Capítulo 18

Maxon me había dicho que nos veríamos a la hora de la cena, pero no estaba allí. La reina entró sola, y nosotras la esperamos tras nuestras sillas. Hicimos una leve reverencia en el momento en que tomó asiento y luego nos sentamos.

Miré por toda la mesa en busca de alguna silla vacía, suponiendo que Maxon tendría alguna cita, pero no faltaba ninguna chica.

Me había pasado la tarde dándole vueltas a lo que le había dicho. Estaba claro por qué no tenía amigos. Evidentemente se me daban fatal.

Entonces entraron Maxon y el rey. Él ya se había puesto la americana, pero seguía despeinado. Comentaban algo mientras andaban. Nos apresuramos a ponernos en pie. Parecían tener una conversación animada. Maxon gesticulaba para expresarse mejor, y el rey asentía, registrando las palabras de su hijo, pero aparentemente algo incómodo. Cuando llegaron a la cabecera de la mesa, el rey Clarkson le dio a su hijo una firme palmada en la espalda, con el gesto adusto.

Cuando el rey se giró hacia nosotras, de pronto su rostro se llenó de entusiasmo.

—Oh, por Dios, señoritas, siéntense, por favor —le dio un beso a la reina en la cabeza y él también se sentó.

Pero Maxon se quedó en pie.

—Señoritas, tengo un anuncio que hacerles —todas las miradas se fijaron en él. ¿Qué podía tener que comunicarnos?—. Sé que a todas se les prometió una compensación económica por su participación en la Selección —dijo, con un tono autoritario que en realidad solo le había oído usar una vez, la noche que me había llevado al jardín. Estaba mucho más atractivo cuando hacía uso de su autoridad con un objetivo—. No obstante, ha habido modificaciones en los presupuestos. Las que sean Dos o Tres de nacimiento no recibirán financiación. Las Cuatros y las Cincos seguirán recibiendo su compensación, pero será ligeramente inferior a la cantidad asignada hasta ahora.

Observé que algunas de las chicas estaban boquiabiertas de la sorpresa. El dinero era parte del trato. Celeste, por ejemplo, estaba furiosa. Supuse que, cuando tienes mucho dinero, te acostumbras a acumularlo. Y la idea de que alguien como yo siguiera cobrando algo probablemente no le había sentado muy bien.

—Pido disculpas por las molestias que pueda suponer; lo explicaré todo mañana por la noche, en el Capital Report. Pero es algo innegociable. Si alguna tiene algún problema con esta nueva situación y ya no desea participar, puede marcharse después de la cena.

Se sentó y se puso a hablar de nuevo con el rey, que parecía más interesado en la comida que en las palabras de Maxon. Lamentaba que mi familia fuera a recibir menos dinero, pero seguirían cobrando algo. Intenté concentrarme en la cena, pero sobre todo me preguntaba qué significaba aquello, y no era la única. Los murmullos se extendieron por la sala.

—¿De qué creéis que se trata? —preguntó Tiny en voz baja.

—A lo mejor es una prueba —propuso Kriss—. Apuesto a que habrá alguna que está aquí únicamente por el dinero.

Mientras la escuchaba, vi que Fiona le daba un codazo a Olivia y me señalaba con un gesto de la cabeza. Me giré para que no supiera que me había dado cuenta.

Las chicas fueron planteando sus teorías, y yo me quedé mirando a Maxon. Intenté captar su atención para poder tirarme de la oreja, pero él no miró en mi dirección.

Mary y yo estábamos solas en mi habitación. Aquella noche me enfrentaría a Gavril (y al resto de la nación) en el Illéa Capital Report. Por no mencionar que las otras chicas estarían ahí todo el rato, observándose unas a otras y criticando en silencio. Decir que estaba nerviosa sería quedarse muy corta. Hacía gestos con las manos mientras Mary me hacía una lista de preguntas posibles, cosas que consideraba que querría saber el público en general.

¿Me gustaba el palacio? ¿Qué era lo más romántico que había hecho Maxon por mí? ¿Echaba de menos a mi familia? ¿Había besado ya a Maxon?

Cuando Mary formuló aquella pregunta, me la quedé mirando. Yo había ido buscando respuestas a las preguntas, intentando no pensar demasiado. Pero era evidente que aquella pregunta nacía de su curiosidad. La sonrisa que tenía en la cara la delataba.

—¡No! ¡Por Dios! —intenté parecer enfadada, pero era algo demasiado ridículo como para enojarse. Acabé riéndome. Y Mary también soltó una risita nerviosa—. Venga, déjalo… ¿Por qué no te pones a limpiar algo?

Entonces soltó una carcajada, y, antes de que pudiera decirle que parara, Anne y Lucy aparecieron en la puerta con una bolsa de la sastrería.

Lucy parecía más nerviosa de lo que la había visto en el momento de mi llegada, el primer día, y Anne lucía una sonrisa taimada, como si escondiera algo.

