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¿El futuro? Lo odio, porque no viviré para verlo.

JUNO, Vidas de los titanes

Después del inesperado encuentro con la Armada de la Liga en Giedi Prime, el baqueteado Viajero onírico tardó un mes más volver a la Tierra para ser reparado. Debido a la lentitud en la navegación provocada por los daños, Seurat envió de inmediato su boya de emergencia, con el fin de transmitir a Omnius la noticia de la caída del nuevo planeta sincronizado y la pérdida del titán Barbarroja. A estas alturas, la supermente ya debía de estar enterada de ocurrido.

El capitán robot hizo lo posible por reparar o derivar los sistemas dañados y aislar secciones para proteger a su frágil copiloto humano. Al general Agamenón no le gustaría que su hijo biológico sufriera el menor percance. Además, Seurat había desarrollado cierto afecto por Vorian Atreides…

Vor insistió en ponerse un traje aislante y salir de la nave para examinar el casco. Seurat le aseguró con dos cables, mientras tres robots de inspección le acompañaban. Cuando el joven vio la herida ennegrecida provocada por los disparos de los humanos, se sintió avergonzado una vez más. Concentrado en entregar las vitales actualizaciones de Omnius, Seurat no había lanzado ninguna agresión contra los hrethgir, pero estos le habían atacado. Los humanos salvajes carecían de honor.

Agamenón y su amigo Barbarroja habían entregado la indisciplinada población de Giedi Prime al dominio de Omnius, pero los hrethgir habían desdeñado la civilización superior de los Planetas Sincronizados, convirtiendo de paso a Barbarroja en un mártir. Su padre estaría muy afectado por la pérdida de un amigo tan íntimo, uno de los últimos titanes supervivientes.

El propio Vor habría podido morir, su blanda y frágil forma humana destruida sin haber gozado de la oportunidad de convertirse en un neocimek. Un solo disparo de la Armada habría podido acabar con todas las posibilidades de Vor, con su futuro trabajo. No podía actualizarse o cargar recuerdos y experiencias, al contrario que las máquinas. Habría desaparecido, al igual que el Omnius de Giedi Prime. Al igual que los otros doce hijos de Agamenón. La idea le estremeció.

Durante su viaje de regreso, Seurat intentó animar a Vor con chistes ridículos, como si no hubiera pasado nada. El robot alabó a su compañero por su rapidez de pensamiento y las innovaciones tácticas que habían permitido burlar al comandante de los hrethgir. La treta de Vor, fingiendo ser un humano rebelde que había capturado una nave de las máquinas pensantes (¡qué astucia!), les había concedido unos segundos preciosos, y las proyecciones falsas les habían permitido escapar. Tal vez la enseñarían en las escuelas de humanos de confianza de la Tierra.

No obstante, Vor estaba preocupado por lo que diría su padre. La aprobación del gran Agamenón era indispensable.

Cuando el Viajero onírico aterrizó en el espaciopuerto central de Tierra, Vorian bajó corriendo la rampa, con los ojos encendidos la expresión anhelante, pero luego se quedó decepcionado al no ver ni rastro del general cimek.

Vor tragó saliva. A menos que le ocuparan asuntos importantes, su padre siempre iba a recibirle. Eran escasos los momentos que pasaban juntos, cuando podían intercambiar ideas, hablar de planes y sueños.

Cuadrillas de mantenimiento y máquinas de reparaciones se acercaron a inspeccionar la nave dañada. Una de las máquinas le habló.

—Vorian Atreides, Agamenón ordena que te reúnas con él en la instalación de acondicionamiento. Preséntate allí de inmediato.

El joven sonrió. Dejó que el robot volviera a su trabajo y se alejó a buen paso. Cuando ya no pudo contenerse más, empezó a correr.

Aunque intentaba hacer ejercicio durante los largos trayectos con Seurat, los músculos biológicos de Vor eran más débiles que los una máquina, y no tardó en cansarse. Otro recordatorio de su mortalidad, de su fragilidad, y de la inferioridad de la biología natural. Solo aumentó su deseo de llevar algún día un cuerpo de neocimek y descartar su forma humana imperfecta.

Vor entró en la cámara de cromo y plaz donde pulían y recargaban con electrolíquidos el contenedor cerebral de su padre. En cuanto el joven entró en la estancia fría y bien iluminada, dos guardias robot se situaron detrás de él para impedirle salir. En el centro de la habitación se erguía la forma colosal utilizada por Agamenón en este momento. El gigante avanzó dos pasos, y el suelo se estremeció bajo sus pies. Tenía tres veces la estatura de Vor.

—Te estaba esperando, hijo mío. Todo está preparado. ¿Por qué te has retrasado?

Vor, intimidado, alzó la vista hacia el contenedor.

—He venido corriendo, padre. Mi nave aterrizó hace tan solo a hora.

