Los seres humanos confían en sus semejantes, que con frecuencia les decepcionan. La ventaja de las máquinas consiste en que son fiables y carecen de astucia. Eso también puede convertirse en una desventaja.
ERASMO, Reflexiones sobre los
seres biológicos sensibles
El padre de Serena se la llevó cuanto antes del espaciopuerto con una multitud de atentos criados.
—El mejor lugar en que puedes estar ahora es la Ciudad de la Introspección, con tu madre. Allí podrás descansar y curar tus heridas, en paz y tranquilidad.
—Nunca volveré a tener paz —dijo la joven, esforzándose por controlar el temblor de su voz—. ¿Dónde está Xavier? He de…
Manion, con aspecto preocupado, palmeó su hombro.
—Se encuentra inspeccionando las defensas periféricas, y he dado orden de que regrese. En este momento vuela de camino a casa, y debería llegar mañana a primera hora.
La joven tragó saliva.
—He de verle en cuanto vuelva. En la nave…, nuestro hijo…, hay tantas cosas que…
Manion asintió, y dio la impresión de que no había oído la referencia a su hijo.
—No te preocupes por eso ahora. Muchas cosas han cambiado, pero estás de nuevo en casa, sana y salva. Eso es lo único que importa. Tu madre te está esperando, y descansarás con ella. Todo lo demás puede esperar a mañana.
Serena vio que oficiales de la milicia se llevaban a Iblis Ginjo y Vorian Atreides. Pensó que debería acompañarles y presentar el nuevo mundo a los antiguos servidores de Omnius.
—No seas duro con ellos —dijo Serena, cuando recordó el escepticismo de las hechiceras—. Nunca habían conocido a humanos libres. Ambos poseen información interesante.
Manion Butler asintió.
—Solo van a ser interrogados. La liga podrá obtener gran cantidad de información gracias a ellos.
—Yo también puedo colaborar —dijo Serena—. Vi muchas cosas terribles durante mi cautividad en la Tierra. Tal vez esta noche pueda volver y…
El virrey la acalló.
—Todo a su tiempo, Serena. Estoy seguro de que nuestras preguntas acabarán con tu paciencia, pero hoy no has de salvar el mundo. —Lanzó una risita—. La misma Serena de siempre.
Subieron a un vehículo terrestre de alta velocidad que les depositó al cabo de una hora en el retiro de las afueras de Zimia. Pese a sus ansias de volver a ver su planeta natal, todo se le antojaba borroso a Serena, y se fijó en escasos detalles.
Livia Butler les recibió a las puertas del tranquilo complejo, vestida con su sencillo hábito de abadesa. Saludó con un cabeceo a su marido, al borde de las lágrimas, dio la bienvenida a Serena a la Ciudad de la Introspección y les guió a través de una zona ajardinada hasta una acogedora y bien amueblada habitación, de colores apagados y sillas acolchadas. Acunó a Serena contra su pecho como si fuera una niña pequeña. Los grandes ojos de Livia se llenaron de lágrimas.
Ahora que Serena estaba con sus padres, sana y salva, se liberó del peso opresivo del cansancio y el miedo, y se sintió más capaz de hacer lo que era necesario. Con voz débil y temblorosa les habló del dulce Manion, de que había sido asesinado por Erasmo…, lo cual había encendido la llama de la rebelión en la Tierra.
—He de ver a Xavier, por favor. —Su rostro se iluminó—. ¿Y Octa? ¿Dónde está mi hermana?
Livia miró a su marido, y las palabras murieron en su garganta.
—Pronto, querida —dijo por fin—. Ahora has de descansar y recuperar fuerzas. Ya estás en casa. Tienes todo el tiempo del mundo.
Serena quiso protestar, pero el sueño la venció.
Cuando Xavier volvió de patrullar las fronteras del sistema salusano, la noticia ya le había llegado mediante una docena de mensajes de alegría y pena, cada uno un martillazo de dolor. La mezcla de felicidad, confusión y desesperación le dio ganas de estallar.
