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Un conflicto que se prolongue durante un dilatado período de tiempo tiende a autoperpetuarse, y es fácil perder el control.

TLALOC, La Era de los Titanes

—Después de mil años, solo quedamos cinco.

Pocas veces se reunían los titanes supervivientes, sobre todo en la Tierra, donde los ojos de Omnius les vigilaban en cada momento, pero el general Agamenón estaba tan indignado por el desastre de Giedi Prime y el asesinato de su amigo y aliado, que no quería perder tiempo preocupándose por la supermente.

Tenía otras prioridades.

—Los hrethgir cuentan con una nueva arma que han utilizado contra nosotros con devastadoras consecuencias —dijo Agamenón.

Los titanes se hallaban en una cámara de mantenimiento, con sus contenedores sobre pedestales. Agamenón había ordenado con tono severo a Ajax, Juno, Jerjes y Dante que se desprendieran de sus formas móviles. Los ánimos se encresparían, y era difícil controlar los impulsos individuales cuando estaban instalados en un poderoso cuerpo de combate, en el que los mentrodos podían convertir cualquier impulso irreflexivo en destrucción inmediata. Agamenón confiaba en saber controlar su ira, pero algunos titanes, sobre todo Ajax, destruían primero y reconsideraban después.

—Tras muchas investigaciones y análisis, hemos averiguado que la asesina de Barbarroja procedía de Rossak, y los humanos salvajes la llamaban hechicera —dijo Dante, que se ocupaba de esos asuntos—. Rossak alberga más de estas hechiceras, mujeres que poseen potentes capacidades telepáticas.

—Es evidente —dijo Juno, con sarcasmo evidente en su voz sintética.

Dante continuó en su tono mesurado habitual.

—Hasta ahora, las hechiceras no habían sido utilizadas en ninguna función agresiva a gran escala. Después de su triunfo en Giedi Prime, no obstante, es probable que los hrethgir las empleen para atacar de nuevo.

—Su acción también nos ha recordado que somos muy vulnerables —dijo Agamenón—. Los robots pueden sustituirse. Nuestros cerebros no.

—Pero ¿no es cierto que esa hechicera tuvo que acabar con su vida para eliminar a Barbarroja y un puñado de neocimeks? —preguntó Jerjes—. Fue un suicidio. ¿Crees que estarán dispuestas a repetir la jugada?

—Solo porque tú eres un cobarde, Jerjes, no significa que los humanos salvajes tengan miedo a autosacrificarse —replicó Agamenón—. Una hechicera nos ha costado siete neocimeks y un titán. Una pérdida escandalosa.

Después de mil años de vida, durante los cuales se habían perdido miles de millones de vidas humanas (muchas a manos de Agamenón o en su presencia), se creía inmune a la contemplación de la muerte. De los primeros titanes, Barbarroja, Juno y Tlaloc habían sido sus amigos más íntimos. Los cuatro habían sembrado la semilla de la rebelión. Los demás titanes habían aparecido más tarde.

Pese al hecho de que sus imágenes mentales eran muy antiguas, el titán todavía recordaba a Barbarroja en su forma humana. Vilhelm Jayther era un hombre de brazos y piernas delgados, hombros anchos y pecho hundido. Algunos decían que su aspecto era desagradable, pero sus ojos poseían la intensidad que gustaba a Agamenón. Además, era un genio programador sin parangón.

Jayther había aceptado el desafío de acabar con el Imperio antiguo, había pasado semanas sin dormir hasta descubrir la manera de solucionar el problema. Se entregó por entero a la tarea, hasta averiguar cómo manipular la sofisticada programación y ponerla al servicio de los rebeldes. Al implantar ambiciones y objetivos humanos en la red informática, logró que las máquinas desearan participar en el derrocamiento.

Sin embargo, Omnius había desarrollado más adelante ambiciones propias.

Jayther, un hombre de tremenda prudencia, había incluido instrucciones que prohibían a las máquinas pensantes hacer daño a cualquier titán. Agamenón y todos sus compañeros estaban vivos gracias a Vilhelm Jayther, Barbarroja.

Pero las hechiceras le habían matado. Un hecho que no dejaba de atizar su cólera.

