, mi mago amigo.

Dannyl fulminó a Tayend con la mirada antes de abrir la puerta y salir al pasillo que se extendía más allá. El más joven de los marineros, un chico de tal vez catorce años, le hacía señas como un desaforado.

—¡Vamos! ¡Rápido! —exclamó, con los ojos abiertos como platos.

Siguiendo al muchacho, Dannyl atravesó el camarote común y salió a cubierta. Localizó al capitán en la popa, y avanzó hacia él, sorteando aparejos y un corto tramo de escalera.

—Hombres malos —dijo el capitán, señalando con el dedo.

Las naves estaban a menos de doscientos pasos de distancia. Dannyl levantó la mirada hacia el mástil del Anyi, y vio la bandera del Gremio ondeando al viento. Echó un vistazo a la cubierta y vio que toda la tripulación, incluido el muchacho, esgrimían cuchillos o espadas cortas de fabricación rudimentaria. Unos pocos empuñaban arcos, todos cargados y ya apuntando a los barcos que se aproximaban.

Tayend soltó un ruidito de disgusto.

—La tripulación no parece tener mucha confianza en ti —murmuró.

—No corren riesgos —replicó Dannyl—. ¿Lo harías tú?

—Tú eres nuestro héroe y protector. Sé que nos salvarás.

—¿Tienes que seguir diciendo eso?

Tayend rió entre dientes.

—Solo quiero que te sientas necesario y apreciado.

El barco en cabeza no aminoró la velocidad al acercarse al Anyi. Preocupado por la posibilidad de que los piratas pretendieran abordarles, Dannyl se desplazó a la borda, listo para voltear la quilla del barco. Este viró en el último momento, con un repentino movimiento de las velas, y tomó un rumbo en paralelo al Anyi.

Hombres musculosos y robustos tripulaban aquellos barcos más pequeños. Sostenían grandes escudos en alto y dirigidos hacia el barco, preparados para una lluvia de proyectiles. Entre ellos, Dannyl captó el reflejo de la luz del sol en los aceros. Dos hombres sujetaban cuerdas enrolladas, con pesados garfios en un extremo.

Los hombres que podía ver eran más morenos y altos que el vindeano medio, sugiriendo un mestizaje de sangre vindeana y lonmariana. Todos le miraban fijamente, con expresión cauta. Uno o dos lanzaron una rápida ojeada a un hombre que se hallaba en la proa. Este, supuso Dannyl, debía de ser su líder.

Cuando la segunda embarcación se alineó junto al barco, el hombre levantó una mano y gritó en lengua vindeana. Tayend emitió una sonido estrangulado, pero la tripulación del Anyi permaneció en silencio. Dannyl miró al capitán.

—¿Qué ha dicho?

El capitán se aclaró la garganta.

—Pregunta por cuánto vender a su precioso amigo. Dice sacar beneficio si vender como esclavo en el oeste.

—¿De verdad? —Dannyl echó un vistazo a Tayend—. ¿Qué opinas? ¿Cincuenta de oro?

Tayend se volvió y atravesó a Dannyl con la mirada.

El capitán soltó una risita.

—No conocer precio de hombres esclavos.

Con una sonrisa burlona, Dannyl movió la cabeza.

—Yo tampoco. Dígale al pirata que mi amigo no está en venta. Dígale… —Dannyl se volvió a contemplar al pirata—. Dígale que no puede permitirse el cargamento de este barco.

El capitán repitió las palabras en vindeano. El pirata sonrió, luego levantó una mano para hacer una señal a la otra embarcación. Los hombres se lanzaron a los cabos y a las poleas, y pronto las naves se separaron del barco, alejándose velozmente.

El capitán dio un paso en dirección a Dannyl.

—Matarlos ahora —dijo con voz apremiante—. Antes de que se escapen.

Dannyl sacudió la cabeza.

—No.

—Pero piratas mala gente. Siempre robar barcos. Matan. Cogen esclavos.

—No nos han atacado —replicó Dannyl.

—Usted matarlos, usted hacer mar más seguro.

Dannyl se dio la vuelta para mirar de frente al capitán.

—Matar a los hombres de uno o dos barcos no cambiará las cosas. Otros los reemplazarán. Si la gente de Vin quiere que los magos eliminen a los piratas de estas islas, deben llegar a un acuerdo con el Gremio. Por ley, solo puedo usar mis poderes para defenderme, a menos que reciba una orden directa de mi rey.

El capitán bajó los ojos y se alejó. Dannyl oyó que el hombre musitaba algo en su propio idioma antes de ordenar a la tripulación que volviera a sus obligaciones. Varios marineros parecieron contrariados, pero regresaron a sus tareas sin quejarse.

—No son los únicos decepcionados con tu actuación —dijo Tayend.

