10
Hermanos de armas

A: RusFriend%BabaYaga@MosPub.net

De: VladDragon%slavnet.com

Asunto: Fidelidad

Dejemos una cosa clara. Nunca me «uní» a Aquiles. Tal como yo lo veía, Aquiles hablaba en nombre de la Madre Rusia. Accedí a servir a la Madre Rusia, y es una decisión que no lamenté en su momento ni lamento ahora. Creo que las divisiones artificiales entre los pueblos de la Gran Eslavia sólo sirven para impedirnos desarrollar nuestro potencial en el mundo. En el caos que se ha producido tras el descubrimiento de la verdadera naturaleza de Aquiles, me alegraría tener la oportunidad de ser útil. Las cosas que aprendí en la Escuela de Batalla podrían ser decisivas para el futuro de nuestro pueblo. Si mi relación con Aquiles me impide ser útil, que así sea. Pero sería una lástima que todos sufriéramos un último acto de sabotaje por parte de ese psicópata. Es precisamente ahora cuando soy más necesario. La Madre Rusia no encontrará ningún hijo más leal que yo.

Para Peter, la cena en Leblon con sus padres, Bean y Carlotta consistió en largos períodos de total aburrimiento interrumpidos por cortos momentos de puro pánico. Nada de lo que decían ninguno de ellos revestía el menor interés. Como Bean se hacía pasar por un turista que visitaba el altar de Ender, sólo se podía hablar de Ender, Ender, Ender. Pero inevitablemente la conversación rozaba temas que eran altamente conflictivos, cuestiones que podrían revelar lo que Peter estaba haciendo de verdad y el papel que Bean podría acabar desempeñando.

Lo peor fue cuando sor Carlotta (quien, monja o no, sabía ser una zorra maliciosa cuando se lo proponía) empezó a sondear a Peter sobre los cursos en la UNCG, aunque sabía de sobras que sus estudios no eran más que una tapadera para asuntos más importantes.

—Me sorprende, supongo, que dediques tu tiempo a unos estudios académicos cuando es evidente que tus capacidades podrían ser usadas en un campo más amplio.

—Necesito el título, como cualquier otra persona —dijo Peter, incómodo.

—Pero ¿por qué no estudias alguna carrera que te prepare para desempeñar un papel en el gran escenario del mundo?

Irónicamente, fue Bean quien lo rescató.

—Vamos, abuela —dijo—. Un hombre con la capacidad de Peter Wiggin está preparado para hacer lo que quiera y cuando quiera. Los estudios académicos son un simple trámite para él. Sólo lo hace para demostrar a los demás que puede vivir según las reglas cuando hace falta. ¿Verdad, Peter?

—Más o menos —dijo Peter—. Estoy aún menos interesado en mis estudios que todos vosotros, y eso que no deberían interesaros en absoluto.

—Bueno, si tanto te aburren, ¿por qué estamos pagando tu formación? —preguntó el padre.

—No se la pagamos —le recordó la madre—. Peter tiene una buena beca que le paga los estudios.

—Entonces están tirando su dinero, ¿no?

—No: ya tienen lo que quieren —intervino Bean—. Durante el resto de su vida, consiga Peter lo que consiga, se mencionará que estudió en la UNCG. Para ellos Peter será un anuncio ambulante. Yo diría que es una buena inversión, ¿no?

El chico había empleado el tipo de lenguaje que entendía el padre: Peter tenía que reconocer que Bean conectaba con su público cuando hablaba. Con todo, le molestaba que hubiera calado tan fácilmente el tipo de idiotas que eran sus padres, y lo fácilmente que podían dejarse engatusar. Era como si, al sacarle a Peter las castañas del fuego, Bean le estuviera restregando por la cara que todavía era un niño que vivía en casa, mientras que él trataba con la vida de forma más directa. Aquello irritaba a Peter aún más.

Al final de la velada, cuando ya habían salido del restaurante brasileño y se encaminaban hacia la estación de Market/Holden, Bean dejó caer la bomba.

—Ya que nos hemos puesto en peligro aquí, tenemos que volver a ocultarnos de inmediato. ¿Lo saben, verdad?

Los padres de Peter emitieron ruiditos de compasión.

—Me estaba preguntando por qué no viene Peter con nosotros, y así sale de Greensboro durante una temporada —prosiguió Bean—. ¿Te gustaría, Peter? ¿Tienes pasaporte?

—No, no tiene —respondió la madre, exactamente al mismo tiempo que Peter decía.

—Claro que tengo.

—¿Lo tienes? —se extrañó la madre.

—Por si acaso —aclaró Peter. No añadió: tengo seis pasaportes de cuatro países, por cierto, y diez identidades bancarias distintas con fondos de mis escritos.

—Pero estás en mitad del semestre —objetó el padre.

—Puedo tomarme unas vacaciones cuando quiera. Parece interesante. ¿Adónde vais?

—No lo sabemos —dijo Bean—. No lo decidiremos hasta el último minuto. Pero podemos enviarles un email y decirles dónde estamos.

—Las direcciones del campus no son seguras —objetó el padre.

—Ningún email es realmente seguro, ¿no? —señaló la madre.

—Será un mensaje codificado —dijo Bean—. Por supuesto.

—No me parece muy sensato —protestó el padre—. Tú piensas que tus estudios son un simple trámite, Peter, pero la verdad es que necesitas ese título para hacerte un lugar en la vida. Tienes que fijarte una meta a largo plazo y cumplirla, Peter. Si tu historial muestra que te educaste a trancas y barrancas, a las mejores empresas no les gustará.

