Los humanos cometieron la estupidez de dotar a sus competidores de una inteligencia igual a la suya. Pero no pudieron evitarlo.
BARBARROJA, Anatomía de una rebelión
Se elevaban llamas de los gloriosos edificios vacíos, una afrenta para la edad de oro de los titanes. Las sabandijas humanas, embriagadas por su liberación, corrían chillando por las calles, arrojaban piedras y explosivos improvisados.
Agamenón hirvió de ira al ver los terribles daños que los rebeldes habían infligido ya a los monumentos y plazas. Incluso habían matado a Ajax, aunque era muy probable que el tozudo titán se lo hubiera buscado. De todos modos, era una pérdida grave, como la de Barbarroja.
¡Escoria! Los bárbaros no sabían lo que era libertad ni el libre albedrío. Eran incapaces de controlarse o de portarse como seres civilizados. Solo merecían ser esclavos. Incluso eso era demasiado bueno para ellos.
El general cimek recorrió las calles con su voluminosa forma de combate. Dispersó humanos, los lanzó al aire, los aplastó contra las paredes. Algunos de los más valientes le arrojaron objetos puntiagudos, que rebotaron en su cuerpo blindado. Por desgracia, no podía perder tiempo exterminándolos a todos.
Agamenón se encaminó hacia el cercano espaciopuerto, con la esperanza de encontrar a su hijo entre el caos. Si los rebeldes habían herido a Vorian (el mejor de los trece hijos del general hasta el momento), haría una buena escabechina. Había verificado las últimas informaciones, averiguado que el Viajero onírico estaba aparcado en el espaciopuerto y que los códigos de acceso de Vor habían sido utilizados, pero los informes eran confusos.
El titán aún no entendía la magnitud de la rebelión. Durante siglos, nadie había desafiado el gobierno de las máquinas pensantes. ¿Cómo era posible que los dóciles humanos se hubieran enfurecido hasta tal punto? Daba igual. Dejaría que Omnius y sus guardias robot se encargaran de los revoltosos.
De momento, Agamenón quería encontrar a su hijo. Él también tenía sus prioridades. Esperaba que Vor no se hubiera metido en líos.
Cuando el cimek cruzó el espaciopuerto, vio tres naves de carga en llamas, obra de saboteadores. Máquinas de apagar incendios intentaban extinguir las llamas antes de que los daños se propagaran.
El furioso titán buscó el muelle que albergaba al Viajero onírico. Se llevó una decepción al ver que la nave había desaparecido. Mediante rayos infrarrojos, vio que la pista todavía brillaba debido a las llamas de propulsión. Con la ayuda de sensores térmicos distinguió la estela que la nave había dejado en la atmósfera.
Cada vez más frustrado y sorprendido, descubrió al desactivado Seurat en un muelle abandonado. El robot yacía inmóvil, una estatua de polímeros metálicos y circuitos neuroeléctricos. Los rebeldes habían atacado a Seurat, le habían desconectado…, pero no destruido.
Impaciente, preocupado por Vorian, Agamenón volvió a conectar los sistemas del robot. Cuando Seurat recobró la conciencia, examinó el espaciopuerto con sus fibras ópticas para orientarse.
—¿Dónde está el Viajero onírico? —preguntó Agamenón—. ¿Dónde está mi hijo? ¿Está vivo?
—Con su típica impetuosidad, tu hijo me sorprendió. Me desactivó. —Seurat inspeccionó la zona de lanzamiento y extrajo conclusiones—. Vorian se habrá llevado la nave. Sabe pilotarla.
—¿Mi hijo es un cobarde?
—No, Agamenón. Creo que se ha unido a los rebeldes y huye con otros humanos. —Vio que el cimek se estremecía de ira—. Es un chiste muy malo —añadió.
Agamenón, enfurecido, dio media vuelta y se alejó a toda prisa. Había una nave de guerra abandonada en las cercanías, cargada de armas y perfecta para perseguir a alguien. Humanos salvajes estaban corriendo hacia ella, ansiosos por hacerse cargo de los controles, como si algún ignorante hrethgir fuera capaz de pilotar un vehículo tan sofisticado.
El cimek apuntó sus brazos provistos de cañones y lanzó una andanada de llamas que convirtió a los rebeldes en montoncitos de carne carbonizada. Pasó sobre los cuerpos ennegrecidos y se conectó con la nave de guerra. A una orden de Agamenón, los brazos prensiles de la nave se extendieron para desmontar el contenedor cerebral y prescindir de la forma de combate. Los sistemas de la nave elevaron el contenedor e instalaron el cerebro de Agamenón dentro del hueco de control.
