La lógica es ciega, y con frecuencia solo conoce su propio pasado.
Archivos de Genética de la filosofía,
recopilados por las hechiceras de Rossak
A las máquinas pensantes no les importaba en exceso la estética, pero la nave de actualizaciones de Omnius era, por un accidente de diseño, un vehículo esbelto negro y plateado, empequeñecido por la inmensidad del cosmos durante su trayecto entre los Planetas Sincronizados. Una vez cumplida su misión, el Viajero onírico regresaba a la Tierra.
Vorian Atreides se consideraba afortunado por ser el responsable de una tarea tan vital. Nacido de una esclava fecundada con el esperma conservado de Agamenón, el linaje de Vorian se remontaba a una época muy anterior a la Era de los Titanes, hasta la casa de Atreus en la antigua Grecia y otro Agamenón famoso. Debido a la importancia de su padre, Vorian, de veintidós años, había sido criado y educado en la Tierra por las máquinas pensantes. Era uno de los humanos privilegiados de confianza al servicio de Omnius, y podía moverse con absoluta libertad.
Había leído todas las historias de su glorioso linaje en las extensas memorias que su padre había escrito para documentar sus triunfos. Vor consideraba la gran obra del general como algo más que un monumento literario, algo cercano a un documento histórico sagrado.
Justo delante de la terminal de trabajo de Vor, el capitán del Viajero onírico, un robot autónomo, inspeccionaba los instrumentos sin la menor posibilidad de incurrir en ningún error. La piel de metal cobrizo de Seurat cubría un cuerpo en forma humana compuesto de riostras polimerizadas, soportes de aleación, procesadores de circuitos gelificados y musculatura de tejido elástico.
Mientras Seurat estudiaba los instrumentos, conectaba de vez en cuando los lectores de largo alcance de la nave o miraba por la portilla con sus fibras ópticas. El robot continuaba realizando sus múltiples tareas mientras conversaba con su servil copiloto humano. Seurat tenía una desgraciada propensión a los chistes malos.
—Vorian, ¿qué se obtiene del cruce de un cerdo con un humano?
—No sé.
—¡Un ser que, aun así, come mucho, apesta y no trabaja nada!
Vorian dedicó al capitán una risita educada. Casi siempre, los chistes de Seurat demostraban que el robot no comprendía a los humanos. Pero si Vor no reía, Seurat contaba otro chiste, y otro más, hasta obtener la reacción adecuada.
—¿No tienes miedo de cometer un error al contar chistes mientras vigilas nuestros sistemas de navegación?
—Yo no cometo errores —dijo Seurat con su voz mecánica. El reto alentó a Vor.
—Ah, pero ¿qué pasaría si yo saboteara una de las funciones vitales de la nave? Somos los únicos seres que viajamos a bordo, y al fin y al cabo, soy un humano falaz, tu enemigo mortal. Te estaría bien merecido por esos chistes espantosos.
—Esperaría eso de un esclavo apestoso o un artesano, pero tú nunca harías eso, Vorian. Tienes demasiado que perder. —Seurat volvió su cabeza con un ágil movimiento, todavía menos atento a los controles del Viajero onírico—. Y aunque lo hicieras, lo descubriría.
—No me subestimes, Mentemetálica. Mi padre me enseñó que los humanos, pese a nuestras múltiples debilidades, nos guardamos en la manga el as de ser impredecibles. —Vor, sonriente, se acercó al capitán y estudió las pantallas métricas—. ¿Por qué crees que Omnius me pide que altere sus minuciosos simulacros cada vez que planea un ataque contra los hrethgir?
—Tu carácter caótico es el único motivo de que puedas ganarme en cualquier juego de estrategia —dijo Seurat—. No tiene nada que ver con tus habilidades innatas.
—Un ganador posee más habilidades que un perdedor —contestó Vor—, con independencia de cómo definas la competición.
La nave de actualizaciones seguía una ruta continua y regular entre los Planetas Sincronizados. El Viajero onírico, una de quince naves idénticas, transportaba copias de la versión actual de Omnius con el fin de sincronizar las diferentes supermentes electrónicas de planetas separados por enormes distancias.