Dannyl contempló a su amigo de forma inquisitiva.

—¿También crees que debería haberlos matado?

Tayend miró a los piratas en retirada con los ojos entornados.

—No habría protestado. —Después se encogió de hombros—. Pero sobre todo esperaba una pequeña exhibición de magia. Nada demasiado fastuoso. Tan solo fuego y algunas chispas.

—¿Fuego y algunas chispas?

—Sí. Quizá una pequeña tromba.

—Lamento decepcionarte —replicó Dannyl secamente.

—¿Y qué era todo eso de venderme a tratantes de esclavos? ¡Y por solo cincuenta de oro! ¡Qué insulto!

—Lo lamento. ¿Cien de oro habría sido un precio más apropiado?

—¡No! Y no pareces especialmente abatido.

—Entonces me disculpo por no haber sido convincente en mi disculpa.

Tayend puso los ojos en blanco.

—¡Ya es suficiente! Me voy adentro.

Sonea apretó su caja de notas contra el pecho y suspiró. Estaba oscureciendo rápidamente. La luz del sol había veteado el bosque con alargadas sombras cuando salió, pero en ese momento solo quedaba una nebulosa luz, que hacía difícil distinguir los bordes de las cosas. Reprimió la urgencia de crear una luz, sabiendo que eso facilitaría que la encontrasen.

Cerca, se oyó el chasquido de una ramita.

Se detuvo y escudriñó a través de los árboles. En la distancia se veían las luces de las dependencias de los sanadores, titilando entre los troncos. No percibió movimiento alguno, no oyó sonido alguno.

Soltó el aliento que había estado reteniendo y echó a andar de nuevo.

Unas semanas antes, lord Kiano había llevado a la clase a los campos y a las casas de techo acristalado ubicadas más allá de los alojamientos de los sanadores, donde se cultivaban plantas medicinales. Les había enseñado varias especies, explicándoles cómo identificar cada planta. A continuación, les había dicho que, cada semana, seleccionaría a un aprendiz para que le acompañara a los campos después de la clase, donde pondría a prueba su conocimiento.

Esa tarde a Sonea le había llegado su turno. Después del examen, el mago le había ordenado retirarse, dejándola sola para que regresara al alojamiento de los aprendices. Sabiendo que Regin no perdería una oportunidad para abordarla fuera de la vista de los magos, se había entretenido, fingiendo estar interesada en las plantas, con la esperanza de poder seguir a Kiano de vuelta. Pero cuando el profesor se enzarzó en una perezosa conversación con un jardinero, se dio cuenta de que tendría que esperar mucho tiempo.

Así que decidió poner en marcha su otro plan. Suponiendo que Regin la estaría esperando en el camino habitual, había atajado a través del bosque, esperando circunvalar las dependencias de los sanadores hasta el sendero que conducía a la fachada de la universidad.

Un crujido a su izquierda la indujo a detenerse de nuevo. Sintió que se le helaba la sangre al oír una risa ahogada, y supo que su plan había fracasado.

—Buenas noches, Sonea.

Giró sobre los talones y distinguió una silueta familiar entre los árboles. Un globo de luz nació de su voluntad, y la oscuridad retrocedió. Regin se detuvo, y una sonrisa se extendió por su rostro cuando dos figuras más aparecieron a su lado: Issle y Alend. Se oyeron más ruidos a su alrededor, y Sonea vio a Gennyl, Vallon y Kano surgiendo de las sombras.

—Una noche agradable para un paseo por el bosque —observó Regin, mirando alrededor—. Con tanto silencio… Tanta calma… Nadie que nos interrumpa. —Se acercó unos pasos—. Los profesores ya no te dan un tratamiento especial, ¿no es cierto? Qué pena. De verdad que no es justo que nosotros obtengamos más atención que tú. Así que pensé que yo mismo podría darte algunas lecciones.

El sonido de la nieve crujiendo bajo las pisadas de botas indicó a Sonea que los aprendices a su espalda se estaban acercando. Fortaleció su escudo pero, para su sorpresa, la rodearon y se colocaron detrás de Regin.

—Hummm —prosigió Regin—. Tal vez podría enseñarte algunas de las cosas que lord Balkan me ha mostrado. —Miró a los demás y asintió—. Sí, creo que lo encontrarás muy interesante.

Sonea tenía la boca seca. Sabía que Regin estaba asistiendo a clases particulares de habilidades de guerrero, pero no que estaba aprendiendo de Balkan, el líder de esa disciplina. Cuando Regin alzó las palmas de las manos, los demás aprendices se arrimaron a su líder y pusieron las manos en los hombros de este.

—Defiéndete —dijo Regin, imitando el tono autoritario de lord Vorel.