—¿Qué futuro crees que voy a perseguir? —preguntó Peter, molesto—. ¿Algún tipo de aburrido bob corporativo?

—Me molesta que uses ese argot de la Escuela de Batalla —dijo el padre—. No fuiste allí, y hace que hables como si fueras un adolescente atontado.

—No sé qué decir —intervino Bean, antes de que Peter metiera la pata—. Yo estuve allí, y creo que esas cosas son sólo parte del lenguaje. Quiero decir que la palabra «guai» fue una vez jerga, ¿no? Pero acabó introduciéndose en la lengua y la gente la utiliza.

—Hace que parezca un crío —insistió el padre, pero fue sólo una observación final, su patética necesidad de pronunciar la última palabra.

Peter no dijo nada, pero no agradeció que Bean lo defendiera. Al contrario, el chico parecía realmente fastidiado: consideraba que Bean creía que podía inmiscuirse en su vida e intervenir ante sus padres como una especie de salvador. Aquello disminuía a Peter ante sus propios ojos. Los que le escribían o leían su obra como Locke o Demóstenes jamás se mostraban condescendientes con él, porque no sabían que era un muchacho. Pero la manera en que Bean actuaba era una advertencia de lo que se avecinaba. Si Peter hacía público su verdadero nombre, inmediatamente tendría que empezar a soportar esa condescendencia. Gente que antes temblaba ante la idea de caer bajo el escrutinio de Demóstenes, gente que antes había buscado ansiosamente la aprobación de Locke, se burlaría de cualquier opinión de Peter, arguyendo: «Claro, es normal que un niño piense eso» o, más amable pero no menos devastadoramente: «Cuando adquiera más experiencia, llegará a ver que…» Los adultos siempre recurrían a esos tópicos. Como si la experiencia guardara alguna relación con el aumento de la sabiduría; como si la mayor parte de la estupidez del mundo no fuera provocada por los adultos.

Además, Peter no podía dejar de sentir que a Bean le encantaba tenerlo en esa situación de desventaja. ¿Por qué había acudido a su casa la pequeña comadreja? Oh, perdón, a la casa de Ender, por supuesto. Pero sabía que era la casa de Peter, y cuando él llegó y se lo encontró allí sentado hablando con su madre, fue como pillar a un ladrón con las manos en la masa. Bean le había caído mal desde el principio… sobre todo después de la manera petulante en que se había marchado porque Peter no había respondido de inmediato a la pregunta que había formulado. Sí, Peter lo había mortificado un poco, y había un elemento de condescendencia en ello: jugar con el niño pequeño antes de decirle lo que quería saber. Pero el desquite de Bean había sido exagerado. Sobre todo esa miserable cena.

Sin embargo…

Bean era verdadero. Lo mejor que había producido la Escuela de Batalla. Peter podía utilizarlo. Peter podía incluso necesitarlo, precisamente porque no podía permitirse salir a la opinión pública. Bean tenía credibilidad a pesar de su corta edad, porque había luchado en la guerra. Podía hacer cosas en vez de tirar de los hilos o tratar de manipular decisiones gubernamentales influyendo en la opinión pública. Si Peter pudiera asegurarse algún tipo de alianza con él, eso tal vez compensaría su impotencia. Si Bean no fuera tan insufriblemente pedante…

No puedo dejar que mis sentimientos personales interfieran en mi trabajo.

—Voy a deciros una cosa. Mamá, papá, tenéis cosas que hacer mañana, pero mi primera clase no es hasta mediodía. ¿Por qué no les acompaño a dondequiera que se alojen y hablo sobre la posibilidad de compartir su viaje?

—No quiero que te marches y dejes a tu madre preocupada por ti —advirtió el padre—. Creo que todos hemos visto con gran claridad que el joven Delphiki aquí presente es un imán para los problemas, y considero que tu madre ya ha perdido a suficientes hijos sin tener que preocuparse de que a ti te ocurra algo peor.

A Peter siempre le hacía rechinar los dientes la manera en que su padre solía hablar siempre como si sólo fuera su madre quien estaba preocupada, como si sólo a ella le importara lo que pudiera ocurrirle. Y si era cierto (¿quién podía decirlo, con su padre?), eso era aún peor. O bien a su padre no le importaba lo que le sucediera a Peter, o le importaba pero eran tan idiota que no podía admitirlo.

—No me marcharé de la ciudad sin pedirle permiso a mamaíta —prometió Peter.

—No seas sarcástico.

—Querido —intervino la madre—, Peter no tiene cinco años para que le reprendas delante de nuestros invitados.

Lo cual, naturalmente, hizo que pareciera que tenía seis años. Gracias por tu ayuda, mamá.

—¿No son complicadas las familias? —dijo sor Carlotta.

Oh, gracias, santa zorra, dijo Peter para sí. Bean y tú sois los que habéis complicado la situación, y ahora haces comentarios capciosos sobre cómo se vive mejor sin conexiones, como vosotros. Bueno, estos padres son mi tapadera. No los escogí, pero tengo que utilizarlos. Y al burlarte de mi situación no haces más que demostrar tu ignorancia. Y, probablemente, tu envidia, al ver que nunca vas a tener hijos ni echar un polvo en toda tu vida, señora de Jesús.

—El pobre Peter ha tenido lo peor de ambos mundos —explicó la madre—. Es el mayor, así que siempre se esperó de él lo máximo, y sin embargo es el último de nuestros hijos en marcharse de casa, lo cual significa que también se le mima más de lo que puede soportar. Es horrible comprobar que los padres son simples seres humanos que cometen errores constantemente. Creo que a veces Peter desearía que lo hubieran educado unos robots.

