28La prueba

En la sala principal de control, Stone contemplaba la pantalla que mostraba a Burton en el cerrado laboratorio.

—El oxígeno entra ya —dijo Stone.

—Párelo —ordenó Hall.

—¿Qué?

—Párelo enseguida. Deje que respire aire normal.

Hall miraba a Burton. En la pantalla se veía claramente que el oxígeno empezaba a obrar su efecto. El prisionero ya no respiraba tan rápidamente; su pecho se movía con más lentitud.

Hall cogió el micrófono.

—Burton —llamó—, soy Hall. Tengo la solución. El microbio «Andrómeda» crece dentro de un intervalo muy estrecho de pH. ¿Comprende? Un intervalo muy reducido. Si uno está acidótico o bien alcalótico, no le pasa nada. Quiero que usted se provoque una alcalosis respiratoria. Quiero que respire lo más deprisa que pueda.

«Pero esto es oxígeno puro —replicó Burton—. Me hiperventilaré y perderé el sentido. Ya me siento un poco atontado».

—No. Pasamos nuevamente al aire. Usted póngase a respirar lo más deprisa que pueda.

Hall se volvió hacia Stone.

—Procúrele una atmósfera más cargada de anhídrido carbónico.

—¡Pero si el microbio medra estupendamente en anhídrido carbónico!

—Lo sé; pero no en un pH de la sangre desfavorable. ¿Comprende? El problema está ahí: el aire no importa, lo que importa es la sangre. Hemos de crear en la sangre de Burton un nivel ácido desfavorable.

Stone comprendió de pronto.

—El niño —dijo—. Lloraba a gritos.

—Sí.

—Y el anciano de la aspirina hiperventilaba.

—Sí. Y además bebía «Sterno».

—Con lo cual, ambos mandaron al diablo su equilibrio ácido-base —explicó Stone.

—Sí —continuó Hall—. Lo que me pasaba es que me pegaba a la acidosis. No comprendía cómo podía haberse vuelto acidótico el niño. La respuesta era, naturalmente, que no lo estaba. Se volvió básico… con falta de ácido. Pero no había inconveniente —uno podía escapar por uno y otro extremo por demasiado ácido o demasiado poco— con tal de que se saliera del intervalo de crecimiento del «Andrómeda».

Dirigiéndose a Burton, dijo:

—Así está bien. Continúe respirando aceleradamente. No pare. Mantenga los pulmones en marcha y expulse su anhídrido carbónico. ¿Cómo se siente?

«Muy bien —jadeó Burton—. Lleno de miedo… pero… muy bien».

—Bien.

—Oiga —advirtió Stone—, no podemos tener así a Burton indefinidamente. Más pronto o más tarde…

—Sí —respondió Hall—. Alcalinizaremos su sangre.

A Burton le pidió:

—Eche una mirada alrededor del laboratorio. ¿Ve algo que pudiéramos utilizar para elevarle el pH de la sangre?

Burton miró.

«No, en verdad que no».

—¿Bicarbonato sódico? ¿Ácido ascórbico? ¿Vinagre?

Burton buscó frenéticamente entre los frascos y reactivos del laboratorio, y acabó meneando la cabeza.

«Aquí no hay nada que sirva».

Hall casi no le oía. Había contado las inspiraciones de Burton; ascendían a treinta y cinco por minuto, profundas y plenas. Esto le sostendría un tiempo, pero más pronto o más tarde quedaría agotado —el respirar es un trabajo pesado— o perdería el sentido.

Desde su aventajado puesto paseó la mirada por el laboratorio. Y fue entonces cuando se fijó en la rata. Una noruega negra, sentada tranquilamente en su jaula en un ángulo de la habitación, mirando a Burton.

Hall se detuvo.

—Esa rata…

El animal respiraba despacio, tranquilamente. Stone lo vio y exclamó:

—¡Qué demonios…!

Y entonces, mientras miraban, las luces empezaban a destellar de nuevo, y la consola del computador anunció:

PRIMER CAMBIO DEGENERATIVO EN EL CIERRE V-112-6886

—¡Dios mío! —exclamó Stone—. ¿A dónde lleva ese cierre?

