Creer en una máquina «inteligente» engendra desinformación e ignorancia. Abundan las suposiciones no analizadas. No se formulan las preguntas cruciales. No comprendí mi arrogancia, o mi error, hasta que fue demasiado tarde para nosotros.
BARBARROJA, Anatomía de una rebelión
Erasmo deseaba que la sofisticada supermente hubiera dedicado más tiempo a estudiar las emociones humanas. Al fin y al cabo, los planetas Sincronizados tenían acceso a inmensos bancos de datos compilados durante milenios de estudios humanos. Si Omnius se hubiera tomado la molestia, tal vez comprendería ahora la frustración del robot independiente.
—Tu problema, Omnius —dijo el robot a la pantalla de una habitación situada en lo alto de la villa—, es que esperas respuestas específicas y precisas en un sistema fundamentalmente inseguro. Quieres grandes cantidades de sujetos experimentales, todos humanos, que se comporten de una manera predecible, tan reglamentados como tus robots centinela.
Erasmo paseó ante el visor, hasta que al fin Omnius ordenó a dos ojos espía que le enfocaran desde direcciones diferentes.
—Te he encargado desarrollar un modelo detallado y reproducible que explique y prediga con precisión el comportamiento de los humanos. ¿Cómo convertirlos en seres útiles? Confío en ti para que me expliques esto a mi entera satisfacción. —Omnius adoptó un tono agudo—. Tolero tus incesantes experimentos con la esperanza de recibir una respuesta algún día. Hace mucho que lo intentas. Eres como un niño, que juega con las mismas trivialidades una y otra vez.
—Sirvo a un propósito valioso. Sin mis esfuerzos por comprender a los hrethgir, experimentarías un estado de extrema confusión. Para utilizar la jerga humana, soy tu abogado del diablo.
—Algunos humanos te llaman diablo —replicó Omnius—. He meditado largo y tendido sobre el tema de tus experimentos, y debo concluir que, descubras lo que descubras sobre los humanos, no nos revelará nada nuevo. Son completamente impredecibles. Los humanos necesitan mucho mantenimiento. Crean desorden…
—Ellos nos crearon, Omnius. ¿Crees que somos perfectos?
—¿Crees que emular a los humanos nos hará más perfectos?
Aunque la supermente no extrajo ningún significado del gesto, Erasmo frunció el ceño de su cara moldeable.
—Pues… sí —dijo por fin el robot—. Podemos llegar a ser lo mejor de ambos.
Los ojos espía le siguieron cuando cruzó la habitación hasta llegar al balcón, varios pisos por encima de la plaza embaldosada que se abría al centro de la ciudad. Las fuentes y gárgolas eran magníficas, imitaciones de la Edad de Oro del arte y la escultura de la Tierra. Ningún robot apreciaba la belleza tanto como él. En esta tarde soleada, los artesanos decoraban con volutas los marcos de las ventanas, y se estaban abriendo nuevos huecos en la fachada para instalar más estatuas y maceteros, pues a Serena Butler le gustaba mucho cuidarlos.
Desde la altura vigilaba a los dóciles humanos. Algunos obreros alzaron la vista para mirarle, y al instante se dedicaron con más diligencia a sus tareas, como temerosos de que les castigara, o peor aún, les eligiera para alguno de sus horrísonos experimentos de laboratorio.
Erasmo continuó la conversación con la supermente.
—Estoy seguro de que algunos de mis experimentos te intrigan. Omnius, al menos un poco.
—Ya sabes la respuesta.
—Sí, el experimento para poner a prueba la lealtad de tus súbditos humanos sigue su rumbo. He enviado mensajes crípticos a un puñado de candidatos elegidos entre los humanos de confianza (prefiero no revelar el número), sugiriendo que se unan a la incipiente rebelión contra ti.
—No hay ninguna rebelión incipiente contra mí.
—Claro que no. Y si los humanos de confianza te son absolutamente leales, nunca pensarán en tal posibilidad. Por otra parte, si fueran leales a tu autoridad, habrían venido a denunciar ante mí tales mensajes incendiarios. Por consiguiente, supongo que habrás recibido informes de mis sujetos, ¿no?