Como había viajado solo en su kindjal, Xavier tuvo tiempo de reflexionar sobre lo que había averiguado. Cuando su nave llegó al espaciopuerto de Zimia a una hora avanzada, se sintió increíblemente solo. Desembarcó en la pista de aterrizaje, iluminada por focos. Pasaba de la medianoche.
¿Cómo era posible que Serena estuviera con vida? Había visto los restos de su forzador de bloqueos en los mares grises de Giedi Prime. Las manchas de sangre coincidían con su ADN. Ni en sus sueños más delirantes había imaginado que Serena viviera todavía. ¡Viva! Y embarazada de él.
Y ahora, Serena había escapado. Había vuelto a casa. Pero su hijo, el hijo de ambos, había sido asesinado por las monstruosas máquinas.
Cuando Xavier bajó del kindjal, apenas percibió el olor a ozono y oxidación que desprendía el casco a causa del rápido descenso a través de los escudos descodificadores Holtzman. Vio a un hombre que le esperaba en la pista de aterrizaje, al parecer taciturno, las facciones demacradas bajo las luces del espaciopuerto, pero Xavier reconoció a Manion Butler, virrey de la Liga de Nobles.
—Me alegro mucho de que… hayas podido…
Manion Butler fue incapaz de terminar la frase. Avanzó y abrazó a su yerno, el joven oficial que no se había casado con Serena, sino con Octa.
—Serena está descansando en la Ciudad de la Introspección —dijo Manion—. No sabe… lo de Octa y tú. Es una situación delicada, desde todos los ángulos.
El virrey parecía al borde de la muerte. Estaba muy contento por el regreso de su hija, pero se le había partido el corazón al saber lo que había sufrido, lo que las máquinas habían hecho a su hijo…
—Serena querrá saber la verdad —dijo Xavier—. Mañana la veré. Dejemos que duerma bien esta noche. Los dos hombres, prestándose mutuo apoyo, se alejaron del kindjal. El virrey guió a Xavier hasta una nave que una cuadrilla de mantenimiento estaba inspeccionando con la ayuda de potentes focos. La nave negra y plateada era de una forma que Xavier solo había visto en una ocasión, una nave de actualización como la que había encontrado en Giedi Prime, cuando el traidor piloto humano había eludido los intentos de Xavier por capturarle.
—Serena encontró aliados entre los humanos de la Tierra —explicó Manion—. Dos hombres educados por las máquinas. Les convenció de que huyeran con ella.
Xavier frunció el ceño.
—¿Estás seguro de que no son espías? Manion se encogió de hombros.
—Serena confía en ellos.
—Con eso me basta.
Entraron en el Viajero onírico, y Xavier sintió una opresión en el pecho. Sabía adónde le conducía Manion. Reparó en extrañas configuraciones dentro de la nave de actualización, las curvas suaves, las pulcras líneas metálicas que denotaban eficacia y proponían una belleza inconsciente.
—No hemos movido al niño —dijo Manion—. Les dije que te esperaran.
—No sé si debería darte las gracias.
Cuando el virrey abrió un compartimiento cerrado y un delgado chorro de vapor frío se elevó en el aire, Xavier superó su reticencia y se inclinó hacia delante.
El cuerpo del niño estaba envuelto en un sudario oscuro y compacto que ocultaba los detalles específicos, y tan solo revelaba la pequeña forma de lo que había sido un niño pletórico de vida. Xavier tocó el envoltorio con suavidad, como si no quisiera perturbar el sueño de su hijo.
Manion respiraba con dificultad a su espalda.
—Serena dijo…, dijo que puso mi nombre al niño.
Cuando su voz se quebró, Xavier levantó los restos del niño que nunca había conocido, cuya existencia desconocía hasta que fue demasiado tarde. El niño parecía absurdamente liviano.
Xavier descubrió que no tenía nada que decir, pero cuando sacó a su hijo al aire nocturno de Salusa Secundus, para llevar a casa a Manion por primera y última vez, lloró sin disimulos.