A: Demóstenes%Tecumseh@freeamerica.org, Locke%erasmus%polnet.gov
De: Notemolestes@firewall.set
Asunto: Talón de Aquiles
Querido Peter Wiggin:
Un mensaje enviado por los niños secuestrados me confirma que están (o estaban, en el momento del envío) juntos, en Rusia, cerca del paralelo sesenta y cuatro, haciendo todo lo posible por sabotear a quienes intentan explotar sus talentos militares. Como sin duda los separarán y trasladarán frecuentemente, la localización exacta ahora mismo carece de importancia, y estoy seguro de que ya sabías que Rusia es el único país que cuenta con la ambición y los medios necesarios para Capturar a todos los miembros del grupo de Ender.
Estoy seguro de que reconoces la imposibilidad de liberar a estos niños por medio de una intervención militar: al menor síntoma de un intento plausible de liberarlos, los matarán para impedir que sean utilizados por el enemigo. Pero tal vez sería posible persuadir al gobierno ruso o a alguno de los que retienen a los niños de que liberarlos es lo mejor para Rusia. Esto podría conseguirse revelando quién es el individuo que con toda seguridad se esconde detrás de esta audaz acción, y gracias a tus dos identidades te hallas en una situación privilegiada para acusarle.
Por tanto te sugiero que investigues un poco sobre el asalto a una institución mental de alta seguridad para criminales en Bélgica durante la Guerra de las ligas, en la que murieron tres guardias y los reclusos fueron liberados. Lograron capturarlos a todos menos a uno, que ingresó posteriormente en la Escuela de Batalla y es la persona que se halla tras los secuestros. Cuando se revele que este psicópata tiene el control de los niños, la noticia causará graves recelos dentro del sistema de mando ruso. Aparte de que les proporcionará un chivo expiatorio si deciden devolver a los niños.
No te molestes tratando de rastrear la identidad de este email. Nunca ha existido ya. Si no puedes deducir quién soy y cómo contactar conmigo para la investigación que vas a hacer, entonces es que no tenemos mucho de qué hablar.
Peter se sintió desfallecer cuando abrió la carta a Demóstenes y vio que también la habían enviado a Locke. El saludo «Querido Peter Wiggin» tan sólo lo confirmó: alguien había descubierto sus identidades aparte de la oficina del Polemarca. Esperó lo peor, algún tipo de chantaje o la demanda de que apoyara tal o cual causa. Para su sorpresa, el propósito del mensaje era completamente distinto. Procedía de alguien que sostenía haber recibido un mensaje de los niños secuestrados… y le ofrecía una pista sorprendente. Por supuesto, investigó de inmediato los archivos de noticias y encontró el asalto a un hospital mental de alta seguridad en las cercanías de Genk. Descubrir el nombre del recluso que consiguió escapar fue mucho más difícil y requirió que, como Demóstenes, pidiera ayuda a un contacto policía de Alemania y luego, bajo su identidad de Locke, ayuda adicional de un amigo en el Comité Antisabotaje de la Oficina del Hegemón.
Cuando Peter descubrió el nombre se echó a reír, ya que aparecía en el asunto del propio mensaje. Aquiles, un huérfano rescatado de las calles de Rotterdam por una monja católica que trabajaba para el departamento de búsqueda de la Escuela de Batalla. Lo operaron para curarle una pierna lisiada y luego lo llevaron a la Escuela, donde sólo duró unos cuantos días antes de que uno de los otros estudiantes lo descubriera como asesino en serie, aunque de hecho no llegó a matar a nadie en la Escuela de Batalla.
La lista de víctimas era interesante. Tenía la costumbre de matar a todo aquel que le hiciera sentirse o parecer indefenso o vulnerable, incluyendo a la doctora que le había curado la pierna. Al parecer no era muy agradecido.