La nave era veloz, sus armas estaban cargadas y preparadas para entrar en combate. Vorian le llevaba ventaja, pero el Viajero onírico era un vehículo más lento, diseñado para trayectos largos. Agamenón le alcanzaría sin problemas.
El cerebro, sumergido en el electrolíquido, se ajustó a los sensores de la nave y conectó los mentrodos, hasta que la nave se convirtió en su nuevo cuerpo. Agamenón despegó del espaciopuerto sobre piernas imaginarias.
Hiperaceleró en dirección a su presa.
Vor Atreides conocía las tácticas del combate espacial y las maniobras de evasión, porque Seurat le había dejado tomar los controles de la nave muchas veces, pero pilotaba el Viajero onírico solo por primera vez, sin Seurat.
Al salir de la Tierra adoptó un vector recto que les alejaría del sistema solar. Confiaba en que las provisiones y sistemas de apoyo vital de la nave bastarían para mantenerles vivos el mes que tardarían en llegar a Salusa Secundus. En ningún momento de su frenética huida se había parado a pensar en cuántos humanos podía alimentar el Viajero onírico, pero ahora ya no tenía alternativa.
Iblis Ginjo, nervioso, miraba por las ventanillas, estudiaba la inmensidad del espacio. Nunca había presenciado aquel espectáculo. Quedó boquiabierto al ver la inmensidad sembrada de hoyos de la luna.
—Cuando estemos cerca de Salusa —dijo Serena, ceñida a su asiento con el cinturón de seguridad—, la Liga de Nobles nos protegerá. Xavier vendrá a buscarme. Como… siempre.
El Viajero onírico cruzó la órbita de Marte, y luego atravesó el cinturón de asteroides. Vor siguió acelerando, mientras se dirigían en línea recta hacia el inmenso pozo de gravedad de Júpiter. Utilizaría la gravedad del gigante gaseoso para ajustar su rumbo.
Vor vio por los sensores posteriores una solitaria nave de guerra que se precipitaba hacia ellos a una velocidad tan desmesurada que las lecturas daban una indicación alterada de su posición. Ningún ser humano podría sobrevivir a tal aceleración.
—Esto no va a ser fácil —dijo Vor.
Serena le miró estupefacta.
—De momento, nada nos ha resultado fácil.
Vor no dejaba de vigilar la nave de guerra. Conocía las capacidades del Viajero onírico. Meses antes, cuando había utilizado maniobras tácticas desesperadas para eludir a la Armada de la Liga en Giedi Prime, Vor jamás había soñado que necesitaría todas sus dotes de piloto para huir de las máquinas pensantes, que le habían educado, entrenado… y engañado.
En un combate directo, la nave de actualizaciones no podría imponerse ni a un interceptor pequeño. El casco blindado del Viajero onírico aguantaría un rato, pero Vor no conseguiría esquivar a la nave de guerra mucho tiempo.
Júpiter se cernía ante ellos, una esfera difusa de colores pastel, con nubes remolineantes y tormentas lo bastante grandes para engullir toda la Tierra. Después de analizar los sensores, Vor obtuvo información sobre la capacidad de la nave perseguidora. Aunque no contaba con armas poderosas, el Viajero onírico tenía mucho más combustible y motores, y mejor blindaje, además de la inteligencia de Vor. Tal vez podría utilizar las ventajas que poseía.
El interceptor lanzó cuatro proyectiles, pero tan solo uno alcanzó el casco de la nave. Las ondas de choque se propagaron a lo largo del Viajero onírico como si fuera un gong inmenso. Aun así, los instrumentos no informaron de daños significativos.
—Hemos de huir —dijo Iblis, presa del pánico—. Está intentando inutilizar la nave.
—Qué optimista —contestó Vorian—. Yo pensaba que intentaba destruirla.
—Déjale pilotar —dijo Serena al nervioso líder rebelde.
Una voz sintética familiar resonó en los altavoces del Viajero onírico. Vor sintió un escalofrío.
—Vorian Atreides, has quebrantado tu juramento de lealtad. Eres un traidor, no solo a Omnius, sino a mí. Ya no te considero hijo mío.
Vor tragó saliva antes de responder.
