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¿Existe un límite superior para la inteligencia de las máquinas, y un límite inferior para la estupidez de los humanos?

BOVKO MANRESA, primer virrey de la Liga de Nobles

De todas las molestias provocadas por los viles humanos de la Tierra, Ajax consideraba que la sedición era la más imperdonable.

La víctima gemía y sollozaba, intentaba liberarse sin éxito de sus ataduras, mientras el cruel titán paseaba arriba y abajo de la inmensa cámara vacía sobre sus piernas esbeltas. Después de sorprender al capataz en plena traición, Ajax había cerrado una mano artificial alrededor del bíceps derecho del hombre y le había alejado a rastras de sus trabajadores, entre chillidos y tropezones.

Los esclavos habían interrumpido sus tareas, y contemplado con horror y compasión a su capataz, víctima de la ira de Ajax. El cimek desfiló con su aterrorizado cautivo por las calles, y le arrastró por fin al interior de un edificio hueco, llamado Palacio de Justicia.

Lo cual se le antojaba muy apropiado a Ajax.

Como muchos edificios de la capital de la Tierra, el palacio de Justicia no era más que un escenario destinado a transmitir una apariencia de majestuosidad. Por dentro, estaba vacío por completo.

Ajax y el traidor podrían celebrar una larga reunión a solas. La idea de que los esclavos se rebelaran le divertía por su falta de lógica, sobre todo si un humano de confianza prestaba su apoyo a tal estupidez.

Enfocó sus numerosas fibras ópticas en el cautivo sollozante. El hombre se había ensuciado encima y sollozaba de una manera patética, balbuciendo más excusas que negativas. No había prisa. Se lo iba a pasar en grande.

—Conspiraste para derrocar a las máquinas pensantes —habló Ajax con voz profunda y firme—. Inventaste historias sobre una extensa resistencia clandestina, con el disparatado propósito de conseguir que los esclavos se rebelaran y lograran la independencia de Omnius.

—¡No es verdad! —aulló el hombre—. Juro que no sabía lo que estaba haciendo. Estaba siguiendo instrucciones. Recibí mensajes…

—¿Recibiste mensajes que te alentaban a la sedición, y no me informaste? —La carcajada ominosa de Ajax provocó que el pobre hombre se meara encima—. Para colmo, pasaste la voz subrepticiamente entre tus cuadrillas de obreros.

Las pruebas eran incontrovertibles, y Ajax esperaba una recompensa por solucionar el problema. Al fin y al cabo, Omnius estaba observando. Tal vez, pensó el cimek, si arrancaba el corazón de la rebelión en ciernes, podría solicitar una recompensa, incluso exigir la oportunidad de luchar en un espectacular combate de gladiadores, como habían hecho Agamenón y Barbarroja.

—Hemos de grabar la sesión. —Ajax avanzó sobre sus piernas blindadas flexibles, al tiempo que agitaba juegos de brazos parecidos a patas de insecto. Agarró la muñeca izquierda del cautivo y la inmovilizó con una presa de polímero metálico—. Dinos tu nombre.

El hombre babeó y suplicó, pero Ajax, iracundo, aumentó su presa y le cortó la mano por la muñeca. El hombre chilló, y el chorro de sangre cubrió el juego delantero de fibras ópticas del cimek. Ajax se maldijo. No había querido infligir tanto dolor antes de que el hombre pudiera contestar a preguntas sencillas.

Mientras el capataz aullaba y se revolvía, Ajax activó un lanzallamas y chamuscó el muñón.

—Ya está cauterizado. —Ajax esperó a que el hombre le mostrara cierta gratitud—. Contesta a la pregunta. ¿Cómo te llamas?

Ajax asió la otra mano del hombre con una garra de aspecto amenazador. El capataz se puso a chillar, pero tuvo suficiente presencia de ánimo para decir:

—Ohan. ¡Ohan Freer! Ese es mi nombre. No me hagas más daño, por favor.

—Empezamos bien.

De todos modos, Ajax sabía que el daño no había hecho más que empezar. Le gustaba mucho esta parte del trabajo, cuando podía improvisar los tormentos e infligir dolor como un maestro.

Otros titanes consideraban a Ajax un demente. Pero si un líder no podía demostrar su poder sobre los vencidos, ¿de qué había servido conquistar el Imperio Antiguo? Incluso en sus días de gloria, Ajax nunca se había interesado, como Jerjes, por comidas o bebidas extravagantes, o en la vida cómoda y abúlica, como su caprichosa pareja, Hécate.

