17Restablecimiento

A las 11.47, Mark Hall estaba inclinado sobre el computador, con la vista fija en la consola que mostraba los resultados del laboratorio respecto a Peter Jackson y al pequeño. La computadora iba dando los resultados a medida que el equipo automático de laboratorio los terminaba; en estos momentos ya casi estaban ultimados todos.

Hall observó que el niño estaba normal. La computadora no suavizaba las expresiones.

SUJETO REGISTRADO —NIÑO— TODOS LOS VALORES DE LABORATORIO SE MANTIENEN DENTRO DE LÍMITES NORMALES

No obstante, el caso de Peter Jackson era muy distinto. Sus resultados eran anormales en diversos aspectos.

SUJETO REGISTRADO —JACKSON, PETER— LOS VALORES DE LABORATORIO NO QUEDAN DENTRO DE LO NORMAL,

A CONTINUACIÓN VIENEN LOS LÍMITES

Algunos de los resultados se comprendían fácilmente; otros no. El hematocrito, por ejemplo, se elevaba porque Jackson recibía transfusiones de sangre entera y gran dosis de glóbulos rojos. El UNS o contenido de urea y nitrógeno en la sangre, era un test de la función renal y aparecía algo elevado, probablemente a causa del descenso de riego sanguíneo.

TEST NORMAL VALOR
HEMATOCRITO 35-54 21 INICIAL
25 REPETICIÓN
29 REPETICIÓN
33 REPETICIÓN
33 REPETICIÓN
37 REPETICIÓN
UREA Y NITRÓGENO
EN LA SANGRE
10-30 50
RECUENTO FIBRIN. RETIC 1 6

LA MANCHA DE SANGRE MUESTRA MUCHAS FORMAS DE ERITROCITOS INMADUROS

TEST NORMAL VALOR
TIEMPO DE LA PROTROMBINA 12 12
PH SANGUÍNEO 7.40 7.31
SGOT 40 75
VELOCIDAD SEDIMENTACIÓN 9 29
AMILASA 70-200 450

Otros análisis obedecían a la pérdida de sangre. El recuento de reticulocitos ascendía de un 1 a un 6 por ciento… Jackson había estado anémico un cierto tiempo. Presentaba tipos de glóbulos rojos inmaduros, lo cual significaba que su organismo se esforzaba en reemplazar la sangre perdida, y por ello tenía que poner en circulación células jóvenes, inmaduras.

El tiempo de la protrombina indicaba que si bien Jackson sufría pérdidas de sangre en algún punto de su conducto gastrointestinal, no tenía ningún problema hemorrágico fundamental: su sangre se coagulaba normalmente.

La velocidad de sedimentación y el SGOT eran índices de destrucción de tejidos. En algún lugar del organismo de Jackson, los tejidos estaban muriendo.

En cambio, el pH de la sangre constituía todo un rompecabezas. Con un pH de 7,31 la sangre estaba demasiado ácida, aunque no con gran exageración. Hall no sabía cómo explicarse este fenómeno. Y la computadora tampoco.

SUJETO REGISTRADO - JACKSON, PETER

PROBABILIDADES DE DIAGNÓSTICO

  1. PÉRDIDA DE SANGRE AGUDA Y CRÓNICA
    ETIOLOGÍA GASTROINTESTINAL 0,884
    NINGUNA OTRA FUENTE ESTADÍSTICAMENTE SIGNIFICATIVA
  2. ACIDOSIS
    ETIOLOGÍA INEXPLICADA
    SE PRECISA MÁS DATOS
    RECOMIENDO HISTORIAL CLÍNICO

Hall leyó la impresión y levantó los hombros. La computadora podía recomendar que hablase con el paciente, pero era más fácil decirlo que hacerlo. Jackson se hallaba en estado comatoso, y si había ingerido algo que diera acidez a su sangre, no lo sabrían hasta que se hubiera reanimado.

Por otra parte, acaso pudiera hacer un test de gases sanguíneos. Se volvió, pues, hacia la computadora y manejó los controles solicitando un test sobre gases en la sangre.

