14Objetos diversos

Hall abrió la puerta rotulada OBJETOS DIVERSOS, diciéndose para sus adentros que realmente se le encomendaba una tarea diversa: mantener vivos a un anciano y a un pequeñuelo. Ambos tenían una importancia vital para el proyecto, y ambos, no cabía duda, serían difíciles de manejar.

Hall se encontraba en otra habitacioncita similar al cuarto de control, del que había salido hacía unos instantes. Este también tenía una ventana de cristal, por la que se miraba a un cuarto central. En este cuarto central había dos camas; en ellas yacían Peter Jackson y el niño. Pero lo increíble del caso eran los trajes: plantados en el cuarto había cuatro trajes de plástico transparentes, hinchados, en forma de hombre. De cada traje partía un túnel que llegaba hasta la pared.

Evidentemente, uno tendría que arrastrarse por el túnel y luego ponerse en pie dentro del traje. Luego podría trabajar con los pacientes que aguardaban en la habitación.

La muchacha que actuaría de ayudante suyo trabajaba allí, inclinada sobre la consola de la computadora. Dijo llamarse Karen Anson, y le explicó cómo funcionaba el ingenio.

—Esto no es más que una subestación de la computadora Wildfire del primer nivel —dijo—. Hay treinta subestaciones por todo el laboratorio, y todas conectadas con la computadora. Pueden trabajar a la vez treinta personas distintas.

Hall movió la cabeza asintiendo. Trabajo simultáneo; he ahí un concepto que comprendía muy bien. Sabía que una misma computadora habrían podido utilizarla hasta doscientas personas a la vez; lo cual se fundaba en el principio de que la computadora trabajaba a gran velocidad —en fracciones de segundo—, mientras que las personas trabajaban despacio, en segundos o minutos. Resultaba antieconómico que una computadora la emplease una sola persona, porque ésta necesitaba varios minutos para darle instrucciones, durante los cuales la máquina permanecía ociosa, aguardando. Cuando le habían comunicado las instrucciones, contestaba casi instantáneamente. Lo cual significaba que una computadora grande «trabajaba» durante muy poco tiempo, y al permitir que varias personas le hicieran preguntas simultáneamente, se la podía tener en actividad de manera más seguida.

—Si la computadora está realmente saturada de trabajo —explicó la muchacha técnico—, puede haber una espera de un par de segundos para que le dé la respuesta a uno. Pero habitualmente, contesta de inmediato. Lo que nosotros utilizamos aquí es el programa MEDCOM. ¿Lo conoce?

Hall respondió con un movimiento negativo.

—Se trata de un analizador de datos médicos —dijo ella—. Se le da la información a la máquina, ella traza el diagnóstico del paciente y luego le dice a uno la terapia que hay que aplicar, o lo que se debe hacer para confirmar el diagnóstico.

—Parece muy conveniente.

—Y rápido —encareció la joven—. Todos los estudios de laboratorio los realizamos valiéndonos de máquinas automáticas. De modo que en cuestión de minutos conseguimos los diagnósticos más complejos.

Hall fijó la mirada en los dos pacientes.

—¿Qué les han hecho, hasta el momento?

—Nada. En el Nivel I les inyectaron por vía intravenosa. Plasma, a Peter Jackson; dextrosa y agua, al niño. Ahora parece que ambos están bien hidratados y que ninguno sufre. Jackson continua inconsciente. No presenta síntomas pupilares, pero no reacciona, y parece anémico.

Hall movió la cabeza, aceptando la información.

—Estos laboratorios, ¿pueden hacer todo lo que se les pida?

—Todo. Hasta ensayos para hormonas adrenales y cosas como intervalos de tromboplastina parcial.

—Bien. Mejor será que nos pongamos a la tarea.

La joven técnico puso la computadora en actividad.

—Los test de laboratorio se ordenan así —dijo—. Use esta plumilla luminosa y señale los test que quiere. Basta con que toque la pantalla con la pluma.

Y le entregó la pluma de luz que mencionaba, al mismo tiempo que oprimía el botón de arranque.