—¿Y eso? —pregunté, en cuanto Lucy se situó delante de mí y me hizo una ostentosa reverencia.

—Hemos acabado su vestido para el Report, señorita —respondió.

Fruncí el ceño.

—¿Uno nuevo? ¿Por qué no el azul del armario? ¿No lo habíais terminado hace poco? A mí me encanta.

Las tres se miraron entre sí.

—¿Qué habéis hecho? —pregunté, señalando la bolsa que Anne estaba colgando en el gancho junto al espejo.

—Nosotras hablamos con todas las demás doncellas, señorita. Oímos muchas cosas —se explicó Anne.

—Sabemos que usted y Lady Janelle son las únicas dos que se han visto más de una vez con su alteza y, por lo que sabemos, habría un punto en común entre las dos.

—¿Ah, sí?

—Por lo que hemos oído —prosiguió Anne—, el motivo de que se la expulsara fue que habló bastante mal de usted. Al príncipe no le sentó bien y la echó inmediatamente.

—¿Qué? —exclamé, llevándome una mano a la boca, intentando ocultar mi sorpresa.

—Estamos seguras de que es usted su favorita, señorita. Casi todas lo dicen —suspiró Lucy, encantada.

—Creo que os han informado mal —repliqué.

Anne se encogió de hombros sin dejar de sonreír, indiferente a lo que yo pensara.

Entonces recordé de dónde venía todo aquello:

—¿Qué tiene que ver todo esto con mi vestido?

Mary fue hasta donde estaba Anne y abrió la larga bolsa, dejando a la vista un impresionante vestido rojo que brillaba a la luz del atardecer que entraba por la ventana.

—¡Oh, Anne! —dije, absolutamente impresionada—. Te has superado.

Ella agradeció mi comentario con un gesto de la cabeza.

—Gracias, señorita. Aunque las tres hemos participado en la confección.

—Es precioso. Pero aún no entiendo qué tiene que ver con nada de lo que habéis dicho.

Mary sacó el vestido de la bolsa y lo aireó, mientras Anne proseguía:

—Como le decía, hay mucha gente en palacio que cree que es la favorita del príncipe. Hace comentarios amables sobre usted y prefiere su compañía a la de las demás. Y parece ser que las otras chicas se han dado cuenta.

—¿Qué quieres decir?

—La mayor parte del trabajo de costura lo hacemos en un taller. Allí hay un almacén de material y un taller de zapatería, y también acuden las otras doncellas. Todas han pedido un vestido azul para esta noche. Las doncellas creen que es porque ese es el color que usted viste casi a diario, y las demás están intentando copiarla.

—Es cierto —intervino Lucy—. Hoy Lady Tuesday y Lady Natalie no se han puesto ninguna joya. Igual que usted.

—Y la mayoría de las señoritas piden vestidos más sencillos, como los que le gustan a usted —constató Mary.

—Eso no explica por qué me habéis hecho un vestido rojo.

—Para que se la vea, por supuesto —respondió Mary—. Oh, Lady America, si de verdad le gusta, tendrá que seguir destacándose. Ha sido muy generosa con nosotras, especialmente con Lucy —dijo.

Todas miramos a Lucy, que asintió con la cabeza y añadió:

—Usted… es muy buena persona; sería ideal como princesa. Lo haría de maravilla.

No sabía cómo poner fin a aquello. Odiaba ser el centro de atención.

—Pero ¿y si todas las demás tienen razón? ¿Y si el motivo por el que le gusto a Maxon es porque no soy tan vistosa como todas las demás? ¿Y si al ponerme algo tan espectacular lo estropeamos todo?

—Todas las chicas tienen que destacar de vez en cuando. Y nosotras conocemos a Maxon desde que era un niño. Esto le encantará —afirmó Anne, con tal seguridad que me dejó claro que no me quedaba alternativa.

No sabía cómo explicarles que las notas que me enviaba, que el tiempo que pasábamos juntos, se debía, simplemente, a que éramos amigos. No podía decírselo. Sería una gran decepción para ellas y, además, tenía que mantener las apariencias si quería quedarme. Y quería. Necesitaba quedarme.

—De acuerdo. Voy a probármelo —accedí, con un suspiro.

Lucy se puso a dar saltitos de emoción hasta que Anne le instó a que mantuviera la compostura. Me puse aquel sedoso vestido por la cabeza y ellas le dieron las últimas puntadas. Las hábiles manos de Mary me sostenían el pelo de diferentes modos para ver qué peinado le iría mejor al vestido, y a la media hora ya estaba lista.

El estudio estaba dispuesto de un modo algo diferente para el programa especial de aquella noche. Los tronos de la familia real estaban en un lado, como siempre, y nuestros asientos seguían en el lado contrario. Pero el estrado no estaba centrado, para dejar espacio a dos butacas altas. Sobre una de ellas había un micrófono, para que lo usáramos cuando nos tocara hablar con Gavril. Solo de pensar en ello me ponía de los nervios.