Lo cual hizo que Peter quisiera tenderse directamente en la acera y pasar el resto de su vida como un bloque invisible de asfalto. Converso con espías y oficiales militares, con líderes políticos y brokers del poder… ¡y mi madre sigue teniendo el poder de humillarme a voluntad!

—Haz lo que quieras —dijo el padre—. No es que seas menor de edad. No podemos detenerte.

—Nunca pudimos impedir que hiciera lo que quería, ni siquiera cuando era menor —adujo la madre.

En efecto, pensó Peter.

—La maldición de tener hijos que son más listos que tú —dijo el padre— es que piensan que su proceso racional superior es suficiente para compensar su falta de experiencia.

Si yo fuera un mocoso como Bean, ese comentario habría sido la gota que colma el vaso. Me habría marchado ahora mismo y no volvería a casa en una semana, o nunca. Pero no soy un niño y puedo controlar mis resentimientos personales y hacer lo que sea preciso. No voy a descubrir mi camuflaje por una rabieta.

Al mismo tiempo, no se me puede reprochar que me pregunte si no hay ninguna posibilidad de que a mi padre le de un infarto cerebral y se quede mudo para siempre.

Llegaron a la estación. Tras despedirse, sus padres tomaron el autobús que los llevaría al norte, a casa, y Peter subió con Bean y Carlotta a otro autobús con dirección este.

Como Peter había supuesto, se bajaron en la primera parada y cruzaron la calle para esperar el autobús que circulaba en dirección oeste. Realmente habían convertido su paranoia en una religión.

Incluso cuando volvieron al hotel del aeropuerto, no entraron en el edificio: se acercaron al centro comercial que antiguamente había sido un aparcamiento, cuando la gente llegaba en coche hasta el aeropuerto.

—Aunque tengan micrófonos en el centro comercial —dijo Bean—, dudo que puedan permitirse tener personal suficiente para oír todo lo que la gente dice.

—Si tienen micros en vuestra habitación —dijo Peter—, eso significa que ya os han localizado.

—Los hoteles colocan por rutina micros en sus habitaciones —replicó Bean—. Para pillar a vándalos y criminales en el acto. Es una comprobación por ordenador, pero nada impide que los empleados la escuchen.

—Estamos en Estados Unidos.

—Pasas demasiado tiempo preocupándote por los asuntos globales —dijo Bean—. Si alguna vez necesitas esconderte, no tendrás ni idea de cómo sobrevivir.

—Tú me invitaste a unirme a vosotros. ¿A qué ha venido esa tontería? No voy a ir a ninguna parte. Tengo demasiado trabajo que hacer.

—Ah, sí —dijo Bean—. Tirar de los hilos del mundo desde detrás de un telón. El problema es que el mundo está a punto de pasar de la política a la guerra, y van a cortar tus hilos.

—Sigue siendo política.

—Pero las decisiones se tomarán en el campo de batalla no en las salas de reuniones.

—Lo sé —cedió Peter—. Por eso deberíamos trabajar juntos.

—No veo por qué. Yo sólo te pedí una cosa, información sobre el paradero de Petra, y tú me diste largas. No parece que quieras un aliado, sino más bien un cliente.

—Chicos —intervino sor Carlotta—. Estas peleas no facilitan las cosas.

—Si va a funcionar, va a ser como Bean y yo decidamos entre los dos.

Sor Carlotta se detuvo en seco, agarró a Peter por el hombro, y lo atrajo hacia sí.

—Entiende esto ahora mismo, jovencito arrogante. No eres la única persona inteligente del mundo, y distas mucho de ser el único que cree que tira de los hilos. Hasta que tengas el valor de salir de detrás del velo de esas personalidades falsas, no tienes mucho que ofrecer a los que ya estamos trabajando en el mundo real.

—No vuelva a tocarme así.

—Oh, ¿el personaje es sagrado? —dijo sor Carlotta—. Realmente vives en el Planeta Peter, ¿no?

Bean la interrumpió antes de que Peter pudiera responderle con acritud.

—Mira, te hemos dado todo lo que teníamos sobre el grupo de Ender, sin cortapisas.

—Y lo he utilizado. He sacado de allí a la mayoría, y bastante rápido además.

—Pero no a la que envió el mensaje —señaló Bean—. Quiero a Petra.

—Y yo quiero la paz mundial. Piensas a una escala demasiado reducida. Puede que piense demasiado a lo grande para ti, pero tú piensas a una escala demasiado reducida para mi.

—Juegas con tus ordenadores, haciendo malabarismos con historias de un lado a otro… bueno, mi amiga confió en mí y me pidió ayuda. Está en manos de un psicópata asesino y aparte de mí no tiene a nadie que se preocupe por lo que pueda pasarle.

—Tiene a su familia —murmuró sor Carlotta. A Peter le gustó ver que también corregía a Bean. Una zorra polivalente.

—Quieres salvar al mundo, pero vas a tener que hacerlo batalla a batalla, país a país. Y necesitas a gente como yo, que se ensucie las manos —dijo Bean.

—Oh, ahórrame tus delirios. Sólo eres un niñito que se esconde.

—Soy un general entre ejércitos —precisó Bean—. Si no lo fuera, no estarías hablando conmigo.

—Y quieres un ejército para rescatar a Petra.

—¿Entonces está viva?

—¿Cómo quieres que lo sepa?

