12. No lo que tenía en mente


¿Cómo lo había hecho?

Sonea caminaba lentamente por el pasillo. Sostenía en los brazos la caja en la que guardaba su pluma, el tintero y una carpeta sin atar de apuntes y papel en blanco.

La carpeta estaba vacía.

Buscó una vez más en su memoria. ¿Cuándo había proporcionado a Regin una oportunidad para acceder a sus pertenencias? Siempre era cautelosa, y nunca dejaba sus notas desatendidas ni un solo instante.

Pero en el aula, durante la clase de lady Kinla, a menudo los aprendices eran llamados a acercarse para observar alguna demostración. Era posible que Regin le hubiera sustraído los apuntes de debajo de la tapa al pasar por su pupitre. Había creído que tal agilidad de dedos se hallaba fuera del alcance de los consentidos hijos de las Casas. Era evidente que se equivocaba.

Había registrado su habitación de arriba a abajo, e incluso se escabulló para volver a la universidad por la noche y examinar el aula. Mientras buscaba, sabía que no encontraría las notas, por lo menos no de una pieza o antes de los exámenes de ese mismo día.

Sus sospechas quedaron confirmadas cuando entró en el aula y vio una expresión petulante en la cara de Regin. Negándose a ofrecer indicios de que perdía la compostura, saludó a lady Kinla con una reverencia y se dirigió a su asiento habitual junto a Poril.

Lady Kinla era una sanadora alta de mediana edad. Las sanadoras siempre llevaban el cabello recogido hacia atrás en un moño en la nuca, y ese estilo confería al delgado rostro de lady Kinla una expresión permanentemente severa. Cuando Sonea se sentó, la sanadora se aclaró la garganta y miró de hito en hito a cada uno de los aprendices.

—Hoy os examinaré de las lecciones que hemos estudiado en los últimos tres meses. Tenéis permiso para consultar vuestras notas. —Levantó unas cuantas hojas y sus ojos revolotearon por una página—. En primer lugar, Benon…

Sonea sintió que el corazón se le desbocaba cuando comenzó el examen. Lady Kinla se paseaba arriba y abajo por el aula, abriéndose paso entre los aprendices mientras les lanzaba preguntas. Cuando Sonea oyó su nombre, el corazón le dio un vuelco, pero, para su alivio, la pregunta era sencilla y pudo responderla de memoria.

Poco a poco, sin embargo, las preguntas fueron haciéndose más difíciles. Cuando los demás aprendices empezaron a titubear y a consultar sus apuntes antes de responder, la ansiedad de Sonea creció. El aire se removió junto a ella cuando Kinla pasó a su lado.

La sanadora se detuvo y se giró para mirar a Sonea. Dio unos pasos hacia delante y se inclinó sobre el pupitre de Sonea.

—Sonea —dijo, posando la yema de los dedos en la mesa—. ¿Dónde están tus notas?

Sonea tragó saliva. Durante un segundo se planteó fingir que las había olvidado. Pero inventarse tal historia daría a Regin una mayor satisfacción, si cabía, y otra excusa le vino a la cabeza…

—Dijo que la lección de hoy sería un examen, milady —contestó—. No creí que necesitaría tomar notas.

Lady Kinla alzó las cejas, y contempló a Sonea con expresión pensativa. De algún lugar detrás de ellas llegó una risita apagada.

—Ya veo. —El tono de la profesora era peligroso—. Nombra veinte huesos del cuerpo, empezando por el más pequeño.

Sonea maldijo en silencio. Su respuesta había enfurecido a la sanadora, quien obviamente no esperaba que Sonea fuera capaz de acordarse de tantos.

Pero tenía que intentarlo. Lentamente al principio, y después con más confianza, Sonea extrajo los nombres de la memoria, contándolos con los dedos mientras los enumeraba. Cuando terminó, lady Kinla la miró fijamente, en silencio, con los labios apretados en una fina línea.

—Correcto —dijo la sanadora con desgana.

Sonea dejó escapar un silencioso suspiro de alivio y observó a la profesora mientras esta se daba la vuelta y continuaba su deambular entre los pupitres de los aprendices. Al echar un vistazo a la clase, encontró a Regin mirándola fijamente, con los ojos entrecerrados convertidos en ranuras.