La máquina contestó tozudamente:

HISTORIAL DEL PACIENTE PREFERIBLE A LOS ANÁLISIS DE LABORATORIO

Hall escribió en la computadora: «El paciente está comatoso».

Pareció que la computadora meditaba esta circunstancia, y luego replicó:

LOS DATOS QUE DA EL PACIENTE NO SON COMPATIBLES CON EL COMA EL ELECTROENCEFALOGRAMA PRESENTA ONDAS ALFA DIAGNÓSTICO DE SUEÑO

—Que me cuelguen —exclamó Hall.

Miró por la ventana interior y vio que, en efecto, Jackson se estiraba, dominado por el sueño. Hall se arrastró por el túnel hasta llegar a su traje de plástico; luego se inclinó sobre el paciente.

—Mister Jackson, despierte…

Poco a poco, el anciano abrió los ojos y le miró, parpadeando incrédulo.

—No tenga miedo —le dijo Hall en tono sosegado—. Usted está enfermo y nosotros le cuidamos. ¿Se encuentra mejor?

Jackson estiró el cuello y movió la cabeza afirmativamente. Parecía tener miedo de hablar. Pero la palidez del cutis había desaparecido; sus mejillas tenían un leve tinte sonrosado; las uñas ya no se le veían de color gris.

—¿Cómo se siente ahora?

—Muy bien… ¿Quién es usted?

—Soy el doctor Hall. Estuve cuidándole. Ha sufrido una hemorragia grave. Hemos tenido que ponerle una transfusión.

Jackson movió la cabeza en sentido afirmativo, aceptando estas noticias con gran sosiego. Algo hubo en su actitud que representó un bocinazo para Hall, quien preguntó:

—¿Le había pasado otras veces?

—Sí —respondió el anciano—. Dos.

—¿Cómo le ocurría antes?

—No sé dónde estoy —dijo el anciano, paseando la mirada por la habitación—. ¿Es un hospital esto? ¿Por qué lleva eso?

—No, no es un hospital. Es un laboratorio especial en Nevada.

—¿Nevada? —Jackson cerró los ojos y sacudió la cabeza—. Si yo estoy en Arizona…

—No, ahora no. Le trajimos aquí para poderle cuidar.

—¿A qué viene ese traje?

—Le hemos traído a usted de Piedmont. En aquel pueblo hubo una epidemia. Ahora se halla en una habitación aislada.

—¿Quiere decir que tengo una enfermedad contagiosa?

—No lo sabemos cierto. Pero debemos…

—Oiga —interrumpió, tratando súbitamente de incorporarse—, este lugar me pone nervioso. Voy a marcharme de aquí. Esto no me gusta.

El anciano forcejeaba en la cama, intentando vencer la resistencia de las correas. Hall le empujó dulcemente.

—Tranquilícese, mister Jackson. Todo saldrá bien, pero tiene que sosegarse. Ha estado muy enfermo.

Poco a poco, Jackson se relajó. Luego dijo:

—Quiero un pitillo.

—Me temo que no puede fumar.

—¡Qué diablos! Quiero un cigarrillo.

—Lo siento, no se permite fumar…

—Mire, joven, cuando tenga los años que tengo yo, sabrá lo que puedo y lo que no puedo hacer. Ya me lo dijeron antes. Nada de todos esos platos mexicanos, ni licores, ni cigarrillos. Durante un tiempo lo intenté. ¿Sabe cómo se siente así el cuerpo de uno? Terriblemente mal, ni más ni menos.

—¿Quién se lo dijo?

—Los médicos.

—¿Qué médicos?

—Los de Phoenix. ¡Vaya hospital de lujo, con todo aquel material reluciente y aquellos impecables uniformes blancos! Un verdadero hospital de lujo. Yo no hubiera ido allá de no ser por mi hermana. Ella se empeñó en que fuese. Ya sabe usted, vive en Phoenix con el tipejo de su marido, George. Un tío estúpido, papanatas. Yo no necesitaba hospitales de lujo, sólo precisaba descanso y se acabó. Pero como ella insistía fui.