—No sé cómo. Pero sabes más de lo que me estás diciendo, y si no me dices lo que sabes, ahora mismo, niñato arrogante, te dejaré aquí jugando con tus redes, y me iré a buscar a alguien que no tenga miedo de salir de la casa de mamá y correr algunos riesgos.

Por un momento, Peter estuvo a punto de dejarse cegar por la furia.

De pronto se calmó y se obligó a distanciarse de la situación. ¿Qué le estaba mostrando Bean? Que se preocupaba más por la lealtad personal que por la estrategia a largo plazo. Eso era peligroso, pero no fatal. Y saber que Bean tenía otras prioridades que no eran mejorar su situación personal le daba una ventaja a Peter.

—Lo que sé sobre Petra, es que cuando Aquiles desapareció también desapareció ella. Según las fuentes de que dispongo en Rusia, el único equipo liberador que fue interceptado fue el que iba a rescatarla. El conductor, un guardaespaldas y el jefe del equipo fueron abatidos a tiros. No había ninguna prueba de que Petra estuviera herida, aunque saben que estuvo presente en uno de los asesinatos.

—¿Cómo lo saben?

—La dispersión de los restos encefálicos de una cabeza alcanzada por un disparo fue bloqueada por una silueta de aproximadamente su tamaño dentro de la furgoneta. La sangre del hombre la cubrió. Pero no había sangre de su cuerpo.

—Saben algo más que eso.

—Un pequeño jet privado, que en el pasado perteneció a un señor del crimen pero que posteriormente fue confiscado y utilizado por el servicio de inteligencia que empleó a Aquiles, despegó de un aeródromo cercano y se dirigió, tras repostar, a la India. Un trabajador de mantenimiento del aeropuerto dijo que le pareció un viaje de luna de miel. Sólo el piloto y la parejita joven, sin ningún tipo de equipaje.

—Así que Aquiles la tiene —concluyó Bean.

—En la India —añadió sor Carlotta.

—Y mis fuentes en la India se han silenciado —informó Peter.

—¿Muertos?

—No, sólo cuidadosos. El país más poblado de la Tierra. Antiguas enemistades. Cierto resentimiento por ser tratado como un país de segunda por todo el mundo.

—El Polemarca es indio —dijo Bean.

—Y hay motivos para creer que ha estado pasando datos de la F.I. a los militares indios —dijo Peter—. Nada que pueda ser demostrado, pero Chamrajnagar no es tan desinteresado como pretende ser.

—Así que piensas que Aquiles puede ser justo lo que la India quiere para que los ayude a lanzar una guerra.

—No —dijo Peter—. Creo que la India puede ser justo lo que Aquiles quiere para que le ayude a lanzar un imperio. Petra es lo que ellos quieren para que los ayude a lanzar una guerra.

—Entonces Petra es el pasaporte que Aquiles utilizó para conseguir una posición de poder en la India.

—Es lo que deduzco. Es todo lo que sé, y sólo puedo hacer conjeturas. Pero también puedo decirte que tus posibilidades de llegar allí y rescatarla son nulas.

—Perdóname, pero no sabes qué soy capaz de hacer.

—Cuando se trata de recopilar información —dijo Peter—, los indios no están en la misma liga que los rusos. Creo que tu paranoia ya no es necesaria. Aquiles no está en posición de hacerte nada ahora mismo.

—El hecho de que Aquiles esté en la India no significa que esté limitado a saber sólo lo que los servicios de inteligencia indios puedan averiguar por él.

—La agencia que le ha estado ayudando en Rusia ha sido desmantelada y es probable que la clausuren.

—Conozco a Aquiles —dijo Bean—, y puedo asegurarte que si realmente está en la India, trabajando para ellos, entonces no cabe la menor duda de que ya los ha traicionado y tiene conexiones y puestos preparados en al menos otros tres lugares. Y al menos uno de ellos tendrá un servicio de inteligencia con un excelente alcance mundial. Si cometes el error de pensar que Aquiles está limitado por fronteras y lealtades, te destruirá.

Peter miró a Bean. Ya sabía todo eso, quiso decir. Pero sería una mentira. No conocía tanto a Aquiles, excepto en el sentido abstracto que le aconsejaba no subestimar nunca a un oponente. Bean conocía a Aquiles mejor que él.

—Gracias —dijo Peter—. No había tenido eso en cuenta.

—Lo sé —replicó Bean fríamente—. Es uno de los motivos por los que pienso que estás abocado al fracaso. Crees que sabes más de lo que realmente sabes.

—Pero escucho. Y aprendo. ¿Y tú?

Sor Carlotta se echó a reír.

—Creo que los dos chicos más arrogantes del mundo se han conocido por fin, y no les gusta mucho lo que ven.

Ninguno de los dos se dignó mirarla.

—La verdad es que sí me gusta lo que veo —dijo Peter.

—Ojalá pudiera decir lo mismo.

—Sigamos caminando. Llevamos de pie quietos en este sitio demasiado tiempo.

—Al menos se le está contagiando nuestra paranoia —observó sor Carlotta.

—¿Cuándo hará la India su movimiento? —preguntó Peter—. Lo más evidente sería entrar en guerra con Pakistán.

—¿Otra vez? —dijo Bean—. Pakistán sería un bocado imposible de digerir. Intentar mantener a los musulmanes bajo control impediría a la India nuevas expansiones. Una guerra terrorista que reduciría la vieja lucha contra los sijs a la altura de una fiesta infantil.

—Pero no pueden avanzar hacia otro sitio mientras tengan a Pakistán preparado para clavarle una daga por la espalda.

Bean sonrió.

—¿Birmania? Pero ¿merece la pena?