Apartó la mirada. Por suerte había ayudado a Poril con sus apuntes, y podría copiarlos de nuevo. Ya no le cabía duda de que no volvería a ver los suyos.

Unos días después de su llegada, los sacerdotes del Templo del Esplendor respondieron a la solicitud de Dannyl para ver la colección de pergaminos. Se sintió aliviado por ese respiro en sus obligaciones de embajador. Las riñas del Consejo de Ancianos de Lonmar ya empezaban a tentar su paciencia.

Las razones de Lorlen para enviar a un embajador del Gremio extranjero a Lonmar eran irritantemente válidas. Uno de los Clanes Mayores había perdido influencia y riqueza, y ya no era capaz de mantener a sus aprendices y magos. Los demás clanes habían sido requeridos para hacerse cargo de esa responsabilidad.

Estudiar los acuerdos entre el Gremio y otras tierras había sido parte de las preparaciones de Dannyl para su cargo. Mientras que el rey kyraliano destinaba un porcentaje de los ingresos fiscales para pagar las necesidades de los magos de Kyralia, y dejaba al azar la selección de los aprendices, otras tierras utilizaban criterios diferentes. El rey de Elyne ofrecía cierto número de plazas cada año y elegía a candidatos con una mente inclinada a una futura implicación política. El monarca de Vin enviaba a tantos aspirantes a aprendices como pudieran encontrar y permitirse, que no eran muchos, pues sus linajes poseían aptitudes limitadas para la magia.

Los lonmarianos eran gobernados por un Consejo de Ancianos compuesto por representantes de los Clanes Mayores. Cada clan costeaba la formación de sus propios magos. El acuerdo establecido hacía siglos entre el pueblo lonmariano y el rey de Kyralia declaraba que, en el supuesto de que un clan fuera incapaz de financiar a sus magos, los otros clanes debían repartirse a partes iguales el coste de su sustento. El Gremio no quería a magos que se derrumbaran en tiempos duros, ni que recurrieran a un uso inmoral de la magia para sobrevivir.

No fue una sorpresa que varios clanes expresaran su protesta. Por lo que el embajador Vaulen había contado a Dannyl, sin embargo, solo era necesario que se les recordara, de un modo amable pero firme, las desventajas de anular el acuerdo —sus magos enviados de vuelta a casa, el acceso a la formación del Gremio denegada—, y ellos cooperarían. Vaulen desempeñaría el papel de amable elyneo para persuadirles; Dannyl debía ser el kyraliano firme e inflexible.

Pero no ese día.

Al enterarse de que la solicitud de Dannyl al Templo del Esplendor había prosperado, el embajador Vaulen había ordenado de inmediato a los sirvientes que preparasen el carruaje del Gremio.

—Hoy es un día de descanso —dijo—. Lo cual significa que el Consejo de Ancianos se reunirá y debatirá sobre lo que se debe hacer. Bien puede dedicarlo a visitar otros lugares. —Les ofreció fruta seca ablandada con agua melosa mientras esperaban.

—¿Hay algo que deba saber sobre los sacerdotes antes de ir? —preguntó Dannyl.

Vaulen meditó la pregunta.

—Según la religión Mahga, todos los hombres encuentran a lo largo de su vida un equilibrio entre el placer y el dolor. Como se considera que a los magos se les ha otorgado el don de la magia, son excluidos del sacerdocio, salvo unas cuantas excepciones.

—¿En serio? —Dannyl se puso tenso—. ¿En qué circunstancias?

—En el pasado, juzgaron conveniente que aquellos pocos que hubieran padecido un sufrimiento extremo pudieran unirse a su orden, pero solo si renunciaban a sus poderes; no obstante, aun así se les impedía ascender en rango.

—Espero que eso no signifique que me causarán dolor para equilibrar mis propios dones.

Vaulen sonrió.

—Es usted un incrédulo. Ese es suficiente equilibrio.

—¿Qué puede decirme del Sumo Sacerdote Kassyk?

—Respeta al Gremio, y tiene al Gran Lord en muy alta estima.

