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¿Por qué los humanos dedican tanto tiempo a preocuparse por lo que llaman «cuestiones morales»? Es uno de los muchos misterios de su comportamiento.

ERASMO, Reflexiones sobre los
seres biológicos sensibles

Las gemelas idénticas parecían dormidas y tranquilas, tendidas una al lado de la otra, como ángeles en un lecho mullido. Los sinuosos escáneres cerebrales conectados mediante agujeros practicados en sus cráneos apenas se veían.

Inmovilizadas mediante drogas, las niñas inconscientes yacían sobre una mesa de laboratorio de la zona experimental. El rostro pulido como un espejo de Erasmo adoptó un ceño exageradamente fruncido, como si la severidad de su expresión pudiera obligarlas a revelar sus secretos sobre la humanidad.

¡Malditos sean!

No podía comprender a aquellos seres inteligentes que habían creado a Omnius y una asombrosa civilización de máquinas pensantes. ¿Se trataba de un golpe de suerte milagroso? Cuanto más aprendía Erasmo, más preguntas se acumulaban. El éxito innegable de su caótica civilización le planteaba un verdadero enigma. Había diseccionado los cerebros de más de mil especímenes, jóvenes y viejos, machos y hembras, inteligentes y disminuidos. Había realizado análisis detallados y comparaciones, procesado datos a través de la capacidad ilimitada de Omnius.

Aun así, las respuestas no eran claras.

No había dos cerebros humanos exactamente iguales, ni siquiera cuando los sujetos se habían criado en circunstancias similares, ni que fueran gemelos. ¡Una masa confusa de variables innecesarias! Ningún aspecto de su fisiología era común a todas las personas.

¡Excepciones irritantes, por todas partes!

No obstante, Erasmo observaba pautas. Los humanos estaban plagados de diferencias y sorpresas, pero como especie, su comportamiento se ceñía a unas reglas generales. Bajo ciertas condiciones, sobre todo hacinados en espacios confinados, la gente reaccionaba con mentalidad tribal, seguían ciegamente a la masa, renunciaban a su individualidad.

A veces, los humanos eran valientes. Otras, eran cobardes. Intrigaba en especial a Erasmo ver qué sucedía cuando llevaba a cabo experimentos de pánico en los recintos, matando a unos y perdonando la vida a otros. En tales circunstancias de extrema tensión, surgían siempre líderes, gente que se comportaba con una energía interior superior a la de los demás. A Erasmo le gustaba matar a estos individuos, para luego observar el efecto devastador que causaba en el resto.

Tal vez el grupo de muestra de sujetos experimentales utilizado a lo largo de los siglos era demasiado pequeño. Quizá necesitaría viviseccionar y diseccionar decenas de miles más, antes de llegar a una conclusión significativa. Una tarea monumental, pero al ser una máquina, Erasmo no tenía limitaciones de energía o paciencia.

Tocó la mejilla de la niña mayor con una de sus sondas personales, y tomó su pulso estable. Daba la impresión de que cada gota de sangre le ocultaba secretos, como si toda la raza humana estuviera conspirando contra él. ¿Sería considerado Erasmo el idiota más grande de todos los tiempos? La sonda fibrosa se retrotrajo a las interioridades de su cuerpo, pero no sin que antes arañara intencionadamente la piel de la niña.

Cuando el robot independiente había sacado a estas gemelas idénticas de los recintos, su madre le había maldecido y llamado monstruo. Los humanos podían llegar a ser tan estrechos de miras, sin comprender la importancia de lo que estaba haciendo.

Con un escalpelo de láser autocauterizador, efectuó un corte en el cerebelo de la niña más pequeña (que medía 1,09 centímetros menos y pesaba setecientos gramos menos), y vio que la actividad cerebral de su hermana se desataba: una reacción de simpatía. Fascinante. Pero las niñas no estaban conectadas físicamente entre sí, ni tampoco mediante una máquina. ¿Sentía cada una el dolor de la otra?

