La codicia, la ira y la ignorancia envenenan la vida.
PENSADOR EKLO, de la Tierra,
Más allá de la mente humana
Cuatro meses después del ataque de las máquinas pensantes contra Rossak, Zufa Cenva dedicaba su tiempo y energías a entrenar nuevas candidatas. Habían perdido muchas en la batalla psíquica contra los cimeks.
Aurelius Venport se había comportado con eficacia durante la crisis, evacuando a la gente a los refugios de la selva mientras los cimeks destruían todo cuanto encontraban a su paso. Pero Zufa apenas se había dado cuenta. Mientras Venport sufría por la tensión y responsabilidad que la hechicera cargaba sobre sus hombros, la mujer no pensaba casi nunca en su amante. Siempre había sido así y Venport se estaba cansando.
Zufa nunca se había molestado en comprobar de qué eran capaces los hombres de Rossak. Pese a sus proezas telepáticas, Zufa no entendía el funcionamiento práctico de su mundo protegido. No sabía casi nada de cómo el patriota Venport mantenía fuerte la economía de Rossak.
Durante años, sus equipos de químicos habían estudiado el potencial médico y recreativo de las plantas, cortezas, líquidos y hongos de la selva. Cirujanos militares e investigadores médicos de toda la liga dependían del suministro continuado de drogas procedentes de las junglas de Rossak.
Además, había empezado la producción de los innovadores y eficaces globos de luz que Norma había inventado y compartido con él. Los beneficios de este negocio pagarían la reparación y reconstrucción de las plataformas orbitales dañadas, la reconstrucción de las ciudades cavernarias y también la presencia de más naves exploradoras y vigías de la Armada.
Por lo visto, Zufa pensaba que esas cosas eran gratis. Los negocios de Venport sufragaban todos los gastos.
En cualquier momento que así lo deseara, podría recoger sus créditos y vivir como un rey en otro planeta, pero se sentía hijo de Rossak. Aunque la hechicera le trataba con escaso cariño y afecto, la amaba.
Venport sonrió para sí mientras subía a la sección ondulante de pavimento que cubría las copas polimerizadas de los árboles. Las naves pequeñas podían aterrizar allí, pero las barcazas de carga tenían que permanecer en el espacio, atracar en las estaciones orbitales y descargar las cajas de una en una. En la selva, enredaderas y hierbas altas ya habían empezado a cubrir las zonas quemadas por los cimeks. La naturaleza sabía curarse a sí misma.
Alzó la vista y buscó la lanzadera esperada, complacido de ver que era puntual. La vio descender, una pequeña nave privada propiedad de un mercader de carne tlulaxa llamado Tuk Keedair, un hombre que atacaba Planetas No Aliados en busca de esclavos. Keedair también vendía órganos biológicos, cultivados al parecer en sofisticados tanques de Tlulax.
También él comerciante, Venport nunca había considerado la esclavitud un negocio lucrativo o sensato. Tan solo un puñado de planetas de la liga permitían la práctica, pero Keedair gozaba de buena fama entre sus clientes. Hoy, el hombre deseaba hacer una propuesta diferente a Aurelius Venport, no relacionada con la esclavitud. Venport, picado por la curiosidad, había accedido a reunirse con él.
Después de que la pequeña lanzadera tlulaxa aterrizara, Keedair bajó. Se detuvo con los brazos en jarras, vestido con una blusa azul embutida en unos pantalones negros ceñidos. Una trenza oscura veteada de gris colgaba sobre su hombro como una medalla de honor.
Venport extendió una mano a modo de saludo. Para esta ocasión, llevaba un justillo ceñido en la cintura y botas hechas de la piel verdenegruzca de un reptil arbóreo. Keedair alzó una mano encallecida.
—He traído unas muestras que quiero enseñarte —dijo el mercader—, e ideas que te engolosinarán.
—Vienes a mí con fama de visionario y hombre prudente, Tuk Keedair. Cuéntame tus ideas.
Mientras las hechiceras estaban ocupadas en sus interminables consejos de guerra, Venport condujo a su invitado a una sala de recepciones. Los dos hombres se quedaron solos, bebiendo un potente té de hierbas selváticas para observar los ritos sociales.
Por fin, Keedair sacó una muestra de polvo marrón y se la entregó.
—Hace nueve meses, encontré esto en Arrakis.
Venport olió, y a instancias de su invitado, probó la sustancia.
Apenas oyó las palabras posteriores del tlulaxa, tan concentrado estaba en la notable experiencia que exigía toda su atención. Si bien estaba muy familiarizado con los estimulantes recreativos y sustancias que alteraban el estado de ánimo, procedentes de las selvas de Rossak, nunca había imaginado que algo así existiera.
La melange parecía impregnar cada célula de su cuerpo, transmitir energía y vitalidad directamente a su cerebro, pero sin las habituales distorsiones sensoriales. Era un placer…, pero mucho más que eso. Venport se reclinó en su silla y sintió que la sustancia le seducía y relajaba, le controlaba sin controlarle. Era una paradoja. Sentía su mente más agudizada que nunca en su vida. Hasta el futuro parecía claro.
—Me gusta mucho. —Venport exhaló un suspiro de satisfacción y probó otra muestra del polvo—. Puede que me convierta en nuestro mejor cliente.
Ya sospechaba que encontraría muchos compradores en la liga. Muchos, muchos más.
Los dos hombres se pusieron de acuerdo sobre los detalles y se estrecharon las manos. Luego, tomaron otra taza de té de Rossak… mezclado con melange.
Aurelius Venport accedió a viajar con el mercader de carne a los confines del territorio explorado. Sería un largo viaje de ida y vuelta, puesto que Arrakis se hallaba muy lejos, pero el hombre de Rossak quería ver con sus propios ojos la fuente de la melange, y ver cómo podría convertir el cultivo de especia en un negocio ventajoso.
Tal vez Zufa se fijaría en él después de esto.