—¿Por qué a Akkarin en concreto?

—Akkarin visitó el Templo del Esplendor hace unos diez años, y parece que impresionó sobremanera al Sumo Sacerdote.

—Posee un don para eso.

Dannyl miró a Tayend, pero este estaba absorto en la comida. El académico, para su sorpresa, había regresado del sastre al día siguiente de su llegada vistiendo los típicos ropajes lonmarianos de color indefinido.

—Son muy cómodos —había explicado Tayend—. Y me encanta poder llevarme algo de recuerdo de nuestra visita.

Sacudiendo la cabeza, Dannyl había replicado:

—Solo tú podrías convertir una declaración de humildad en un objeto de complacencia.

Al oír ruido de cascos y el crujido de los resortes en el exterior, Dannyl se acercó a la puerta. Tayend le siguió, limpiándose con un trapo húmedo el pegajoso residuo que había dejado la fruta seca en sus dedos.

—Salude de mi parte al Sumo Sacerdote —dijo Vaulen.

—Lo haré.

Dannyl salió del edificio. De pronto quedó bañado por el calor que irradiaba una pared iluminada por el sol en el otro lado de la calle. El polvo levantado por el carruaje le provocó picor en la garganta.

Un sirviente abrió la portezuela del vehículo. Dannyl trepó al interior y se le crispó el rostro al penetrar en el sofocante calor de la cabina. Tayend le siguió, ocupó el asiento de enfrente e hizo una mueca. El sirviente les tendió dos botellas de agua, y luego hizo señas al conductor para que partiera.

Dannyl abrió la ventanilla del carruaje con la esperanza de que entrara algo de brisa, pero tuvo que soportar una nube de polvo que se coló en su garganta e intentó aliviarla con varios tragos de agua. Las calles eran estrechas, con objeto de proporcionar la mayor cantidad de sombra posible, pero la aglomeración de peatones frenaba el avance del carruaje. Algunas calles estaban cubiertas con techos de madera, creando túneles oscuros.

Tras varios intentos breves de conversar, guardaron silencio. Hablar solo hacía que se les llenara la boca de polvo. El carruaje avanzaba lenta y pesadamente por la interminable ciudad. No pasó mucho tiempo antes de que Dannyl se cansara de observar a personas y casas que ofrecían todas el mismo aspecto. Se recostó contra la pared del carruaje y empezó a dormitar.

El nuevo sonido del pavimento bajo los cascos de los caballos le despertó. Al mirar por la ventanilla vio unos muros lisos a cada lado. El corredor terminaba un centenar de pasos más adelante, y el carruaje entró en un amplio patio. Finalmente, el Templo del Esplendor apareció.

Como toda la arquitectura lonmariana, el edificio era de una sola planta y sin ningún tipo de ornamentación. Los muros eran de mármol, sin embargo, y los bloques encajaban con tal precisión que era difícil distinguir los bordes. Había obeliscos emplazados a intervalos regulares en la fachada del edificio, tan anchos en la base como alto era el edificio, y se alzaban a mayor altura de lo que la ventanilla del carruaje permitía ver.

El vehículo se detuvo y Dannyl bajó de un salto, demasiado ansioso por abandonar el sofocante calor del interior para esperar a que el conductor abriera la portezuela. Contuvo el aliento al alzar la vista y contemplar la altura de los obeliscos. Se extendían en ambas direcciones, distanciados unos cincuenta pasos entre ellos, y colmaban el cielo.

—Míralos —dijo Dannyl a Tayend en voz baja—. Es como un bosque de árboles gigantescos.

—O como un millar de espadas.

—O como mástiles de barco aguardando a recolectar almas.

—O como una enorme cama de clavos.

—Estás de buen humor hoy —señaló Dannyl con sequedad.

Tayend sonrió torciendo la boca.

—Sí, ¿verdad?

Mientras se aproximaban a la puerta del Templo, un hombre ataviado con una sencilla túnica blanca salió a recibirles. Tenía el cabello blanco, y contrastaba con el intenso color oscuro de su piel. Después de solo una ligera inclinación, entrelazó las manos y a continuación las abrió; era el gesto ritual de los seguidores de la religión Mahga.