—Tengo entendido que el Viajero onírico sufrió daños en Giedi Prime, atacado por los rebeldes humanos que asesinaron a Barbarroja y reconquistaron el planeta.

—Sí, señor. —Vor sabía que no debía perder el tiempo con detalles innecesarios. El general ya habría recibido un informe completo—. Contestaré a todas las preguntas que me hagas, padre.

—Yo no hago preguntas, solo doy órdenes.

En lugar de indicar a su hijo que empezara a limpiar y sacar brillo a sus componentes, Agamenón levantó una mano enguantada, agarró a Vorian por el pecho y le empujó contra una mesa vertical.

Vor chocó contra la superficie y sintió una oleada de dolor. Su padre era tan fuerte que podía romper huesos o partir la columna vertebral sin querer.

—¿Qué pasa, padre? ¿Qué…?

Agamenón le inmovilizó las muñecas, la cintura y los tobillos. Vor, indefenso, torció la cabeza para ver qué hacia su padre, y reparó en los complicados instrumentos que había reunido en la cámara. Observó, nervioso, cilindros huecos llenos de líquidos azulados, bombeadores neuromecánicos y máquinas ruidosas que agitaban sensores en el aire.

—Por favor, padre. —Los peores temores de Vor cruzaron por su mente, aumentando sus dudas y terrores—. ¿Qué he hecho?

Agamenón, sin mostrar la menor expresión en su torreta, extendió una serie de agujas hacia el cuerpo tembloroso de su hijo. Las puntas perforaron su pecho, se abrieron paso entre las costillas, encontraron por fin los pulmones y el corazón. Dos agujas plateadas se clavaron en su garganta. Brotó sangre por todas partes. Los tendones del cuello de Vor se hincharon cuando apretó la mandíbula y los labios para reprimir un chillido.

Pero el chillido surgió igualmente.

El cimek manipuló la maquinaria conectada con el cuerpo de Vor, y aumentó el dolor hasta niveles inimaginables. Convencido de que había fallado en algo, Vor llegó a la conclusión de que había llegado el momento de su muerte, como los doce hermanos desconocidos que le habían precedido. Por lo visto, no había estado a la altura de las expectativas de Agamenón.

El dolor era insufrible. Su grito se convirtió en un aullido prolongado, mientras líquidos de color ácido eran bombeados en su cuerpo. Al cabo de poco, sus cuerdas vocales se rindieron, y el grito solo continuó en su mente…, aunque grito era. Ya no podía aguantar más. Era incapaz de imaginar la tortura que su cuerpo había padecido ya.

Cuando todo acabó y Vor volvió en sí, no supo cuánto tiempo había permanecido inconsciente, tal vez incluso a las puertas de la muerte. Sentía el cuerpo como si lo hubieran convertido en una bola, para luego estirarlo hasta adoptar forma humana.

La figura gigantesca de Agamenón se cernía sobre él. Una galaxia de fibras ópticas brillaba en su cuerpo. Aunque los restos del dolor todavía resonaban en su cráneo, Vor se negó a gritar. Al fin y al cabo, su padre le había conservado con vida, por el motivo que fuera. Escudriñó el implacable rostro metálico del titán, y confió en que su padre no le hubiera revivido para infligirle una agonía todavía peor.

¿Qué he hecho?

Sin embargo, el cimek no deseaba matarle.

—Estoy complacido sobremanera por tu comportamiento a bordo del Viajero onírico, Vorian. He analizado el informe de Seurat y llegado a la conclusión de que tu proeza táctica, empleada para escapar de la Armada de la Liga, fue innovadora e inesperada.

Vorian no entendía adónde quería llegar su padre. Sus palabras no parecían tener relación con las torturas que el general le había infligido.

—Ninguna máquina pensante habría considerado semejante argucia. Dudo que otro humano de confianza hubiera sido capaz de pensar con tal rapidez. De hecho, el resumen de Omnius concluye que cualquier otra reacción habría resultado en la captura o destrucción del Viajero onírico. Seurat nunca habría sido capaz de sobrevivir por sus propios medios. No solo salvaste la nave, sino las actualizaciones de Omnius, y las devolviste intactas. —Agamenón hizo una pausa—. Sí, estoy complacido sobremanera, hijo mío. Algún día, serás un gran cimek.

La garganta de Vor tembló cuando intentó articular palabras. Le habían quitado las agujas, y Agamenón le liberó ahora de las correas que le sujetaban a la superficie de la mesa. Los músculos atormentados de Vorian no pudieron sostenerle, y se desplomó como un saco, hasta caer de rodillas en el suelo.

—Entonces —preguntó con voz estrangulada—, ¿por qué me has torturado? ¿Por qué me has castigado?

Agamenón imitó una carcajada.