Omnius vaciló durante un largo momento.
—Volveré a comprobar mis registros.
Erasmo observó el trabajo de los artesanos en la plaza, y luego se encaminó al otro lado de la mansión. Echó un vistazo a los miserables recintos vallados de los que extraía sus sujetos experimentales.
Mucho tiempo antes, había criado un subgrupo de cautivos bajo estas condiciones. Les había tratado como animales para ver como afectaba a su tan cacareado espíritu humano. Al cabo de una o dos generaciones, habían perdido todo vestigio de comportamiento civilizado, valores morales, noción de familia y dignidad.
—Cuando impusimos un sistema de castas a los humanos en los Planetas Sincronizados —dijo Erasmo—, tú intentaste convertirles en seres más reglamentados, como máquinas. —Escudriñó las sucias y ruidosas masas que se hacinaban en los establos—. Al tiempo que el sistema de castas les compartimentaba en ciertas categorías, perpetuamos un modelo de comportamiento humano que les permitiera apreciar las diferencias con otros miembros de su raza. Es propio de la naturaleza humana luchar por lo que no se posee, apoderarse de las recompensas que podrían ir a parar a otra persona. Envidiar las circunstancias ajenas.
Enfocó sus fibras ópticas hacia el mar, que rielaba al otro lado de los recintos de esclavos, las olas blancoazuladas que rompían al pie de la pendiente. Alzó el rostro para poder ver las gaviotas que volaban. Tales imágenes satisfacían su sentido de la estética programado, mucho más que el recinto vallado.
—Tus seres humanos más privilegiados —continuó Erasmo—, como el hijo actual de Agamenón, gozan de la posición más elevada— entre los de su raza. Son nuestros animalitos domésticos de confianza, y ocupan un peldaño intermedio entre los seres biológicos conscientes y las máquinas pensantes. De este grupo extraemos candidatos a neocimeks.
El ojo espía se acercó con un zumbido a la pulida cabeza del robot.
—Todo esto ya lo sé —dijo Omnius por mediación del objeto volador.
Erasmo prosiguió como si no le hubiera oído.
—La casta inferior a la de los humanos de confianza incluye humanos civilizados y educados, creadores y pensadores consumados, como los arquitectos que diseñan los interminables monumentos de los titanes. Les adscribimos tareas sofisticadas, como las que llevan a cabo los artesanos y orfebres de mi villa. Luego viene el personal de mi mansión, mis cocineros, mis jardineros.
El robot echó un vistazo a los recintos de esclavos, y se dio cuenta de que su monstruosa fealdad le impelía a volver a sus jardines botánicos para pasear entre las especies cultivadas. Serena Butler ya había hecho maravillas con las plantas. Tenía intuición para la jardinería.
—La verdad, esa bazofia de mis establos sirve para poco más que procrear nuevos sujetos o ser diseccionados en experimentos médicos.
En un aspecto, Erasmo era como Serena: necesitaba con frecuencia podar y escarbar la raza humana en su propio jardín.
—Me apresuro a añadir —dijo el robot— que la humanidad en su conjunto es de supremo valor para nosotros. Irremplazable.
—Ya he oído tus razonamientos en otras ocasiones —musitó Omnius, mientras el ojo espía se elevaba, para disfrutar de una vista más amplia—. Pese a que las máquinas podrían realizar todas las tareas que has enumerado, he aceptado la lealtad de mis súbditos humanos, y les he concedido algunos privilegios.
—Tus razonamientos no parecen…
Erasmo vaciló, porque la palabra que le había venido a la mente significaría un tremendo insulto para un ordenador. Lógicos.
—Todos los humanos —dijo Omnius—, con su extraña inclinación hacia las creencias religiosas y la fe en cosas incomprensibles, deberían rezar para que tus experimentos me den la razón sobre la naturaleza humana, y no a ti. Porque si estás en lo cierto, Erasmo, se producirán consecuencias inevitables y violentas para toda su raza.