Las limitaciones de los circuitos y la velocidad de transmisión electrónica restringía el tamaño de cualquier máquina. Por consiguiente, la misma supermente informática no podía expandirse más allá de un planeta. Sin embargo, existían copias de Omnius en todas partes, como clones mentales. Gracias a las actualizaciones regulares que suministraban naves como el Viajero onírico, todas las distintas encarnaciones de Omnius eran prácticamente idénticas en toda la autarquía de las máquinas.
Después de muchos viajes, Vor sabía pilotar la nave y tenía acceso a todos los bancos de datos, pues utilizaba los códigos de Seurat. Con los años, el capitán robot y él habían trabado una amistad que mucha gente no podía comprender. Debido a la gran cantidad de tiempo que compartían en las profundidades del espacio (hablando de muchos temas, practicando juegos de habilidad, contando cuentos), salvaban el abismo entre máquina y hombre.
A veces, para divertirse, Vor y Seurat intercambiaban papeles. Vor fingía ser capitán de la nave, mientras Seurat pasaba a ser su subordinado, como en los tiempos del Imperio Antiguo. En una de estas ocasiones, Vor había bautizado a la nave con su nombre actual, una necedad poética que Seurat no solo toleraba, sino que conservaba.
Por ser una máquina consciente, Seurat recibía con regularidad nuevas instrucciones y transferencias de memoria de Omnius, pero como pasaba mucho tiempo desconectado cuando viajaba entre las estrellas, había desarrollado su propia personalidad e independencia. En opinión de Vor, Seurat era la mejor mente mecánica que conocía, aunque el robot podía ser irritante a veces. Sobre todo por culpa de su peculiar sentido del humor.
Vor enlazó las manos e hizo crujir los nudillos. Suspiró satisfecho.
—Relajarse es estupendo. Lástima que tú no puedas hacerlo.
—No necesito relajarme.
Vorian no admitía que él también consideraba su cuerpo orgánico inferior en muchos sentidos, frágil y proclive a los dolores, dolencias y heridas que cualquier máquina podía solucionar con facilidad. Confiaba en que su forma física aguantara hasta ser convertido en neocimek, todos los cuales habían sido humanos de confianza, como él. Un día, Omnius concedería el permiso a Agamenón, si Vor se esforzaba por servir a la supermente.
El Viajero onírico llevaba viajando mucho tiempo, y el joven estaba contento de volver a casa. Pronto vería a su importante padre.
Mientras el Viajero onírico volaba entre las estrellas, Seurat sugirió una competición amistosa. Los dos se sentaron a una mesa y se enfrascaron en una de sus diversiones habituales, un juego privado que habían desarrollado gracias a la práctica frecuente. La estrategia se centraba en una batalla espacial imaginaria entre dos razas diferentes (los vorians y los seurats), cada una provista de una flota con capacidades y limitaciones precisas. Pese a que el capitán robot contaba con una memoria mecánica perfecta, Vor era un buen contrincante, pues siempre imaginaba tácticas creativas que sorprendían a su rival.
Mientras colocaban naves de guerra en los diferentes sectores del campo de batalla imaginario, Seurat recitó una innumerable sucesión de chistes y adivinanzas humanos que había descubierto en sus viejas bases de datos.
—Intentas distraerme —dijo Vor por fin, irritado—. ¿Dónde has aprendido todo eso?
—De ti, por supuesto. —El robot enumeró las incontables ocasiones en que Vor le había tomado el pelo, amenazando con sabotear la nave sin la menor intención de hacerlo, o inventando emergencias inverosímiles—. ¿Crees que es un engaño? ¿Por tu parte o por la mía?
La revelación sorprendió a Vor.
—Me entristece pensar que, aun en broma, te he enseñado a engañar. Me avergüenzo de ser humano.
Sin duda, Agamenón se llevaría una decepción.
Al cabo de dos rondas más, Vor perdió la partida. Ya no le interesaba.