Se reprendió por su falta de previsión y planificación. Tendría que haber puesto a la madre en la misma mesa.

Omnius, que habló desde un altavoz mural, interrumpió sus pensamientos.

—Tu nueva esclava ha llegado, el último regalo del titán Barbarroja. Te espera en la sala de estar.

Erasmo levantó sus manos ensangrentadas. Había esperado con impaciencia la llegada de la mujer capturada en Giedi Prime, al parecer la hija del virrey de la liga. Sus vínculos familiares sugerían una superioridad genética, y ansiaba formularle muchas preguntas acerca del gobierno de los humanos salvajes.

—¿También la vas a viviseccionar?

—Prefiero mantener las opciones abiertas.

Erasmo miró a las gemelas, una ya muerta a causa de la incisión. Una oportunidad desperdiciada.

—Analizar esclavos dóciles aporta resultados irrelevantes, Erasmo. Toda idea de rebelarse ha sido extirpada de ellos. Por consiguiente, cualquier información que infieras es de utilidad militar cuestionable.

Erasmo mojó sus manos de plástico orgánico en un disolvente, para eliminar la sangre seca. Tenía acceso a miles de años de estudios compilados de psicología humana, pero incluso con tantos datos no era posible obtener una respuesta clara. Muchos autoproclamados expertos ofrecían respuestas muy dispares.

La melliza superviviente continuaba expresando su dolor y miedo.

—No estoy de acuerdo, Omnius. El ser humano es rebelde por naturaleza. Es una característica inherente de su especie. Los esclavos nunca nos serán leales por completo, por más generaciones que hayan pasado. De confianza, obreros, da igual.

—Sobrestimas su fuerza de voluntad.

La supermente parecía muy confiada.

—Y pongo a prueba tus deducciones erróneas. —Picado por la curiosidad, seguro de sí mismo, Erasmo se plantó ante la pantalla remolineante—. Con tiempo suficiente y la incitación adecuada, podría volver contra nosotros a cualquier trabajador leal, incluso al humano de confianza más privilegiado.

Omnius le rebatió con una letanía de datos extraídos de sus bancos. La supermente estaba segura de que sus esclavos seguirían siendo dóciles, aunque tal vez había sido demasiado complaciente, incluso indulgente. Quería que el universo funcionara con eficacia, y no le gustaban las sorpresas ni las reacciones imprevisibles de los humanos de la liga.

Omnius y Erasmo discutieron con creciente acaloramiento, hasta que el robot independiente puso fin al debate.

—Los dos estamos haciendo conjeturas basadas en ideas preconcebidas. Por lo tanto, propongo un experimento para determinar la respuesta correcta. Tú eliges al azar a un grupo de individuos que parezcan leales, y yo demostraré que puedo volverlos contra las máquinas pensantes.

—¿Qué lograrás con eso?

—Demostrar que es imposible confiar hasta en los humanos más fiables. Es un defecto fundamental de su programación biológica. ¿No te parecería una información útil?

—Sí, y si tu aserción es correcta, Erasmo, nunca más podré confiar en mis esclavos. Tal resultado exigiría el exterminio de toda raza humana.

Erasmo se sintió inquieto. Tal vez había quedado atrapado en propia lógica.

—Puede que… esa no sea la única conclusión razonable.

Deseaba saber la respuesta a una pregunta retórica, pero también la temía. Como era un robot curioso, esto era mucho más que una simple apuesta con su superior. Significaba una investigación de las motivaciones más profundas y los procesos de toma de decisiones de los seres humanos.

Pero las consecuencias de descubrir las respuestas podían ser terribles. Necesitaba ganar la discusión, pero de tal forma que Omnius no cancelara sus experimentos.

—Deja que reflexione en la mecánica del experimento —sugirió Erasmo, y después salió muy contento del laboratorio para ir conocer a su nueva esclava, Serena Butler.