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Los gobiernos más tradicionales dividen al pueblo, lo enfrentan entre sí para debilitar la sociedad y hacerla gobernable.

TLALOC, Debilidades del Imperio

En un magnífico despliegue militar, un grupo de ballestas y jabalinas de la liga sobrevolaban Poritrin. En el puente de la nave insignia, un orgulloso e inexpresivo segundo Xavier Harkonnen se erguía con el uniforme de gala, estudiando el planeta de aspecto plácido.

Lord Bludd se había ofrecido a equipar las naves de la Armada con los nuevos escudos de Tio Holtzman. En el espaciopuerto de Starda se habían montado instalaciones provisionales para acomodar a las numerosas naves. Todas las naves comerciales habían sido enviadas a otros lugares para convertir el espaciopuerto en base militar y astillero provisionales. Cuadrillas de esclavos especializados habían sido apartados de sus ocupaciones habituales y destinados a la instalación.

Xavier no estaba muy convencido de depositar tanta confianza en una tecnología tan reciente, pero el equilibrio de poder tendría que cambiar de manera significativa antes de que la humanidad pudiera conquistar otros Planetas Sincronizados. Había que correr riesgos.

Las inmensas naves de guerra de tipo ballesta descendieron con majestuosidad. Además de su armamento reglamentario, cada nave transportaba mil quinientos tripulantes, veinte transportes de tropas, quince lanzaderas de carga y equipo, veinte lanzaderas de pasajeros más pequeñas, cincuenta patrulleras de largo alcance y doscientos kindjals para combate espacial o atmosférico. Esas naves tan enormes pocas veces aterrizaban en superficies planetarias, pero las ballestas relucían ahora a la luz del sol.

Después de las ballestas llegaron los destructores de clase jabalina, más pequeños, capaces de superarlas en velocidad, si bien, en proporción, transportaban mayor cantidad de armas para respuestas rápidas y decisivas.

Nobles y ciudadanos libres de Poritrin, separados de los esclavos, saludaban y silbaban. Las barcazas que surcaban el Isana tocaban las bocinas. Como parte de la exhibición, escuadrones de kindjals y naves patrulleras volaban alrededor de las naves de mayor tamaño como avispas protectoras.

En cuanto la nave insignia aterrizó, Xavier salió y fue recibido por un coro de vítores. La enorme ballesta se cernía sobre él, y se sintió minúsculo.

Pero todo el mundo dependía de él, y tenía un trabajo que hacer. Tras una breve pausa para orientarse, avanzó sin vacilar, flanqueado por sus oficiales y seguido por la primera línea de sus tropas, que formaban una hilera perfecta. Les había preparado bien.

Acompañado por cuatro asesores y once dragones, lord Niko Bludd se acercó a él. El noble se tiró la capa hacia atrás y estrechó la mano de Xavier.

—Bienvenido a Poritrin, segundo Harkonnen. Si bien esperamos terminar nuestras tareas cuanto antes, durante vuestra estancia mi pueblo descansará mejor de noche, sabiendo que goza de vuestra magnífica protección.

Más tarde, mientras Bludd les obsequiaba con un lujoso banquete, Xavier delegó responsabilidades en sus oficiales de confianza. Sus subcomandantes supervisaron la organización de las cuadrillas de trabajadores en el espaciopuerto, así como la instalación de los generadores Holtzman. Bajo el cauteloso mando del segundo, los nuevos sistemas se incorporarían a un escuadrón de patrulleras, con el fin de que pudiera inspeccionar las obras y poner a prueba la tecnología.

A continuación, los mecánicos de Poritrin equilibrarían los sistemas y dispondrían múltiples escudos para cubrir puntos vulnerables de las jabalinas y las ballestas. Si los escudos funcionaban como era de esperar durante las rigurosas demostraciones de prueba, Xavier ordenaría que otros grupos de combate quedaran estacionados de manera provisional en Poritrin para someterse a mejoras similares. No quería que demasiadas naves de la Armada estuvieran en dique seco a la vez, no fuera que algunos planetas de la liga quedaran indefensos, ni tampoco deseaba que los espías de Omnius se enteraran de lo que se estaba fraguando.