Como era de esperar, la sala estaba llena de vestidos en todos los tonos posibles de azul. Algunos se acercaban más al verde, otros al violeta, pero estaba claro que había una tendencia general. Me sentí incómoda al instante. Crucé la mirada con la de Celeste y decidí mantenerme alejada de ella hasta que no quedara más remedio que dirigirse a los asientos.

Kriss y Natalie pasaron a mi lado después de haber comprobado el estado de su maquillaje por última vez. Ambas parecían algo desilusionadas, aunque en el caso de Natalie a veces era difícil de saber. Por lo menos Kriss también se distinguía un poco de las demás. Su vestido azul se tornaba en blanco, como si estuviera surcado por unas tiras de hielo que se iban abriendo paso en dirección al suelo.

—Estás impresionante, America —dijo, con un tono que hacía que pareciera más una acusación que un cumplido.

—Gracias. Llevas un vestido precioso.

Ella se pasó las manos por el torso, alisándose arrugas imaginarias.

—Sí, a mí también me gustó cuando lo vi.

Natalie pasó la mano por encima de una de las tiras del hombro de mi vestido.

—¿Qué tela es? Esto va a brillar mucho bajo los focos.

—En realidad no tengo ni idea. Las Cincos no solemos tener ocasión de ponernos vestidos tan bonitos —dije, encogiéndome de hombros. Había tenido al menos otro vestido hecho con el mismo tipo de tela, pero no me había molestado en aprender el nombre.

—¡America!

Levanté la vista y vi a Celeste a mi lado. Sonriendo.

—Celeste.

—¿Podrías venir un momentito? Necesito ayuda.

Sin esperar que respondiera, me apartó de Kriss y Natalie, y me llevó tras la pesada cortina azul que hacía de telón de fondo del plató del Report.

—Quítate el vestido —me ordenó, al tiempo que empezaba a bajarse la cremallera del suyo.

—¿Qué?

—Quiero tu vestido. Quítatelo. ¡Agh! Maldito cierre —dijo, intentando desvestirse.

—No voy a quitármelo —contesté, y me dispuse a alejarme.

Pero no llegué muy lejos, ya que Celeste me clavó las uñas en el brazo y me hizo volver atrás de un tirón.

—¡Auch! —grité, agarrándome el brazo. Me lo miré; seguramente me quedarían marcas, pero con un poco de suerte no sangraría.

—Cállate. Quítate el vestido. Venga.

Me quedé allí, mirándola fijamente, negándome a moverme. Celeste tendría que superar no ser el centro de atención de toda Illéa.

—Si quieres, te lo quito yo —se ofreció, con un tono glacial.

—No te tengo miedo, Celeste —dije, cruzándome de brazos—. Este vestido me lo han hecho para mí, y voy a llevarlo. La próxima vez que escojas un modelito, tal vez debieras intentar ser tú misma en lugar de copiarme. Ay, espera, no, que quizás entonces Maxon vería la niña malcriada que eres y te enviaría a casa. ¿Es eso?

Sin dudarlo un segundo, Celeste alargó la mano, me arrancó una manga del vestido y se fue. Yo estaba furiosa, pero me había quedado sin palabras. Bajé la vista y vi una tira de tela rota que me colgaba del pecho en una imagen patética. Oí que Silvia nos llamaba a todas para que ocupáramos nuestros asientos, así que hice acopio de valor y salí de detrás de la cortina.

Marlee me había guardado un asiento a su lado, y observé la cara de asombro cuando me vio llegar.

—¿Qué le ha pasado a tu vestido? —susurró.

—Celeste —respondí indignada.

Emmica y Samantha, que estaban sentadas delante de nosotras, se giraron.

—¿Te ha roto el vestido? —preguntó Emmica.

—Sí.

—Ve a Maxon y chívate —sugirió—. Esa chica es una pesadilla.

—Lo sé —dije, con un suspiro—. Se lo diré la próxima vez que le vea.

—¿Quién sabe cuándo será eso? —preguntó Samantha, con tristeza en la voz—. Yo pensaba que pasaríamos más tiempo con él.

—America, levanta el brazo —dijo Marlee, que introdujo hábilmente los restos de mi manga bajo el lateral del vestido, al tiempo que Emmica arrancaba unos cuantos hilos sueltos. Quedó como si no le hubiera pasado nada. En cuanto a las marcas de las uñas, bueno, al menos las tenía en el brazo izquierdo, en el lado más alejado de la cámara.

Ya era casi la hora de empezar. Gavril estaba repasando sus notas cuando llegó por fin la familia real. Maxon llevaba un traje azul oscuro y lucía una insignia en la solapa con el escudo nacional. Parecía atento a todo lo que sucedía, pero tranquilo.

