De acuerdo con el protocolo, el equipo se reunía cada doce horas para una breve conferencia, en la cual se resumían los resultados obtenidos y se trazaban nuevas directrices. A fin de ahorrar tiempo, las conferencias se celebraban en una habitacioncita contigua a la cafetería, y de este modo podían comer y hablar al mismo tiempo.
Hall fue el último en llegar. Se acomodó en una silla situada ante su almuerzo —dos vasos de líquido y tres píldoras de colores distintos— en el preciso momento que Stone decía:
—Escucharemos primero a Burton.
Burton se puso en pie y, con voz lenta y titubeante, esbozó los experimentos realizados y los frutos conseguidos. Hizo observar primero que había hallado que el agente letal tenía un diámetro de un micrón.
Stone y Leavitt se miraron. Las motas verdes que habían visto eran mucho mayores; cosa indudable, un trocito pequeño de la motita verde bastaba para propagar la infección.
A continuación, Burton explicó sus experimentos relativos a la transmisión por el aire y a que la coagulación de la sangre se iniciaba en los pulmones. Terminó narrando sus intentos por aplicar la terapia anticoagulante.
—¿Qué me dice de las autopsias? —inquirió Stone—. ¿Qué ha deducido de ellas?
—Nada que no sepamos ya. La sangre se coagula; toda y por todas partes.
—¿Y la coagulación se inicia en los pulmones?
—Sí. Podemos presumir que allí los microorganismos pasan al torrente sanguíneo… o acaso liberen una sustancia tóxica que pasa a la sangre. Puede que sepamos la respuesta cuando tengamos preparados los cortes teñidos. En particular, averiguaremos los daños que hayan sufrido los vasos sanguíneos, puesto que son la causa de que los tejidos liberen tromboplastina, estimulando la coagulación en el punto en que hay lesiones.
Stone asintió con la cabeza y se volvió hacia Hall, quien habló de los test realizados en sus dos pacientes. Explicó que el niño de pecho daba unos índices normales en todos los test y que Jackson padecía una úlcera hemorrágica, por cuyo motivo recibía transfusiones.
—Se ha reanimado —dijo Hall—. He hablado un breve rato con él.
Todos se irguieron.
—Mister Jackson es un viejo zorro cascarrabias de sesenta y nueve años con un historial de úlcera gástrica que data de hace dos. Ha sufrido dos grandes hemorragias: una dos años atrás y otra el pasado. Cada vez le aconsejaron que cambiase de hábitos; pero de nuevo volvió a sus costumbres inveteradas, y empezó a sangrar de nuevo. Al ocurrir la tragedia de Piedmont estaba tratando sus dolencias con un régimen de su propia cosecha: un frasco de aspirinas por día y unos tragos de «Sterno» para redondearlo. Dice que el tal régimen le cortaba un poco el aliento.
—Y le ponía acidótico como un diablo —comentó Burton.
El metanol, descompuesto por el organismo, se convertía en formaldehído y en ácido fórmico. Tomarlo combinado con la aspirina significaba que Jackson consumía grandes cantidades de ácido. El organismo tenía que mantener el equilibrio ácido-base dentro de estrechos límites, o de lo contrario sobrevenía la muerte. Una manera de conservar este equilibrio consistía en respirar aceleradamente, y expulsar anhídrido carbónico, disminuyendo la cantidad de ácido carbónico del cuerpo.
—¿Pudo este ácido protegerle del microorganismo? —inquirió Stone.
Hall se encogió de hombros.
—Imposible decirlo.
—¿Y el niño? —intervino Leavitt—. ¿Estaba anémico?
—No —respondió Hall—. Aunque, por otra parte, no sabemos con certeza si el mecanismo que le ha protegido ha sido el mismo. Podría tratarse de algo completamente diferente.
—¿Qué sabemos del equilibrio ácido-base del pequeño?
—Normal —respondió Hall—. Perfectamente normal. Al menos ahora lo es.
Hubo un momento de silencio. Por fin, Stone dijo:
—Bien, ahí tienen ustedes unas orientaciones buenas. El problema consiste en descubrir qué es lo que el niño y el viejo tienen en común…, si de veras tienen algo. Quizá, como ha sugerido usted, no tengan nada en común. Mas, para empezar, hemos de suponer que sí, que están protegidos por un mismo proceso, un mecanismo idéntico.
Hall asintió.
Burton preguntó a Stone:
—Y ustedes, ¿qué han encontrado en la cápsula?
—Será mejor que se lo enseñemos —respondió el interpelado.
—¿Enseñarnos? ¿Qué?
—Una cosa que creemos puede representar el organismo agente —respondió Stone.
La puerta decía MORFOLOGÍA. Dentro, la habitación estaba partida por un tabique en un departamento en el que permanecían los experimentadores y una cámara aislada cuyo interior se veía a través del tabique de cristal.
Stone señaló el platito de cristal con el copito negro dentro.
