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Psicología: la ciencia de inventar palabras para cosas que no existen.

ERASMO, Reflexiones sobre los
seres biológicos sensibles

En el soleado jardín botánico de la grandiosa villa del robot, Serena Butler recogía flores y hojas muertas, cuidaba las plantas en sus lechos y maceteros. Serena se ocupaba de sus tareas cotidianas como cualquier otra esclava, pero Erasmo la vigilaba siempre como si fuera un animal doméstico. Era su amo y carcelero.

Serena vestía un mono negro, y llevaba el pelo ámbar recogido en una cola de caballo. El trabajo le permitía pensar en Xavier, en las promesas que habían intercambiado, en la vez que habían hecho el amor después del ataque del erizón, y en la noche anterior a su escapada a Giedi Prime.

Cada mañana, Serena iba a cuidar las flores del robot, contenta de poder pensar, sin que nadie la molestara, sobre las posibilidades de huir de la Tierra. Día tras día, buscaba una vía de escape (los obstáculos parecían insuperables), o un medio de causar daños significativos a las máquinas pensantes, pese al hecho de que el sabotaje le costaría la vida, y también a su hijo nonato. ¿Podía hacer eso a Xavier?

Era incapaz de imaginar el dolor que padecería. Encontraría una forma de volver a su lado. Se lo debía a él, a ella y a su bebé. Había alimentado la esperanza de que Xavier sujetaría su mano cuando diera a luz. A estas alturas ya tendría que ser su esposo, sus vidas entrelazadas en una unión más fuerte que la suma de sus individualidades, un bastión contra las máquinas pensantes. Él ni siquiera sabía que aún estaba viva.

Acarició su estómago curvo. Serena sentía crecer al niño en su interior y temía lo peor. Dos meses más, y el bebé nacería. ¿Cuáles eran las intenciones de Erasmo respecto al niño? Había visto las puertas cerradas con llave de los ominosos laboratorios, había contemplado con horror y asco los sucios recintos de esclavos.

Y aun así, el robot la mantenía ocupada con las flores.

Erasmo solía quedarse inmóvil a su lado mientras trabajaba, con su rostro oval impenetrable cuando la retaba a discutir.

—La comprensión empieza por el principio —había dicho—. Debo construir unos cimientos antes de poder comprender algo.

—Pero ¿cómo utilizarás ese conocimiento? —Serena arrancó mala hierba—. ¿Pensarás en formas más extravagantes de infligir desdicha y dolor?

El robot hizo una pausa, su rostro convertido en un espejo que reflejaba una imagen distorsionada de Serena.

—Ese no es… mi objetivo.

—Entonces, ¿por qué tienes a los esclavos encerrados en unas condiciones tan terribles? Si no pretendes causar desdicha, ¿por qué no les das un sitio limpio donde vivir? ¿Por qué no les proporcionas mejor comida, educación y atenciones?

—No es necesario.

—Para ti quizá no —dijo, sorprendida por su audacia—, pero serían más felices y trabajarían mejor.

Serena era testigo de que Erasmo vivía rodeado de lujos (una afectación, puesto que ningún robot necesitaba tales cosas), pero los esclavos de la mansión, sobre todo los que se hacinaban en los recintos comunales, vivían en la mugre y el miedo. Siguiera cautiva o no, tal vez podría mejorar sus condiciones. Al menos, lo consideraría una victoria sobre las máquinas.

—Haría falta una máquina pensante verdaderamente… sofisticada —continuó— para comprender que la mejora de la calidad de vida de los esclavos aumentaría su productividad, beneficiando de paso a su amo. Los esclavos limpiarían y cuidarían de sus viviendas si contaran con un mínimo de recursos.

—Lo pensaré. Entrégame una lista detallada.

Después de darle sus sugerencias, habían transcurrido dos días sin que Serena viera al robot. Centinelas mecánicos se encargaban de los trabajadores de la villa, con Erasmo desaparecido en sus laboratorios.

Las paredes insonorizadas le impedían oír nada, aunque los olores nauseabundos y la desaparición de algunas personas la dejaron intrigada.

—No te gustaría saber lo que pasa ahí adentro —le dijo por fin otra esclava—. Considérate afortunada si no te piden que vayas a limpiar después.

Serena trabajaba la tierra margosa mientras escuchaba la música clásica que Erasmo siempre ponía. Le dolía la espalda y tenía las articulaciones hinchadas a causa de su avanzado estado de gestación, pero no cejaba en sus esfuerzos.

Erasmo se acercó con tal sigilo que ella no reparó en él hasta que alzó la vista y vio su rostro reflectante embutido en un cuello de volantes. Se levantó al instante para disimular el susto y se secó las manos en el mono.

—¿Aprendes más espiándome?

—Puedo espiarte siempre que me plazca. Aprendo mucho de las preguntas que hago. —La capa de polímero metálico transformó su rostro en una expresión petrificada de regocijo—. Bien, me gustaría que eligieras la flor que consideres más hermosa. Siento curiosidad por tu respuesta.