—Buenas noches, señoritas —dijo, sonriente y desenfadado.

Todas respondimos con un «alteza» a coro.

—Quería informarlas de que haré un breve anuncio y luego presentaré a Gavril. Será agradable cambiar el orden por una vez: ¡siempre es él quien me presenta a mí! —soltó una risita corta y todas correspondimos—. Supongo que algunas de ustedes estarán un poco nerviosas, pero no tienen por qué. Limítense a ser ustedes mismas. La gente quiere conocerlas.

Nuestros ojos se encontraron unas cuantas veces mientras hablaba, pero no lo suficiente como para poder leer en ellos. No parecía que le llamara la atención mi vestido. Mis doncellas se llevarían una decepción.

Se volvió hacia el estrado y nos deseó suerte por encima del hombro.

Yo notaba que algo estaba pasando. Supuse que aquel anuncio que iba a hacer tendría que ver con lo que nos había dicho el día anterior, pero no me imaginaba qué podía ser. El pequeño misterio de Maxon me distrajo, por lo que ya no me sentía tan nerviosa. Cuando sonó el himno y la cámara enfocó el rostro de Maxon, ya me encontraba mejor. Había visto el Report cada semana desde que era una cría. Era la primera vez que Maxon se dirigía al país de aquel modo. En aquel momento pensé que me habría gustado poder desearle buena suerte también a él.

—Buenas noches, damas y caballeros de Illéa. Sé que esta es una noche muy emocionante para todos nosotros, ya que por fin todo el país podrá saber algo de las veinticinco señoritas que quedan en la Selección. No tengo palabras para describir la emoción que supone para mí. Estoy seguro de que estarán de acuerdo en que cualquiera de estas asombrosas jovencitas sería una magnífica líder y una estupenda princesa.

»Pero antes de llegar a eso, me gustaría anunciarles un nuevo proyecto en el que estoy trabajando y que es de gran importancia para mí. Conocer a estas señoritas me ha servido para entrar en contacto con el mundo que se extiende fuera de nuestro palacio, un mundo que pocas veces tengo ocasión de ver. Me han hablado de sus grandes valores y me han señalado sus inimaginables zonas oscuras. Hablando con estas jóvenes, me he dado cuenta de la importancia de las masas que viven más allá de estos muros. He abierto los ojos al sufrimiento de nuestras castas inferiores y he decidido hacer algo al respecto.

¿El qué?

—Tardaremos al menos tres meses en organizar esto correctamente, pero para Año Nuevo habrá un servicio público de entrega de alimentos en todas las Oficinas Provinciales de Servicios. Cualquier Cinco, Seis, Siete u Ocho que lo desee podrá pasarse por allí para disfrutar de una comida nutritiva de forma gratuita. Tengan en cuenta que estas señoritas han sacrificado su compensación económica en su totalidad o en parte para contribuir a la financiación de este importante programa. Y aunque puede que esta asistencia no dure eternamente, la mantendremos en activo mientras podamos.

Hice un esfuerzo para no dejar traslucir la gratitud y la emoción que me embargaban, pero alguna lágrima sí se me escapó. No había perdido tanto de vista lo que venía después como para no preocuparme de mi maquillaje, pero desde luego ya no era lo que ocupaba el centro de mis pensamientos.

—Creo que un buen líder no puede permitir que su pueblo pase hambre. Las castas inferiores componen la mayor parte de Illéa, y creo que hemos descuidado a esta gente demasiado tiempo. Por eso tomo la iniciativa y solicito la colaboración de los demás. Doses, Treses, Cuatros…, las carreteras por las que pasan no se asfaltan solas. Sus casas no se limpian por arte de magia. Ahora tienen la oportunidad de adquirir conciencia de ello haciendo sus donativos a la Oficina Provincial de Servicios —hizo una pausa—. La posición que tienen desde el nacimiento es una bendición, y es hora de dar gracias por ello. A medida que el proyecto vaya progresando iré dando información actualizada. Les agradezco a todos su atención. Y ahora pasemos al motivo principal por el que están aquí esta noche. ¡Damas y caballeros, el señor Gavril Fadaye!

Todos los presentes aplaudieron, aunque era evidente que el anuncio de Maxon no ilusionaba a todo el mundo. El rey, por ejemplo, aplaudía sin emoción; sin embargo, la reina estaba radiante de orgullo. Los asesores tampoco parecían tener claro si aquello era una buena idea.

—¡Muchas gracias por esa presentación, alteza! —dijo Gavril, entrando en el plató—. ¡Lo ha hecho muy bien! Si todo este asunto del reinado no le convence, podría plantearse trabajar en la televisión.

Maxon se rio sonoramente mientras se dirigía a su asiento. Las cámaras enfocaban a Gavril, pero yo me quedé mirando a Maxon y a su padre. No entendía el porqué de aquellas reacciones tan dispares.