—Bienvenido, embajador Dannyl. Soy el Sumo Sacerdote Kassyk.

—Gracias por concedernos permiso para esta visita —respondió Dannyl—. Este es mi asistente y amigo, Tayend de Tremmelin, académico de la Gran Biblioteca de Capia.

El Sumo Sacerdote repitió el gesto.

—Bienvenido, Tayend de Tremmelin. ¿Les gustaría ver parte del Templo del Esplendor antes de examinar los pergaminos?

—Nos sentiríamos muy honrados —respondió Dannyl.

—Síganme.

El Sumo Sacerdote dio media vuelta y los condujo a la frescura del interior del Templo. Pasearon por un largo pasillo, con el sacerdote gesticulando cada vez que explicaba la historia o el significado religioso de algunos de los detalles arquitectónicos. Largos corredores cruzaban el que ellos recorrían. La luz se filtraba por una serie de ventanitas estrechas situadas justo por debajo del techo abovedado. Ocasionalmente pasaban por un patio diminuto lleno de plantas de hojas anchas, que sorprendía a los invitados con su inesperada exuberancia. Otras veces se detenían en las fuentes ubicadas en los muros a beber pequeños sorbos de agua.

El Sumo Sacerdote les mostró las pequeñas habitaciones donde los religiosos vivían y pasaban su tiempo estudiando o meditando. Los guió a través de grandes salones como cavernas, donde cada día se oraba y practicaban rituales. Finalmente, los condujo a un complejo de estancias pequeñas donde se exhibían libros y pergaminos.

—¿Qué textos le gustaría ver? —preguntó Kassyk.

—Querría ver los pergaminos Dorgon.

El Sumo Sacerdote contempló a Dannyl en silencio antes de responder.

—No permitimos a los no creyentes leer esos textos.

—Oh. —Danyl frunció el ceño, decepcionado—. No es una buena noticia. He sido inducido a creer que estos pergaminos estaban disponibles para su lectura, y he viajado desde lejos para verlos.

—Es, en efecto, un infortunio. —El Sumo Sacerdote parecía genuinamente comprensivo.

—Perdóneme si me equivoco, pero en el pasado han permitido que fueran leídos, ¿cierto?

Kassyk parpadeó sorprendido, y asintió lentamente.

—Su Gran Lord, cuando nos visitó hace diez años, me persuadió para que se los leyera. Me aseguró que nadie más volvería a buscar esta información.

Dannyl intercambió una mirada con Tayend.

—Akkarin no era el Gran Lord por aquel entonces, pero incluso si lo hubiera sido, ¿cómo pudo garantizarlo?

—Juró que nunca repetiría lo que había oído. —Kassyk arrugó la frente—. Ni referenciaría estos pergaminos a ninguna otra persona. Dijo además que la información no era de interés para el Gremio. Ni tampoco lo fue para él, ya que buscaba magia ancestral, no tradiciones religiosas. ¿Está usted buscando las mismas verdades?

—Me es imposible decirlo, pues no sé exactamente qué buscaba Akkarin. Estos pergaminos podrían ser relevantes para mi investigación a pesar de no ser de utilidad para el Gran Lord. —Dannyl sostuvo la mirada del Sumo Sacerdote—. Si hago el mismo juramento, ¿los leerá para mí?

Kassyk observó reflexivamente a Dannyl. Tras una larga pausa, asintió con la cabeza.

—Muy bien, pero su amigo debe permanecer aquí.

Los hombros de Tayend se desplomaron, pero cuando se acomodó en una silla cercana, dejó escapar un suspiro de alivo. El académico se quedó abanicándose mientras Dannyl seguía al Sumo Sacerdote por las salas de los pergaminos. Tras un laberíntico recorrido, entraron en una pequeña estancia cuadrada.

Había estanterías por toda la sala cubiertas con cuadros de cristal nítido y sin imperfecciones. Al aproximarse, Dannyl vio fragmentos de papel presionados bajo el cristal.

—Los pergaminos Dorgon.

El Sumo Sacerdote se acercó al primero.

—Los traduciré para usted si jura por el honor de su familia y el Gremio que nunca divulgará su contenido a nadie.

