Las trascendentales exigencias de la religión han de estar en consonancia con las exigencias macrocósmicas de la comunidad más pequeña.
IBLIS GINJO, El paisaje de la humanidad
Durante las semanas posteriores a su desdichado regreso, Serena Butler había declinado con delicadeza la sugerencia de su padre de que recuperara su papel en el Parlamento de la liga. De momento, prefería la Ciudad de la Introspección, los silenciosos y plácidos jardines. Los estudiantes de filosofía eran celosos de su privacidad, y la dejaban en paz.
Su opinión sobre la guerra, la liga y la vida había sufrido un cambio drástico, y necesitaba tiempo para analizar su nuevo papel en el universo y encontrar maneras de volver a ser útil. Incluso pensaba que podría ser más valiosa que antes…
La historia de la cautividad de Serena, el asesinato de su hijo y la rebelión de la Tierra se había propagado con celeridad. A instancias de Iblis Ginjo, el cuerpo conservado del pequeño Manion había sido instalado en una pequeña tumba con paredes de plaz en Zimia, un memorial que simbolizaba una de las miles de millones de víctimas de las máquinas pensantes.
Iblis, un orador incansable, había dormido poco desde su llegada a la capital, y pasaba cada hora con delegados, describiendo los horrores padecidos por los humanos a manos de los crueles cimeks y de Omnius, con el fin de reunir una fuerza numerosa de naves de guerra de la liga que fuera al rescate de los humanos de la Tierra. El líder rebelde quería que los salusanos le aceptaran como un héroe.
Iblis, que se había autoproclamado portavoz de Serena, hablaba con conocimiento de causa de los Planetas Sincronizados, y refería la espeluznante historia del asesinato del inocente Manion y de cómo Serena había atacado con las manos desnudas a las máquinas pensantes. Gracias a su valentía, había encendido la llama de una rebelión que había paralizado al Omnius de la Tierra.
Iblis aprovechó su talento para la oratoria y convenció a mucha gente de su sinceridad. Tenía en mente una estrategia dirigida al populacho que incluía enardecidos mítines presididos por la propia Serena. Era la persona perfecta para convertirse en el corazón de una rebelión a gran escala. Pero Serena continuaba recluida, ignorante del mar de fondo provocado en su nombre.
Aun sin ella, Iblis decidió defender la causa de la libertad humana, aunque se viera obligado a tomar todas las decisiones. No podía permitir que una oportunidad tal se le escapara de las manos. Intuía el poder de la opinión pública de Zimia, un arma que le sería muy útil. Hasta los políticos de la liga querían ir al rescate de los heroicos combatientes de la Tierra, pero tal como Serena le había advertido, no hacían más que enzarzarse en estériles e interminables discusiones en el Parlamento.
A petición del oficial, Iblis fue a reunirse con el segundo Harkonnen. Se sintió cohibido en la atestada habitación del cuartel general de la Armada. Al parecer, estas dependencias pertenecían a una antigua prisión militar, donde interrogaban en otro tiempo a los desertores. La habitación estaba rodeada de ventanas rectangulares, y Xavier paseaba de un lado a otro. Su silueta eclipsaba la escasa luz de día que se filtraba.
—Cuéntame cómo llegaste a convertirte en líder de las cuadrillas de trabajadores humanos —preguntó el oficial—. Un privilegiado como Vorian Atreides, que servía a las máquinas pensantes y obtenía beneficios mientras los demás humanos sufrían.
Iblis desechó sus acusaciones con un ademán, fingiendo que el segundo estaba bromeando.
—Trabajé con ahínco para conseguir beneficios y recompensas para mis trabajadores leales —dijo con voz resonante—. Todos salimos beneficiados.
—Algunos de nosotros sospechamos que tu entusiasmo es muy interesado.
Iblis sonrió y extendió las manos.
—Ni Vorian Atreides ni yo hemos intentado ocultar nuestro pasado. Recuerda que, para obtener información desde dentro, hay que estar dentro. No encontrarás mejores fuentes informativas que nosotros dos. Serena Butler también posee muchos conocimientos.
