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El universo es un patio de recreo donde todo se improvisa. Ninguna pauta externa lo rige.

PENSADOR RETICULUS, Observaciones
desde la perspectiva de un milenio

Cifras e ideas bailaban en sus sueños, pero cada vez que Norma Cenva intentaba manipularlas, se escapaban como copos de nieve que se derritieran en sus dedos. Entró con paso vacilante en su laboratorio, demacrada, y contempló las ecuaciones durante horas, hasta que se convirtieron en líneas fluctuantes ante sus ojos. Borró parte del cálculo con un ademán airado sobre el tablero magnético, y después volvió a empezar.

Ahora que trabajaba bajo la protección del legendario Holtzman, Norma ya no se consideraba un fracaso, una decepción para su madre. Gracias a sus poderes telepáticos, una hechicera había logrado asestar un golpe mortal a las máquinas pensantes de Giedi Prime, pero los descodificadores portátiles de Norma también habían contribuido a la victoria, pese a que el sabio Holtzman no había destacado su importante papel en la génesis de la idea.

A Norma le importaban un bledo la fama o el prestigio. Lo más importante era su contribución al esfuerzo bélico. Ojalá pudiera extraer algún significado de estas teorías vagas, aunque infinitamente prometedoras…

Norma fantaseaba mientras contemplaba el río Isana desde los laboratorios. A veces, echaba de menos a Aurelius Venport, que siempre la trataba con dulzura y afecto. Sin embargo, casi siempre daba vueltas en su cabeza a ideas descabelladas, cuanto más estrambóticas mejor. En Rossak, su madre nunca la había animado a tener en cuenta las posibilidades irreales, pero Tio Holtzman no las desdeñaba.

Si bien los ordenadores conscientes estaban prohibidos en los planetas de la liga, sobre todo en el bucólico Poritrin, Norma dedicaba gran parte de su tiempo a comprender el funcionamiento de los complicados circuitos gelificados. Con el fin de destruirlo, primero hay que comprender al objetivo.

Holtzman y ella cenaban de vez en cuando juntos, comentaban ideas mientras bebían vinos importados y saboreaban platos exóticos. Norma, que apenas probaba la comida, hablaba con apasionamiento, movía sus pequeñas manos, echando de menos un punzón y una tablilla para poder esbozar sus ideas. Terminaba los ágapes a toda prisa con el deseo de regresar cuanto antes a sus aposentos, mientras el gran inventor disfrutaba de un espléndido postre y escuchaba música. Recargar ideas, lo llamaba.

A Holtzman le gustaba hablar de sus éxitos y agasajos anteriores, leer las distinciones y premios que lord Bludd le había concedido. Por desgracia, ninguna de esas conversaciones había conducido a ningún descubrimiento importante, en opinión de Norma.

Estaba de pie rodeada de luces brillantes. Contemplaba una pizarra de cristal suspendida del tamaño de un ventanal. Estaba recubierta por una fina película translúcida que conservaba todos sus trazos cuando anotaba pensamientos e ideas. Un artilugio trasnochado, pero para Norma era el mejor método de documentar sus ideas erráticas.

Examinó la ecuación que había escrito, se saltó unos cuantos pasos y dio saltos intuitivos, hasta llegar a una anomalía cuántica que, al parecer, permitía que un objeto estuviera en dos sitios al mismo tiempo. Uno era una simple imagen del otro, pero ningún cálculo podía determinar cuál era real.

Si bien no estaba segura de que este concepto heterodoxo pudiera ser utilizado como arma, Norma recordó que su mentor la había animado a seguir cada sendero hasta su conclusión lógica. Armada con ecuaciones y dispuesta a efectuar un simulacro completo, corrió por los pasillos bien iluminados hasta llegar a la sala de los calculadores supervivientes.

Los técnicos estaban inclinados sobre sus mesas y utilizaban instrumentos de cálculo, incluso a esta hora tardía. Había muchos asientos libres, pues un tercio de los calculadores habían sucumbido a causa de la fiebre mortífera. Holtzman había comprado un nuevo grupo de trabajadores zenshiítas procedentes de los Recursos Humanos de Poritrin, pero aún no estaban lo bastante preparados para cálculos complicados.

Después de entregar el nuevo problema al capataz de la cuadrilla, Norma explicó con paciencia sus intenciones, y aclaró que ya había hecho algunos adelantos. Encauzó a los calculadores en la dirección que deseaba, y subrayó la importancia de su teoría, hasta que alzó los ojos y vio a Tio Holtzman en la puerta.

El hombre condujo a Norma hasta el pasillo con el ceño fruncido.

—Pierdes el tiempo si intentas entablar amistad con ellos. Recuerda que los esclavos calculadores son simple maquinaria orgánica, procesadores que proporcionan resultados. No cuesta nada reemplazarlos, de modo que no les adjudiques personalidades ni temperamentos. Lo único que nos interesa son las soluciones. Una ecuación carece de personalidad.

