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Hablar se basa en la presunción de que puedes llegar a algún sitio si continúas colocando una palabra detrás de otra.

IBLIS GINJO, notas al margen de
un cuaderno de notas robado

Ajax entró en la plaza del Forum con su aterradora forma móvil, inspeccionó cada fase de las obras en busca de defectos. Con su despliegue de fibras ópticas, el titán examinó el coloso que reproducía su antigua forma humana. Ajax estaba frustrado por el hecho de que Iblis Ginjo hubiera supervisado hasta tal punto la ejecución de la obra, pues no podía encontrar ninguna excusa para imponer castigos divertidos…

Iblis, por su parte, también buscaba una oportunidad. Su imaginación regresaba una y otra vez a las notables cosas que había aprendido del pensador Eklo, sobre todo los detalles del glorioso fracaso de las Rebeliones Hrethgir. Ajax personificaba la brutalidad y el dolor de aquellas arcaicas batallas.

¿Podría el pensador ayudar a Iblis a propagar la llama de la revolución? Aprenderían de los errores del pasado. ¿Habría existido un rebelde con el mismo rango de Iblis? ¿Cómo podía ayudarle el subalterno Aquim?

Pese a sus sutiles investigaciones, su habilidad para manipular conversaciones y conseguir que los demás divulgaran sin querer sus secretos, Iblis aún no había encontrado pruebas de que existieran otros grupos de resistentes. Tal vez su liderazgo estaba disperso, desorganizado, debilitado. ¿Quién le había enviado los mensajes secretos, cinco en los últimos tres meses?

La falta de pruebas frustraba a Iblis, porque quería acelerar el levantamiento, ahora que había tomado la decisión. Por otra parte si los disidentes podían ser localizados con excesiva facilidad, no tendrían ninguna oportunidad contra las organizadas máquinas pensantes.

Después de exigir el máximo a sus esclavos para que terminaran las obras a tiempo, Iblis pidió permiso para otro peregrinaje a la torre de piedra de Eklo. Solo el pensador le proporcionaría las respuestas que necesitaba. Cuando habló con Dante, el cimek administrativo, exhibiendo documentos que demostraban su productividad y eficacia, el titán burócrata le dio permiso para salir de la ciudad. Sin embargo, Dante dejó claro que no entendía por qué un simple capataz estaba tan interesado en temas filosóficos improductivos. Pensaba que no era propio de los humanos de confianza.

—No te reportará el menor beneficio.

—Estoy seguro de que estáis en lo cierto, lord Dante…, pero me divierte.

Iblis partió antes de la aurora y espoleó a su burcaballo en dirección a las pendientes del monasterio. Aquim le esperaba en la escalinata circular que conducía a la torre, con aspecto desastrado una vez más y algo aturdido por la semuta. Desde la primera vez que Iblis había hundido la mano en el electrolíquido y tocado los pensamientos del pensador, no conseguía entender por qué Aquim quería embotar sus percepciones. Tal vez los complicados pensamientos de Eklo eran tan inmensos y abrumadores que el subordinado necesitaba moderar el flujo de revelaciones confusas.

—Veo que me miras con desaprobación —dijo Aquim con los ojos entornados.

—Oh, no —dijo Iblis, y añadió, porque sabía que la mentira era demasiado evidente—: Solo me estaba fijando en que te gusta mucho la semuta.

El hombretón sonrió y habló, arrastrando un poco las palabras.

—Un forastero quizá crea que he puesto trabas a mis sentidos, pero la semuta me permite olvidar mi pasado destructivo, antes de que recibiera la inspiración de unirme al pensador Eklo. También permite que me concentre en lo más importante, haciendo caso omiso de las distracciones sensuales de la carne.

—No puedo imaginarte como un hombre destructivo.

—Pues lo era. Mi padre luchó contra el esclavismo y murió en el intento. Después, busqué vengarme de las máquinas, y lo logré con bastante éxito. Estaba al frente de un pequeño grupo de hombres y… destruimos algunos robots. Lamento decir que también matamos a cierto número de esclavos de confianza que se interpusieron en nuestro camino, hombres como tú. Más tarde, Eklo se encargó de facilitarme el rescate y la rehabilitación. Nunca explicó por qué me había elegido, o cómo llevó a cabo los trámites. Hay muchas cosas que el pensador no revela a nadie, ni siquiera a mí.

El monje dio media vuelta con brusquedad y subió con paso inseguro la escalera, guiando a Iblis hasta la cámara donde el pensador vivía en un estado de contemplación sempiterna.

—Eklo ha meditado largo y tendido sobre tu situación —dijo Aquim—. Hace mucho tiempo presenció los cambios ocurridos en la humanidad, después de que los titanes aplastaran el Imperio Antiguo, pero no hizo nada. Eklo pensó que el reto y la adversidad mejorarían la raza humana mediante la potenciación de su mente, les obligaría a abandonar su existencia de sonámbulos.

El monje se secó una mancha de la comisura de la boca.

—Al separar la mente del cuerpo, los titanes cimek habrían podido acceder al esclarecimiento, como los pensadores. Esa era la esperanza de Eklo cuando ayudó a Juno. Pero los titanes nunca superaron sus defectos animales. Esta debilidad permitió a Omnius conquistarles, y con ellos a la humanidad. —Aquim avanzó hacia el contenedor cerebral que descansaba sobre el antepecho de una ventana—. Eklo cree que tal vez tú puedas instigar un cambio.

El corazón de Iblis saltó en su pecho.

—Nada es imposible.

Pero sabía que no podía luchar solo contra las máquinas, tendría que encontrar a otros que le ayudaran. Muchos otros.