No perdió la calma. Iblis había plantado cara, y engañado, al titán Ajax, un interrogador mucho más aterrador y experto que el segundo Harkonnen.
—La Liga cometería una estupidez si dejara pasar esta oportunidad —añadió Iblis—. Contamos con los medios de ayudar a los rebeldes de la Tierra.
—Demasiado tarde. —Xavier se acercó más, con expresión severa—. Tú prendiste la llama de la revuelta, y después abandonaste a tus seguidores para que fueran masacrados.
—Vine aquí para pedir ayuda a la liga. No tenemos mucho tiempo si queremos rescatar a los supervivientes.
—No hay supervivientes —replicó Xavier sin mover un músculo de la cara—. No queda ninguno en todo el planeta.
Iblis, estupefacto, tardó en contestar.
—¿Cómo es posible? Antes de que partiéramos en el Viajero onírico, dejé al mando a un hombre leal y competente. Supuse que él…
—Basta, Xavier —dijo alguien desde un altavoz invisible—. La culpa y la sangre son tan abundantes que bastan para manchar las manos de todos nosotros. Vamos a decidir lo que debemos hacer a continuación, en lugar de intentar volver contra nosotros a uno de nuestros colaboradores en potencia más importantes.
—Como gustéis, virrey —respondió Xavier, tirante.
Las paredes de la sala de interrogatorios se iluminaron y apagaron, para revelar una sala de observación oculta, en la cual había una docena de hombres y mujeres sentados, a la manera de un tribunal. Iblis, aturdido, reconoció al virrey Butler en el centro del grupo, y a Vorian Atreides a un lado, con expresión satisfecha.
El virrey se levantó de su asiento.
—Iblis Ginjo, somos un comité especial del Parlamento enviado para investigar esta terrible noticia procedente de la Tierra.
Iblis fue incapaz de contenerse.
—¿El exterminio de toda la población de la Tierra? ¿Cómo es posible?
—En cuanto tu nave llegó aquí —dijo Xavier Harkonnen con voz sombría—, la Armada envió su nave de exploración más veloz. Al cabo de varias semanas, el piloto ha regresado con este espantoso informe. En la Tierra solo quedan máquinas pensantes. Todos los rebeldes han muerto. Todos los esclavos, todos los niños, todos los humanos traidores. Es muy probable que fueran exterminados antes de que el Viajero onírico llegara a Salusa Secundus.
El virrey Butler activó varias pantallas de gran tamaño empotradas en las paredes, las cuales mostraron escenas horrendas, montones de cadáveres mutilados, robots y cimeks que masacraban a multitudes de humanos que habían sido rodeados. Imagen tras imagen, con todo detalle.
—La Tierra, cuna de la humanidad, es ahora un inmenso cementerio.
—Demasiado tarde —murmuró Iblis, como atontado—. Toda esa gente…
La conversación se interrumpió cuando oyeron gritos de ¡Serena! ¡Serena! en el exterior. Iblis se quedó asombrado al oír el nombre.
—Iblis Ginjo, no tengo palabras para expresar mi gratitud por devolverme a mi hija —dijo el virrey Butler—. Por desgracia, el hombre que dejaste al mando de la revuelta no estaba a la altura del desafío.
—Nadie habría podido triunfar, virrey —dijo Vorian Atreides con semblante sombrío—. Ni Iblis ni yo. Era solo cuestión de tiempo.
—¿Estás diciendo que es inútil luchar contra Omnius —replicó irritado el segundo Harkonnen—, y que cualquier revuelta está condenada al fracaso? Demostramos que esa idea es errónea en Giedi Prime…
—Yo también estuve en Giedi Prime, segundo. ¿Te acuerdas? Disparaste contra mí y provocaste graves daños en mi nave.
Los ojos castaños de Xavier destellaron de ira.
—Sí, me acuerdo, hijo de Agamenón.