—Es uno de los del núcleo central; conecta todos los laboratorios. El cierre principal está… El computador advirtió de nuevo:

CAMBIO DEGENERATIVO EN LOS CIERRES A-009-5478
V-430-0030
N-966-6656

En rápida sucesión, la computadora lanzó el número de nueve cierres que estaban fallando.

Los dos hombres miraron la pantalla atónitos.

—Aquí hay algo que marcha mal —dijo Stone—. Muy mal.

—No lo entiendo…

En aquel momento, Hall exclamaba:

—El niño. ¡Naturalmente!

—¿El niño?

—Y aquel condenado avión. Todo concuerda.

—¿De qué me habla? —preguntó Stone.

—El niño estaba normal —respondió Hall—. Podía llorar y alterar el equilibrio ácido-base. Alterarlo de veras. Esto impedía que el microbio «Andrómeda» se introdujese en su torrente sanguíneo y se multiplicase, y destruyera la sangre.

—Sí, sí —adujo Stone—. Todo eso me lo había explicado ya.

—Pero ¿qué pasa cuando el niño deja de llorar?

Stone se quedó mirándole fijamente, y sin despegar los labios.

—Quiero decir —continuó Hall— que más pronto o más tarde, ese bebé hubo de dejar de llorar. No podía llorar eternamente. Antes o después se callaría, y su equilibrio ácido-base retornaría a la normalidad. Entonces era vulnerable al microbio.

—Cierto.

—Pero no murió.

—Quizá una forma rápida de inmunidad…

—No. Imposible. Hay solamente dos explicaciones. Cuando el niño dejó de llorar, o bien el microorganismo ya no estaba allí (algo se lo había llevado; había limpiado el aire) o bien…

—Cambió —dijo Stone—. Había sufrido una mutación.

—Sí. Una mutación a una forma no infecciosa. Y quizá esté mutando aún. Ahora ya no es directamente dañino para el hombre, pero descompone los conductores de goma.

—El avión.

Hall asintió.

—Los guardias nacionales pudieron estar en la zona sin sufrir daño. En cambio el piloto vio cómo se le destruía el aeroplano porque el plástico se disolvía ante sus propio ojos.

—De modo que ahora, Burton se halla expuesto a un organismo inofensivo. Y ésta es la causa de que la rata esté viva.

—Y de que lo esté el mismo Burton —añadió Hall—. Ya no es necesario que respire apresuradamente. Si está vivo se debe solamente a que «Andrómeda» ha cambiado.

—Puede volver a cambiar —comentó Stone—, y si la mayoría de mutaciones ocurren en épocas de multiplicación, cuando el organismo crece con mayor rapidez…

Las sirenas se dispararon, y la computadora iluminó un mensaje en caracteres rojos:

INTEGRIDAD DEL DISCO DE CIERRE, CERO

NIVEL V CONTAMINADO Y SELLADO

Stone se volvió hacia Hall.

—¡Rápido! —le dijo—. Salga de aquí. En este laboratorio no hay ninguna subestación. Tiene que irse al sector vecino.

Hall estuvo un momento sin entenderle. Continuaba sentado en su sitio; pero cuando se dio cuenta de la situación, corrió hacia la puerta y se precipitó hacia el pasillo. Mientras lo hacia, oyó una especie de silbido y un golpe sordo producido por una plancha maciza de acero que se deslizó de una pared y cerró el pasillo.

Stone lo vio y soltó una maldición.

—Esto completa el cuadro —dijo—. Estamos cogidos en la trampa. Y si la bomba estalla, dispersará los microbios por toda la superficie. Y se producirán un millar de mutaciones, cada una de las cuales matará de un modo distinto. Ya no nos libraremos más de este azote.

Por el altavoz llegaba una frase monótona, mecánica, repetida una y otra vez:

«El nivel está cerrado. El nivel está cerrado. Nos hallamos en una emergencia. El nivel está cerrado».

Hubo un momento de silencio; luego vino una especie de chirrido al poner en marcha una nueva cinta grabada, en la que la voz de miss Glady Stevens, de Omaha (Nebraska), decía sosegadamente:

«Faltan ahora tres minutos para la autodestrucción atómica».