Aprended del pasado. No lo llevéis como un yugo alrededor del cuello.
PENSADOR RETICULUS, Observaciones
desde la perspectiva de un milenio
Agamenón iba al frente de la flota de naves blindadas preparada para atacar a las hechiceras de Rossak. Las naves principales transportaban al general cimek y a los dos titanes que le acompañaban, así como a docenas de ambiciosos neocimeks. Los ojos espía de Omnius controlaban sus movimientos.
Detrás de los cimeks, una flota de naves de guerra robóticas aceleró y les adelantó para llegar antes, esbeltos proyectiles de motores enormes y cargados de artillería. Eran unidades perecederas, que no regresarían a su base. Sus motores no ahorraban combustible para el viaje de vuelta. Llegaron con tal celeridad que, cuando las estaciones sensoras en órbita alrededor de Rossak las detectaron, las máquinas pensantes ya habían abierto fuego. Las naves de vigilancia destacadas en el perímetro del sistema no pudieron lanzar ni un disparo.
Mientras las naves robot atacaban las estaciones orbitales, los cimeks planeaban vengarse en la superficie.
Cuando su fuerza de choque se acercó a Rossak, los cimeks prepararon sus formas de combate blindadas. Servoasas instalaron los contenedores cerebrales en cavidades protegidas, conectaron los mentrodos con los sistemas de control y cargaron las armas. Los tres titanes utilizarían poderosas formas deslizantes, cuerpos voladores armados. Por contra, los neocimeks llevaban cuerpos de combate destructivos parecidos a cangrejos, con los cuales podrían abrirse paso sin problemas a través de la selva.
Agamenón y sus cimeks aceleraron. Instalado en su cuerpo volador, el general probó sus armas integradas. Estaba ansioso por notar el tacto de roca, metal y carne en la presa de sus garras cortantes.
Estudió diagramas tácticos y vio que las primeras salvas alcanzaban las estaciones defensivas que orbitaban sobre Rossak. Este puesto de avanzada de la liga era un planeta menor, de población relativamente escasa concentrada en los valles asfixiados por la selva, mientras el resto de la superficie y los océanos continuaban deshabitados. Rossak aún no había instalado los costosos escudos descodificadores Holtzman que protegían planetas humanos de mayor importancia, como Salusa Secundus y Giedi Prime.
Pero las mortíferas hechiceras, con sus siniestros poderes mentales, habían despertado la ira de los cimeks. Sin hacer caso de la batalla espacial, las naves de Agamenón se precipitaron hacia la turbia atmósfera. En las ciudades de las cavernas encontrarían a las hechiceras, sus familias y amigos. Víctimas, todos.
Abrió un vínculo mental con su fuerza de ataque cimek.
—Jerjes, toma el mando de la vanguardia, tal como hiciste e Salusa Secundus. Quiero tu nave al frente de todas.
La respuesta de Jerjes no pudo disimular su miedo.
—Deberíamos ser precavidos con esas mujeres telépatas, Agamenón. Mataron a Barbarroja, destruyeron todo lo que encontraron en Giedi Prime…
—Y nos dieron ejemplo. Enorgullécete de ser el primero en intervenir. Demuestra tu valía, y agradece la oportunidad.
—Yo… ya he demostrado mi valía muchas veces a lo largo de los siglos —dijo Jerjes en tono petulante—. ¿Por qué no enviamos primero robots de combate? No hemos visto la menor indicación de que Rossak cuente con una red descodificadora…
—Sea como sea, tú dirigirás el ataque. ¿Es que no tienes orgullo…, o vergüenza?
Jerjes cesó en sus excusas. Hiciera lo que hiciese por redimirse, no podría compensar jamás la equivocación que había cometido un milenio antes…
Cuando los primeros titanes todavía conservaban la forma humana, Jerjes era un joven adulador y servil, ansioso por tomar parte en los grandes acontecimientos, pero jamás había albergado la ambición o el impulso de convertirse en un revolucionario indispensable. En cuanto finalizó la conquista, gobernó el subconjunto de planetas que le cedieron los demás titanes. Jerjes había sido el más hedonista de los veinte, y se entregaba a los placeres del cuerpo físico. Había sido el último en someterse a cirugía cimek, pues no deseaba desprenderse de sus maravillosas sensaciones.
Pero después de más de un siglo de mandato, el descarriado Jerjes delegó excesivas tareas en las máquinas inteligentes programadas por Barbarroja. Hasta dejó que la red informática tomara decisiones por él. Durante las Rebeliones Hrethgir de Corrin, Richese y Walgis, Jerjes había confiado el mantenimiento del orden en sus planetas a las máquinas pensantes. Con su falta de atención a los detalles y su confianza ciega en la red de inteligencia artificial, había concedido manga ancha a las máquinas para reprimir el descontento. Ordenó a la red que se ocupara de todos los problemas que surgieran.
El ordenador consciente utilizó este acceso sin precedentes al núcleo de la información, aisló a Jerjes y se apoderó del planeta al instante. Para derrocar al Imperio Antiguo, Barbarroja había programado las máquinas pensantes con la posibilidad de ser agresivas, y así tener un incentivo para la conquista. Con su nuevo poder, la recién creada entidad, después de autobautizarse Omnius, conquistó a los titanes y tomó el mando, tanto de cimeks como de humanos, en teoría por su bien.
Agamenón se había maldecido por no vigilar con más constancia a Jerjes, y por no ejecutarle sumariamente cuando se conoció su negligencia.