Norma prefirió evitar discusiones, pero volvió a sus aposentos para continuar a solas sus esfuerzos. Opinaba que los órdenes más esotéricos de las matemáticas sí tenían personalidad, que ciertos teoremas e integrales exigían una delicadeza y consideración que la aritmética vulgar nunca necesitaba.

Paseó hasta situarse detrás de la pizarra de cristal, con el fin de examinar el reverso de sus ecuaciones. Los símbolos parecían absurdos, pero se obligó a contemplar la cuestión desde una perspectiva diferente. Los calculadores habían finalizado el anterior conjunto de tediosos cálculos, y mientras analizaba su trabajo, el resultado la seguía dejando perpleja.

Como sabía en el fondo cuál era la respuesta, desechó el resultado de los esclavos y se colocó delante del cristal. Borró los símbolos y escribió otros, y luego se paseó entre la parte anterior y posterior de la tabla con el fin de descubrir una manera de salir de su aprieto.

Tio Holtzman arrancó a Norma de su universo teórico. Miró sorprendido.

—Estabas en trance.

—Estaba pensando —rectificó ella.

Holtzman lanzó una risita.

—¿Al otro lado de la pizarra?

—Me abría nuevas posibilidades. El hombre se frotó la barbilla.

—Nunca había visto a nadie tan concentrado como tú.

Norma encontró en su mente la solución que había desarrollado, pero no supo verbalizarla.

—Sé cuál debería ser el resultado, pero soy incapaz de reproducirlo. Los calculadores aportan respuestas diferentes a la que yo espero.

—¿Han cometido un error? —preguntó el sabio con aire irritado.

—Si es así, yo no lo he localizado. Su trabajo parece correcto. Sin embargo, presiento que es erróneo.

El científico frunció el ceño.

—Las matemáticas no existen para satisfacer deseos, Norma. Hay que seguir todos los pasos y ceñirse a las leyes del universo.

—Os referís a las leyes conocidas del universo, sabio. Yo solo deseo ampliar nuestro pensamiento, ensancharlo y replegarlo sobre sí mismo. Estoy segura de que hay maneras de solventar el problema. Rodeos intuitivos.

La expresión del sabio parecía paternalista, perpleja pero incrédula.

—Las teorías matemáticas con las que trabajamos suelen ser esotéricas y difíciles de comprender, pero siempre siguen reglas fijas.

Norma se volvió, frustrada por las dudas de Holtzman.

—Para empezar, la obediencia ciega a las reglas permitió la creación de las máquinas pensantes. Ceñirnos a las reglas puede impedirnos derrotar a nuestros enemigos. Vos mismo lo dijisteis, sabio. Hemos de buscar alternativas.

El hombre, al encontrarse con un tema que le interesaba, enlazó manos, y las largas mangas resbalaron sobre sus nudillos. —¡En efecto, Norma! He terminado mi diseño del generador de resonancia, y el prototipo no tardará en ver la luz.

Demasiado preocupada para mostrarse diplomática con él, la muchacha negó con la cabeza.

—Vuestro generador no funcionará. He estudiado a fondo vuestros primeros diseños. Creo que adolecen de un fallo fundamental.

Holtzman la miró como si le hubiera abofeteado.

—¿Perdón? He repasado todo el trabajo. Los calculadores han verificado cada paso.

La joven se encogió de hombros, distraída con su pizarra.

—No obstante, sabio, opino que vuestra idea no es viable. Los cálculos correctos no siempre son correctos, si se basan en principios imperfectos o suposiciones incorrectas. —Arrugó el entrecejo cuando reparó por fin en la expresión irritada del hombre—. ¿Por qué os enfadáis? Me dijisteis que el propósito de la ciencia es probar ideas y desecharlas si no funcionan.

—Has de demostrar tus objeciones —dijo el sabio en tono encrespado—. Haz el favor de enseñarme los diseños en donde he cometido un error.

—No se trata tanto de un error como de… —Meneó la cabeza—. Es una intuición.

—Yo no confío en la intuición —replicó Holtzman.

Decepcionada por su actitud, la muchacha respiró hondo. Zufa Cenva nunca había sido partidaria de la diplomacia, y Norma tampoco. Había crecido aislada en Rossak, y casi todos sus conocidos la habían dejado de lado, salvo Aurelius Venport.

Daba la impresión de que Holtzman no cumplía lo que predicaba, pero al fin y al cabo era un científico, y Norma creía que un propósito importante les había reunido. Su deber consistía en denunciar los errores que creía detectar. Él habría hecho lo mismo con ella.

—Aún creo que no deberíais dedicar más esfuerzos ni tiempo al generador de resonancia.

—Como los fondos son míos y puedo administrarlos como me plazca —replicó Holtzman—, continuaré haciéndolo, con la esperanza de demostrar que te equivocas.

Salió de la habitación hecho un basilisco.

Norma le llamó, en un intento de aplacar su ánimo.

—Eso espero, sabio, creedme.