La mente gobierna el universo. Hemos de asegurarnos de que sea la mente humana, en lugar de la versión de las máquinas.
PRIMERO FAYKAN BUTLER, Memorias de la Yihad
Zufa Cenva eligió a su alumna más brillante para convertirla en la primera arma de Rossak dirigida contra los cimeks de Giedi Prime. La hechicera Heoma, enérgica y devota, parecía más que dispuesta a responder a la llamada.
Zufa coordinaba la operación con la Armada de la Liga. La jefa de las hechiceras se mordió el labio inferior y parpadeó para reprimir las lágrimas de orgullo que acudían a sus ojos.
La inesperada e imprudente incursión de Serena Butler proporcionó el ímpetu necesario para que la Armada decidiera pasar a la ofensiva. Entre las discusiones y el ruido de sables, Xavier Harkonnen había trazado un plan bien organizado para el ataque. Después, había convencido a su comandante en jefe de que le permitiera dirigir el ataque. En el cielo de Rossak, la flota de naves de guerra ballesta y destructores jabalina estaba preparada para zarpar de las estaciones orbitales.
El desquite inicial contra los invasores debía constituir una victoria radical y absoluta, mucho más que una escaramuza aislada. Cada planeta influía en los demás, como los eslabones de una cadena. El tercero Harkonnen estaría al mando de un grupo de combate, pertrechado con los nuevos descodificadores portátiles de Tio Holtzman, que dejarían fuera de combate a las instalaciones robóticas.
No obstante, una hechicera debería hacerse cargo de los cimeks, porque sus cerebros humanos eran inmunes a las ondas descodificadoras. Heoma había aceptado su cometido sin la menor vacilación.
Era una joven delgada de veintitrés años, pelo blanco, ojos almendrados y facciones ordinarias que desmentían la energía de su poderosa mente. Para Zufa, no solo contaban sus poderes mentales. Quería a Heoma como a una hija. Heoma era la mayor de cinco hermanas. Tres más ya habían ingresado en la orden.
Zufa apoyó las manos sobre los hombros de su protegida.
—Sabes lo mucho que depende de esta misión. Sé que no me decepcionarás, ni a mí ni a la humanidad.
—Estaré a la altura de tus expectativas —prometió Heoma—. Tal vez incluso más.
El corazón de Zufa se hinchió de orgullo. Cuando Heoma subió a la lanzadera, la hechicera dijo:
—No estarás sola. Todas volaremos a lomos de tus alas.
Durante los últimos preparativos, Zufa había hablado a los hombres más fuertes de Rossak con palabras graves y expresión dura, les había reprendido por su incapacidad de jugar un papel decisivo en el combate crucial. El que carecieran de poderes telepáticos no impedía que pudieran participar de otras maneras. El ataque contra Giedi Prime también necesitaba de su ayuda. La escultural hechicera había convencido a seis de ellos de que acompañaran a Heoma como guardaespaldas.
Los hombres de Rossak se llevaron su reserva particular de estimulantes y sedantes, que Aurelius Venport les había facilitado. Habían aprendido a manejar todo tipo de armas y las técnicas de la lucha cuerpo a cuerpo. Cuando llegara el momento, se convertirían en guerreros fanáticos, que irían al combate indiferentes a su supervivencia, sin otro objetivo que acercar la hechicera a los cimeks. Venport había preparado las drogas con sumo cuidado, e inventado un combinado que permitiría a los hombres superar horrores sin cuento.
Mientras veía la lanzadera ascender hacia las jabalinas y ballestas que aguardaban, las ideas se agolparon en la mente de Zufa, transida de remordimientos e impaciencia. Intentó contener sus sentimientos tras una muralla de confianza y fidelidad a su misión.
Aurelius Venport se detuvo en silencio a su lado, como si no supiera qué decir. El hombre era lo bastante sensible para percibir la tristeza de Zufa al ver partir a su alumna favorita.
—Todo saldrá bien.
—No. Pero ella triunfará.
La mirada comprensiva de Venport dio a entender que no se dejaba engañar por el comportamiento desdeñoso de la hechicera.
—Sé que habrías deseado ser tú la primera arma, querida mía. Heoma posee mucho talento, pero tú eres la mejor de todas. Recuerda que aún te estás recuperando del aborto, y que tu debilidad podría dar al traste con la misión.
—Y me ata la responsabilidad de preparar a las demás. —Zufa vio que la lanzadera desaparecía entre las nubes—. Solo me resta la alternativa de quedarme y hacer lo que pueda.
—Es curioso. Yo estaba pensando lo mismo acerca de mi trabajo.
Cuando recordó a los torpes guardaespaldas, la hechicera estudió a su pareja con indisimulado desprecio. Sus ojos aristocráticos eran incisivos, libres de drogas corruptoras, pero su actitud independiente la irritaba.
—¿Por qué no te ofreciste como voluntario para la operación, Aurelius? ¿O eres demasiado egoísta para ello?
—A mi manera, soy un patriota. —Venport la miró con una sonrisa irónica—. Pero no espero que tú lo comprendas.
La hechicera se quedó sin respuestas, y los dos continuaron observando el cielo, mucho después de que la lanzadera hubiera llegado a la estación orbital.