—¡Público de Illéa, hoy tenemos un programa especial para ustedes! Esta noche van a averiguar cómo son todas estas jovencitas. Sabemos que se mueren de impaciencia por conocerlas y por saber cómo les van las cosas con nuestro príncipe Maxon, así que esta noche… ¡se lo preguntaremos! Vamos a empezar —Gavril miró las fichas donde llevaba sus anotaciones—. ¡La señorita Celeste Newsome de Clermont!

Celeste bajó sinuosamente los escalones desde su asiento, en la fila superior. Incluso le dio dos besos a Gavril en las mejillas antes de sentarse frente a él. La entrevista fue predecible, al igual que la de Bariel. Ambas intentaron resultar atractivas, inclinándose mucho hacia delante para que se vieran bien sus vestidos. Resultaba artificioso. En los monitores podía ver sus rostros: no dejaban de mirar a Maxon y de guiñarle el ojo. En algunas ocasiones, como cuando Bariel intentó humedecerse los labios en un gesto sensual, Marlee y yo nos miramos y tuvimos que apartar rápidamente la mirada para no reírnos.

Otras mostraron una mayor compostura. Tiny tenía un hilo de voz, y parecía ir encogiéndose a medida que avanzaba la entrevista. Pero sabía que era un encanto, y esperaba que Maxon no la expulsara simplemente por no ser una gran oradora. Emmica mostró una gran desenvoltura, y también Marlee: la diferencia era que esta parecía tan llena de entusiasmo que cada vez hablaba más alto.

Gavril formuló preguntas muy variadas, pero había dos que se repetían con casi todas: «¿Qué piensas del príncipe Maxon?» y «¿Eres tú la que le gritó?». Yo no tenía especial interés en contarle al país que había regañado al futuro rey. Y menos mal que todos pensaban que eso solo había sucedido una vez.

Todas las chicas se mostraron orgullosas al decir que no eran la que había gritado al príncipe. Y todas pensaban que Maxon era muy agradable. Aquella fue la palabra que más se repitió: agradable. Celeste dijo que era muy atractivo. Bariel aseguró que le veía una gran fuerza interior, lo cual, personalmente, me sonó bastante forzado. A algunas de las chicas les preguntaron si Maxon ya las había besado. Todas se ruborizaron y dijeron que no. Tras el tercer o cuarto no, Gavril se dirigió a Maxon.

—¿Aún no ha besado a ninguna de ellas? —preguntó, sorprendido.

—¡Solo llevan aquí dos semanas! ¿Qué tipo de hombre crees que soy? —respondió Maxon. Lo dijo con aire desenfadado, pero me pareció que se agitaba ligeramente en la silla. Me pregunté si había besado a alguien alguna vez.

Samantha acababa de decir que se lo estaba pasando estupendamente, y entonces Gavril me llamó a mí. Mientras me ponía en pie, las otras chicas aplaudieron, al igual que se había hecho con las demás. Miré a Marlee y le sonreí, nerviosa. Al acercarme me concentré en mis pies, pero cuando llegué a la silla no me resultó difícil mirar por encima del hombro de Gavril hacia donde estaba Maxon. Él me lanzó un breve guiño mientras yo cogía el micrófono. Al momento me sentí más tranquila. No tenía que ganarme a nadie.

Le di la mano a Gavril y me senté frente a él. Así, de cerca, pude ver por fin la insignia que llevaba en la solapa. Por la tele se perdía el detalle, obviamente, pero ahora me daba cuenta de que no eran un simple signo de forte, sino que tenía una pequeña X grabada en el centro, lo que casi convertía el signo en una estrella. Era bonito.

—America Singer. Es un nombre interesante. ¿Esconde alguna historia? —preguntó Gavril.

Suspiré, aliviada. Esta era fácil.

—De hecho, sí. Al parecer, cuando aún estaba en el vientre de mi madre daba muchas patadas. Ella decía que llevaba dentro una luchadora, así que me puso el nombre del país que tanto había luchado por mantener unido este territorio. Resulta raro, pero hay que decir que tenía razón: desde entonces siempre nos hemos peleado.

Gavril se rio.

—Ella también debe de ser una mujer de carácter fuerte.

—Sí que lo es. Todo lo tozuda que soy, lo he heredado de ella.

—¿Así que eres tozuda? Tienes carácter, ¿eh?

Vi que Maxon se tapaba la boca con las manos para ocultar la risa.

—A veces.

—Si tienes tanto carácter, ¿no serás la que le gritó a nuestro príncipe?

Suspiré.

—Sí, fui yo. Y ahora mismo mi madre está sufriendo un ataque al corazón.

Maxon se dirigió a Gavril:

—¡Haz que te cuente toda la historia!

Gavril miró atrás y adelante con un rápido movimiento del cuello.

