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De todos los aspectos del comportamiento humano, dos han sido muy estudiados: la guerra y el amor.

PENSADOR EKLO, Reflexiones sobre cosas perdidas

La trágica pérdida de Serena Butler había descentrado a Xavier, que se esforzaba por continuar su vida. Tres meses antes, había visto los restos del forzador de bloqueos en los mares de Giedi Prime, y había leído los irrefutables análisis del ADN de la sangre encontrada en el interior.

No pretendía comprender sus sentimientos, y se absorbía en su trabajo. Al principio, había deseado atacar sin más otro feudo de los robots, pero Serena le habría reprendido. Pensar en su desaprobación fue lo único que le detuvo.

Serena había muerto luchando contra el enemigo inhumano. Xavier necesitaba aferrarse a algo, alguna forma de estabilidad, antes de continuar adelante. Para honrar su recuerdo, la lucha debía continuar hasta la destrucción de la última máquina pensante.

Los pensamientos de Xavier derivaron hacia Octa, que tanto le recordaba a su hermana. Ya de por sí hermosa, era sensible y reservada, muy diferente de Serena. Aun así, de una manera sutil, la muchacha le recordaba a Serena por la forma de la boca y la sonrisa dulce. Era como el eco de un recuerdo agradable. Xavier estaba desgarrado entre el deseo de mirarla sin cesar y evitarla por completo.

Estaba a su lado cuando necesitaba consuelo, le dejaba solo si se sentía agobiado, le alegraba cuando así lo deseaba. Octa estaba llenando un vacío en su vida, silenciosa y mansamente. Aunque su relación era tranquila y plácida, ella le demostraba un amor atento. Si Serena había sido un huracán de emociones, su hermana era firme y predecible.

Un día, impulsado más por el dolor y el anhelo que por el sentido común, Xavier pidió a Octa que fuera su esposa. Ella le había mirado con ojos desorbitados, estupefacta.

—Tengo miedo de moverme, Xavier, de emitir un sonido, porque debo estar soñando.

Él llevaba su uniforme de la Armada, limpio y planchado, con la nueva insignia de segundo. Xavier se erguía muy tieso, con las manos enlazadas, como si se dirigiera a un oficial superior, en lugar de pedir a Octa que fuera la compañera de su vida. Siempre había sabido que la hermana de Serena estaba enamorada de él como una colegiala, y ahora confiaba en que sus sentimientos se convirtieran en verdadero amor.

—Al optar por casarme contigo, querida Octa, no se me ocurre una manera más valiente de avanzar hacia el futuro. Es la mejor manera de honrar la memoria de Serena.

Las palabras sonaron como un discurso oficial, pero Octa enrojeció como si fueran un encantamiento mágico. Consciente de que no era el motivo ideal para casarse con ella, Xavier intentó calmar sus inquietudes. Había tomado una decisión, y esperaba que pudieran curarse mutuamente las heridas.

Tanto Manion como Livia Butler aceptaron y alentaron el cambio de afectos de Xavier. Incluso apresuraron las nupcias. Creían que la unión con Octa beneficiaría a todos.

El día de la boda, Xavier buscó la paz interior, hizo lo posible por aislar la parte de su corazón que siempre pertenecería a Serena. Todavía anhelaba el campanilleo de su risa, su lenguaje descarado, el tacto eléctrico de su piel. Pasó revista a sus recuerdos favoritos, y después, entre lágrimas, los desechó.

A partir de aquel momento, la dulce Octa sería su esposa. No haría daño a la muchacha, ya frágil de por sí, con ataques de nostalgia o comparándola con su hermana. Sería injusto con ella.

Cierto número de representantes de la liga se habían congregado en la propiedad de los Butler, donde siete meses antes Xavier y Serena habían participado en la cacería. Cerca, en el patio, habían celebrado la noticia de los esponsales inminentes con música y baile, para luego recibir la terrible noticia de la caída de Giedi Prime.