No, Ajax se había unido al grupo por el puro placer del desafío. Al principio, cuando Tlaloc había trazado planes con sus compañeros de conspiración, la seductora Juno había reclutado a Ajax para la causa. Un guerrero duro y agresivo, Ajax había aportado el músculo que los titanes necesitaban, no solo fuerza física, sino la mente de un guerrero, de un conquistador insaciable. Tras la derrota de los humanos, había hecho lo posible por mantener el orden, indiferente al precio pagado en sangre por los no combatientes.

Las sabandijas siempre estaban tramando una rebelión u otra, pero Ajax extinguía con facilidad aquellos pequeños incendios. Cuando las Rebeliones Hrethgir, más organizadas, amenazaron a los titanes, Ajax había reaccionado con asombrosa crueldad. Había ido a Walgis, el lugar donde había prendido la chispa de la rebelión, y aislado el planeta por completo. Había dejado las comunicaciones abiertas a propósito para que la población condenada pudiera pedir auxilio. De esa forma, los esclavos ingobernables de otros planetas controlados por los titanes experimentarían el castigo de manera vicaria.

Después, puso manos a la obra.

El trabajo esencial le había ocupado años, pero Ajax logró por fin exterminar a todos los seres humanos de Walgis, con la ayuda de armas atómicas, nubes de gas venenoso y enfermedades personalizadas. Para aniquilar a los supervivientes, Ajax había instalado su contenedor cerebral dentro de un cuerpo monstruoso y aterrador, y cazaba a los humanos como si fueran animales salvajes. Acompañado por escuadrones de robots programados de Barbarroja, había quemado ciudades, derruido edificios, extirpado toda presencia humana. Mató hasta al último de los hrethgir, y se lo pasó en grande.

¡Aquellos sí que habían sido días gloriosos para los titanes!

Esta violencia, aunque justificada, había conturbado a su compañera Hécate, la más débil y escrupulosa de los veinte primeros titanes. Si bien se había sumado a la rebelión de Tlaloc con ánimo de lucro, nunca había comprendido las necesidades de la tarea, y había ido languideciendo poco a poco. Después de que los titanes sacrificaran sus cuerpos humanos en favor de una existencia inmortal tal como cimeks, Hécate se había quedado con Ajax, al tiempo que intentaba, sin éxito, cambiar su personalidad. Pese a sus desacuerdos, Ajax la había querido, si bien su necesidad de una amante había desaparecido junto con su forma física.

Consternada por la sangrienta reacción de Ajax a las Rebeliones Hrethgir, Hécate había renunciado a su posición entre los titanes. No deseaba participar en el gobierno de la humanidad. Encerrada en un cuerpo cimek de diseño propio, una nave espacial de largo alcance, Hécate se había marchado y abandonado a los demás titanes.

Por una ironía, Hécate había elegido el momento oportuno para desaparecer. Poco después del exterminio de los humanos de Walgis, el fatal error de Jerjes había permitido que la supermente de Omnius se liberara…

En el interior del ensangrentado Palacio de Justicia, Ajax se irguió en toda su estatura. Transmitió energía a sus sistemas para que el fuego neuroeléctrico recorriera sus extremidades de insecto. El traidor chilló al pensar en lo que iba a sucederle.

—Bien, Ohan Freer —dijo Ajax—, voy a formularte más preguntas. Quiero que prestes mucha atención.

Por orden de Omnius, el supervisor Iblis Ginjo condujo a sus trabajadores a la plaza de la Edad de Oro. Ajax estaba a punto de sentenciar (a muerte, sin duda) a un hombre al que había capturado, un supervisor de otra cuadrilla, Ohan Freer.

Iblis había estudiado con el acusado en las escuelas especiales, pero nunca había visto que su colega hiciera nada ilegal. Sin embargo, Ajax nunca necesitaba demasiadas excusas. Él mismo había experimentado la desaprobación del titán en más de una ocasión, pero hasta el momento había logrado sobrevivir. Dudaba de que su colega saliera bien librado hoy.