Casi todas las armas de los robots consistían en proyectiles y explosivos, bombas inteligentes programadas que perseguían a sus objetivos hasta hacer impacto. Mientras los proyectiles de inteligencia artificial no aprendieran a disminuir su velocidad y penetrar en los escudos, la protección sería suficiente y decisiva.

Gracias a un informe confidencial, Xavier había sido informado del defecto más importante del escudo, su violenta interacción con los láseres. Sin embargo, como tales armas casi nunca se utilizaban en combate debido a que se habían demostrado ineficaces para la destrucción a gran escala, consideró que se trataba de un riesgo aceptable. Siempre que la Armada pudiera ocultar ese secreto a Omnius…

En las torres cónicas del salón de la residencia de lord Bludd, Xavier escuchó a los juglares que cantaban himnos y canciones inspiradas por una fiesta navacristiana semiolvidada que aún se celebraba de vez en cuando en Poritrin. No tenía hambre, y sus sentidos del olfato y el gusto estaban muy disminuidos. Bebió un poco del ron local, pero controló su ingesta de alcohol. No deseaba disminuir la velocidad de sus reacciones o embotar sus sentidos. Siempre a punto.

Mientras la fiesta continuaba a su alrededor, miró por las ventanas curvas de la torre y vio las luces del espaciopuerto, manchas amarillas y blancas que permitían a las cuadrillas de esclavos continuar instalando los escudos día y noche. Nunca le había gustado la esclavitud, sobre todo desde que Serena se había pronunciado en su contra, pero así eran las cosas en Poritrin.

Xavier habría preferido estar en casa con Octa. Hacía menos de un año que estaban casados, y pronto sería padre por primera vez. De momento, su deber le exigía estar aquí. Resignado, levantó la copa y brindó una vez más con lord Bludd.

Acompañado por su ayudante, el cuarto Jaymes Powder, Xavier paseó ante las primeras filas de kindjals alineados en el campo de aterrizaje. Habían instalado pequeños generadores de escudo en cada unidad, conectados a los motores de las naves. Con los hombros cuadrados, la espalda muy tiesa y el uniforme inmaculado, prestó mucha atención a los detalles. Jamás permitiría que un error como el de Giedi Prime volviera a repetirse.

Vio al otro lado del delta barcazas y buques de pasajeros procedentes del norte. Los asuntos de Poritrin procedían como de costumbre, y el ataque de las máquinas pensantes parecía muy lejano. Sin embargo, Xavier nunca se sentiría en paz. Aunque había encontrado la felicidad con Octa, no era la vida que había planeado. Las máquinas pensantes habían matado a Serena. En su lucha por la libertad, sabía que sus motivaciones eran personales.

Vigilados por capataces, cuadrillas de esclavos letárgicos trabajaban con la energía suficiente para evitar castigos, al tiempo que demostraban escaso entusiasmo por el trabajo, pese a que beneficiaría a la humanidad, ellos incluidos.

Si bien despreciaba la práctica del esclavismo, Xavier meneó la cabeza, decepcionado y furioso por la actitud derrotista de los esclavos.

—La decisión de lord Bludd de asignar esclavos a este trabajo… no me inspira confianza.

El cuarto Powder examinó a los prisioneros.

—Aquí es normal, señor.

Xavier se humedeció los labios. La Liga de Nobles insistía en que cada planeta se gobernara por sus propias leyes.

—De todos modos, no creo que un cautivo sea el trabajador más adecuado. No quiero errores, Jaymes… La flota depende de ello.

Paseó la vista por las cuadrillas de obreros, inquieto al ver a tantos esclavos encargados de un trabajo tan delicado. Un hombre de barba negra, con ojos que parecían albergar los sentimientos más negros, guiaba a su cuadrilla con órdenes terminantes, en un idioma que Xavier no entendía.

Xavier examinó a los esclavos con aire pensativo. Echó un vistazo a los kindjals que brillaban a la luz del sol. La sensación de peligro provocó que se le erizara el vello de la nuca.

