No creo que exista eso que llaman una «causa perdida». Tan solo gente que carece de seguidores fanáticos.
SERENA BUTLER, discurso en el Parlamento de la liga
Pese al informe optimista del magno Sumi, la estación transmisora secundaria de Giedi Prime estaba muy lejos de su conclusión.
Cuando el comando de Serena aterrizó en la isla rocosa azotaba por los vientos del mar del norte, dedicaron todo un día a transportar sus pertrechos y equipo hasta la orilla, abrir los barracones y volver a poner en funcionamiento los generadores. Las torres parabólicas se erguían como esqueletos incrustados de escarcha, pero ninguno de los sistemas funcionaba.
En cuanto Brigit Paterson se hizo una idea de la magnitud de su tarea, se volvió hacia Serena con el ceño fruncido.
—Lo más que puedo decir es que no será imposible llevar a cabo el trabajo. —Encogió sus anchos hombros—. El armazón y la construcción están terminados, pero la mayoría de componentes aún no se han conectado. Las subestaciones no están conectadas, y los cables ni siquiera llegan a las vigas maestras más elevadas.
Indicó las rejas que gemían en la brisa.
Serena no sintió envidia del voluntario que treparía para concluir las conexiones vitales.
—No sabemos con exactitud cuándo llegará Xavier con la Armada para rescatarnos, pero si no habéis terminado cuando se presenten sus naves, no vale la pena tomarse la molestia. Le decepcionaremos, tanto como a la gente de Giedi Prime.
Brigit convocó a sus ingenieros para una reunión de urgencia.
—Hemos traído suficientes estimulantes. Podemos trabajar día y noche, siempre que montemos focos para iluminar las plataformas.
—Hacedlo —dijo Serena—, y pedid nuestra ayuda siempre que sea necesario. El comandante Wibsen anhela unos días de descanso, pero le echaremos a patadas de su camastro, si es preciso, para que colabore.
Brigit le dedicó una sonrisa irónica.
—Me gustaría verlo.
Trabajaron durante toda la semana posterior sin que nadie les molestara. Las máquinas pensantes desconocían su presencia, y lo que estaban haciendo. Sin sufrir más que unas leves contusiones, el equipo finalizó la parte más peligrosa del trabajo. Brigit Paterson anunció que las fases restantes serían las que consumirían más tiempo.
—Hemos de examinar componente tras componente, y fortalecer los circuitos. Debido a su propia naturaleza, estas torres transmisoras generan un campo que neutraliza los circuitos gelificados. Hemos de asegurarnos de que el sistema resistirá más de cinco minutos después de activarlo.
Serena se mordió el labio y asintió.
—Eso sería estupendo.
—Y si los experimentos revelan nuestra presencia —continuó Brigit—, alguna máquina pensante podría adivinar lo que estamos tramando. Es un proceso delicado.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Ort Wibsen, impaciente.
—Una semana, con suerte. —Brigit frunció el ceño—. Diez días si algo falla y hay que arreglar piezas.
—Ocho días es lo mínimo que tardará la Armada en llegar —dijo Serena—. Suponiendo que Xavier organizara la fuerza atacante y despegara dos días después de recibir mi mensaje.
—La liga es incapaz de eso —gruñó Wibsen—. Convocarán reunión tras reunión, interrumpidas por dilatados banquetes, y luego celebrarán más reuniones.
Serena suspiró.
—Espero que Xavier pueda acelerar los trámites.
—Sí —dijo Wibsen—, y yo espero que los robots se vayan de Giedi Prime voluntariamente…, pero no lo creo posible.
—Mantén ocupados a tus ingenieros —dijo Serena a Brigit Paterson, sin hacer caso del pesimismo del veterano—. El comandante Wibsen y yo subiremos al forzador de bloqueos. Atravesaremos la red sensora sin ser localizados y trataremos de reunirnos con la Armada. Xavier ha de estar enterado del plan, para aprovechar nuestro trabajo. Les facilitaremos un calendario y coordinaremos el ataque.
Wibsen tosió, y luego frunció el ceño.
—Será mejor que nos llevemos también a Pinquer Jibb, por si necesito un copiloto.
Jibb paseó la vista entre Serena y el veterano, vacilante.
—Creo que el comandante en jefe debería quedarse aquí. El veterano escupió en la tierra helada.
—Ni por asomo. La posibilidad de que necesite ayuda es muy remota.