Proyectando más magia en su escudo, Sonea bloqueó el flujo de energía que brotaba como relámpagos de las palmas de Regin. Los azotes eran débiles, pero rápidamente crecieron en intensidad hasta que fueron más fuertes que cualquiera a los que se hubiera enfrentado en la Arena. Sorprendida, infundió más y más magia al escudo.

¿Cómo era posible? Había luchado contra Regin las suficientes veces para conocer su fuerza. Siempre había sido mucho más débil que ella. ¿Se había estado conteniendo, esperando el momento de sorprenderla con su verdadera fuerza?

El rostro de Regin se estiró en una fea mueca, y dio un paso hacia ella. Abruptamente, el ataque se debilitó, y después cesó cuando el muchacho hizo una pausa para mirar a los demás. Estos se precipitaron hacia delante para agarrarse de nuevo a sus hombros.

En cuanto volvieron a tocar a Regin, este reanudó su ataque. Sonea especuló sobre el significado de aquello. Era evidente que los otros le estaban prestando su poder. No había oído que fuera posible, pero había multitud de cosas sobre las habilidades de guerrero que desconocía… o puede que se le hubieran pasado por alto durante las largas y aburridas clases de Vorel.

Sus sentidos le zumbaban con la magia que impregnaba el aire. La nieve entre ellos se había derretido formando charcos calientes. Tanto poder… La idea de lo que estaba siendo dirigido hacia ella fue atroz, y aceleró los latidos de su corazón. Si fallaba y no lograba mantener el escudo, las consecuencias serían breves, y fatales. Regin se estaba arriesgando mucho… ¿o acaso estaba…?

«¿Y si tiene intención de matarme?»

Seguramente no. Sería expulsado del Gremio.

Pero cuando se imaginó a Regin frente a los magos congregados en el Salón Gremial, pudo oír fácilmente lo que diría. Un desventurado accidente. El chico no sería culpado por las paupérrimas habilidades de Sonea. Cuatro semanas de trabajo en la biblioteca, y no dejes que vuelva a suceder.

La furia reemplazó al miedo. Cuando escudriñó los rostros de los aprendices, vio que se miraban unos a otros dubitativamente. Regin ya no esgrimía su burlona sonrisa, sino que fruncía el ceño concentrado. Gruñó algo, y los otros protestaron. Lo que fuese que estuvieran haciendo no estaba surtiendo el efecto que habían esperado.

¿Eso era, entonces, todo lo fuertes que podían ser cuando se unían? Sonea sonrió. Los estaba manteniendo a raya con facilidad. Regin la había subestimado… Y si el globo de luz que flotaba sobre ellos indicaba algo, era que a Sonea aún le sobraba fuerza.

¿Cómo terminaría aquello, entonces? Estaba segura de que si lanzaba un azote rompería su ataque. Pero si la banda no fuera capaz de defenderse, podría ser ella la que tuviera que hacer frente a los magos superiores y al exilio.

Y si se las arreglaban para escudarse, aún continuarían persiguiéndola todo el camino de vuelta al alojamiento de los aprendices. ¿Cómo podría librarse de ellos? Levantó la mirada al globo de luz. Si lo extinguía, sus ojos tardarían varios minutos en acostumbrarse a la oscuridad. Podría escabullirse. Por desgracia, ella también sufriría la misma ceguera nocturna…

¿Ceguera…?

Sonrió. Cerrando los ojos con fuerza, ejerció su voluntad. La luz relampagueó intensamente al otro lado de sus párpados, y sintió que el ataque menguaba. Cuando volvió a abrir los ojos, los aprendices parpadeaban o se frotaban la cara.

—¡No veo! —exclamó Kano.

«¡Funcionó!»

Esbozó una sonrisa burlona cuando Alend, con vehemencia, soltó una palabrota y extendió los brazos, tras casi haber perdido el equilibro sobre el irregular terreno. Issle avanzó a tientas hasta que encontró un árbol, que agarró como si temiera que fuera a echar a correr.

Sonea dio un paso hacia atrás. Al oír el crujido de la nieve, Regin alargó las manos y avanzó en su dirección. Su bota pisó el barro creado por la nieve derretida, y entonces resbaló hacia un lado. Aterrizó con la cara sobre el lodo. Una exclamación de disgusto y frustración brotó de él mientras pugnaba por ponerse en pie.

Sonea ahogó una carcajada. Una mirada asesina cruzó el rostro de Regin, quien se levantó del suelo de un salto. Esquivando sus manos que tanteaban a ciegas, Sonea retrocedió hasta quedar fuera del alcance de los aprendices.

—Gracias por la lección, Regin. No sabía que fueras un hombre con semejante visión.

Riendo, dio media vuelta y echó a andar hacia las luces de la universidad.