Al recopilar la información, Peter comprendió que su corresponsal desconocido tenía razón. Si en efecto este psicópata estaba dirigiendo la operación que utilizaba a los niños para sus planes militares, era casi seguro que los oficiales rusos que trabajaban con él ignoraban su historial criminal. La agencia que había liberado a Aquiles del hospital mental no habría compartido esa información con los militares que esperaban trabajar con él, ya que de lo contrario se habría producido un clamor que habría acabado oyéndose en los niveles más altos del gobierno ruso.
Y aunque el gobierno no moviera un dedo por deshacerse de Aquiles y liberar a los niños, el ejército ruso protegía celosamente su independencia del resto del gobierno, sobre todo de las agencias de inteligencia y trabajos sucios. Existían bastantes posibilidades de que alguno de estos niños consiguiera «escapar» antes de que el gobierno actuara. De hecho, esas acciones no autorizadas podrían obligar al gobierno a hacerlo oficial y pretender que las «primeras liberaciones» habían sido autorizadas.
Por supuesto, siempre era posible que Aquiles matara a uno o más de los niños en cuanto fuera descubierto. Al menos Peter no tendría que enfrentarse a esos niños concretos en batalla. Y ahora que sabía algo sobre Aquiles, Peter estaba en una posición mucho mejor para enfrentarse a él en una lucha cara a cara. Aquiles mataba con sus propias manos. Como eso era una estupidez, y Aquiles no era estúpido, tenía que tratarse de una compulsión irresistible. Las personas con compulsiones irresistibles podían ser enemigos terribles, pero también era posible derrotarlas.
Por primera vez en semanas, Peter sintió un atisbo de esperanza. Éste era el poder que habían conseguido Locke y Demóstenes: la gente que estaba en posesión de información secreta y deseaba hacerla pública, encontraba la forma de hacérsela llegar a Peter sin que él tuviera que pedirla siquiera. Gran parte de su influencia procedía de esta red desorganizada de informadores. No le ofendía que el corresponsal anónimo le estuviera «utilizando». Por lo que a Peter concernía, se estaban utilizando mutuamente. Por otra parte, Peter se había ganado el derecho a conseguir esos regalos tan valiosos.
Además, Peter no era de los que no miran el dentado a caballo regalado. Ya fuese como Locke o como Demóstenes, envió mensajes a amigos y contactos en varias agencias gubernamentales, tratando de confirmar los diversos aspectos de la historia que se disponía a escribir. ¿Podría haber sido llevado a cabo por agentes rusos el asalto a la institución mental? ¿Mostraban los satélites de vigilancia algún tipo de actividad cerca del paralelo sesenta y cuatro que pudiera explicarse por la llegada o la partida de los diez niños secuestrados? ¿Había algo sobre el paradero de Aquiles que contradijera la idea de que estaba al control de toda la operación de secuestro?
Tardó un par de días en conseguir toda la historia. Primero probó con una columna de Demóstenes, pero pronto cayó en la cuenta de que tal vez no lo tomaran muy en serio, debido a la insistencia de Demóstenes en alertar sobre complots rusos. Esto tenía que publicarlo Locke. Y eso sería muy peligroso, porque hasta el momento Locke se había mantenido escrupulosamente al margen y no se había manifestado contra Rusia. Eso haría que descubrir a Aquiles fuera tomado en serio… pero con el grave riesgo de que Locke perdiera algunos de sus mejores contactos en Rusia. No importaba cuánto pudieran despreciar los rusos lo que estaba haciendo su gobierno: la devoción hacia la Madre Rusia era profunda. Había una línea que convenía no cruzar. Para más de la mitad de sus contactos en ese país, publicar el artículo supondría cruzar esa línea.
Y de pronto se le ocurrió la solución evidente. Antes de enviar el artículo a Aspectos Internacionales, mandaría copias a sus contactos rusos para adelantarles lo que iba a pasar. Por supuesto, la declaración se difundiría entre los militares rusos e incluso era posible que las repercusiones empezaran antes de que su columna apareciera oficialmente. De esta forma sus contactos sabrían que Locke no intentaba herir a Rusia, sino que les estaba dando la oportunidad de lavar los trapos sucios en casa, o al menos darle un impulso a la historia antes de que echara a correr.