—Como queráis —contestó Serena, al tiempo que disimulaba una sonrisa—. Brigit, ¿detectaréis la llegada de la Armada cuando penetre en el sistema?
—Estamos controlando la red de comunicaciones de las máquinas pensantes. Imagino que cuando las naves de la Armada se acerquen, los robots se pondrán muy nerviosos. Sí, lo sabremos.
El forzador de bloqueos volvió a surcar las profundidades del mar del norte.
—Cuando empezamos la misión —dijo Wibsen en tono filosófico—, pensé que estabas loca, Serena Butler.
—¿Por intentar ayudar a esta gente? La joven enarcó las cejas.
—No. Pensé que estabas loca por concederme otra oportunidad.
Según los planos que se habían procurado, Ort Wibsen había identificado puntos débiles en la red sensora de los robots, cuando habían atravesado por primera vez la atmósfera. Una vez emergieran del mar a unos cuarenta grados de latitud norte, podrían volver a repetir la jugada con probabilidades razonables de no ser detectados. Las pautas de observación destellaban de manera irregular, como focos invisibles en el cielo.
—Permaneceremos en silencio —dijo el veterano. Tosió una vez más y se dio unos golpecitos en el inyector del pecho, como si fuera un insecto molesto—. Esperaremos hasta asegurarme de que conozco su rutina.
—Si algo podemos afirmar de las máquinas pensantes —dijo Pinquer Jibb, vacilante— es que son predecibles. Pero los cimeks no.
Cuando aún no había transcurrido una hora, varias naves robot se lanzaron sobre el forzador de bloqueos semisumergido. Wibsen maldijo, y luego escupió sangre.
—¡Once! —exclamó Pinquer Jibb, que miraba la pantalla—. ¿Cómo nos han localizado?
—¿Cómo es posible que no los vieras? —replicó Wibsen.
—¡Surgieron del agua, como nosotros!
Serena examinó la pantalla y vio que las naves se precipitaban hacia ellos. Activó las armas de estribor y disparó contra los atacantes. Alcanzó a uno pero erró los demás. No era una experta en armamento. De haber sospechado que tendrían que abrirse paso por la fuerza, nunca habrían aceptado el reto de infiltrarse en Giedi Prime.
—¡Jibb, toma los controles y prepárate para el despegue! —Wibsen salió disparado de la cabina—. Venderemos cara nuestra piel. —Agitó un dedo en dirección al copiloto—. Cuando me marche, espera tu oportunidad…, y no vaciles.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Serena. El veterano, en lugar de contestar, se zambulló en el interior del único salvavidas.
—¿Qué hace? —preguntó Jibb.
—Ahora no hay tiempo para conducirle ante un consejo de guerra.
Serena no podía creer que el veterano les abandonara a su suerte.
Wibsen cerró la escotilla del módulo, y luces verdes se encendieron a su alrededor, indicando que estaba preparado para despegar.
Serena disparó de nuevo con las armas de estribor, las únicas apuntadas en dirección a las máquinas pensantes que se acercaban. Alcanzó otra nave, pero los cimeks y robots dispararon al unísono contra el forzador de bloqueos, destrozando las cañoneras. Serena miró abatida los sistemas de control. Se habían apagado.
Precedido de una gran explosión, el salvavidas de Wibsen salió despedido como una bala de cañón, rozando apenas la superficie.
—No te duermas en los controles. ¡Preparado! —dijo el veterano por la frecuencia de SOS.
Pinquer Jibb dio más potencia a los motores para iniciar el ascenso. La nave dibujó un surco en el agua.
Wibsen dirigió el módulo hacia los atacantes. Pensado para transportar a un solo superviviente de una explosión catastrófica, el salvavidas contaba con un casco resistente. Cuando se estrelló contra el enemigo más próximo, lo atravesó de un extremo a otro y colisionó con el que le precedía. El salvavidas se detuvo entre los restos de ambas naves.
—¡Adelante! —gritó Serena a Jibb—. ¡Despega!
El forzador de bloqueos se elevó hacia el cielo. Mientras subían, Serena miró la pantalla enfocada al agua.
Vio que la escotilla del salvavidas se abría. Wibsen salió renqueando, pero desafiante, rodeado de humo y vapor. Tres airados cimeks se abalanzaron sobre él.