—No podemos permitir que este ultraje quede sin castigo —dijo Ajax—. Yo digo que vayamos a Rossak, matemos a todas las mujeres y convirtamos su planeta en una bola carbonizada.

—Querido Ajax —dijo Juno con dulzura—, ¿debo recordarte que una sola de esas hechiceras destruyó a Barbarroja y a todos los neocimeks que le acompañaban?

—¿Y qué? —contestó con orgullo Ajax—. Yo solo exterminé a la plaga humana de Walgis. Juntos, podemos ocuparnos de unas pocas hechiceras.

—Los rebeldes de Walgis ya estaban derrotados cuando tú empezaste la carnicería, Ajax —dijo Agamenón—. Estas hechiceras son diferentes.

—Omnius nunca autorizará un ataque a gran escala —dijo Dante con voz monótona—. Los gastos serían excesivos. Ya he llevado a cabo un análisis preliminar.

—No obstante —contestó Agamenón—, sería un gran error táctico dejar de vengar esta derrota.

—Como quedamos tan pocos —dijo Jerjes, tras unos segundos de molesto silencio—, los titanes nunca deberían atacar juntos. Pensad en el riesgo.

—Pero si vamos juntos a Rossak y aplastamos a las hechiceras, la amenaza habrá desaparecido —dijo Ajax. Juno emitió un siseo.

—Veo tu cerebro en el contenedor, Ajax —dijo—, pero parece que no lo uses. Quizá deberías cambiar tu electrolíquido. Las hechiceras han demostrado que pueden destruirnos, y tú quieres lanzarte contra la mayor amenaza que han afrontado jamás los titanes como ovejas que van al matadero.

—Podríamos utilizar naves robot que atacaran desde la órbita —propuso Dante—. No hace falta que nos pongamos en peligro.

—Se trata de algo personal —gruñó Ajax—. Uno de los titanes ha sido asesinado. No vamos a lanzar misiles desde el otro extremo del sistema planetario. Es un método de cobardes, aunque las máquinas pensantes lo llamen eficacia.

—Hay espacio para el compromiso —dijo Agamenón—. Juno, Jerjes y yo podemos reunir voluntarios neocimek y atacar con una flota robot. Sería suficiente para infligir daños inmensos a Rossak.

—Pero yo no puedo ir, Agamenón —dijo Jerjes—. Estoy trabajando con Dante. Nuestros mayores monumentos de la plaza del Foro están a punto de concluirse. Hemos empezado a trabajar en una nueva estatua para Barbarroja.

—En el momento preciso —dijo Juno—. Estoy seguro de que se alegrará, ahora que ha muerto.

Jerjes tiene razón —dijo Dante—. También hemos de pensar en el inmenso friso de la victoria de los titanes, que se está construyendo en la colina cercana al centro metropolitano. Hay capataces de cuadrillas, pero necesitan vigilancia constante. De lo contrario, los gastos se dispararían, y los plazos no…

—Debido al reciente desastre de su estatua, Ajax está familiarizado con tales problemas —dijo Juno—. ¿Por qué no se queda él, en lugar de Jerjes?

—¡No me quedaré aquí mientras los demás obtienen la gloria! —rugió Ajax.

—Jerjes, tú vendrás con nosotros —dijo Agamenón—. Ajax, te quedarás aquí para vigilar el ritmo de los trabajos con Dante. Hazlo en memoria de Barbarroja.

Tanto Jerjes como Ajax protestaron, pero Agamenón era el líder, e impuso el control que había ejercido durante siglos. —¿Podrás convencer a Omnius de que nos dé permiso, amor mío? —preguntó Juno.

—Los hrethgir de Giedi Prime no solo mataron a nuestro amigo, sino que también aniquilaron a la nueva encarnación de Omnius antes de que fuera actualizada. Hace mucho tiempo, cuando Barbarroja alteró la programación original de la red, introdujo algo en la mente del ordenador, suficiente para que comprendiera la naturaleza de la conquista. Apuesto a que él también sentirá nuestra necesidad de venganza.

Los titanes meditaron sobre este comentario en silencio.

—Iremos a Rossak y le prenderemos fuego —dijo Agamenón.