No era un artículo largo, pero daba nombres y abría puertas que otros periodistas podrían seguir. Y lo seguirían, porque desde el primer párrafo era pura dinamita.
La mente maestra que se oculta tras los secuestros del «jeesh» de Ender es un asesino en serie llamado Aquiles. Éste fue rescatado de una institución mental durante la Guerra de las ligas para que pusiera su oscuro genio al servicio de la estrategia militar rusa. Ha asesinado repetidas veces con sus propias manos, y ahora diez niños brillantes que una vez salvaron al mundo se hallan completamente a su merced. ¿En qué pensaban los rusos cuando otorgaron poder a este psicópata? ¿O es que ni siquiera ellos estaban al corriente del sangriento historial de Aquiles?
Allí estaba: en el primer párrafo, junto con la acusación, Locke proporcionaba generosamente el impulso que permitiría al gobierno y los militares rusos zafarse de ese lío.
Tardó veinte minutos en enviar los mensajes individuales a todos sus contactos rusos. En cada mensaje, les advirtió de que sólo tenían veintiséis horas antes de que entregase su columna al editor de Aspectos Internacionales. Los supervisores y verificadores de AI añadirían otra hora o dos al retraso, pero encontrarían información completa de todo.
Peter pulsó ENVIAR, ENVIAR, ENVIAR.
Entonces se puso a examinar los datos para descubrir cómo le revelaban la identidad de su corresponsal. ¿Otro paciente de la institución mental? Era poco probable: todos habían vuelto a su encierro. ¿Un empleado del hospital? Imposible que alguien así hubiera descubierto quién estaba detrás de Locke y Demóstenes. ¿Algún agente de la ley? Eso parecía más probable, pero pocos nombres de investigadores aparecían en las noticias. Además, ¿cómo podría saber cuál de los investigadores le había dado el soplo? No, su corresponsal había prometido, de hecho, una solución única. Algo en los datos le diría exactamente quién era su informador, y cómo ponerse en contacto con él. Enviar indiscriminadamente emails a los investigadores sólo serviría para que Peter se arriesgara a ser descubierto sin ninguna garantía de que las personas con las que contactara fueran las adecuadas.
Mientras investigaba la identidad de su corresponsal no se produjo ningún tipo de respuesta por parte de sus amigos rusos. Si la historia fuera falsa, o si los militares rusos hubieran estado al corriente de la historia de Aquiles y hubieran querido encubrirla, Peter habría recibido constantes emails instándolo a que no la publicara, luego exigiendo y por fin amenazándolo. Así que el hecho de que nadie le escribiera era la confirmación que necesitaba desde el bando ruso.
Como Demóstenes, era anti-ruso. Como Locke, se mostraba razonable y justo con todas las naciones. Sin embargo, como Peter, envidiaba el sentido de identidad nacional de los rusos, su cohesión cuando percibían que su país estaba en peligro. Si los estadounidenses tuvieron alguna vez esos poderosos lazos, expiraron mucho antes de que Peter naciera. Ser ruso era la faceta más poderosa de la identidad de una persona. Ser estadounidense era tan relevante como ser rotario: una cuestión muy importante si te elegían para el cargo, pero apenas apreciable para la mayoría de los ciudadanos. Por eso Peter nunca planeaba su futuro pensando en los Estados Unidos de América. Los estadounidenses querían salirse con la suya, pero no demostraban pasión alguna. Demóstenes podía provocar ira y resentimiento, pero al final no conseguía nada. Peter tendría que enraizarse en otra parte. Lástima que Rusia no fuera una opción viable para él. Era una nación con una enorme voluntad de grandeza, junto con el conjunto más extraordinario de líderes estúpidos de la historia, con la posible excepción de los reyes de España. Y Aquiles había llegado allí primero.
