En cierta ocasión, sir Winston Churchill dijo que «el verdadero genio reside en la capacidad de evaluar datos inseguros, dudosos y contrapuestos». Sin embargo, la característica peculiar del grupo Wildfire consistió en que, a pesar de la brillantez individual de los componentes del equipo, el grupo valoró mal los datos que poseía en varios puntos determinados.
Uno tiene que recordar el acervo comentario de Montaigne: «Los hombres sometidos a una tensión son tontos y se engañan a sí mismos». Ciertamente, el equipo del Wildfire se hallaba sometido a una tensión muy fuerte, pero estaba preparado para la contingencia de cometer errores. Incluso habían predicho ellos mismos que los cometerían.
Lo que no imaginaron de antemano fue la magnitud, las dimensiones aterradoras de su equivocación. No esperaban que su error fuese la resultante de una docena de pequeñas pistas que pasaron por alto y un puñado de hechos de importancia trascendental que dejaron de lado.
El equipo poseía un punto ciego, que más tarde Stone definió de este modo: «Todos nuestros pensamientos se centraban en un problema único. Todo lo que hacíamos y pensábamos se dirigía a encontrar una solución, una cura contra “Andrómeda”. Y, naturalmente, nos movíamos alrededor de los hechos que se habían producido en Piedmont. Considerábamos que si no encontrábamos una solución nosotros, no surgiría ninguna, y el mundo entero terminaría, al final, del mismo modo que Piedmont. Tardamos mucho en cambiar de ideas».
El error empezó a tomar mayores proporciones con los cultivos.
Stone y Leavitt habían organizado millares de cultivos a partir de la cápsula original y los habían incubado en una variedad de condiciones diferentes de temperatura, presión y atmósfera. Los resultados de estas pruebas los analizaría la computadora.
Utilizando el programa CRECIMIENTO-TRANSFORMACIÓN, la computadora no imprimía los resultados de todas las combinaciones de crecimiento posibles; imprimía solamente los resultados positivos y negativos de mayor significación. Lo hacía así después de sopesar todas las platinas de cristal y de examinar todos los crecimientos con su ojo fotoeléctrico.
Cuando Stone y Leavitt fueron a examinar los resultados, descubrieron varias tendencias que llamaban poderosamente la atención. La primera conclusión que sacaron fue la de que el medio de cultivo no influía para nada… El microorganismo crecía igualmente bien en azúcar, sangre, chocolate, simple agar y hasta en el cristal desnudo por completo.
Sin embargo, los gases en que se incubasen los cultivos tenían una importancia crucial, como también la tenía la luz.
La luz ultravioleta estimulaba el crecimiento en todas las circunstancias. La oscuridad total y, en grado menor la luz infrarroja, lo inhibían.
El oxígeno inhibía el crecimiento en todas las circunstancias, y el anhídrido carbónico lo estimulaba. El nitrógeno no obraba ningún efecto.
Así, pues, el crecimiento óptimo se lograba en una atmósfera de un ciento por cien de anhídrido carbónico, iluminada por radiaciones ultravioletas. El menor crecimiento se daba en oxígeno puro, incubando en una oscuridad total.
—¿Qué consecuencias saca de ello? —preguntó Stone.
—Parece ser un sistema puro de conversión —dijo Leavitt.
—Me gustaría saberlo —respondió Stone.
Y transmitió a la computadora las coordenadas de un sistema de crecimiento cerrado. Los sistemas de crecimiento cerrado estudiando el metabolismo bacterial, midiendo el consumo de gases y elementos nutritivos y la producción de productos de desecho, estaban perfectamente cerrados y contenidos en sí mismos. Una planta en un sistema así, por ejemplo, consumiría anhídrido carbónico y liberaría agua y oxígeno.
DESIG. DEL CULTIVO – 779.223.187
ANDRÓMEDA
DESIG. DEL MEDIO - 779
DESIG. ATMÓSFERA - 223
DESIG. LUMIN. – L87 UV/HI
FINAL IMPRESIÓN DEL INSPECCIONADOR
Un ejemplo de una impresión de una inspección realizada por el ojo fotoeléctrico que examinó todos los medios de cultivo. Dentro del platito circular de cristal, el computador ha observado la presencia de dos colonias distintas. Estas colonias han sido «leídas» en segmentos de dos milímetros cuadrados, y graduadas, según la intensidad, en una escala de uno a nueve.