—Me enseñaste a utilizar mi mente, padre, a tomar decisiones sin dejarme influir y a ejercer mis talentos. Descubrí la verdad. Descubrí lo que había sucedido en realidad durante la Era de los Titanes, y se parece muy poco a los cuentos de hadas que escribiste en tus memorias. Me mentiste desde el primer momento.
En respuesta, Agamenón lanzó más proyectiles, pero salieron desviados. Vor disparó a su vez. Sus proyectiles formaron una barrera de explosiones que obligó a la nave perseguidora a desviarse de su rumbo. Vor no desperdició tiempo ni energía en intentar engañar a su padre con falsas maniobras.
Alteró su curso para que el Viajero onírico burlara la fuerza de la gravedad de Júpiter. Puso los motores al máximo, sin preocuparse por la tensión o las posibles averías. Si no podía escapar ahora, la cautela excesiva no serviría de nada.
El gigante gaseoso aumentaba de tamaño ante sus ojos. Agamenón lanzó otra andanada de explosivos, uno de los cuales detonó muy cerca de los motores del Viajero onírico.
Vor se concentró en lo que estaba haciendo, sereno y confiado. Iblis, sentado a su lado, estaba pálido y cubierto de sudor. El líder rebelde debía estar preguntándose si habría tenido más probabilidades de sobrevivir de haberse quedado en la Tierra.
—Le basta con inutilizarnos —dijo con frialdad Vor—. Si consigue desfasar nuestros motores, aunque solo sea por unos minutos, no podremos escapar de esta órbita hiperbólica. Entonces, Agamenón se rezagaría y nos vería precipitarnos hacia la atmósfera de Júpiter. Le encantaría.
Serena aferró los apoyabrazos del asiento.
—Pues no dejes que inutilice nuestros motores —dijo, como si la respuesta fuera obvia.
Mientras el general cimek continuaba su acoso, Vor efectuó unos rápidos cálculos. Utilizando los subsistemas informáticos del Viajero onírico, reprogramó a toda prisa los trazadores de gráficos de navegación. La nave salió disparada hacia delante, un proyectil poco agraciado que aceleró al tiempo que rozaba la tenue atmósfera de Júpiter, un rehén de la mecánica orbital.
—¿Es que no vas a hacer nada? —preguntó Iblis.
—Las leyes de la física lo están haciendo por nosotros. Si Agamenón se toma la molestia de efectuar los cálculos, se dará cuenta de lo que ha de hacer. El Viajero onírico cuenta con suficiente combustible y velocidad para rodear Júpiter y escapar de la fuerza de la gravedad. Sin embargo, en ese pequeño interceptor, a menos que mi padre desista de perseguirnos, dentro de… —consultó el panel—… cincuenta y cuatro segundos no podrá escapar de la atracción. Se precipitará hacia Júpiter.
El interceptor continuaba acercándose, disparaba sus armas sin producir los daños que el piloto quería.
—¿Él lo sabe? —preguntó Serena.
—Mi padre se dará cuenta. —Vor echó un vistazo al trazador de gráficos—. En este momento… apenas le queda combustible para volver a la Tierra. Si espera diez segundos más, dudo que sobreviva al aterrizaje.
Iblis resopló.
—Eso sería aún más absurdo que dejarse engullir por las nubes de Júpiter.
De pronto, la nave perseguidora se alejó del gigante gaseoso en una curva pronunciada. El Viajero onírico se lanzó hacia delante, y rozó las nubes hasta que la parte inferior del casco se puso al rojo vivo debido a la fricción. Momentos después, Vor les condujo hasta el otro lado del planeta y aceleró, liberado de la gravedad, y voló hacia el espacio interestelar.
Vor comprobó que el interceptor había logrado burlar la atracción de Júpiter. Vio que su perseguidor volvía hacia la Tierra, en un curso que conservaba la aceleración y ahorraba combustible.
Entonces, Vor se dirigió hacia el precario refugio de los planetas de la liga.
Ahora que había perdido el envite, y consciente de que Vorian prestaría su ayuda a los humanos asilvestrados en su continua resistencia, el furioso Agamenón meditó. Con escaso combustible para acelerar, el viaje de vuelta a la Tierra sería tedioso y frustrante.
No obstante, una vez regresara, calmaría su humillación aniquilando al resto de los esclavos rebeldes. Se arrepentirían del día en que prestaron oídos a las insensatas palabras de rebelión.