El veterano introdujo una mano en el bolsillo y arrojó una esfera gris contra la nave cimek más cercana. La onda expansiva de la explosión repelió al enemigo, y envió a Wibsen al interior del salvavidas. Sujetó con mano temblorosa un rifle de cartuchos pulsátiles, con el que disparó una y otra vez, pero tres cimeks blindados se precipitaron hacia él desde sus naves. Serena vio horrorizada que las garras mecánicas articuladas descuartizaban al veterano.
—¡Cuidado! —gritó Pinquer Jibb, demasiado tarde.
Serena vio que naves robóticas apuntaban sus armas pesadas contra el forzador de bloqueos.
—No puedo…
El impacto proyectó a Serena contra la pared del fondo. Las explosiones destrozaron los motores de la nave, que se precipitó hacia el océano, sin que Jibb pudiera hacer nada. El forzador de bloqueos se hundió en las olas como un trineo descontrolado, levantando una columna de espuma blanca. El agua empezó a filtrarse por las grietas del casco.
Serena corrió hacia el armario de las armas y cogió un rifle pulsátil. Se colgó el arma al hombro, aunque nunca había utilizado uno, dispuesta a defenderse. Pinquer Jibb agarró otra arma.
Los cimeks penetraron en la nave, con ruidos metálicos similares a torpedos que impactaran. Se abrieron paso a través del casco hasta llegar al compartimiento central, como aves que intentaran apoderarse de la carne de un molusco.
Jibb abrió fuego cuando los primeros brazos plateados aparecieron por las grietas de la pared. Un rayo dañó el brazo de un cimek, pero rebotó en el interior y abrió la brecha todavía más.
Otro cimek entró por la escotilla superior. Serena disparó, y tuvo la suerte de alcanzar el contenedor cerebral. Un cimek más grande apareció detrás y utilizó el cuerpo de su compañero caído para protegerse de los disparos de Serena.
Cerca de Pinquer Jibb, un cimek con forma de escarabajo negro continuaba horadando el casco agrietado. El copiloto se volvió y trató de disparar una vez más, pero el cimek proyectó un largo brazo puntiagudo. Jibb dejó caer su arma cuando el brazo atravesó su pecho como una espada. La pechera de su uniforme se tiñó de sangre.
El extremo del brazo se metamorfoseó en dedos similares a garras, que arrancaron el corazón de su víctima y lo alzaron como si fuera un trofeo.
El cimek más grande arrojó el cuerpo inutilizado de su compañero contra Serena, la cual quedó atrapada contra la cubierta, incapaz de moverse.
El cimek en forma de escarabajo, de cuya extremidad todavía goteaba sangre, avanzó hacia Serena. Alzó dos patas puntiagudas sobre el cuerpo de la joven, pero el cimek más grande le ordenó que se detuviera.
—No les mates a los dos, de lo contrario no podremos ofrecerle nada a Erasmo. Pidió un resistente de Giedi Prime. Este nos irá de perlas.
Al oír sus palabras, Serena se quedó horrorizada. Su tono ominoso la llevó a pensar que la muerte sería preferible a lo que pudiera aguardarle. Sangraba por las heridas del brazo, las costillas y la pierna izquierda.
El asesino de Jibb le arrebató el rifle, mientras el cimek de mayor tamaño arrojaba fuera el cadáver. Extendió un brazo y la aferró con un puño metálico flexible. El titán la levantó de la cubierta, y luego acercó el rostro de la cautiva a sus fibras ópticas.
—Ah, encantadora. Incluso después de mil años, aún reconozco la belleza. Si volviera a ser humano, te demostraría mi admiración sin límites. —Sus sensores proyectaron un brillo cruel—. Soy Barbarroja. Es una pena que tenga que enviarte a la Tierra, con Erasmo. Por tu bien, espero que te encuentre interesante.
Extremidades plateadas la aprisionaron en su garra, como si fuera una gigantesca jaula. Serena se debatió, pero no podía huir. Había oído hablar de Barbarroja, uno de los titanes que habían derrocado el Imperio Antiguo. Más que nada, lamentaba no haber podido matarle, aunque hubiera debido sacrificar su vida.
—Una de las naves de Omnius parte mañana en dirección a la Tierra. Me encargaré de que te conduzcan a bordo —dijo Barbarroja—. ¿No te lo había dicho? Erasmo tiene laboratorios donde hace… cosas… muy interesantes.