Pero cuando miraron el microbio «Andrómeda», encontraron una cosa notable. El organismo no dejaba excreciones. Si lo incubaban con anhídrido carbónico y luz ultravioleta, crecía sin cesar hasta haber consumido todo el anhídrido carbónico. Entonces, el crecimiento se detenía. No había excreción ninguna de gas ni producto de desasimilación de ninguna clase.
Ninguna desasimilación.
—Perfectamente eficiente —dijo Stone.
—Había que esperarlo —comentó Leavitt.
Este era un organismo muy bien adaptado a su medio ambiente. Lo consumía todo, no expulsaba nada. Era perfecto para la árida existencia del espacio.
Stone lo estuvo meditando un momento, y luego se le ocurrió. Se le ocurrió a Leavitt al mismo tiempo.
—¡Buen Dios!
Leavitt llevaba ya la mano al teléfono, diciendo:
—Llamemos a Robertson. Llamémosle inmediatamente.
—Increíble —murmuraba Stone en voz baja—. Sin ningún desperdicio. Eso no requiere medio de cultivo. Puede crecer en presencia de carbono, oxígeno y luz solar. Punto final.
—Confío en que no habremos llegado demasiado tarde —dijo Leavitt, mirando con impaciencia la pantalla de la consola del computador.
Stone movió la cabeza en señal de conformidad.
—Si este organismo convierte de veras la materia en energía y la energía en materia, directamente, entonces es que funciona como un reactor.
—Y como una detonación atómica…
—Increíble —repitió Stone—. Sencillamente, increíble.
La pantalla cobró vida, y vieron a Robertson, que fumaba un cigarrillo.
«Jeremy, tiene que concederme un tiempo. No he podido comunicar todavía con…»
—Oiga —cortó Stone—, quiero que se asegure de que no se ponga en práctica la Disposición 7-12. Es una necesidad imperativa: no debe producirse ninguna explosión atómica alrededor de esos organismos. Es lo último del mundo, literalmente, que queremos que se haga. —Y le explicó brevemente lo que habían descubierto.
Robertson emitió un silbido y concluyó:
«No haríamos más que proporcionarle un medio de cultivo riquísimo».
—Efectivamente —contestó Stone.
El problema de conseguir un medio de cultivo muy rico era de los que más aconsejaban al equipo del Wildfire. Se sabía, por ejemplo, que en nuestro entorno normal hay frenos y neutralizadores que limitan el crecimiento exuberante de las bacterias.
Las cuentas del crecimiento sin control atemorizan. Una sola célula de la bacteria, E. coli, situada en circunstancias ideales, se dividiría cada veinte minutos. Esto no le inquietaba mucho a uno, si no se para a meditarlo con atención; porque el caso es que la multiplicación de las bacterias constituye una progresión geométrica: una se convierte en dos, dos producen cuatro, cuatro se vuelven ocho, y así sucesivamente. De esta manera se puede poner de manifiesto que una sola célula de E. coli, en un solo día, podría producir una colonia que tendría tanto peso y tanto volumen como el planeta Tierra todo entero.
Esto nunca sucede por una razón más que sencilla: el crecimiento en «circunstancias ideales» no puede continuar indefinidamente. El alimento se agota. Se agota el oxígeno. Las condiciones locales en el interior de la colonia cambian y detienen el crecimiento de los organismos.
En cambio, si se tuviera un organismo capaz de convertir directamente la energía en materia, y si se le procurase una fuente de energía enormemente rica, como una explosión atómica…
«Transmitiré las recomendaciones de usted al presidente —dijo Robertson—. Le agradará saber que tomó la decisión acertada en lo tocante a la 7-12».
—Puede felicitarle por su penetración científica. En mi nombre —dijo Stone.
Robertson se rascaba la cabeza.
«Tengo unos datos más sobre el accidente del “Phantom”. Se produjo en el sector del oeste de Piedmont, a veintitrés mil pies de altura. El equipo del puesto ha encontrado pruebas de la desintegración de que hablaba el piloto, pero el material destruido era un cierto tipo de plástico. Estaba despolimerizado».