La pantalla se iluminó.

PROGRAMA MEDCOM

LAB/ANALIS

CK/JGG/1223098

SANGRE PROTEINAS
ERITROCITOS ALBÚMINA
RETICULINA GLOBULINA
PLAQUETAS FIBRINA
LEUCOCITOS TOTAL
HEMATOCRITO FRACCIÓN
HEMOGLOBINA DIAGNÓSTICOS
VMC COLESTERINA
HCM CREATINA
PTT GLUCOSA
VSG PBI
QUÍMICA BEI
BR0 ID
Ca IBC
Cl NPN
Mg BUN
PO4 BILIRRUB, DIF
K CEF/COP(FLOC)
Na TIMOL/TURB
CO2 BSP
ENZIMAS PULMONAR
AMILASA TVC
COLINESTERASA TV
UPASA IC
FOSFATASA ÁCIDA IRV
FOSFATASA ALCALINA ERV
LDH MBC
SGPT ORINA
ESTEROIDES SPGR
ALDO FOSFATOS
L7-OH ALBÚMINA
I7-KS GLUCOSA
ACTH ACETONA
VITAMINAS TOTAL ELECTROLITOS
A TOTAL ESTEROIDES
C TOTAL INORGÁNICOS
E CATECOLAMINAS
TODAS LAS B PORFIRINAS
K UROBIL
  S-HIAA

Hall contemplaba fijamente la lista. Con la pluma luminosa, tocó los test que quería, y desaparecieron de la pantalla. Después de encargar quince o veinte, retrocedió un paso.

La pantalla quedó en blanco por un momento; luego apareció lo que sigue:

LOS TESTS ENCARGADOS REQUIEREN DE CADA SUJETO

La técnico dijo:

—Si usted quiere proceder a exámenes físicos, yo sacaré la sangre. ¿Había estado alguna vez en una de estas habitaciones?

Hall negó con la cabeza.

—Es muy sencillo, en realidad. Pasamos a gatas por los túneles hasta meternos en los trajes. Y entonces el túnel queda cerrado detrás de nosotros.

—¿Sí? ¿Por qué?

—Para el caso de que a uno de nosotros le ocurriera algo. Por si la capa exterior del traje se rompiese…, se quebrase la integridad de la superficie, según dice el protocolo. En este caso, las bacterias podrían propagarse por el exterior, a través del túnel.

—De modo que estamos aislados.

—Sí. Recibimos aire de un sistema separado… Puede ver los tubos de conducción que entran por allá. Pero esencialmente, cuando uno está metido dentro de aquel traje, queda aislado por completo. De todos modos, creo que no tiene por qué preocuparse. Con lo único que podría cortar el traje sería con un bisturí, y los guantes son de triple grosor para evitar la contingencia.

La muchacha le enseñó la manera de pasar arrastrándose. Luego, imitándola, Hall se encontró de pie dentro del traje de plástico. Se sentía como una especie de reptil gigante, moviéndose como trabado de un lado para otro, siempre arrastrando tras de sí la gruesa cola del túnel.

Al cabo de un momento se oyó un silbido: su traje quedaba herméticamente cerrado. Luego, otro silbido, y el aire se refrescó, al llegar el nuevo, inyectado por el conductor especial.

La muchacha técnico le entregó los instrumentos para el examen. Mientras ella sacaba sangre del niño, eligiendo para ello una vena adecuada, Hall fijó su atención en Peter Jackson.

Viejo y pálido: anemia. Delgado, además: primera idea, cáncer. Segunda idea, tuberculosis, alcoholismo u otro proceso crónico. E inconsciente, mentalmente, Hall recorrió el abanico de posibilidades, desde la epilepsia al shock hipoglucémico y a un ataque.

Más tarde declaraba que se sintió como atontado cuando la computadora le proyectó de todo un cúmulo de posibilidades, completado con probabilidades de diagnóstico. A la sazón no estaba bien enterado de la pericia de la máquina, de la excelente calidad de su programa.