—Está en el camino de presas más valiosas, si China no se opone —dijo Peter—. Pero ¿no estás ignorando el problema de Pakistán?

—Molotov y Ribbentrop —dijo Bean.

Los hombres que negociaron el pacto de no agresión entre Rusia y Alemania en los años treinta del siglo XX, el pacto en el que se repartieron Polonia y que liberó a Alemania para provocar la Segunda Guerra Mundial.

—Creo que tendremos que ir más al fondo que eso —observó Peter—. Creo que, en algún nivel, tendrá que producirse una alianza.

—¿Y si la India le ofrece a Pakistán vía libre contra Irán? Pueden ir a por el petróleo. La India queda libre para dirigirse hacia el este. Para barrer los países que llevan tiempo bajo su influencia cultural. Birmania. Tailandia. Ningún país musulmán, para que la conciencia de Pakistán quede limpia.

—¿Y China se va a quedar sentada mirando?

—Es posible, si la India les entrega Vietnam —dijo Bean—. El mundo está maduro para que las grandes potencias se lo dividan. La India quiere participar en el banquete. Si Aquiles dirige su estrategia, si Chamrajnagar les suministra información, si Petra está al mando de sus ejércitos, podrán jugar en el gran escenario. Y entonces, cuando Pakistán se haya agotado luchando contra Irán…

La inevitable traición. Siempre que Pakistán no golpeara primero.

—Es una predicción demasiado remota ahora mismo —dijo Peter.

—Pero éste es el razonamiento de Aquiles: siempre va dos traiciones por delante. Estaba utilizando a Rusia, pero tal vez ya tenía preparado el trato con la India. ¿Por qué no? A la larga, el mundo entero es la cola, y la India el perro.

Más importante que las conclusiones particulares de Bean era que el pequeño tenía buen ojo. Carecía de información detallada, por supuesto (¿cómo podría conseguirla?), pero sabía interpretar la imagen general. Pensaba como tenía que pensar un estratega global.

Merecía la pena hablar con él.

—Bueno, Bean —dijo Peter—, tengo un problema. Creo que puedo colocarte en un puesto que ayude a bloquear a Aquiles. Pero no puedo fiarme de que no cometas alguna estupidez.

—No montaré una operación para rescatar a Petra hasta que sepa que tendrá éxito.

—Eso es una tontería. Nunca se sabe si una operación militar tendrá éxito. Además no es eso lo que me preocupa. Estoy seguro de que si montaras un rescate, estaría bien planeado y bien ejecutado.

—¿Entonces qué te preocupa de mí?

—Que das por hecho que Petra quiere ser rescatada.

—Por supuesto.

—Aquiles es un seductor nato —dijo Peter—. He leído sus archivos, su historia. Ese niño tiene al parecer una voz de oro. Hace que la gente confíe en él… incluso la gente que sabe que es una serpiente. Piensan: a mí no me traicionará, porque somos íntimos.

—Y luego los mata. Lo sé —asintió Bean.

—Pero ¿lo sabe Petra? Ella no ha leído su archivo. No lo conoció en las calles de Rotterdam. Ni siquiera lo conoció en el breve tiempo que pasó en la Escuela de Batalla.

—Lo conoce ahora.

—¿Estás seguro de eso?

—Te prometo que no intentaré rescatarla hasta que me haya puesto en contacto con ella.

Peter reflexionó durante un instante.

—Podría traicionarte.

—No.

—Si confías tanto en la gente acabarán matándote —dijo Peter—. No quiero que me arrastres contigo al fondo.

—Lo interpretas al revés. No me fío de nadie, excepto para hacer lo que ellos piensan que es necesario. Lo que piensan que deben hacer. Pero conozco a Petra, y sé qué tipo de cosas considerará necesarias. Confío en mí, no en ella.

—Y no puede arrastrarte al fondo, porque no estás arriba —intervino sor Carlotta.

Peter la miró, sin esforzarse por ocultar su desdén.

—Estoy donde estoy —puntualizó—. Y no es en lo más hondo.

—Locke está donde está —aclaró Carlotta—. Y también Demóstenes. Pero Peter Wiggin no está en ninguna parte. Peter Wiggin no es nada.

—¿Cuál es su problema? —replicó Peter—. ¿Le molesta que su pequeña marioneta esté cortando unos cuantos de los hilos de los que usted tira?

—No hay ningún hilo. Y al parecer eres demasiado estúpido para darte cuenta de que soy yo quien cree en lo que estás haciendo, no Bean. A él no podría importarle menos quién gobierna el mundo. Pero a mí sí. Arrogante y condescendiente como eres, ya he decidido que si alguien va a detener a Aquiles eres tú. Pero te debilita el hecho de que se te puede chantajear con la amenaza de descubrirte. Chamrajnagar sabe quién eres, y está suministrando información a la India. ¿Supones por un momento que Aquiles no averiguará, y pronto, si no ya, exactamente quién está detrás de Locke? ¿El que hizo que lo expulsaran a patadas de Rusia? ¿De verdad crees que no está ya elaborando planes para matarte?

Peter se ruborizó. Que esta monja le dijera lo que tendría que haber advertido por sí mismo era humillante. Sin embargo, ella tenía razón: no estaba acostumbrado a pensar en el peligro físico.

—Por eso queríamos que vinieras con nosotros —dijo Bean.

—Tu tapadera ya no sirve.

—En el momento en que se descubra que soy un chaval —dijo Peter Wiggin—, la mayoría de mis fuentes se secarán.

—No —replicó sor Carlotta—. Todo depende de cómo se revele.