A insistencia de Xavier, la boda tuvo lugar en un nuevo pabellón con vistas a los viñedos y olivares. El material era tan luminoso y trabajado que costaba más que una casa modesta. En la fachada, tres banderas ondeaban al viento, simbolizando las casas Butler y Harkonnen, además de la de Tantor, la familia adoptiva de Xavier. En el valle, los edificios blancos de Zimia brillaban a la luz del sol, con amplias avenidas y enormes complejos administrativos, remozados durante los catorce meses transcurridos desde el ataque cimek.

La ceremonia fue breve y triste, pese a la falsa alegría de los invitados y el insistente júbilo de Manion Butler. Nuevos recuerdos sustituirían a los antiguos. El virrey, sonriente como no se le veía desde hacía meses, se paseaba ufano de invitado en invitado, probaba los diversos ponches y degustaba las variedades de queso y vinos.

Los silenciosos novios esperaban junto a un pequeño altar erigido delante del pabellón, cogidos de las manos. Octa, con un vestido de novia tradicional salusano azul claro, tenía un aspecto etéreo, adorable y frágil al lado de Xavier. Llevaba el pelo rubio rojizo sujeto con alfileres.

Algunos decían que este matrimonio precipitado con la hermana de Serena era una reacción de Xavier a su dolor, pero él sabía que estaba haciendo lo que el honor le dictaba. Se recordó mil veces que Serena le hubiera dado su aprobación. Octa y él pondrían fin, juntos, a tanto dolor y tristeza.

La abadesa Livia Butler estaba dentro del pabellón. Hebras doradas resaltaban su color castaño ámbar. Había venido de la Ciudad de la Introspección para celebrar la ceremonia. Segura y orgullosa, como si hubiera purgado toda duda y pena de su mente, Livia miró a los novios, y después sonrió a su marido. Manion Butler apenas cabía en su esmoquin rojo y dorado. Piel fofa sobresalía del cuello y los extremos de las mangas.

Un grupo de músicos empezó a pulsar sus balisets. Un muchacho con voz de tenor cantó una lenta balada. Al lado de Xavier, Octa parecía refugiada en su mundo onírico particular, sin saber muy bien cómo reaccionar a las circunstancias. Apretó la mano de Xavier, y él se la llevó a los labios y la besó.

Desde la muerte de su hermano gemelo Fredo, Octa había desarrollado la capacidad de sustraerse a los problemas, de no agobiarse con grandes preocupaciones. Tal vez eso le permitiría ser feliz, y también a Xavier.

El virrey Butler, en cuyos ojos expresivos brillaban lágrimas, avanzó para rodear las manos de la pareja. Al cabo de un largo momento, se volvió con solemnidad hacia su esposa y asintió. La abadesa Livia inició la ceremonia.

—Estamos aquí para cantar una canción de amor, una canción que ha unido a hombres y mujeres desde los primeros días de la civilización.

Cuando Octa sonrió a Xavier, éste casi imaginó que era Serena, pero alejó la inquietante imagen. Octa y él se querían de una manera diferente. Su vínculo se fortalecería cada vez que la rodeara en sus brazos. Xavier solo tenía que aceptar la ternura que ella le ofrecía de buen grado.

Livia pronunció las palabras tradicionales, cuyas raíces se remontaban a los textos pancristianos y budislámicos de la antigüedad. Las melodiosas frases eran hermosas, y la mente de Xavier seguía expandiéndose, pensando en el futuro y en el pasado. Las palabras transmitían una serenidad infinita, mientras la abadesa Livia les hacía pronunciar sus votos.

Pronto, todo lo necesario estuvo dicho. Mientras compartía el ritual del amor y deslizaba un anillo en el dedo de Octa, Xavier Harkonnen le prometió eterna devoción. Ni siquiera las máquinas pensantes podrían destruir su relación.