—Nosotros opinamos que ése es nuestro «meteorito» —dijo—. Hemos encontrado en su superficie una cosa que parece viva. En el interior de la cápsula también había otras áreas que podríamos considerar vivas. Hemos traído el meteorito aquí para examinarlo con el microscopio óptico.
Metiendo las manos en los guantes, Stone maniobró de forma que el platito de cristal fuera a situarse en la abertura de una gran caja cromada; luego retiró las manos.
—La caja —explicó— es, simplemente, un microscopio óptico equipado con los amplificadores de imagen habituales y los visores de resolución. Con él podemos alcanzar los mil diámetros, proyectando la imagen en esta pantalla.
Leavitt ajustó las esferas mientras Hall y los otros fijaban la vista en la pantalla mencionada.
—Diez aumentos —anunció Leavitt.
Hall vio en la pantalla que la piedra era como dentada, negruzca, mata. Stone hizo notar las motitas verdes.
—Cien aumentos.
Ahora las motitas verdes eran mayores, muy claras.
—Creemos que son el microorganismo que buscamos. Hemos observado que crecen; se vuelven moradas; al parecer esto sucede en el punto de la división mitótica.
—¿Un desplazamiento del espectro?
—En cierto modo.
—Mil aumentos —anunció Leavitt.
La pantalla aparecía ocupada por una sola mancha verde, incrustada en las angulosas oquedades de la piedra. Hall se fijó en la superficie verde, que aparecía lisa y reluciente, casi aceitosa.
—¿Cree que es una sola colonia de bacterias?
—No podemos estar seguros de que sea una colonia en el sentido corriente —contestó Stone—. Hasta que hemos escuchado a Burton explicando sus experimentos, no pensábamos que se tratase de colonia. Imaginábamos que podía ser un organismo único. Mas, como las unidades solas han de tener un micrón o menos de diámetro, esto resultaría excesivamente grande. Por consiguiente, es probable que se trate de una estructura mayor…, quizá de una colonia, tal vez de otra cosa.
Mientras estaban mirando, la mancha se volvió morada y pasó nuevamente a verde.
—Ahora se está dividiendo —dijo Stone—. Magnífico.
Leavitt puso las cámaras en acción.
—Ahora fíjense muy bien.
La mancha se volvió morada y conservó este color. Pareció que se dilataba levemente y, por un momento, la superficie se rompió en fragmentos de forma hexagonal, como un suelo de mosaico.
—¿Lo han visto?
—Ha parecido que se fragmentaba.
—En figuras de seis lados.
—Yo me pregunto —dijo Stone— si esas figuras representan unidades individuales.
—O si tienen siempre formas geométricas regulares, o sólo las tienen mientras se dividen.
—Cuando lo hayamos visto con el microscopio electrónico sabremos más detalles —contestó Stone. Aquí se volvió hacia Burton—. ¿Ha terminado las autopsias?
—Sí.
—¿Puede accionar el espectrómetro?
—Eso creo.
—Pues acciónelo. De todos modos está acoplado con la computadora. Necesitamos un análisis de muestras de la piedra y también del organismo verde.
—¿Me proporcionará un trozo?
—Sí. —Stone le dijo a Leavitt—: ¿Puede manejar el analizador ácido-alcalí?
—Sí.
—Los mismos test con él.
—¿Y una fragmentación?
—Eso creo —dijo Stone—. Pero tendrá que hacerla a mano.
Leavitt movió la cabeza asintiendo. Stone se volvió hacia la cámara aislada y apartó un platito de cristal del microscopio óptico para situarlo hacia un costado, debajo de un pequeño ingenio que más bien parecía un andamiaje en miniatura. Era la unidad microquirúrgica.
La microcirugía era una especialidad relativamente nueva de la biología, una especialidad que permitía realizar operaciones delicadas en una célula individual. Utilizando técnicas microquirúrgicas, era posible extirpar el núcleo de una célula, o una parte del citoplasma, tan perfecta y limpiamente como un cirujano llevaba a cabo una amputación.
El ingenio estaba construido de forma que reducía proporcionalmente los movimientos de la mano humana hasta dejarlos en otros, pequeñísimos, finos, precisos. Una serie de engranajes y servomecanismos operaban la reducción; el movimiento de un pulgar se traducía en un movimiento de millonésimas de pulgada de una hoja de bisturí diminuto.
Utilizando un amplificador óptico de gran potencia, Stone se puso a cortar delicadamente la piedra negra hasta que arrancó dos trocitos diminutos. Los puso aparte en dos platitos de cristal y procedió a raspar dos pequeños fragmentos de la mancha gris.
El gris se convirtió inmediatamente en morado y se expansionó.
—No le tiene simpatía a usted —dijo Leavitt, riendo.
Stone arrugó la frente.
—Interesante. ¿Supone usted que se trata de una reacción de crecimiento no específica, o de una respuesta trófica a una herida y a la irradiación?
—Creo —respondió Leavitt— que no le gusta que lo hurguen.
—Hemos de investigar más —concluyó Stone.