Dannyl se irguió y se colocó frente a Kassyk.

—Juro en el nombre de mi familia y Casa, y por el Gremio de los Magos de Kyralia, que nunca comunicaré lo que aprenda de estos pergaminos a ningún hombre o mujer, viejo o joven, a menos que con mi silencio cause un daño de las mayores proporciones sobre las Tierras Aliadas. —Hizo una pausa—. ¿Es aceptable? No sé jurar de otro modo.

Las arrugas que bordeaban la boca del anciano se habían hecho más profundas a causa del asombro, pero respondió solemnemente:

—Es aceptable.

Aliviado, Dannyl siguió al Sumo Sacerdote hasta el primero de los pergaminos, y escuchó mientras el hombre empezaba a leer. Lentamente recorrieron el perímetro de la habitación, con Kassyk apuntando y explicando los diagramas y dibujos del texto. Cuando terminó de leer el último pergamino, Dannyl se sentó en un banco en el centro de la estancia.

—¡Quién lo habría imaginado! —exclamó en voz alta.

—Nadie en ese momento —respondió Kassyk.

—Ya entiendo por qué no quiere que sean leídos.

Kassyk rió entre dientes y se sentó junto a Dannyl.

—No es un secreto para aquellos que entran en la Orden que Dorgon era un embaucador que utilizaba sus precarios poderes para convencer a miles de su santidad. Fue lo acontecido más tarde lo que posee un significado más profundo. Empezó a ver que había milagros en sus trucos, y que los milagros eran en realidad trucos del Gran Poder. Pero cualquier otra persona que leyera estos pergaminos no sabría eso.

—¿Por qué los conservan, entonces?

—Son todo lo que tenemos de Dorgon. Sus obras posteriores fueron copiadas, pero este es el único texto original que ha perdurado. Fueron guardados y preservados por una familia que opuso resistencia a la religión Mahga durante siglos.

Dannyl paseó la mirada por la habitación y asintió.

—No hay ciertamente nada dañino aquí, ni útil, tampoco. He venido a Lonmar para nada.

—Lo mismo dijo su Gran Lord, antes de ser Gran Lord. —Kassyk sonrió—. Recuerdo bien su visita. Es usted muy educado, embajador Dannyl. El joven Akkarin rompió en carcajadas cuando oyó lo que ha aprendido usted hoy. Quizá las verdades que está buscando son más parecidas a esta de lo que creía al principio.

Dannyl asintió con la cabeza.

—Quizá. —Miró al Sumo Sacerdote—. Gracias por permitirme conocer esto. Lamento no haberle creído cuando dijo que no contenían referencias a poderes ancestrales.

El hombre se levantó.

—Sabía que siempre le quedaría la curiosidad si se lo denegaba. Ahora ya lo sabe, y confío en que mantenga su palabra. Le llevaré de vuelta hasta su amigo.

Se puso en pie y echaron a andar por el laberinto de pasillos.

—¿Todos los libros sobre la guerra Sachakana han sido prestados? —preguntó Sonea.

Lord Jullen levantó la mirada.

—Eso es lo que he dicho.

Sonea se alejó y masculló una maldición que podría haber sido merecedora de una severa reprimenda por parte de Rothen.

Cuando a la clase se le imponía un ejercicio para el que se necesitaban libros de la biblioteca, se producía de inmediato una elaborada danza en la que los alumnos competían educadamente por los mejores tomos. Sonea no quería participar en ella, y había probado en la biblioteca de Rothen, pero no encontró nada sobre el tema. Para cuando regresó a la biblioteca de los aprendices, ya no quedaba nada de utilidad. La única alternativa era la biblioteca de los magos, aunque aparentemente también había sido asaltada.

—No queda ninguno —dijo Sonea a Rothen cuando llegó a su lado.

Alzó las cejas.

—¿Se los han llevado todos? ¿Cómo es possible? Existe una restricción sobre el número de libros que cada aprendiz o mago puede tomar prestados.

—No lo sé. Seguro que convenció a Gennyl para que también se llevara algunos.

—No sabes si ha sido obra de Regin, Sonea.

Ella resopló suavamente.

—¿Por qué no haces una copia?