La conquista se había esparcido como una reacción nuclear, antes de que los titanes pudieran avisarse entre sí. En un abrir y cerrar de ojos, los planetas dominados por los titanes se convirtieron en Planetas Sincronizados. Nuevas encarnaciones de la supermente brotaron como malas hierbas electrónicas, y el dominio de las máquinas pensantes fue una realidad.
Los sofisticados ordenadores habían descubierto ínfimos defectos en la programación de Barbarroja, lo cual les permitió poner trabas a los antiguos gobernantes. Todo porque Jerjes les había abierto la puerta. Un acto imperdonable, en opinión de Agamenón.
Las naves cimek dejaron atrás las estaciones orbitales, que estaban siendo atacadas con proyectiles explosivos por naves de guerra robóticas.
El planeta les aguardaba desprotegido, una bola gigantesca sembrada de nubes con continentes ennegrecidos, volcanes activos, mares ponzoñosos y exuberantes extensiones de selva púrpura y viviendas humanas.
—Buena suerte, amor mío —dijo la voz sensual de Juno por su frecuencia privada. Sus palabras provocaron un hormigueo en los contornos del cerebro de Agamenón.
—No necesito suerte, Juno. Necesito la victoria.
Cuando empezó el inesperado ataque, un puñado de naves de guerra y kindjals blindados despegaron del dosel selvático polimerizado para colaborar en la defensa espacial. Las plataformas orbitales ya estaban padeciendo graves daños.
Al tiempo que convocaba a su grupo de pupilas, Zufa Cenva agarró a Aurelius Venport, consciente de que podía realizar una serie de tareas.
—Demuéstrame tu capacidad de liderazgo. Evacua a la gente. No tenemos mucho tiempo.
Venport asintió.
—Los hombres hemos desarrollado un plan de emergencia, Zufa. Vosotras no erais las únicas que pensabais en el futuro.
Si esperaba algún tipo de alabanza o felicitación por parte de ella, se llevó una decepción.
—Adelante, pues —dijo la hechicera—. El ataque contra nuestras estaciones orbitales es solo el principio, una simple maniobra de distracción. Los cimeks aterrizarán de un momento a otro.
—¿Cimeks? ¿Alguna de las naves de reconocimiento…?
—¡Piensa, Aurelius! Heoma mató a un titán en Giedi Prime. Saben que poseemos un arma telepática secreta. Este ataque no es casual. ¿Qué les interesa de Rossak? Quieren destruir a las hechiceras.
Venport sabía que Zufa tenía razón. ¿Por qué se preocuparían las máquinas pensantes por las plataformas orbitales? Intuyó que muchos otros presentían también el peligro. Percibió el pánico que se estaba propagando entre los habitantes de las cavernas.
La mayoría de nativos de Rossak carecían de poderes especiales, y muchos padecían defectos o debilidades congénitas causadas por las toxinas ambientales. Pero una hechicera había causado graves daños a los cimeks en Giedi Prime, y ese era el motivo del ataque de las máquinas.
—Mis hechiceras ofrecerán resistencia…, y ya sabes lo que eso significa. —Zufa se irguió en toda su estatura, y le miró con incertidumbre y compasión—. Ponte a salvo, Aurelius. No eres importante para los cimeks.
Una repentina determinación se instaló en el rostro de Aurelius.
—Organizaré la evacuación. Podemos escondernos en la selva, ocuparnos de cualquiera que necesite ayuda especial para huir. Mis hombres cuentan con provisiones ocultas, refugios, cabañas de procesamiento…
Zufa parecía agradablemente sorprendida por su energía.
—Bien. Dejo en tus manos a los torpes.
¿Los torpes? No era el momento de discutir con ella. Venport sus escudriñó sus ojos, por si traicionaban miedo.
—¿Vas a sacrificarte? —preguntó, en un intento de disimular sus sentimientos.
—No puedo —admitió con dolor Zufa—. ¿Quién entrenaría a las hechiceras?
Aurelius no acabó de creerla.
La mujer vaciló, como si esperara algo más de él, y luego se alejó corriendo por el pasillo.
—Cuídate —gritó Venport.
Después, recorrió a toda prisa los pasillos, llamando a las familias.
—¡Hemos de refugiarnos en la selva! Propagad el mensaje. —Alzó la voz y dio órdenes sin vacilar—. ¡Los cimeks atacan!
Venport indicó a media docena de jóvenes que pasaran de vivienda en vivienda, hasta asegurarse de que el mensaje había llegado a todo el mundo. Mientras los jóvenes corrían a terminar su tarea, se dedicó a recorrer las cámaras aisladas. Hombres, mujeres, una mescolanza de formas corporales. Pese al alboroto, una pareja de ancianos se habían quedado sentados en su cubículo, a la espera de que la emergencia terminara. Venport les acompañó hasta una plataforma de carga que les transportó hasta el nivel del suelo.
Vio que los cables elevadores bajaban a más gente. Sus exploradores y recolectores de drogas controlaban la situación al pie de los riscos. Conocían los atajos, sabían dónde se hallaban los refugios.
Señales enviadas por las naves de la Armada indicaron que la batalla trabada alrededor de las plataformas orbitales no iba bien. Una nave de reconocimiento superviviente transmitió la advertencia de que docenas de naves cimek habían iniciado el descenso.
—¡Deprisa! —gritó Venport—. ¡Evacuad la ciudad! Las hechiceras están preparando la defensa.
Otro grupo descendió a bordo de una plataforma sobrecargada. De pronto, proyectiles al rojo vivo perforaron la atmósfera dejando una estela de humo negro.
—¡Más deprisa! —gritó Venport, y luego se internó en los túneles para buscar a los últimos rezagados, consciente de que quedaban pocos segundos para salvarles.