Guiado por un impulso, golpeó con los nudillos el casco de un patrullero. Dos esclavos manchados de grasa salieron corriendo de la nave, una vez terminado su trabajo, y se encaminaron a la nave siguiente, evitando la mirada de Xavier.

Se alejó cuatro pasos del patrullero y luego dio media vuelta.

—Cuarto, creo que deberíamos probar un kindjal al azar.

Subió a la cabina de la nave. Comprobó los controles del panel con dedos experimentados, observó los componentes y multiplicadores de energía recién instalados que proyectaban los escudos Holtzman. Accionó interruptores, esperó a que los motores cobraran vida, y luego encendió el escudo.

Fuera, el ayudante retrocedió. Powder se protegió los ojos cuando el aire brilló alrededor del aparato.

—¡Parece que funciona bien, señor!

Xavier aumentó la energía de los motores, preparado para el despegue. Los gases de escape quedaron atrapados por el escudo, hasta que se filtraron poco a poco a través de la barrera. La nave zumbó y vibró bajo él. Estudió las lecturas del panel, con el ceño fruncido.

Pero cuando intentó despegar, el generador del escudo echó chispas y humo. Los motores se desconectaron automáticamente. Xavier cerró todos los sistemas antes de que más cortocircuitos dañaran los delicados componentes.

Bajó del patrullero, con la cara congestionada de furia.

—¡Tráeme de inmediato a los capataces! Y avisa a lord Bludd de que quiero hablar con él.

Los esclavos asignados a ese kindjal en particular habían desaparecido entre la multitud, y pese a las furiosas pesquisas del segundo, ninguno de los cautivos alineados ante él confesó estar al corriente de las equivocaciones. Como consideraban intercambiables a todos los esclavos, los capataces no habían conservado registros de los individuos destinados a naves concretas.

La noticia había encolerizado a Bludd, que luego se deshizo en disculpas. Se mesó su barba rizada.

—No hay excusa posible, segundo. No obstante, descubriremos y castigaremos a los trabajadores negligentes.

Xavier guardó silencio casi todo el rato, a la espera del análisis definitivo de los equipos de inspección. Su ayudante regresó por fin, flanqueado por dragones. El cuarto Powder venía cargado con informes detallados.

—Hemos terminado la inspección de control de calidad, segundo. En todas las naves investigadas, uno de cada cinco generadores de escudo han sido mal instalados.

—¡Una ineptitud criminal! —exclamó Bludd, desolado—. Les obligaremos a reparar sus errores. Mis más sinceras disculpas, segundo.

Xavier miró sin pestañear al noble.

—Un porcentaje de error del veinte por ciento no supone tan solo mera incompetencia, lord Bludd. Tanto si vuestros cautivos son traidores porque están conchabados con nuestros enemigos, como si están furiosos con sus amos, no podemos tolerarlo. ¡Si mi flota hubiera entrado en combate con estas naves, nos habrían masacrado!

Se volvió hacia su ayudante.

—Cuarto Powder, cargaremos todos los generadores de escudo a bordo de nuestras jabalinas y las conduciremos al muelle de la Armada más próximo. —Dedicó una reverencia al preocupado noble—. Os damos las gracias, lord Bludd, por vuestras buenas intenciones. No obstante, teniendo en cuenta las circunstancias, prefiero que personal militar preparado instale y pruebe los escudos.

Dio media vuelta para marcharse.

—Me ocuparé de ello ahora mismo, señor.

Powder salió al punto de la sala, seguido de los dragones. Bludd parecía muy avergonzado, pero no podía contradecir al severo comandante.

—Os comprendo muy bien, segundo. Me aseguraré de que los esclavos sean castigados.

Xavier, disgustado, declinó la invitación del noble de asistir a otro banquete. Como para disculparse, Bludd mandó enviar una docena de cajas del mejor ron de Poritrin a la nave insignia. Tal vez Xavier y Octa compartirían una, para celebrar su regreso a casa. O quizá esperarían al nacimiento de su primer hijo.

Xavier salió de la sala de recepción de lord Bludd. Intercambiaron unas breves pero tensas palabras, y después el oficial se dirigió a su ballesta, aliviado de abandonar aquel lugar.