Seis horas después de enviar el artículo a sus contactos rusos, pulsó ENVIAR una vez más y lo mandó a su editor. Como esperaba, tres minutos más tarde recibió una respuesta.
¿Estás seguro?
A lo cual Peter replicó: «Compruébalo. Mis fuentes lo confirman».
Luego se acostó.
Despertó casi antes de haberse quedado dormido. No podía haber cerrado el libro y los ojos durante más de un par de minutos antes de darse cuenta de que había estado buscando a su informador en la dirección equivocada. No era uno de los informadores quien le había dado el soplo, sino alguien conectado con la F.I. en los más altos niveles, alguien que sabía que Peter Wiggin era Locke y Demóstenes. Pero no Graff ni Chamrajnagar: ellos no habrían dejado pistas sobre quiénes eran en realidad. Otra persona, alguien en quien confiaban, tal vez.
Pero nadie de la F.I. había consultado la información sobre la huida de Aquiles. Excepto la monja que encontró a Aquiles en primer lugar.
Releyó el mensaje. ¿Podría haberlo enviado una monja? Tal vez, pero ¿por qué enviar la información de manera tan anónima? ¿Y por qué los niños secuestrados le enviaron un solo mensaje a ella?
¿Había reclutado a alguno?
Peter se levantó de la cama y se dirigió a la consola, donde recuperó toda la información sobre los niños secuestrados. Todos ellos habían llegado a la Escuela de Batalla a través de los procesos normales de pruebas; la monja no había encontrado a ninguno, por lo que ninguno tenía motivos para enviarle mensajes.
¿Qué otra conexión podría haber? Aquiles era un huérfano que deambulaba por las calles de Rotterdam cuando sor Carlotta lo identificó como poseedor de talento militar: no podía tener ninguna conexión familiar.
A menos que fuera como el niño griego del grupo de Ender que murió en un ataque con misiles hacía unas cuantas semanas, el supuesto huérfano cuya auténtica familia fue identificada mientras estaba en la Escuela de Batalla.
Huérfano. Muerto en un ataque con misiles. ¿Cómo se llamaba? Julian Delphiki, aunque le llamaban Bean, un nombre que él mismo había elegido cuando era huérfano… ¿dónde?
En Rotterdam. Igual que Aquiles.
No era muy aventurado imaginar que sor Carlotta los había encontrado a los dos. Bean había sido uno de los compañeros de Ender en Eros durante la última batalla. Fue el único al que habían asesinado en vez de secuestrarlo. Todo el mundo daba por sentado que ello se debía a que los militares griegos lo tenían tan bien protegido que los supuestos secuestradores renunciaron y prefirieron impedir que las potencias rivales se aprovecharan de él. Pero ¿y si nunca hubieran pretendido secuestrarlo, porque Aquiles ya lo conocía y, además, Bean sabía demasiado sobre Aquiles?
¿Y si Bean no estuviera muerto? ¿Y si vivía oculto, protegido por la creencia generalizada de su muerte? Era absolutamente creíble que los niños cautivos lo eligieran para enviarle el mensaje, ya que era el único de su grupo, además de Ender, que no estaba prisionero. ¿Y quién más tendría un motivo tan poderoso para intentar liberarlos, junto con la demostrada capacidad mental para idear una estrategia como la que su informador había incluido en su carta?
Paso a paso estaba construyendo un castillo de naipes, pero… cada paso intuitivo parecía absolutamente adecuado. Bean había escrito aquella carta, o mejor dicho, Julian Delphiki. ¿Y cómo iba Peter a contactar con él? Bean podría estar en cualquier parte y no albergaba la menor esperanza de contactar con él, ya que quien estuviera al corriente de que estaba vivo estaría más que dispuesto a fingir que había muerto y se negaría a aceptar un mensaje para él.