—¿Qué conclusión saca de ello el equipo del puesto?
«No saben qué diablos deducir —confesó Robertson—. Y hay otra cosa todavía: han encontrado unos trozos de huesos, que han identificado como humanos. Un pedazo de húmero y otro de tibia. Resultan notables porque están completamente limpios, casi pulidos».
—¿La carne fue consumida por el fuego?
«No tiene ese aspecto», respondió Robertson.
Stone miró a Leavitt, arrugando la frente.
—¿Qué aspecto tiene?
«El aspecto de hueso limpio, pulido —contestó Robertson—. Dicen que es una cosa endemoniadamente rara. Hay más todavía. Hemos averiguado cómo se encontraba la Guardia Nacional en los alrededores de Piedmont. El 112 está estacionado a su entorno, en un radio de cien millas, y resulta que organizaron patrullas que se adentraron hasta cincuenta millas. Han tenido hasta cien hombres al oeste de Piedmont. Ninguno murió».
—¿Ninguno? ¿Está completamente seguro?
«Por completo».
—¿Hubo hombres en tierra en el sector sobre el que voló el «Phantom»?
«Sí. Doce. La verdad es que ellos fueron quienes avisaron a la base de que allí estaba el avión».
Leavitt comentó:
—Parece como si el accidente del «Phantom» se hubiera debido al azar.
Stone hizo un gesto afirmativo. Dirigiéndose a Robertson:
—Me inclino por la opinión de Peter. No habiendo habido bajas en el suelo…
—Quizá el peligro exista solamente en las capas altas de la atmósfera.
—Quizá. Pero nosotros sabemos una cosa al menos: sabemos cómo mata el microbio «Andrómeda». Es por coagulación de la sangre. No por desintegración, ni por dejar los huesos limpios, ni de otra manera que no sea por coagulación.
«Muy bien —admitió Robertson—, olvidemos el avión por el momento».
Y con estos comentarios, terminó la conversación.
Stone decía:
—Será mejor que comprobemos qué tal sigue la potencia biológica de nuestros cultivos.
—¿Pondremos a una rata en contacto con algunos?
—Hemos de ver si siguen siendo virulentos —asintió Stone—. Si siguen igual.
Leavitt estuvo de acuerdo. Habían de fijarse muy bien en si el microorganismo sufría mutaciones, si se transformaba o no en algo de efectos completamente distintos.
Cuando se disponían a empezar, el monitor del Nivel V se puso en actividad, diciendo:
«Doctor Leavitt. Doctor Leavitt».
Leavitt contestó. En la pantalla del computador aparecía un simpático joven, vistiendo una bata blanca de laboratorio.
—¿Diga?
«Doctor Leavitt, el centro de computadoras nos ha devuelto los encefalogramas. Estoy seguro de que todo ha sido un error, pero…» —Su voz se perdió en el aire.
—Diga —encareció Leavitt—. ¿Pasa algo?
«Pues, señor, los de usted han sido interpretados como de cuarto grado, atípico, probablemente benignos. Pero nos gustaría estudiar otra serie».
—Debe de ser una equivocación —murmuró Stone.
—Sí —dijo Leavitt—. Debe de serlo.
«Indudablemente, señor —corroboró el joven—. Pero quisiéramos otra serie de ondas para cerciorarnos».
—Estoy bastante ocupado ahora —objetó Leavitt.
Stone intervino, hablando directamente al técnico:
—El doctor Leavitt hará un electroencefalograma nuevo en cuanto tenga ocasión.
«Muy bien, señor», dijo el técnico.
Cuando la pantalla no mostró ninguna imagen, Stone comentó:
—Hay ocasiones en que esta condenada rutina le araña los nervios a uno.
—Sí —convino Leavitt.
Estaban a punto de empezar las comprobaciones biológicas de los diversos medios de cultivo cuando la computadora anunció por medio de la pantalla que estaban listos ya los resultados preliminares de la cristalografía por rayos X. Stone y Leavitt salieron de la habitación para ver dichos resultados, aplazando las comprobaciones biológicas de los medios. Decisión altamente infortunada; pues si hubiesen examinado los medios de cultivo, habrían visto que sus ideas eran erróneas, que habían emprendido por el mal camino.