—Eso sería caro, ¿no?

—Para eso es tu asignación, recuerda.

Hizo una mueca y apartó la mirada.

—¿Cuánto tardaría?

—Depende del libro. Unos días para los impresos, unas semanas para los escritos a mano. Tu profesor sabrá qué volúmenes son los mejores. —Rió entre dientes y bajó la voz—. No le cuentes el motivo, y quedará impresionado por tu aparente interés en la materia.

Sonea recogió su carpeta de notas.

—Más vale que me vaya. Te veré mañana.

El mago asintió con la cabeza.

—¿Quieres que te acompañe?

La chica dudó, y finalmente negó con la cabeza.

—Lord Ahrind no quita ojo a nadie.

—Buenas noches, entonces.

—Buenas noches.

Lord Jullen la observó con recelo mientras abandonaba la biblioteca de los magos. Hacía frío en el exterior, y corrió hasta el alojamiento de los aprendices. Al atravesar la puerta, vio la pequeña congregación en el pasillo y se detuvo. Cuando la vieron, los aprendices se separaron con amplias sonrisas burlonas. Mirando más allá, divisó las palabras emborronadas que alguien había escrito en su puerta con tinta. Apretando los dientes, dio un paso adelante.

Cuando lo hizo, Regin surgió del grupo. Se preparó para soportar sus palabras burlonas, pero de repente retrocedió tan rápido como había aparecido.

—¡Yep! ¡Sonea!

Reconoció la voz y giró sobre sus talones. Dos figuras habían entrado en el pasillo, una alta, otra baja. Lord Ahrind entornó los ojos cuando vio lo escrito en la puerta. Pasó a su lado, y un poco después oyó las negaciones de los aprendices tras ella.

—No me importa quién lo haya hecho. Lo limpiarás tú. Ahora.

Pero Sonea hacía caso omiso. Su atención había sido atraída por un rostro familiar, amistoso.

—¡Cery! —exclamó con un hilo de voz.

La sonrisa divertida de Cery se diluyó cuando se dio cuenta de lo que ocurría detrás de ella.

—Te lo están haciendo pasar mal, ¿no? —No era una pregunta.

Ella se encogió de hombros.

—Son solo niños. Yo…

—Sonea. —Lord Ahrind volvió a su lado—. Tienes una visita, como sin duda ya ves por ti misma. Puedes hablar con él en el pasillo, o en el exterior. No en tu habitación.

Sonea asintió con la cabeza.

—Sí, milord.

Satisfecho, caminó hasta su puerta y desapareció. Mirando alrededor, Sonea vio que todos los aprendices menos uno se habían ido. Observó al muchacho que quedaba mientras limpiaba la tinta de la puerta. Por la mirada de resentimiento que dirigió a Sonea antes de echar a correr y desaparecer en su habitación, supuso que había sido un simple espectador, y no el autor del mensaje.

Aunque el pasillo se encontraba vacío, Sonea podía imaginar las orejas presionadas contra las puertas, escuchando su conversación con Cery.

—Vamos afuera. Pero espera aquí. Voy a coger algo.

Se deslizó hasta su habitación, donde recogió un pequeño paquete, luego regresó al pasillo y condujo a Cery a los jardines. Encontraron un banco cubierto. Cuando ella creó un escudo de calor alrededor de ambos, Cery enarcó las cejas y le dirigió una mirada de aprobación.

—Has aprendido algunos trucos útiles.

—Solo unos pocos —coincidió ella.

Los ojos de él se movían con agilidad en todas direcciones, vigilando constantemente las sombras.

—Me acuerdo de la última vez que estuvimos en este jardín —dijo—. Nos escondimos entre esos árboles. Ya hace casi un año de eso.

Ella sonrió abiertamente.

—¿Cómo he podido olvidarlo?

Su sonrisa se desvaneció al recordar lo que había presenciado bajo la residencia del Gran Lord. En ese momento había estado demasiado ansiosa por salir de allí para contar a Cery lo que había visto. Más tarde, le había dicho que vio a un mago haciendo magia, sin saber que se trataba de magia negra, prohibida. Después, por supuesto, había prometido al administrador que ocultaría la verdad, a todo el mundo menos a Rothen.