—¿Cuándo fue eso?

—El año pasado. En junio o acaso en julio.

—¿Por qué fue al hospital?

—¿Por qué va la gente al hospital? Estaba enfermo, recanastos.

—¿Qué le pasaba?

—Este condenado estómago, como siempre.

—¿Hemorragias?

—¡Hemorragias, Cristo santo! Cada vez que tosía sacaba sangre. Jamás pensé que un cuerpo humano tuviera tanta.

—¿Hemorragias gástricas?

—Sí. Como decía, las había tenido antes. Aquel montón de agujas clavadas en uno… —con la cabeza indicó los conductos intravenosos—… y aquel sinfín de sangre metiéndosele dentro. El año pasado, en Phoenix; y el año anterior, en Tucson. Eso sí, Tucson estaba muy bien. Bien de verdad. Hasta me destinaron una enfermera bonita. —Y cerró los labios de pronto—. ¿Cuántos años tiene, hijo mío, de todos modos? Usted no parece bastante mayor para ser médico.

—Soy cirujano —respondió Hall.

—¡Cirujano! Ah, no, eso no. No se cansaba de intentar convencerme, y yo no me cansaba de contestarle: «No, por sus propias vidas. En verdad que no. A mí no me sacan piezas del cuerpo».

—¿Hace dos años que tiene úlcera de estómago?

—Un poco más. Me vinieron los dolores sin saber cómo. Se me figuraba que me había sentado mal algo, ya sabe, hasta que empezaron las hemorragias.

«Un historial de dos años —se dijo Hall—. Úlcera, indiscutiblemente, no cáncer».

—¿Y fue al hospital?

—Sí. Me remacharon bien. Me prohibieron las especias, las comidas fuertes y el tabaco. Y yo lo intenté, hijo, en verdad que lo intenté. Pero no sirvió. Uno se acostumbra a sus placeres…

—De modo que, al año, volvió al hospital.

—Sí. Un gran hospital, aquel de Phoenix, con el papanatas de George y mi hermana visitándome todos los días. Él es un tonto de esos que estudian libros, ya sabe usted. Es abogado. Se expresa como un gran señor, pero no tiene el sentido común que Dios puso en la barriga de un saltamontes.

—¿Y en Phoenix querían operarle?

—Claro que sí. No quiero ofenderle, hijito, pero si les das aunque sólo sea media oportunidad, todos los médicos quieren operarte. Ellos piensan así. Yo me limité a contestarles que había andado todo este trecho de camino con mi viejo estómago y me figuraba que terminaría el viaje con él.

—¿Cuándo salió del hospital?

—Hubo de ser a primeros de agosto. La primera semana o por ahí.

—¿Y cuándo volvió a empezar a fumar, beber y comer lo que no le convenía?

—Vamos, no me venga con sermones, hijito —replicó Jackson—. He vivido sesenta y nueve años comiendo los manjares que no debía y haciendo todo lo que no me convenía. Me gusta así, y si no puedo durar mucho…, pues ¡al diablo con ello!

—Pero, sin duda hubo de sufrir bastante —comentó Hall, arrugando el ceño.

—Ah, claro, a veces apretaba fuerte. Especialmente si no comía. Pero encontré una manera de arreglarlo.

—¿Sí?

—Sin duda. En el hospital me dieron una especie de leche, y querían que tomase siempre aquello. Cien veces al día, a sorbitos pequeños. Una cosa lechosa. Sabía a yeso. Pero yo encontré algo mejor.

—¿Qué fue?

—Aspirina —respondió Jackson.

—¿Aspirina?

—Sí, señor. Va estupendamente bien.

—¿Cuánta tomaba?

—En los últimos tiempos bastante. Consumía un frasquito por día. ¿Conoce los frasquitos en que la venden?

Hall movió la cabeza afirmativamente. No era raro que el viejo tuviera la sangre ácida. La aspirina es ácido acetilsalicílico, y si uno la tomaba en cantidad suficiente tenía efectos acidificantes. Además, irritaba el estómago y exacerbaba las hemorragias.