—Cuando quiera castigarte, hijo mío, ya te enterarás. Ha sido una recompensa. Omnius me concedió permiso para hacerte este singular regalo. De hecho, ningún humano en todos los Planetas Sincronizados ha recibido tal honor.

—Pero ¿qué dices, padre? Haz el favor de explicarte. Mi mente aún está confusa.

Su voz era vacilante.

—¿Qué son unos breves momentos de dolor, comparados con el don que has recibido? —El coloso paseó de un lado a otro, y las paredes se estremecieron—. Por desgracia, no logré convencer a Omnius de que te convirtiera en neocimek (eres demasiado joven), pero estoy seguro de que el momento llegará. Yo quería que sirvieras a mi lado, no como simple humano de confianza, sino como mi sucesor. —Sus fibras ópticas brillaron con mayor intensidad—. En cambio, he hecho lo que he podido por ti.

El general cimek explicó que había sometido a Vorian a un intenso tratamiento biotécnico, un sistema de sustitución celular que prolongaría radicalmente su vida humana.

—Especialistas geriátricos desarrollaron la técnica en el Imperio Antiguo…, aunque ignoro con qué propósito. Esos zoquetes no hicieron nada productivo durante su lapso de vida normal, de modo que ¿para qué querían vivir durante siglos y lograr todavía menos cosas? Mediante proteínas nuevas, rechazo de radicales libres y mecanismos de regeneración celular más eficaces, prolongaron sus inútiles existencias. Casi todos ellos resultaron muertos durante las rebeliones que consolidaron el control de nosotros, los titanes.

Agamenón giró en la articulación de su torso.

—Cuando aún teníamos cuerpo humano, al principio de nuestro dominio, los Veinte Titanes nos sometimos a prolongación de vida biotécnica, al igual que tú, de manera que conozco muy bien el dolor que has soportado. Necesitábamos vivir siglos, porque nos era imprescindible ese tiempo para imponer un liderazgo competente al Imperio Antiguo. Incluso después de transformarnos en cimeks, el procedimiento contribuyó a impedir que nuestros cerebros biológicos degeneraran, debido a su avanzada edad.

Su cuerpo mecánico se acercó.

—Este proceso de alargar la vida es nuestro pequeño secreto, Vorian. La Liga de Nobles enloquecería si supiera que poseemos dicha tecnología. —Agamenón emitió una especie de suspiro—. Pero ten cuidado, hijo mío: ni siquiera esta técnica puede protegerte de accidentes o intentos de asesinato. Como acaba de descubrir Barbarroja, por desgracia.

Vor logró ponerse en pie al fin. Localizó un dispensador de agua, bebió una jarra del frío líquido y notó que su corazón se calmaba.

—Te aguardan acontecimientos asombrosos, hijo mío. Tu vida ya no es una vela expuesta al viento. Tienes tiempo para experimentar muchas cosas, cosas importantes.

El colosal cimek se acercó a un arnés y utilizó una complicada red de manos artificiales y abrazaderas que sobresalían de la pared metálica para conectar los mentrodos de su contenedor cerebral. Brazos flexibles extrajeron el cilindro del núcleo corporal y lo depositaron sobre un pedestal de cromo.

—Ahora, estás un poco más cerca de alcanzar tus objetivos, Vorian —dijo Agamenón por un altavoz mural, desgajado del cuerpo móvil.

Aunque débil y dolorido, Vorian sabía lo que su padre esperaba de él ahora. Corrió a los aparatos de acondicionamiento y conectó con manos temblorosas los cables eléctricos a los enchufes magnéticos del contenedor cerebral. El electrolíquido azulino parecía lleno de energía mental.

Con la intención de recuperar cierta sensación de normalidad, pese a la incredulidad producida por lo que acababa de sucederle, Vor se dedicó a cuidar de los sistemas mecánicos de su padre. El joven contempló con ternura la masa arrugada de cerebro, la anciana mente tan llena de ideas profundas y decisiones difíciles, como expresaban las detalladas memorias del general. Cada vez que las leía, Vor esperaba comprender mejor a su complicado padre.

Se preguntó si Agamenón le había mantenido en la inopia para gastarle una broma cruel, o para poner a prueba su fortaleza de carácter. Vor siempre aceptaría lo que ordenara el general, nunca intentaría huir. Ahora que la agonía había terminado, confió en haber superado la prueba a que le había sometido su padre.

Mientras Vor continuaba su tarea, el general Agamenón habló en un susurro.

—Estás muy callado, hijo mío. ¿Qué opinas del gran don que has recibido?

El joven se detuvo un momento, sin saber qué responder. Agamenón solía ser impulsivo, difícil de comprender, pero muy pocas veces actuaba sin tener un propósito definido en mente. Vor solo aspiraba a comprender la idea global, el gran tapiz.

—Gracias, padre —dijo al fin—, por concederme más tiempo para lograr todo cuanto deseas que haga.