—¿Cree que no he pensado en esta cuestión un millón de veces? Hasta que no sea lo bastante mayor…

—No. Piensa un momento, Peter. Los gobiernos del mundo acaban de pasar por una situación desagradable por causa de diez niños a los que quieren como comandantes de sus ejércitos. Tú eres el hermano mayor del mejor de todos ellos. Tu juventud es un elemento positivo. Y si controlas la manera en que se divulgue esa información, en vez de dejar que alguien te descubra…

—Será un escándalo —dijo Peter—. No importa cómo se haga pública mi identidad, habrá un montón de comentarios, y luego seré agua pasada… sólo que me habrán despedido de la mayoría de los sitios donde escribo. La gente no me devolverá las llamadas ni contestará a mi correo. Entonces seré de verdad un estudiante universitario.

—Eso parece algo que decidiste hace años —dijo sor Carlotta— y no has vuelto a examinar con frialdad desde entonces.

—Ya que hoy parece ser el día de digámosle-a-Peter-que-es-estúpido, oigamos su plan.

Sor Carlotta sonrió a Bean.

—Bueno, me equivocaba. Resulta que sí sabe escuchar.

—Ya se lo dije —comentó Bean.

Peter sospechó que este pequeño diálogo estaba pensado simplemente para hacerle creer que Bean estaba de su parte.

—Cuénteme su plan y sáltese la parte del peloteo.

—El mandato del actual Hegemón expirará dentro de unos ocho meses —empezó sor Carlotta—. Hagamos que varias personas influyentes empiecen a barajar el nombre de Locke como sustituto.

—¿Ése es su plan? El cargo de Hegemón no vale nada.

—Te equivocas. El cargo sí que vale: tendrá que ser tuyo para que puedas ser el líder legítimo del mundo contra la amenaza de Aquiles. Pero eso será más tarde. Ahora mismo, haremos sonar el nombre de Locke, pero no para aspirar realmente al puesto, sino para proporcionarte una excusa que te permita anunciar públicamente, como Locke, que no puedes ser considerado para tal cargo porque, después de todo, sólo eres un adolescente. Tú mismo revelarás al mundo que eres el hermano mayor de Ender Wiggin, que Valentine y tú trabajasteis durante años para mantener unida la Liga y para preparar la Guerra de las ligas de modo que la victoria de vuestro hermano menor no llevara a la autodestrucción de la humanidad. Aunque sigues siendo demasiado joven para ocupar un cargo de confianza pública. ¿Entiendes el truco? De esta forma tu anuncio no será una confesión ni un escándalo, sino un ejemplo más de tu nobleza al situar los intereses de la paz mundial y el buen orden por encima de tu ambición personal.

—Seguiré perdiendo algunos de mis contactos.

—Pero no muchos. La noticia será positiva y te proporcionará el impulso adecuado. Todos estos años, Locke ha sido el hermano del genio Ender Wiggin. Un prodigio.

—Y no hay tiempo que perder —intervino Bean—. Tienes que hacerlo antes de que Aquiles pueda golpear. Porque te descubrirá dentro de unos pocos meses.

—Semanas —precisó sor Carlotta.

Peter estaba furioso consigo mismo.

—¿Por qué no me di cuenta de algo tan evidente?

—Llevas haciendo lo mismo durante años —dijo Bean—. Tenías una pauta que funcionaba. Pero Aquiles lo ha cambiado todo. Nunca has tenido a nadie apuntándote con un arma antes. Lo que importa no es que no lo vieras por ti mismo. Lo que importa es que cuando te lo hemos señalado, has estado dispuesto a escucharlo.

—¿Así que he aprobado vuestro pequeño examen? —dijo Peter en tono desagradable.

—Igual que yo espero haber aprobado el tuyo. Si vamos a trabajar juntos, tendremos que ser sinceros el uno con el otro. Ahora sé que me escucharás. En cuanto a si yo te escucharé a ti, tendrás que confiar en mi palabra, aunque es evidente que la escucho a ella, ¿no?

Peter se sentía paralizado de temor. Ellos tenían razón: el momento había llegado, la antigua pauta se había acabado. Y era aterrador. Porque ahora tenía que arriesgarlo todo, y podía fracasar.

Pero si no actuaba ahora, si no lo arriesgaba todo, fracasaría con toda certeza. La presencia de Aquiles en la ecuación lo hacía inevitable.

—¿Entonces cómo pondremos en marcha esta bola de nieve para que yo pueda rechazar el honor de ser candidato a la Hegemonía?

—Oh, eso es fácil —dijo sor Carlotta—. Si das tu aprobación, mañana aparecerán noticias acerca de que una fuente muy bien situada en el Vaticano confirma que el nombre de Locke está sonando como posible sucesor cuando expire el mandato del actual Hegemón.

—Y luego —prosiguió Bean—, un oficial muy importante de la Hegemonía (el ministro de Colonización, para ser exactos, aunque nadie lo dirá) será citado por haber dicho que Locke no es sólo un buen candidato, sino el mejor candidato, y tal vez el único, y que con el apoyo del Vaticano opina que Locke es el favorito.

—Ya lo tenías todo planeado —advirtió Peter.

—No. Simplemente, las dos únicas personas que conocemos son mi amigo del Vaticano y nuestro buen amigo el ex coronel Graff.

—Como ves, estamos comprometiendo todos nuestros recursos —admitió Bean—, pero con eso bastará. Mañana mismo, cuando esas historias empiecen a circular, prepárate para responder en las redes a la mañana siguiente. Justo cuando todo el mundo esté ofreciendo sus primeras reacciones a tu nueva situación como favorito en la carrera, el mundo leerá tu anuncio de que rehúsas ser considerado para el cargo porque tu juventud te dificultaría desempeñar la autoridad que el puesto de Hegemón requiere.