Erasmo ya la había puesto a prueba en otras ocasiones. Parecía incapaz de comprender las decisiones subjetivas, en su deseo de cuantificar cuestiones de opinión y gusto personal.

—Cada planta es hermosa a su manera —contestó la joven.

—Pese a todo, elige una. Después, explícame por qué.

Serena paseó por los senderos de tierra, mirando de un lado otro. Erasmo la siguió, grabando cada momento de vacilación.

—Hay características visibles, como color, forma y delicadeza —dijo el robot—, y variables más esotéricas, como el perfume.

—No olvides el componente emocional. —La voz de Serena se tiñó de nostalgia—. Algunas de estas plantas me recuerdan mi hogar de Salusa Secundus. Ciertas flores podrían tener un valor mayor para mí, aunque no necesariamente para nadie más. Tal vez recuerdo una ocasión en que el hombre al que amo me regaló un ramo. Pero tú no comprenderías tales asociaciones.

—No me vengas con excusas. Elige.

Serena señaló una inmensa flor elefante con franjas de un naja y rojo brillantes, realzadas por un estigma en forma de cuerno en el centro.

—En este momento, esta es la más hermosa.

—¿Por qué?

—Mi madre las cultivaba en casa. De niña, nunca pensé que fueran muy bonitas, pero ahora me recuerdan días más felices…, antes de conocerte.

Se arrepintió de inmediato de su sinceridad, porque revelaba demasiado sobre sus pensamientos íntimos.

—Muy bien, muy bien.

El robot no hizo caso del insulto y contempló la flor elefante, como si analizara todos sus aspectos con sus capacidades sensoras. Como un experto en vinos, intentó describir los méritos de su perfume, pero a Serena sus análisis le sonaron clínicos, faltos de las sutilezas y componentes emocionales que habían motivado su elección.

Lo más extraño era que Erasmo parecía consciente de sus deficiencias.

—Sé que los humanos son, en algunos aspectos, más sensibles que las máquinas…, de momento. Sin embargo, las máquinas cuentan con más posibilidades de llegar a ser superiores en todas las parcelas. Por eso deseo comprender todos los aspectos de la vida biológica consciente.

Con un estremecimiento involuntario, Serena pensó en los laboratorios cerrados, convencida de que las actividades secretas de Erasmo abarcaban algo más que el estudio de las flores hermosas.

Erasmo supuso que estaba interesada en sus observaciones.

—Bien desarrollada, una máquina pensante podría ser más perfecta intelectual, creativa y espiritualmente que cualquier humano, con una capacidad y libertad mentales sin paralelo. Me inspiran las maravillas que podríamos lograr, si Omnius no ejerciera tanta presión sobre las demás máquinas para que se conformen con lo que hay.

Serena escuchaba, con la esperanza de obtener información. ¿Captaba un conflicto en potencia entre Erasmo y la supermente?

—La capacidad de recabar información es la clave —continuó el robot—. Las máquinas absorberán no solo más datos, sino más sentimientos, en cuanto los comprendamos. Cuando eso ocurra, podremos amar y odiar con más pasión que los humanos. Nuestra música será más sublime, nuestros cuadros más exquisitos. Una vez adquiramos un conocimiento total de nosotros mismos, las máquinas pensantes crearán el mayor renacimiento de la historia.

Serena frunció el ceño.

—Podéis seguir mejorando, Erasmo, pero los seres humanos solo utilizamos una ínfima parte del cerebro. Poseemos un enorme potencial de desarrollar nuevas aptitudes. Vuestra capacidad de aprendizaje no es mayor que la nuestra.

El robot se quedó petrificado, como sorprendido.

—Muy cierto. ¿Cómo he podido pasar por alto un detalle tan importante? —Su rostro se convirtió en una máscara pasiva y contemplativa, y luego se metamorfoseó en una amplia sonrisa—. El camino de la perfección será largo. Harán falta más investigaciones.

Cambió bruscamente de tema, como para subrayar la vulnerabilidad de Serena.

—¿Cómo va tu bebé? Háblame de las emociones que sientes por su padre y descríbeme el acto físico de la copulación.

Serena guardó silencio, mientras intentaba detener la marea de recuerdos dolorosos. Erasmo consideró fascinante su reticencia.

—¿Te sientes atraída físicamente hacia Vorian Atreides? He sometido a todo tipo de análisis a ese joven apuesto. Es de una casta excelente. Cuando haya terminado tu embarazo, ¿te gustaría copular con él?

La respiración de Serena se aceleró, y concentró su mente en recuerdos de Xavier.

—¿Copular? Pese a tus numerosos estudios, hay muchas cosas de la naturaleza humana que tu cerebro mecánico nunca comprenderá.

—Eso ya lo veremos —repuso con calma Erasmo.