Hall examinó la presión de la sangre de Jackson. Era baja, 85/50. Pulso rápido, a 110. Temperatura, 36,6°. Inspiraciones, 30 por minuto, y profundas.

Luego se puso a palpar el cuerpo sistemáticamente, empezando por la cabeza. Cuando causó dolor —oprimiendo el nervio a través de la ranura supraorbital, inmediatamente debajo de la ceja—, el anciano hizo una mueca y movió los brazos para apartar a quien le molestaba.

Quizá no estuviera inconsciente, después de todo. Acaso sólo estuviese sumido en un sopor. Hall le zarandeó.

—Mister Jackson. Mister Jackson.

El hombre no respondía. Luego, poco a poco, pareció reanimarse. Hall le llamó a gritos, acercándose a su oído, y le zarandeó con fuerza.

Peter Jackson abrió los ojos por un momento nada más, y dijo:

—Va… váyase…

Hall continuó zarandeándolo, pero Jackson se relajó, quedando inerte, sumiéndose su cuerpo en el estado de reacción nula en que se hallaba antes. Hall abandonó el empeño y reanudó el examen físico. Los pulmones estaban limpios y el corazón parecía normal. Se notaba cierto endurecimiento en el abdomen, y el paciente sufrió una arcada, sacando una especie de baba sanguinolenta. Rápidamente, Hall procedió a un test basófilo por si había sangre: dio positivo. Efectuó un examen rectal y sometió el excremento a un test: también dio positivo.

Hall se volvió hacia su ayudante, que había sacado las dosis de sangre requerida y las estaba introduciendo en el aparato de análisis de la computadora, en un ángulo.

—Tenemos aquí a un hombre con hemorragias gastrointestinales —anunció—. ¿Cuánto rato tardaremos en saber los resultados?

La joven le indicó una pantalla de televisión montada cerca del techo.

—Enseguida que llegan los informes del laboratorio, nos los transmiten por ahí. Aparecen en esa pantalla y sobre la consola del otro cuarto. Los fáciles llegan primero. El del hematocrito deberíamos tenerlo dentro de un par de minutos.

Hall aguardó. La pantalla se iluminó, y las letras imprimieron lo siguiente:

JACKSON, PETER

ANÁLISIS DEL LABORATORIO

TEST NORMAL VALOR
HEMATOCRITO 36-54 21

—Seminormal —dijo Hall. Enseguida colocó una máscara de oxígeno sobre la faz de Jackson, hebilló las correas y dijo—: Necesitaremos cuatro unidades. Además de dos de plasma.

—Las pediré.

—Que empiecen lo antes posible.

La muchacha fue a telefonear al banco de sangre del Nivel I y les pidió que sirviesen cuanto antes lo solicitado. Entretanto, Hall dedicaba su atención al infante.

Hacía mucho tiempo que no había examinado a un niño de pecho, y ya no se acordaba de las dificultades que podía encerrar semejante examen. Cada vez que intentaba mirarle los ojos, el pequeño los cerraba, apretando mucho los párpados. Cada vez que le inspeccionaba la garganta, el niño cerraba la boca. Cada vez que trataba de auscultar el corazón, el niño se ponía a chillar, oscureciendo los ruidos cardíacos.

No obstante, él persistía, acordándose de las palabras de Stone. Aquellas dos personas, con lo distintas que eran una de otra, representaban, sin embargo, a los únicos supervivientes de Piedmont. Fuese como fuere, habían logrado vencer el mal. He ahí el lazo que las unía, el nexo común entre el anciano marchito que vomitaba sangre y el infante sonrosado que chillaba y berreaba.

A primera vista mediaba entre ellos el mayor abismo posible; se hallaban en los dos extremos opuestos del espectro, sin tener nada en común.

Y, sin embargo, algo habían de tener.

Hall tardó media hora en terminar el examen del pequeño. Al cabo de ese tiempo, se vio obligado a determinar que, según su examen, el niño era perfectamente normal. Completamente normal. No se descubría en él nada desacostumbrado.

Excepto que, por lo que fuere, había sobrevivido.