—¡Oh! ¿Y cuál es la historia?

Intenté mirar a Maxon, pero la situación era tan tonta que no sirvió de nada.

—La primera noche tuve… un pequeño ataque de claustrofobia, y estaba desesperada por salir al exterior. Los guardias no me dejaban salir. De hecho, estaba a punto de desmayarme en los brazos de uno de ellos, pero el príncipe pasaba por allí y les ordenó que me abrieran las puertas.

—¡Ah! —dijo Gavril, ladeando un poco la cabeza.

—Sí, y luego me siguió para asegurarse de que estaba bien… Pero me sentía muy tensa, así que, cuando me habló, básicamente acabé acusándole de engreído y superficial.

Gavril se sonrió al oír aquello. Miré más allá, hacia donde estaba Maxon, que no podía contener la risa. Pero lo más embarazoso fue que el rey y la reina también se reían. No me giré hacia las chicas, pero también oí alguna risita mal contenida entre ellas. Bueno, quizá fuera mejor así, y por fin dejarían de verme como una especie de amenaza. Al fin y al cabo, Maxon simplemente me encontraba divertida.

—¿Y te perdonó? —preguntó Gavril, ya algo más serio.

—Curiosamente, sí —me encogí de hombros.

Gavril volvió a los temas que le interesaban:

—Bueno, dado que habéis recuperado la buena relación, ¿qué tipo de actividades habéis hecho juntos?

—Solemos salir a pasear por el jardín. Sabe que me gusta estar al aire libre. Y hablamos —dije. Sonaba patético, sobre todo después de lo que habían dicho algunas de las otras chicas. Las salidas al cine, de caza o para montar a caballo parecían impresionantes en comparación con mi historia.

Sin embargo, de pronto comprendí por qué tenía tanta prisa en salir con todas las chicas la última semana. Las chicas debían tener algo que contar a Gavril, así que Maxon se había encargado de que lo tuvieran. Aun así, me parecía raro que no me lo hubiera dicho, aunque al menos todo aquello ya tenía una explicación.

—Suena muy relajante. ¿Dirías que el jardín es lo que más te gusta del palacio?

—Quizá —sonreí—. Pero la comida es exquisita, así que…

Gavril volvió a reír.

—Eres la última Cinco que queda en competición, ¿verdad? ¿Crees que eso limita tus posibilidades de llegar a ser la princesa?

—¡No! —respondí, sin pensármelo ni un momento.

—¡Vaya! ¡Desde luego tienes confianza! —Gavril parecía satisfecho de haber obtenido una respuesta tan entusiasta—. ¿Así que crees que ganarás a todas las demás? ¿Que llegarás al final?

—No, no —rectifiqué—. No es eso. No creo que sea mejor que ninguna de las otras: todas son estupendas. Es solo que… no creo que Maxon hiciera eso, que descartara a alguien solo por su casta.

Oí un murmullo de asombro generalizado. Repasé mentalmente lo que acababa de decir. Tardé un minuto en descubrir mi error: le había llamado Maxon. Llamarle así en conversaciones privadas con las chicas era una cosa, pero decir en público su nombre sin la palabra «príncipe» delante quedaba increíblemente informal. Y acababa de soltarlo en un programa de televisión en directo.

Miré a Maxon para ver si estaba enfadado. Tenía una sonrisa tranquila en el rostro. Así que no se había enfadado…, pero yo me sentía avergonzada. Me puse coloradísima.

—Ah, da la impresión de que has tenido ocasión de conocer de verdad a nuestro príncipe. Dime, ¿qué te parece «Maxon»?

Había pensado varias respuestas mientras esperaba mi turno. Iba a gastar una broma sobre su modo de reír o sobre el apodo cariñoso que querría que usara su esposa con él.

Daba la impresión de que el único modo de salvar la situación era darle un tono cómico. Pero cuando levanté la vista, dispuesta a hacer uno de mis comentarios, vi el rostro de Maxon. Parecía interesado en conocer mi opinión.

Y no podía tomarle el pelo, ahora que tenía ocasión de decir lo que empezaba a pensar de él, ahora que era mi amigo. No podía bromear sobre la persona que me había salvado de tener que afrontar el mayor desengaño de mi vida en casa, que enviaba cajas de pasteles a mi familia, que corría a mi encuentro en cuanto le llamaba para preguntarme si me había ofendido.

Un mes antes, en la pantalla de la tele, veía a una persona estirada, distante y aburrida, alguien que no creía que nadie pudiera llegar a querer. Y aunque no se parecía lo más mínimo a la persona a la que aún amaba, se merecía tener a alguien que le quisiera.