—Ese chaval es el líder, ¿no? El que se escondió cuando vio al mago… lord Ahrind, ¿no?

La chica asintió.

—¿Cómo se llama?

—Regin.

—¿Te ha estado molestando mucho?

Ella lanzó un suspiro.

—A todas horas. —Mientras le hablaba de sus burlas y jugarretas, se sentió al mismo tiempo avergonzada y aliviada. Era bueno hablar con su viejo amigo, y satisfactorio ver la furia en la cara de Cery.

El muchacho soltó una colorida blasfemia.

—A ese chaval lo que le hace falta es una buena lección, si me preguntas. ¿Quieres que le enseñe?

Sonea se rió entre diente.

—Nunca conseguirías acercarte a él.

—¿No? —Sonrió astutamente—. Se supone que los magos no hacen daño a la gente, ¿verdad?

—Sí.

—Así que no puede usar sus poderes en una pelea contra un no-mago, ¿verdad?

—No peleará contigo, Cery. Para él, pelear con un habitante de las barriadas sería rebajarse.

Emitió un sonido rudo.

—¿Qué es, un cobarde?

—No.

—Pero no tiene nada en contra de ponerte la mano encima. Y tú eres una losde.

—Él no pelea conmigo. Tan solo se asegura de que todo el mundo recuerde de dónde vengo.

Cery reflexionó durante un instante, y después se encogió de hombros.

—Entonces tendremos que matarlo.

Sonea se echó a reír, sorprendida por lo absurdo de la sugerencia.

—¿Cómo?

Los ojos del muchacho relampaguearon.

—Podríamos… atraerlo a un pasadizo, y luego hacer que se le derrumbara encima.

—¿Eso es todo? Solo tendría que protegerse, y después apartar los escombros.

—Pero no sin echar mano de su magia. ¿Y si lo enterramos bajo un montón de escombros? Una casa entera.

—Haría falta mucho más que eso.

Cery apretó los labios, pensando.

—Podríamos tirarle a un tanque de aguas residuales y encerrarle dentro.

—Volaría la entrada.

—Entonces lo engañaremos para que se embarque, y luego hundimos el barco mar adentro.

—Crearía una burbuja de aire alrededor y flotaría.

—Ya, pero no podría aguantar para siempre. Se cansará y se ahogará.

—Somos capaces de mantener un escudo básico durante mucho tiempo —dijo ella—. Todo lo que tiene que hacer es comunicarse mentalmente con lord Garrel y el Gremio enviaría otro barco para rescatarle.

—Si hundimos el barco muy lejos de cualquier mago, a lo mejor muere de sed.

—A lo mejor —concedió ella—, pero lo dudo. La magia nos hace fuertes. Sobrevivimos más tiempo que la gente común… y aparte, hemos aprendido a extraer la sal del agua. No tendría sed, y podría capturar peces y cocinarlos para comer.

Cery profirió un pequeño grito ahogado de impaciencia.

—¡Ya basta! Me estás dando envidia. ¿No puedes agotarlo antes para mí? Entonces le daría una buena.

Sonea rió.

—No, Cery.

—¿Por qué no? ¿Es más fuerte que tú?

—No lo sé.

—Entonces ¿qué?

La muchacha apartó la mirada.

—No vale la pena. Hagas lo que hagas, él me lo devolvería.

Cery adoptó una expresión seria.

—Me parece que ya se ha divertido bastante contigo. No es propio de ti aguantar algo así. Enfréntate a él, Sonea. No tienes nada que perder. —Entrecerró los ojos—. Yo podría hacerlo a la manera de los ladrones.

Ella le miró con dureza.

—No.

—Él hiere a los míos, yo hiero a los suyos —dijo, frotándose las manos.

—No, Cery.

Su expresión se había vuelto distante, y no parecía estar escuchando.

—No te preocupes, no mataré ni haré daño a los débiles, solo se trata de asustar a algunos de los hombres de la familia. Regin lo descubrirá al final, porque caerá en la cuenta de que alguien de los suyos siempre recibe la visita de un mensajero justo después de hacerte algo a ti.

Sonea se estremeció.