—Y eso te proporcionará la autoridad moral para ser aceptado como Hegemón cuando llegue el momento —dijo sor Carlotta.

—Al rechazar el cargo, aumentan las probabilidades de que lo consiga.

—No en tiempo de paz —advirtió Carlotta—. Rechazar un cargo en tiempo de paz te deja fuera de la carrera. Pero va a estallar una guerra. Y entonces el tipo que sacrificó su propia ambición por el bien mundial será mejor visto, sobre todo si su apellido es Wiggin.

¿Tienen que seguir mencionando el hecho de que mi relación con Ender es más importante que mis años de trabajo?

—No te opones a que utilicemos la conexión familiar, ¿verdad? —preguntó Bean.

—Haré lo que sea necesario, y utilizaré lo que funcione. Pero… ¿tiene que ser mañana?

—Aquiles llegó ayer a la India, ¿no? Cada día que pase será un día más para que él tenga oportunidad para descubrirte. ¿Crees que esperará? Tú lo descubriste a él. Estará ansioso por desquitarse, y Chamrajnagar no se lo pensará dos veces antes de revelárselo, ¿no?

—Así es —asintió Peter—. Chamrajnagar ya me ha demostrado lo que siente hacia mí. No moverá un dedo para protegerme.

—Entonces aquí estamos una vez más —dijo Bean—. Te damos algo, y tú vas a utilizarlo. ¿Vas a ayudarme? ¿Cómo puedo ocupar un puesto donde tenga soldados que entrenar y comandar? Además de regresar a Grecia, quiero decir.

—No, a Grecia no. No te servirán de nada, y acabarán haciendo sólo lo que Rusia permita. No tendrás libertad de acción.

—¿Dónde entonces? —dijo sor Carlotta—. ¿Dónde tienes influencia?

—Con toda modestia, en este momento tengo influencia en todas partes. Pasado mañana tal vez no tenga influencia en ningún sitio.

—Entonces actuemos ahora mismo —resolvió Bean—. ¿Dónde?

—Tailandia. Birmania no tiene ninguna esperanza de resistir un ataque indio, ni de forjar una alianza medianamente poderosa. En cambio Tailandia es históricamente el líder del Sureste asiático, la única nación que nunca fue colonizada, el líder natural de los pueblos de habla tai en las naciones circundantes. Y dispone de un ejército fuerte.

—Pero no hablo el idioma.

—No será un problema. Los tailandeses son multilingües desde hace siglos, y tienen una larga tradición de permitir que extranjeros ocupen puestos de poder e influencia en su gobierno, mientras se mantengan leales a los intereses de Tailandia. Tienes que entregarte de corazón. Tienen que confiar en ti. Pero parece bastante claro que sabes ser leal.

—En absoluto —dijo Bean—. Soy completamente egoísta: me limito a sobrevivir.

—De acuerdo, pero sobrevives manteniéndote absolutamente leal a las pocas personas de las que dependes. He leído tanto sobre ti como sobre Aquiles.

—Lo que escribieron sobre mí refleja las fantasías de los periodistas.

—No estoy hablando de las noticias —dijo Peter—. Leí los informes de Carlotta a la F.I. sobre tu infancia en Rotterdam.

Los dos se detuvieron. Ah, ¿te he sorprendido? Peter no pudo dejar de complacerse por haber demostrado que también él tenía algunos datos sobre ellos.

—Esos informes eran confidenciales —dijo Carlotta—. No debería existir ninguna copia.

—Ah, pero ¿confidenciales para quién? No hay secretos para la gente que tiene los amigos adecuados.

—Yo no he leído esos informes —dijo Bean.

Carlotta observó a Peter.

—Parte de esa información es inútil, excepto para destruir —dijo.

Y ahora Peter se preguntó qué secretos guardaba ella sobre Bean. Porque cuando hablaba de informes aludía a un artículo que había en el expediente de Aquiles, que se refería a un par de informes sobre la vida en las calles de Rotterdam. Los comentarios sobre Bean eran secundarios.

No había leído los informes auténticos, pero de inmediato deseó hacerlo, porque estaba claro que había algo que Carlotta no quería que Bean supiera.

Bean también fue consciente de la situación.

—¿Qué hay en esos informes que no quiere que Peter me revele? —exigió Bean.

—Debía convencer a la gente de la Escuela de Batalla de que era imparcial contigo —respondió sor Carlotta—. Así que tuve que hacer declaraciones negativas para que creyeran también las positivas.

—¿Cree que eso heriría mis sentimientos?

—Sí, lo creo. Porque aunque comprendas el motivo por el que dije esas cosas, nunca olvidarás que las dije.

—No pueden ser peor de lo que imagino.

—No es cuestión de que sean malas o peores. No pueden ser demasiado malas o no habrías entrado en la Escuela de Batalla, ¿no? Eras demasiado joven y no creyeron en las calificaciones de tus pruebas, y pensaron que no habría tiempo para entrenarte a menos que realmente fueras… lo que dije. No quiero que guardes mis palabras en tu memoria. Y si tienes un mínimo de sentido común, Bean, nunca las leerás.

—Magnífico —protestó Bean—. Me ha puesto verde la persona en quien más confío, y lo que dice es tan malo que me pide que no trate de averiguarlo.

