La creatividad sigue sus propias normas.
NORMA CENVA, notas de laboratorio inéditas
En la torre del laboratorio que dominaba el ancho Isana, Norma Cenva estaba de pie ante su desordenada estación de trabajo. Nuevos globos de luz flotaban en el aire como adornos sobre su cabeza. No se había molestado en desactivarlos, pese a que ya había amanecido. No quería interrumpir su línea de pensamiento.
Apuntó un mecanismo de proyección del tamaño de una pluma hacia una mesa inclinada. Hojas escritas magnéticamente pasaron en el aire, filmaciones de una nave insignia de tipo ballesta, la nave de guerra más grande de la Armada.
Norma cambió el ajuste del proyector y movió la imagen hacia el centro de la habitación. Separó una cubierta de la nave, y luego entró en la holoimagen ampliada, un paseo durante el cual efectuó cálculos mentales para la instalación del generador de campo, de manera que el pequeño radio de campo protegiera toda la nave.
El sabio Holtzman había acudido a otro acto público, donde sin duda celebraría sus éxitos con falsa modestia. En los últimos tiempos solo había trabajado con Norma una hora por las mañanas, más o menos, antes de ir a vestirse para comidas oficiales, seguidas de banquetes nocturnos en la mansión de lord Bludd. De vez en cuando, iba a hablar con ella de los nobles y políticos que había conocido, como si experimentara la necesidad de impresionarla.
A Norma no le importaba estar sola, y trataba de hacer su trabajo sin protestar. Holtzman la dejaba en paz casi siempre, con el fin de que realizara los cálculos precisos para instalar escudos protectores en las naves más grandes de la Armada. El sabio afirmaba que no tenía tiempo para hacerlo él, y ya no confiaba en su grupo de calculadores.
Norma sentía el peso de la responsabilidad, pues sabía que la Armada de la Liga se aprestaba a atacar la Tierra con armas atómicas. Una enorme fuerza de diversas naves de guerra ya estaba reunida en Salusa Secundus, en preparación para el ataque.
Holtzman se ufanaba de su importancia repentina. En opinión de Norma, el trabajo del laboratorio debía hablar por sí mismo, sin toda aquella frivolidad promocional, pero no confiaba en llegar a comprender los círculos políticos en que se movía el sabio, y quería creer que estaba haciendo lo mejor por el esfuerzo bélico gracias a sus contactos con gente importante.
En el ínterin, su mente pensaba en muchas cosas tangenciales, prestando atención hasta al mínimo detalle, y se interrogaba en busca de respuestas. Aun si eliminaban a la supermente de la Tierra, seguirían quedando copias de Omnius en los Planetas Sincronizados. ¿Era posible que las máquinas pensantes sufrieran algo similar a un golpe psicológico? Teniendo en cuenta la magnitud de los Planetas Sincronizados, un solo planeta no parecía un objetivo sustancial, y su preocupación le dificultaba concentrarse en los cálculos. Como rayos que saltaran de nube en nube, sus pensamientos se desviaban a nuevas posibilidades, nuevas ideas.
Bajo la ley marcial que lord Bludd había decretado tras la rebelión de Bel Moulay y sus esclavos, Norma se sentía cada vez más aislada de su mentor. Dos años antes, cuando había recibido la invitación para ir a Poritrin, Tio Holtzman era un ídolo y un modelo para ella. Solo poco a poco había llegado a comprender que, en lugar de apreciar su talento y emplearlo como un medio de alcanzar sus propósitos mutuos, el científico se sentía cada día más resentido. En parte por culpa de Norma. Sus advertencias insistentes sobre el generador de resonancia y la prueba del escudo antiláser le habían vuelto en su contra. Pero no le parecía justo que el sabio se disgustara con ella porque había estado en lo cierto. Daba la impresión de que Tio Holtzman anteponía su orgullo herido al avance de la ciencia.
Se mesó su pelo castaño. ¿Qué papel jugaba el ego en su trabajo? En casi un año, ninguno de los nuevos conceptos de Holtzman se había materializado.
Por contra, cierto proyecto tenía obsesionada a Norma desde hacía mucho tiempo. Veía encajar en su imaginación las diversas piezas, un gran invento que sacudiría los cimientos del universo, teorías y ecuaciones que casi se le escapaban de las manos. Exigiría toda su energía y atención, y los beneficios en potencia influirían en la liga todavía más que el desarrollo de los escudos personales.
Norma dejó a un lado el diagrama de la ballesta y salió de la nave proyectada, después de utilizar un holomarcador para señalar el punto en que había interrumpido sus cálculos. Ahora que había liberado su concentración, podía dedicar sus esfuerzos a asuntos de verdadera importancia. Su nueva idea la entusiasmaba mucho más que los cálculos relativos al escudo.
La inspiración, siempre misteriosa, la había dirigido hacia una posibilidad revolucionaria. Casi podía verla funcionando a una escala inmensa, estremecedora. Un escalofrío recorrió su columna vertebral.
Si bien era incapaz todavía de resolver los problemas asociados a su idea, intuía que la ecuación de campo de Holtzman podía ser utilizada para algo mucho más significativo. Mientras el científico se dormía en sus laureles y disfrutaba de su éxito, Norma quería tomar un nuevo rumbo.
Tras haber visto que el Efecto Holtzman curvaba el espacio con el fin de crear un escudo, estaba convencida de que el tejido del espacio podía plegarse, y así abrir un atajo en el universo. En caso de lograr tal prodigio, sería posible recorrer distancias inmensas en un abrir y cerrar de ojos, comunicar dos puntos con independencia de la distancia que los separara.
Plegar el espacio.
Pero nunca podría desarrollar una idea tan revolucionaria si Tio Holtzman la reprimía en cada momento. Norma Cenva tendría que trabajar en secreto…