—No hagas bromas con eso, Cery. No es divertido.

—No bromeo. No se atrevería a tocarte.

La chica le agarró por el brazo y le hizo girarse para mirarle a la cara.

—Esto no son las barriadas, Cery. Si crees que Regin se callará para no admitir lo que está haciendo, te equivocas. Estarías poniendo el juego en sus manos. Hacer daño a su familia es una ofensa mucho mayor que amargarle la vida a un aprendiz. Yo jamás usaría mis contactos con los ladrones para hacer daño a la familia de otro aprendiz. Podrían expulsarme del Gremio por eso.

—Contactos con los ladrones. —Cery arrugó la nariz—. Ya veo.

—Vamos, Cery. —Sonea hizo una mueca—. Aprecio que quieras ayudar. De verdad que sí.

El muchacho apartó la mirada hacia los árboles con el ceño fruncido.

—No puedo hacer nada para pararle, ¿no?

—No. —Sonrió—. Pero es divertido pensar en sumergir a Regin en el mar o tirarle una casa encima.

Los labios del chico se curvaron en una sonrisa.

—Claro que lo es.

—Y me alegro de que te hayas dejado caer por aquí. No te he visto desde que empecé la universidad.

—El trabajo me tiene ocupado —dijo—. ¿Has oído hablar de los asesinatos?

Sonea frunció el ceño.

—No.

—Ha habido muchos últimamente. Y extraños. La Guardia está buscando al asesino, y causando a todo el mundo un montón de problemas, así que los ladrones quieren que le pillen. —Se encogió de hombros.

—¿Has visto a Jonna y Ranel?

—Están bien. Tu primito está fuerte y sano. ¿Vas a pasarte por allí pronto? Dicen que ya es hora.

—Lo intentaré, pero estoy muy ocupada. Tengo mucho que estudiar. —Metió la mano en el bolsillo y sacó el paquete—. Quiero que les des esto. —Se lo puso en la mano y lo presionó.

Cery tanteó su peso, y luego la miró sorprendido.

—¿Monedas?

—Parte de mi asignación. Diles que es un poco de sus impuestos destinado a una causa mejor… y si ni aun así Jonna lo coge, dáselo a Ranel. Él no es tan cabezota.

—Pero ¿por qué me lo das a mí para que se lo entregue?

—Porque no quiero que nadie de aquí se entere. Ni siquiera Rothen. Él lo aprobaría, pero… —Se encogió de hombros—. Quiero guardarme algunas cosas para mí misma.

—¿Y para mí?

Agitó un dedo apuntando al muchacho, sonriendo.

—Sé exactamente cuánto hay.

Cery extendió hacia fuera el labio inferior.

—Como si yo robara a los amigos.

La chica se echó a reír.

—No, tú no. Pero sí todos los demás.

—¡Sonea! —llamó una voz.

—Será mejor que me vaya —dijo ella.

Cery meneó la cabeza.

—Es raro oírte llamándoles «milord» y saltando a sus órdenes.

Sonea le dirigió una mueca.

—Como si tú no lo hicieras con Farén. Por lo menos yo sé que, en cinco años, estaré dando órdenes a los demás.

Una extraña expresión cruzó el rostro de Cery. Sonrió y la ahuyentó con los brazos.

—Venga, vuelve a tus estudios. Intentaré venir a verte pronto.

—Te tomo la palabra.

Empezó a caminar hacia el alojamiento de los aprendices muy a su pesar. Lord Ahrind la observaba, cruzado de brazos.

—Y dile a ese chaval que le romperé los brazos si no te deja en paz —gritó Cery, justo lo bastante alto para que ella le oyera.

Se volvió y le sonrió.

—Lo haré yo misma si me presiona lo suficiente. Por accidente, claro.

El chico asintió con la cabeza en señal de aprobación y le hizo señas con la mano para que continuara. Cuando Sonea llegó al alojamiento de los aprendices miró hacia atrás. Cery seguía de pie junto al banco. Agitó la mano en su dirección, y el muchacho le devolvió el saludo con un rápido gesto en el lenguaje de signos de la calle. Ella sonrió, y acto seguido se dejó conducir por lord Ahrind al interior.