—Maxon Schreave es la personificación de todo lo bueno. Será un rey fenomenal. Deja que unas chicas que deberían ir todo el día con vestidos se pongan vaqueros y no se enfada cuando alguien que no conoce le cuelga etiquetas evidentemente erróneas —miré a Gavril, que sonrió. Y tras él, Maxon parecía intrigado—. La que se case con él será una chica afortunada. Y sea lo que sea lo que me depare el futuro, será para mí un honor ser súbdita suya.

Vi que Maxon tragaba saliva, y bajé la mirada.

—America Singer, muchísimas gracias —dijo Gavril, que se acercó a darme la mano—. A continuación tenemos a la señorita Tallulah Bell.

No me enteré de nada de lo que dijeron las chicas que pasaron después de mí, aunque no aparté la mirada de los dos asientos. Aquella entrevista se había vuelto mucho más personal de lo que yo pretendía. No podía mirar a Maxon a la cara. Solo podía permanecer ahí, dándole vueltas una y otra vez a todo lo que había dicho.

Hacia las diez llamaron a mi puerta. La abrí, y ahí estaba Maxon, que levantó la mirada hacia el techo.

—Por la noche tendrías que tener una doncella en la habitación.

—¡Maxon! Lo siento muchísimo. No quería llamarte así delante de todo el mundo. He sido una tonta.

—¿Crees que estoy enfadado contigo? —preguntó, mientras entraba y cerraba la puerta—. America, me llamas por mi nombre tan a menudo que era fácil que se te escapara. Sí, ojalá hubiera sido en un entorno algo más privado —añadió, con una sonrisa socarrona—, pero no te lo tengo en cuenta.

—¿De verdad?

—Claro. De verdad.

—¡Agh! Esta noche me he sentido como una tonta. ¡No puedo creerme que me hicieras contar esa historia! —exclamé, dándole un suave cachete en la mejilla.

—¡Eso ha sido lo mejor de toda la noche! Mamá se ha divertido de lo lindo. En sus días, las chicas eran más reservadas incluso que Tiny, y vas tú y me llamas superficial… No podía creérselo.

Genial. Ahora hasta la reina pensaba que era una inadaptada. Atravesamos la habitación y acabamos en el balcón. Soplaba una suave brisa templada que nos hacía llegar el olor de los miles de flores del jardín. En lo alto brillaba una luna llena, cuya luz se sumaba a las del palacio y le daba a Maxon un brillo misterioso.

—Bueno, me alegro de que te hayas divertido —dije, pasando los dedos por la baranda.

Maxon dio un salto y se sentó sobre la baranda, aparentemente muy relajado.

—Siempre me diviertes. Me estoy acostumbrando.

Hmm. Casi resultaba cómico.

—Y… sobre eso que has dicho…

—¿Qué parte? ¿La de las cosas que te he llamado en público o la de las peleas con mi madre, o cuando he dicho que la comida era mi principal motivación? —dije, poniendo los ojos en blanco.

Él se rio.

—Lo de que yo era bueno…

—Ah, sí. ¿Qué hay de eso? —aquellas pocas frases de pronto me parecieron lo más embarazoso del mundo. Bajé la cabeza y empecé a darle vueltas a un trozo de tela del vestido.

—Te agradezco que quieras hacerlo creíble, pero no hacía falta que fueras tan lejos.

Levanté la cabeza de pronto. ¿Cómo podía pensar eso?

—Maxon, eso no lo dije por el programa. Si me hubieras pedido mi opinión sincera hace un mes, habría sido muy diferente. Pero ahora te conozco, y sé la verdad, y eres todo lo que dije que eras. Y más.

Se quedó en silencio, pero había una tímida sonrisa en su rostro.

—Gracias —soltó por fin.

—No hay de qué.

Maxon se aclaró la voz.

—Él también tendrá suerte —afirmó, bajando de la baranda y acercándose al lado del balcón donde estaba yo.

—¿Eh?

—Tu novio. Cuando recupere la lucidez y te ruegue que le dejes volver —añadió, con toda naturalidad.

No pude evitar reírme. Aquello no sucedería jamás.

—Ya no es mi novio. Y dejó bastante claro que habíamos acabado —hasta yo misma noté el minúsculo rastro de esperanza en mi voz.

—Eso no es posible. Ahora te habrá visto en la tele y habrá vuelto a caer prendado de ti. Aunque en mi opinión sigue sin merecerte —Maxon hablaba casi como si estuviera aburrido, como si hubiera visto cosas así un millón de veces—. Y eso me recuerda… —añadió, levantando un poco la voz—. Si no quieres que me enamore de ti, vas a tener que dejar de estar tan encantadora. Mañana a primera hora haré que tus doncellas te cosan unos vestidos hechos con sacos de patatas.

Le di un golpe en el brazo.

—Calla.

—No bromeo. Eres tan guapa que corres peligro. Cuando te vayas, tendremos que enviar guardaespaldas para que te sigan. Nunca sobrevivirías por tu cuenta, pobrecilla —dijo, fingiendo compasión.