Una columna de metal trabajado se alzaba en el centro de la plaza. Una llama naranja ardía en el extremo, como una chimenea ornamental. Elegantes fachadas de inmensos edificios, todos vacíos, rodeaban la plaza como muros del patio central de una prisión. Los centinelas robot de Omnius estaban formados en el perímetro de la plaza, preparados para castigar cualquier teórica infracción de los esclavos humanos.

Iblis guió a su cuadrilla hasta entrar en las áreas de observación separadas. Les dirigió unas palabras para tranquilizarlos, un parlamento breve que no pudiera molestar a los cimeks. Ajax era muy aficionado a montar el espectáculo, quería asegurarse de que cada ojo aterrorizado fuera testigo de sus actos. Cuando Iblis y otros capataces soplaron sus silbatos para indicar que estaban preparados, apareció Ajax con su prisionero mutilado.

El titán llevaba un cuerpo parecido al de una hormiga con un impresionante núcleo elipsoidal, pesadas patas para caminar y cuatro brazos en los que sujetaba a Ohan Freer. Ojos espía captaban las imágenes y transmitían un chorro de datos a la supermente.

Bajo la columna de fuego, Ajax asió a la víctima como una gigantesca hormiga a un escarabajo indefenso. El desdichado Ohan estaba quemado, ensangrentado y herido. Su mano izquierda no era más que un muñón carbonizado. Diversos moratones manchaban su piel. Un reguero de saliva manaba de su boca.

Un murmullo de consternación se elevó de los cautivos. Iblis se dio cuenta de que aquellos obreros no habían podido constituir el origen de la rebelión, pese a los mensajes misteriosos y provocadores que había recibido. ¿Y si se estaba engañando, y la llamada secreta a la libertad era una simple sugerencia anhelante lanzada por otra persona desesperada?

Ajax alzó en el aire al cautivo y amplificó sus sintetizadores vocales para que sus palabras resonaran como un cañonazo en la plaza.

—Algunos de vosotros habéis oído hablar a este criminal. Algunos tal vez hayáis tenido la desventurada idea de escuchar sus estúpidas fantasías de libertad y rebelión. Sería mejor que os cortarais las orejas antes que prestar oídos a tales necedades.

La multitud contuvo el aliento. Iblis se mordió el labio inferior, pues no quería mirar, pero estaba como fascinado por el inminente horror. Si desviaba la vista, tal vez los ojos espía lo detectaran, más tarde padecería las consecuencias. Por consiguiente, Iblis continuó contemplando la escena.

—Este pobre iluso ya no es necesario para la perpetua gloria de Omnius en el reino de las máquinas pensantes.

Ohan chilló y se revolvió sin apenas fuerzas. Ajax sujetaba la mano intacta del hombre en una garra y cada pierna en otras dos. Con la última garra, Ajax rodeaba el pecho de Ohan por debajo de las axilas.

—Ya no es un trabajador. Ni siquiera es un hrethgir, uno de los humanos indisciplinados que sobreviven a costa de nuestros sufrimientos. Es basura. —Ajax hizo una pausa—. Y hay que deshacerse de la basura.

Después, sin el menor esfuerzo o sonido, Ajax extendió sus miembros artificiales en diferentes direcciones y descuartizó al indefenso Ohan. Los brazos y las piernas se desgajaron, el pecho se abrió por la mitad y los huesos rotos perforaron la piel. Sangre y entrañas se derramaron sobre las baldosas de la plaza.

Ajax arrojó las partes ensangrentadas a la encolerizada multitud.

—¡Basta de tonterías! Esto no es una rebelión. Volved al trabajo.

Los obreros parecían ansiosos por regresar a sus tareas. Miraron a Iblis cuando se fueron, como si pudiera protegerlos. Pero Iblis seguía contemplando la carnicería con asombro e incredulidad. ¡Ohan Freer había sido un miembro de la rebelión! El capataz había esparcido la disensión, forjado planes, tal vez enviado y recibido mensajes.

¡Otro rebelde!

Iblis, consternado, sabía que, si continuaba actuando, se expondría a un peligro todavía mayor. No obstante, la ejecución de hoy le había enseñado una cosa con meridiana claridad: la rebelión humana no solo era cosa de su imaginación.

¡Es real!

Si Ohan había participado en ella, tenía que haber otros, muchos más. Esta red clandestina de luchadores, que incluía a Iblis, estaba dividida en células para que no pudieran traicionarse entre sí. Ahora comprendía.

Empezó a hacer planes con mayor convicción que antes.