—Ya basta de tonterías —dijo Peter—. Todos hemos soportado golpes desagradables hoy, pero hemos iniciado una alianza, ¿no? Vosotros actuaréis en mi favor esta noche, haciendo rodar esa bola de nieve para que pueda revelarme al mundo. Y yo tengo que situarte en Tailandia, en un puesto de confianza e influencia, antes de descubrir al mundo que soy un adolescente. ¿Cuál de nosotros conseguirá dormir primero?

—Yo —dijo sor Carlotta—. Porque no tengo ningún pecado sobre mi conciencia.

—Chorradas —dijo Bean—. Tiene todos los pecados del mundo en su mente.

—Me confundes con otra persona.

A Peter su discusión le pareció una broma familiar: viejos chistes, repetidos porque eran cómodos.

¿Por qué no pasaba esto en su familia? Peter había discutido muchas veces con Valentine, pero ella nunca se había abierto a él ni le había seguido la corriente. Siempre lo evitaba, incluso lo temía. Y de sus padres no podía esperar nada parecido. No había un intercambio de bromas, no había chistes ni recuerdos compartidos.

Tal vez sea cierto que me han criado unos robots, pensó Peter.

—Di a tus padres que nos ha encantado la cena —dijo Bean.

—A casa a dormir —ordenó sor Carlotta.

—No vais a dormir en el hotel esta noche, ¿verdad? —preguntó Peter—. Vais a marcharos.

—Te enviaremos un email para que te pongas en contacto con nosotros.

—Ya sabes que tendrás que marcharte de Greensboro —dijo sor Carlotta—. Cuando reveles tu identidad, Aquiles sabrá dónde estás. Y aunque la India no tenga ningún motivo para asesinarte, Aquiles sí. Mata a todo aquel que lo ha visto en posición de indefensión, y tú lo pusiste en esa situación: eres hombre muerto.

Peter pensó en el intento de asesinato que había sufrido Bean.

—No tuvo ningún inconveniente en acabar con tus padres para matarte a ti, ¿no? —preguntó.

—Tal vez deberías contar a tus padres quién eres antes de que lo lean en las redes —dijo Bean—. Y luego ayudarlos a salir de la ciudad.

—En algún momento tendremos que dejar de escondernos de Aquiles y enfrentarnos abiertamente a él.

—No hasta que encuentres un gobierno que esté dispuesto a proteger tu vida —dijo Bean—. Hasta entonces, permanece oculto. Y que tus padres también lo hagan.

—Dudo de que mis padres me crean cuando les diga que soy Locke. ¿Qué padres lo harían? Probablemente pensarán que deliro.

—Confía en ellos —aconsejó Bean—. Pareces convencido de que son estúpidos, pero puedo asegurarte que no lo son, o al menos tu madre no lo es. Tu inteligencia viene de alguna parte. Lo aceptarán.

Así, cuando Peter llegó a casa a las diez, se dirigió a la habitación de sus padres y llamó a la puerta.

—¿Qué pasa? —preguntó el padre.

—¿Estáis despiertos?

—Pasa —dijo la madre.

Primero charlaron durante unos minutos sobre la cena, sor Carlotta y aquel simpático Julian Delphiki; sobre lo insólito de que un niño tan joven pudiera haber hecho tantas cosas en su corta vida. Y siguieron así hasta que Peter los interrumpió.

—Tengo que contaros una cosa —dijo—. Mañana, unos amigos de Bean y Carlotta van a iniciar un movimiento falso para hacer que Locke sea propuesto como Hegemón. ¿Sabéis quién es Locke? ¿El analista político?

Ellos asintieron.

—Y a la mañana siguiente —continuó Peter—, Locke va a hacer pública una declaración en la que declinará semejante honor porque es sólo un adolescente que vive en Greensboro, Carolina del Norte.

—¿Sí? —dijo el padre.

¿De verdad que no lo entendían?

—Soy yo, papá. Yo soy Locke.

El padre y la madre se miraron y Peter esperó que dijeran algo estúpido.

—¿Vas a decirles también que Valentine era Demóstenes? —preguntó la madre.

Por un instante Peter pensó que lo decía como un chiste, que para ella lo único que resultaba más absurdo que imaginar que Peter era Locke sería que Valentine fuera Demóstenes.

Entonces advirtió que en realidad no se trataba de una pregunta irónica. Era un punto importante, y necesitaba atenderlo: la contradicción entre Locke y Demóstenes tenía que ser resuelta, o habría algo que Chamrajnagar y Aquiles podrían descubrir. Por eso era importante responsabilizar a Valentine de Demóstenes desde el principio.

Pero no tan importante para él como el hecho de que su madre lo supiera.

—¿Desde cuándo lo sabéis? —preguntó.

—Estamos muy orgullosos de lo que has conseguido —dijo el padre.

—Tan orgullosos como de Ender —añadió la madre.

Peter casi se tambaleó por el golpe emocional. Acababan de decirle lo que más había querido oír en toda su vida, sin que jamás hubiera llegado a admitirlo. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Gracias —murmuró. Entonces cerró la puerta y corrió a su habitación. De algún modo, quince minutos más tarde, consiguió recuperar el control de sus emociones para escribir las cartas que debía enviar a Tailandia y redactar su declaración al mundo.

Lo sabían. Y lejos de pensar que era un segundón, una decepción, estaban tan orgullosos de él como de Ender.

Todo su mundo estaba a punto de cambiar, su vida quedaría transformada, podría perderlo todo, podría ganarlo todo. Pero el único sentimiento que le embargó esa noche, cuando finalmente se acostó y se quedó dormido, fue una completa y estúpida felicidad.