—¿No le dijo nadie que la aspirina provocaría el sacar sangre? —preguntó.

—Claro —respondió Jackson—. Me lo dijeron. Pero no me importó nada. Porque detenía el dolor, vea usted. Aspirina y un poco de exprimido.

—¿Exprimido?

—Whisky fuerte. Ya sabe.

Hall meneó la cabeza. No lo sabía.

—«Sterno». «Dama rosa». Se coge, ¿ve usted? Se pone en una tela y se exprime…

Hall exhaló un suspiro.

—De modo que bebía «Sterno» —dijo.

—Bueno, sólo cuando no hallaba otra cosa. Aspirina y exprimido, vea usted, mata el dolor, de verdad.

—El «Sterno» no contiene alcohol solamente; también contiene metanol.

—No le dañará a uno, ¿verdad que no? —preguntó Jackson, en un tono de voz súbitamente preocupado.

—Lo cierto es que sí. Puede provocar la ceguera, y hasta puede quitar la vida.

—¡Qué diablos! Yo me sentía mejor así, de modo que lo tomaba —replicó Jackson.

—La aspirina y ese «exprimido», ¿no le producían ningún efecto a usted? ¿En su respiración?

—Pues, ahora que lo menciona, me quedaba un poquitín corto de aliento. Aunque, al diablo, yo no necesito ya mucho aire a mi edad. —Jackson bostezó y cerró los ojos—. Muchacho, usted es un saco de preguntas. Ahora necesito dormir.

Hall le miró y decidió que tenía razón. Sería mejor andar despacio, al menos por un tiempo. Por consiguiente, volvió a gatear por el túnel y salió a la sala principal. Dirigiéndose a su ayudante, le dijo:

—Nuestro amigo mister Jackson tiene un historial de úlcera de dos años. Será mejor que sigamos dándole sangre hasta haberle introducido dos unidades más; luego pararemos y veremos qué pasa. Baje un tubo NG y proceda a un lavado con agua de hielo.

Sonó un gong y sus ecos reverberaron suavemente por la sala.

—¿Qué es eso?

—La señal de las doce horas. Significa que hemos de cambiarnos las ropas. Quiere decir que usted tiene una conferencia.

—¿Sí? ¿Dónde?

—En la sala de conferencias del comedor.

Hall movió la cabeza, dándose por enterado y salió.

En el Sector Delta las computadoras zumbaban y cliqueteaban suavemente, mientras el capitán Arthur Morris movía los mandos para ordenar un programa nuevo. El capitán Morris era programador; el mando del Nivel I le había enviado al Sector Delta porque no se había recibido ningún mensaje MCN durante nueve horas. Naturalmente era posible que no hubiese habido ninguna transmisión preferente; mas, era improbable, no cabía duda.

Y si hubo mensaje MCN que no se recibieron, entonces era que las computadoras no trabajaban como convenía. El capitán Morris seguía con mirada atenta mientras la computadora realizaba la serie de operaciones que constituían su programa de autoinspección interna, el resultado del cual fue la declaración de que todos los circuitos funcionaban.

No dándose por satisfecho, Morris puso en marcha el programa COMPROBACIÓN-LÍMITE que repasaba con mayor rigor las series de circuitos. A la máquina le bastaban 0,03 segundos para dar la respuesta. En la consola se iluminó una fila de cinco luces verdes. Hall se acercó al teletipo y vio que escribía:

LA MÁQUINA FUNCIONA EN TODOS SUS CIRCUITOS DENTRO DE LOS ÍNDICES RACIONALES

Hall hizo un gesto de satisfacción. Plantado delante del teletipo, no podía saber que existía realmente una avería; mas ésta era puramente mecánica, no electrónica, de ahí que no pudiera manifestarse en los programas de comprobación. La avería estaba en el propio cuerpo del teleimpresor, donde se había desgarrado un pedazo de papel del rollo y, doblándose para arriba, se había alojado entre la campana y el martillo del timbre, impidiendo que sonara éste. Por eso no se había registrado ninguna transmisión MCN.

Ni la máquina ni el hombre podían captar el error.