Una vez más, la solución tendría que resultar evidente a partir de los datos, y en efecto lo era: sor Carlotta.
Peter tenía un contacto en el Vaticano, un compañero en la guerra de ideas que estallaba de vez en cuando entre los que frecuentaban las discusiones de relaciones internacionales en las redes. En Roma ya era de día, aunque muy temprano. Pero si alguien estaba ya trabajando en Italia, sería un diligente monje del Departamento de Asuntos Exteriores vaticano.
En efecto, quince minutos más tarde llegó una respuesta.
El paradero de sor Carlotta está protegido, pero le puedes enviar mensajes. No leeré lo que envíes a través de mí (no se puede trabajar aquí si no sabes mantener los ojos cerrados).
Peter compuso su mensaje para Bean y lo envió… a sor Carlotta. Si alguien sabía cómo ponerse en contacto con Julian Delphiki en su escondite, sería la monja que lo había encontrado. Era la única solución posible al desafío que le había proporcionado su informador.
Finalmente volvió a la cama, aunque sabía que no dormiría mucho. Seguro que se despertaría durante la noche y se levantaría para comprobar las redes y ver la reacción a su columna.
¿Y si no le importaba a nadie? ¿Y si no sucedía nada?
¿Y si había comprometido fatal e inútilmente la personalidad de Locke?
Mientras yacía en la cama, diciéndose que podría conciliar el sueño, percibía la respiración de sus padres que dormían al otro lado del pasillo. Resultaba a la vez extraño y reconfortante oírlos. Extraño que pudiera preocuparle que algo que hubiera escrito no causara un incidente internacional, y sin embargo aún vivía en la casa de sus padres, el único hijo que quedaba. Reconfortante porque era un sonido que le acompañaba desde la infancia, aquella tranquilidad de que estaban vivos, cerca de él, y el hecho de que pudiera oírlos significaba que cuando los monstruos lo amenazaran desde los rincones oscuros de la habitación, ellos lo oirían gritar.
Los monstruos habían ido adoptando rostros distintos a lo largo de los años, y se habían escondido en rincones de habitaciones muy lejanas a la suya, pero aquel ruido que procedía del dormitorio de sus padres era la prueba de que el mundo seguía adelante.
Peter no estaba seguro de por qué, pero sabía que la carta que acababa de enviar a Julian Delphiki a través de sor Carlotta y de su amigo en el Vaticano pondría fin a su largo idilio, a sus juegos con los asuntos del mundo mientras su madre le lavaba la ropa. Finalmente se disponía a participar en el juego, no como el frío y distante comentarista Locke o como el apasionado demagogo Demóstenes, meras ficciones electrónicas, sino como Peter Wiggin, un joven de carne y hueso, que podía ser capturado, podía ser dañado, podía ser asesinado.
Si algo debiera haberle mantenido despierto, era ese pensamiento. Sin embargo, se sintió aliviado y relajado. La larga espera llegaba a su fin. Se quedó dormido y no se despertó hasta que su madre lo llamó para desayunar.
Su padre estaba leyendo una copia en papel de las noticias.
—¿Cuáles son los titulares, papá? —preguntó Peter.
—Dicen que los rusos secuestraron a esos niños y los pusieron bajo el control de un conocido asesino. Es difícil de creer, pero parecen saberlo todo sobre ese tal Aquiles, que se escapó de un hospital mental en Bélgica. En qué mundo loco vivimos. Podría haber sido Ender. —Sacudió la cabeza.
Peter advirtió que su madre se envaraba un momento ante la mención del nombre de Ender. Sí, sí, mamá, ya sé que es tu hijito querido y que te apenas cada vez que oyes su nombre. Y también te apenas por tu amada hija Valentine que se ha marchado de la Tierra para nunca más volver, al menos mientras vivas. Pero aún tienes a tu primogénito, tu brillante y guapetón hijo Peter, que está destinado a producir brillantes y hermosos nietos para ti algún día, junto con otras cuantas cosas como, quién sabe, tal vez la paz mundial al unificar la Tierra bajo un solo gobierno. ¿Te consolará eso, aunque sea un poquitín?