—No puedo evitarlo —suspiré—. ¡Qué voy a hacerle, si he nacido perfecta! —y eché la cabeza atrás, como si estuviera agotada de ser tan guapa.

—Nada, supongo que no puedes hacer nada.

Me reí, sin darme cuenta de que Maxon no hablaba tan en broma.

Me quedé contemplando el jardín y por el rabillo del ojo vi que me miraba. Su cara estaba increíblemente cerca de la mía. Cuando me giré para preguntarle qué era lo que miraba tanto, me sorprendió notar que estaba tan cerca que podría haberme besado.

Y más aún me sorprendió que lo hiciera.

Di un paso atrás enseguida, apartándome. Maxon también retrocedió.

—Lo siento —murmuró, ruborizado.

—¿Qué estás haciendo? —susurré, sorprendida.

—Lo siento —repitió, girando la cara, evidentemente avergonzado.

—¿Por qué has hecho eso? —me llevé una mano a la boca.

—Es que… con lo que has dicho antes, y al ver que ayer me buscabas…, tu forma de actuar…, pensé que tus sentimientos habrían cambiado. E igual que tú…, pensé que lo habrías notado —se giró hacia mí—. Bueno… ¿Tan terrible ha sido? Pareces hasta molesta.

Intenté borrar cualquier expresión de mi rostro. Maxon parecía estar pasándolo fatal.

—Lo siento muchísimo. Nunca había besado a nadie. No sé lo que hago. Solo… Lo siento, America —soltó un profundo suspiro y se pasó la mano por el pelo varias veces, apoyándose en la baranda.

No lo esperaba, pero me sentí halagada.

Me había elegido a mí para su primer beso.

Pensé en el Maxon al que había descubierto últimamente —el que siempre tenía un cumplido a punto, el que me concedía el premio de una apuesta aunque la hubiera perdido, el que me perdonaba cuando le hacía daño, física o emocionalmente— y descubrí que mi opinión había cambiado.

Sí, aún sentía algo por Aspen. Aquello no podía evitarlo. Pero si no podía estar con él, ¿qué era lo que me impedía estar con Maxon? Nada más que mis ideas preconcebidas sobre él, que no se acercaban en absoluto a la realidad.

Me acerqué y le acaricié la frente con la mano.

—¿Qué estás haciendo?

—Estoy borrando ese recuerdo. Creo que podemos hacerlo mejor —bajé la mano y me apoyé en él, de cara a la habitación.

Maxon no se movió…, pero sonrió.

—America, no creo que se pueda cambiar la historia —dijo, pero al mismo tiempo cierta esperanza le iluminó el rostro.

—Claro que podemos. Además, ¿quién más va a saberlo, aparte de ti y de mí?

Me miró un momento, preguntándose si aquello estaba bien. Poco a poco vi que su expresión iba pasando de la prudencia a la confianza. Nos quedamos así, mirándonos a los ojos, hasta que recordé lo que acababa de decir.

—Qué voy a hacerle, si he nacido perfecta —susurré.

Él se acercó, me pasó un brazo alrededor de la cintura, poniéndose justo delante de mí. Su nariz me hacía cosquillas en la mía. Me pasó los dedos por la mejilla con tal suavidad que por un momento temí venirme abajo.

—Nada, supongo que no puedes hacer nada —murmuró.

Maxon me cogió la cara con la mano y acercó sus labios a los míos, dándome el más suave de los besos.

Aquella sensación de inseguridad hacía que el momento fuera aún más bonito. Sin necesidad de decir una palabra, entendí la emoción que suponía para él disfrutar de aquel momento, pero también el miedo que le provocaba. Y, por encima de todo eso, supe que me adoraba.

Así que aquella era la sensación que producía ser una dama.

Al cabo de un momento, se separó y preguntó:

—¿Mejor?

Solo pude que asentir. Maxon parecía estar a punto de dar una voltereta hacia atrás. Yo sentía algo parecido dentro del pecho. Era algo absolutamente inesperado, demasiado rápido, demasiado extraño. Mi estado de confusión debía de reflejárseme en la cara, porque Maxon se puso serio.

—¿Puedo decir algo?

Volví a asentir.

—No soy tan tonto como para creer que te habrás olvidado por completo de tu exnovio. Sé por lo que has pasado y que aquí no te encuentras precisamente en circunstancias normales. Sé que crees que hay otras más preparadas para mí y para esta vida, y no quiero presionarte para que intentes adaptarte a todo esto. Yo solo… Solo quiero saber si es posible.

Era una pregunta difícil de responder. ¿Estaría dispuesta a llevar una vida que nunca había deseado? ¿A observar cómo iba quedando con las otras para asegurarse de que no se equivocaba? ¿A aceptar la responsabilidad que tenía él como príncipe? ¿Estaría dispuesta a quererle?

—Sí, Maxon —susurré—. Es posible.