La máquina inteligente es un genio maligno, escapado de su botella.
BARBARROJA, Anatomía de una rebelión
Cuando la red sensora de Salusa detectó la llegada de la flota de guerra robótica, Xavier Harkonnen se puso en acción de inmediato. Una vez más, las máquinas pensantes querían poner a prueba las defensas de la humanidad libre.
Aunque ostentaba el rango de tercero en la milicia salusana (la rama autónoma local de la Armada de la Liga), Xavier aún no había nacido cuando se produjeron las últimas escaramuzas reales contra los planetas de la liga. La batalla más reciente había ocurrido casi cien años antes. Después de tanto tiempo, las agresivas máquinas tal vez imaginaban que las defensas humanas eran débiles, pero Xavier juró que se equivocarían.
—Primero Meach, hemos recibido un aviso urgente y unas imágenes tomadas por una nave de reconocimiento desde la periferia —dijo a su comandante—. Pero la comunicación se cortó.
—¡Miradlos! —chilló el quinto Wilby cuando vio imágenes procedentes de la red sensora exterior. El oficial de rango menor se hallaba ante una hilera de paneles de instrumentos, junto con otros soldados, dentro del edificio abovedado—. Omnius nunca había enviado algo semejante.
Vannibal Meach, el menudo pero vociferante primero de la milicia salusana, se encontraba en el centro de control de las defensas planetarias, y asimilaba con frialdad el caudal de información.
—Nuestro último informe del perímetro es de hace horas, debido al retraso con el que llegan las señales. En estos momentos, estarán trabadas en combate con nuestras naves de vigilancia, y tratarán de acercarse más. No lo conseguirán, por supuesto.
Si bien esta era la primera advertencia de la invasión inminente, reaccionó como si hubiera esperado que las máquinas se presentaran en cualquier momento.
A la luz de la sala de control, el pelo castaño oscuro de Xavier destellaba con tonos canela. Era un joven serio, proclive a la sinceridad y a desdeñar los términos medios. Como miembro del tercer rango militar, el tercero Harkonnen era el subcomandante de los puestos exteriores de la defensa local. Muy admirado por sus superiores, Xavier había ascendido con celeridad. Como sus soldados también le respetaban, era el tipo de hombre al que seguirían a la batalla sin pensarlo dos veces.
Pese al tamaño y potencia de fuego de la fuerza robótica, se obligó a mantener la calma, solicitó informes a las naves de vigilancia más cercanas y puso en alerta máxima a la flota defensiva espacial. Los comandantes de las naves de guerra ya habían dado aviso a sus tripulaciones de que estuvieran preparadas para la batalla, desde el momento en que oyeron la transmisión urgente de las naves de reconocimiento, ahora destruidas.
Los sistemas automáticos zumbaban alrededor de Xavier. Mientras escuchaba las sirenas fluctuantes, la sucesión incesante de órdenes y los informes de la situación que llegaban a la sala de control, exhaló un largo suspiro y estableció una prioridad de tareas.
—Podemos detenerles —dijo—. Les detendremos.
Su voz transmitía un tono autoritario, como si fuera mucho mayor y estuviera acostumbrado a luchar contra Omnius cada día. En realidad, era la primera vez que iba a enfrentarse a las máquinas pensantes.
Años antes, un ataque sorpresa cimek había acabado con la vida de sus padres y su hermano mayor, cuando regresaban de inspeccionar las propiedades familiares en Hagal. Las fuerzas mecánicas siempre habían significado una amenaza para la Liga de Nobles, pero los humanos y Omnius habían mantenido una paz precaria durante décadas.
—Póngase en contacto con el segundo Lauderdale, y con todas las naves de guerra de la periferia. Dígales que procuren destruir todo enemigo que encuentren a su paso —dijo el primero Meach, y luego suspiró—. Nuestros grupos de batalla pesados tardarán medio día a máxima aceleración en llegar desde la periferia, pero es posible que las máquinas estén intentando abrirse paso todavía en ese momento. Podría ser un día de gloria para nuestros chicos.
El cuarto Young obedeció la orden con eficiencia. Envió un mensaje que tardaría horas en llegar a las afueras del sistema.
Meach cabeceó con aire ausente y repitió la secuencia tantas veces ensayada. Como siempre vivían bajo la amenaza de las máquinas, la milicia salusana se entrenaba con regularidad para hacer frente a todas las eventualidades posibles, al igual que los destacamentos de la Armada en todos los sistemas principales de la liga.
—Active los escudos defensivos Holtzman que rodean el planeta y prevenga a todo el tráfico comercial aéreo y espacial. Quiero que la potencia del transmisor de escudo de la ciudad funcione a máxima potencia dentro de diez minutos.
—Eso debería bastar para freír los circuitos gelificados de cualquier máquina pensante —dijo Xavier con forzada confianza—. Todos hemos visto los experimentos.
Solo que esto no es un experimento.
En cuanto el enemigo se topara con las defensas que los salusanos habían instalado, confiaba en que se retirarían al calcular un número excesivo de bajas. Las máquinas pensantes no eran aficionadas a correr riesgos.
Echó un vistazo a un panel. Pero hay muchas.
Después, se irguió y comunicó las malas noticias.
—Primero Meach, si los datos sobre la velocidad de la flota robótica son correctos, incluso a velocidad de deceleración se desplazan casi con la misma rapidez que la señal de advertencia recibida de nuestras naves de reconocimiento.
—¡Ya podrían estar aquí! —exclamó el quinto Wilby.
Meach reaccionó al instante.
—¡Den la señal de evacuación! Que abran los refugios subterráneos.
—Evacuación en marcha, señor —informó la cuarto Young momentos después, mientras sus dedos volaban sobre los paneles. La muchacha oprimió un cable de comunicación fijo a su sien—. Estamos enviando al virrey Butler toda la información de que disponemos.
Serena está con él en el Parlamento, recordó Xavier cuando pensó en la joven de diecinueve años. Estaba muy preocupado por ella, pero no se atrevió a revelar su miedo a sus compañeros. Todo en su momento y lugar adecuados.
Vio en sus mentes los numerosos hilos que debía tejer, cumpliendo su misión mientras el primero Meach dirigía la defensa global.
—Cuarto Chiry, tome un escuadrón y escolte al virrey Butler, su hija y a todos los representantes de la liga hasta los refugios subterráneos.
—Ya tendrían que estar en camino, señor —dijo el oficial.
Xavier le dirigió una tensa sonrisa.
—¿Confía en que los políticos actúen con inteligencia?
El cuarto corrió a obedecer la orden.