No era probable.
—El nombre del asesino es… ¿Aquiles?
—No tiene apellido. Parece una especie de cantante pop o algo por el estilo.
Peter se inquietó. No fue por lo que su padre había dicho, sino porque había estado a punto de corregir la forma en que había pronunciado «Aquiles». Como Peter no podía estar seguro de que ninguno de los noticiarios mencionara que se pronunciaba con acento francés, ¿cómo le explicaría a su padre que conocía la pronunciación francesa del nombre?
—Rusia lo habrá negado, por supuesto.
El padre volvió a estudiar el periódico.
—Aquí no pone nada.
—Magnífico —dijo Peter—. Tal vez eso significa que es verdad.
—Si fuera verdad, lo negarían. Así son los rusos.
Como si su padre supiera algo de cómo eran los rusos. Tengo que marcharme de aquí, pensó Peter, y vivir mi propia vida. Estoy en la universidad. Estoy intentando liberar a diez prisioneros que están al otro lado del mundo. Tal vez debería utilizar el dinero que gano como columnista para pagarme un alquiler.
Tal vez debería hacerlo ahora mismo, de manera que si Aquiles averigua quién soy y viene a matarme, no pondré en peligro a mi familia.
Pero mientras daba forma a este pensamiento, Peter sabía que había otro propósito más oscuro oculto en su interior. Tal vez si salgo de aquí volarán la casa cuando no esté, como sin duda hicieron con Julian Delphiki. Creerán que estoy muerto y estaré a salvo durante un tiempo. ¡No, no deseo que mis padres mueran! ¿Qué clase de monstruo desearía eso? No lo quiero.
Pero Peter nunca se mentía a sí mismo, al menos durante mucho tiempo. No deseaba que sus padres murieran, desde luego no de manera violenta en un ataque dirigido contra él. Pero sabía que si eso sucedía, preferiría no estar con ellos en ese momento. Sería mejor, claro, que no hubiera nadie en casa. Pero… yo primero.
Ah, sí. Eso era lo que Valentine odiaba de él, Peter casi se había olvidado. Por eso Ender era el hijo al que todo el mundo amaba. Cierto, Ender acabó con toda una especie de alienígenas, por no mencionar el hecho de que también se cargó a un niño en las duchas de la Escuela de Batalla. Pero claro, no era egoísta como Peter.
—No estás comiendo, Peter —advirtió la madre.
—Lo siento. Hoy espero dos resultados de unos exámenes, y supongo que me he quedado absorto en el tema.
—¿De qué asignatura? —preguntó la madre.
—Historia del mundo.
—¿No es extraño pensar que cuando escriban libros de historia en el futuro, el nombre de tu hermano será mencionado siempre?
—No es extraño —replicó Peter—. Es una de los pequeños inconvenientes que tiene salvar el mundo.
Sin embargo, a pesar de la broma, hizo una promesa mucho más sombría a su madre. Antes de que mueras, mamá, verás que aunque el nombre de Ender aparezca en un par de capítulos, será imposible discutir este siglo o el siguiente sin mencionar mi nombre casi en cada página.
—Tengo que darme prisa —dijo el padre—. Buena suerte con el examen.
—El examen ya lo he hecho, papá. Hoy sólo me van a dar las notas.
—A eso me refería. Buena suerte con las notas.
—Gracias.
Siguió comiendo mientras la madre acompañaba al padre a la puerta y se daban un beso de despedida.
Yo tendré eso algún día, pensó Peter. Alguien que me despida con un beso en la puerta. O tal vez alguien que me ponga una venda sobre los ojos antes de fusilarme. Depende de cómo se desarrollen las cosas.