—La rebelión de la Tierra fue un gran ejemplo —siguió Vor—, pero los protagonistas eran simples esclavos, armados con poco más que su odio a las máquinas pensantes. No tenían la menor oportunidad. —Se volvió hacia los miembros del comité especial—. Pero la Armada de la Liga es otra historia.
—Sí —intervino Iblis con voz sonora, aprovechando la oportunidad de insistir en sus planteamientos—, fijaos en lo que es capaz de conseguir una turba de esclavos inexpertos. Imaginad, pues, lo que podría lograr una respuesta militar coordinada. —Las voces de los manifestantes congregados en el exterior aumentaron de volumen. Iblis continuó—. La masacre de la Tierra será vengada. La muerte del nieto del virrey Butler, tu hijo, segundo Harkonnen, ha de ser castigada.
Vor no podía apartar la vista de Xavier, intentaba imaginar al hombre valiente que había conquistado el corazón de Serena, para luego casarse con su hermana. Yo la habría esperado siempre.
Por fin, se concentró en Iblis Ginjo. A Vor no le gustaba demasiado el líder rebelde, porque no acababa de ver claras sus intenciones. Iblis parecía fascinado por Serena, pero no se trataba de amor. No obstante, Vor estaba de acuerdo con el análisis del hombre.
Iblis continuó hablando, como si le hubieran convocado para dirigirse a los miembros del tribunal y no para contestar preguntas.
—Lo ocurrido en la Tierra no es más que un simple revés. ¡Podremos superarlo, si tenemos la fuerza de voluntad suficiente!
El entusiasmo se contagió a algunos representantes. En el exterior, los manifestantes empezaban a desmandarse, y se oyó a las fuerzas de seguridad hablar por el sistema de megafonía, en un intento de mantener el orden.
Iblis paseó la vista de rostro en rostro, y después clavó la vista en la distancia, como si pudiera ver algo invisible para los demás. ¿El futuro? Movió las manos mientras hablaba.
—La población de la Tierra fue aniquilada porque yo la azucé a levantarse contra las máquinas pensantes, pero no me siento culpable por eso. Una guerra ha de empezar por algo. Su sacrificio ha demostrado la profundidad del espíritu humano. Pensad en el ejemplo de Serena Butler y su hijo inocente, y que pese a sus sufrimientos, ha sobrevivido.
Vor percibió cierta agitación en el rostro de Xavier Harkonnen, pero el oficial no dijo nada.
Iblis sonrió y extendió las manos.
—Serena podría jugar un papel importante en la nueva fuerza que se impondrá a las máquinas, si toma conciencia de sus posibilidades. —Habló directamente a Manion Butler, con voz cada vez más enfervorizada—. Puede que otros intenten atribuirse el mérito, pero Serena fue la verdadera chispa de la gran revolución en la Tierra. Su hijo fue asesinado, y ella se alzó contra las máquinas pensantes, y todo el mundo lo vio. ¡Pensad en ello! Serena es un ejemplo para toda la raza humana.
Iblis se acercó más a los miembros del tribunal.
—Todos los planetas de la liga se enterarán de su valor y compartirán su dolor. Defenderán su causa, en su nombre, si se lo pedimos. Se alzarán en una lucha épica por la libertad, una cruzada santa…, una yihad. Escuchad a los que gritan fuera. ¿No oís que corean su nombre?
Eso es, pensó Iblis. Había establecido la relación religiosa recomendada por el pensador Eklo. Daba igual a qué credo o teología particular se encomendaran. Lo más importante era el fervor que solo el fanatismo podía producir. Si el movimiento iba a propagarse, era preciso que conmoviera los corazones de la gente, que les arrastrara a una batalla sin que pensaran en el fracaso, sin que se preocuparan por su seguridad.
—Ya estoy propagando la buena nueva —siguió Iblis, después de una larga pausa—. Damas y caballeros, aquí se está gestando algo más que una revuelta, algo que marca la diferencia entre el alma de la humanidad y las máquinas pensantes carentes de alma. Con vuestra ayuda, podría convertirse en una tremenda victoria impulsada por la pasión humana…, y la esperanza.