El contenedor de plexiplaz brillaba ante la ventana transparente, bañado por el sol dorado de la mañana. A lo lejos, divisó la interminable línea del cielo de megalitos y monumentos diseñados por los cimeks y construidos por los humanos con sudor y sangre. ¿De veras quiero verlos convertidos en polvo?

El supervisor vaciló cuando pensó en las consecuencias, y recordó los miles de millones de víctimas de las Rebeliones Hrethgir, en Walgis y otros planetas. Entonces, sintió una intrusión en sus pensamientos.

Aquim quitó la tapa protectora del contenedor y dejó al descubierto el líquido nutritivo que alimentaba la anciana mente.

—Ven, Eklo desea establecer contacto directo contigo.

La solución nutritiva era como líquido amniótico, cargado de una energía mental inconmensurable. Iblis hundió los dedos en el electrolíquido poco a poco, reprimiendo su ansiedad por saber y aprender, tocó la superficie resbaladiza del cerebro de Eklo y liberó todos los pensamientos que el pensador deseaba transmitirle.

Aquim se apartó a un lado con una expresión extraña en el rostro, en parte complacencia beatífica, en parte envidia.

—La neutralidad es un acto de equilibrio delicadísimo —dijo Eklo en la mente de Iblis, mediante el contacto neuroeléctrico facilitado por el circuito orgánico—. Hace mucho tiempo, contesté muchas preguntas de Juno acerca de cómo derrocar al Imperio Antiguo. Mis respuestas y consejos objetivos permitieron a los titanes trazar planes definitivos, y el futuro de la raza humana cambió para siempre. Durante muchos siglos reflexioné sobre lo que había hecho. —Daba la impresión de que el cerebro se apretujaba contra las yemas de los dedos de Iblis—. Es esencial que los pensadores observen una escrupulosa neutralidad. Hemos de ser objetivos.

—En ese caso —preguntó Iblis, perplejo—, ¿por qué estás hablando conmigo? ¿Por qué has mencionado la posibilidad de que las máquinas pueden ser derrotadas?

—Con el fin de restablecer el equilibrio de la neutralidad. En una ocasión, ayudé sin darme cuenta a los titanes, de manera que ahora debo contestar a tus preguntas con la misma objetividad. En el análisis definitivo, habré mantenido el equilibrio.

Iblis tragó saliva.

—Entonces, ¿has visto la conclusión?

La mente de Iblis daba vueltas en busca de preguntas útiles sobre debilidades y puntos vulnerables de las máquinas.

—No puedo proporcionar detalles militares o políticos concretos —dijo Eklo—, pero si verbalizas tus preguntas con inteligencia, como hizo Juno, obtendrás lo que necesitas. El arte de la inteligencia es una lección primordial de la vida. Has de ser más listo que las máquinas, Iblis Ginjo.

Eklo guió a Iblis durante más de una hora.

—He meditado sobre este problema durante siglos, mucho antes de que vinieras a verme. Si tú no triunfas, seguiré reflexionando.

—Pero no puedo fracasar. He de triunfar.

—Hará falta algo más que deseo por tu parte. Has de conectar con los sentimientos más profundos de las masas. Eklo guardó silencio varios segundos. Iblis se esforzó por comprender.

—¿Amor, odio, miedo? ¿Te refieres a eso?

—Son componentes, sí.

—¿Componentes?

—De la religión. Las máquinas son muy poderosas, y hará falta algo más que un levantamiento político o social para derrotarlas. La gente ha de aglutinarse alrededor de una idea poderosa que penetre en la misma esencia de su existencia, de lo que significa ser humano. Has de ser algo más que un humano de confianza: un líder visionario. Los esclavos necesitan alzarse en una gran guerra santa contra las máquinas, una yihad imparable que derribe a sus amos.

—¿Una guerra santa? ¿Una yihad? Pero ¿cómo puedo hacer eso?

—Solo te digo lo que intuyo, Iblis Ginjo, lo que he pensado e imaginado. Tú has de descubrir las restantes respuestas. Pero recuerda: de todas las guerras humanas de la historia, la yihad es la más apasionada, conquistar planetas y civilizaciones, arrasarlo todo a su paso.

—La gente que me envía los mensajes…, ¿cómo encaja en todo esto?

—No sé nada de ellos —dijo Eklo—, y no los veo en mis visiones. Tal vez has sido elegido especialmente, o también podría ser una argucia o una trampa de las máquinas. —El pensador guardó silencio un momento—. Ahora he de pedirte que te marches, porque mi mente está fatigada y necesito descansar.

Cuando Iblis partió de la torre, experimentó una extraña mezcla de júbilo y confusión. Necesitaba organizar la información en un amplio plan. Aunque no era un hombre santo ni un militar, sabía manipular a grupos de personas, canalizar sus lealtades con el fin de lograr sus propósitos. Sus cuadrillas harían casi cualquier cosa por él. Su talento para el liderazgo constituiría su arma más importante. Pero no podía conformarse con un grupo reducido de fieles. Para triunfar, necesitaba algo más que unos pocos cientos de personas.

Y tenía que ser muy precavido, por si las máquinas pensantes le estaban tendiendo una trampa.

Como tenía acceso a los ojos espía y los equipos de vigilancia de Omnius, Erasmo controlaba las actividades de sus sujetos experimentales. Muchos humanos de confianza leales habían hecho caso omiso de las insinuaciones que les había enviado. Otros se habían asustado demasiado para reaccionar. Pero algunos habían demostrado una divertida capacidad de iniciativa.

Sí. Erasmo creía que Iblis Ginjo era el candidato perfecto para demostrar que él tenía razón y ganar la apuesta a Omnius.