Cuando me desperté, a la mañana siguiente, me pesaban los párpados. En el momento en que me los frotaba para desentumecerlos, me alegré de haberle contado todo aquello a Maxon. Se me hacía raro que el palacio —aquella jaula de oro— fuera precisamente el lugar donde pudiera abrirme y comunicar todo lo que sentía.
La promesa de Maxon se había ido afianzando en mi interior, y ahora me sentía segura. Todo aquel proceso de eliminación que tenía que hacer, partiendo de treinta y cinco hasta dejar solo una, le llevaría semanas, o quizá meses. Y tiempo era justo lo que yo necesitaba. No estaba segura de superar nunca lo de Aspen. Había oído decir a mi madre que el primer amor es el que llevas contigo toda la vida. Aunque tal vez, con el paso de los días, antes o después conseguiría que no me afectara. Mis doncellas no me preguntaron por mis ojos hinchados; se limitaron a disimular la hinchazón. No dijeron nada sobre mi cabello enmarañado; simplemente lo desenredaron y lo suavizaron. Y eso me gustó. No era como en casa, donde todo el mundo se daba cuenta de cuándo estaba triste, aunque no hacían nada al respecto. Aquí tenía la sensación de que todos se preocupaban por mí y de lo que me pasaba. Y respondían tratándome con sumo cuidado.
A media mañana ya estaba lista para empezar el día. Era sábado, así que no había rutinas ni horarios, pero era el día de la semana en el que todas teníamos que estar en la Sala de las Mujeres. El palacio recibía invitados los sábados, y se nos había advertido de que alguien podía querer conocernos. A mí aquello no me hacía demasiada gracia, pero por lo menos me dejaron ponerme mis vaqueros nuevos por primera vez. Por supuesto, nunca unos pantalones me habían quedado tan bien. Esperaba que, con la buena relación que tenía con Maxon, me permitiera quedármelos cuando me fuera.
Bajé despacio, algo cansada tras la noche anterior. Antes de llegar siquiera a la Sala de las Mujeres oí el murmullo de sus conversaciones y, cuando entré, Marlee me agarró y se me llevó hacia un par de sillas en la parte trasera de la sala.
—¡Por fin! ¡Te estaba esperando! —exclamó.
—Lo siento, Marlee. Me acosté tarde y tenía sueño.
Ella se me quedó mirando, probablemente consciente del rastro de tristeza que quedaba en mi voz, pero decidida a dirigir la conversación hacia mis vaqueros.
—¡Son fantásticos!
—¿Verdad? Nunca me he puesto nada tan cómodo —dije, algo más animada. Había decidido volver a mi máxima de antes: Aspen tenía prohibida la entrada en aquel lugar. Lo aparté de mi mente y me centré en mi segunda persona favorita del palacio—. Siento haberte hecho esperar. ¿De qué querías hablar?
Marlee dudó. Se mordió el labio y se sentó. No había nadie alrededor. Debía de ser un secreto.
—En realidad, ahora que lo pienso, quizá no debería decírtelo. A veces se me olvida que aquí estamos compitiendo las unas contra las otras.
Oh. Tenía secretos relacionados con Maxon. Eso me interesaba.
—Sé cómo te sientes, Marlee. Creo que podríamos ser muy buenas amigas. No puedo verte como una rival, ¿sabes?
—Sí. Eres un encanto. Y a la gente le gustas. Quiero decir, que es muy posible que ganes… —dijo, algo desanimada.
Tuve que hacer un esfuerzo para no hacer una mueca o reírme al oír aquello.
—Marlee, ¿te puedo contar un secreto? —le pregunté, con voz suave y sincera. Esperaba que me creyera.
—Claro que sí, America. Lo que sea.
—No sé quién ganará esto. En realidad, podría ser cualquiera de las que estamos en esta sala. Supongo que cada una piensa que puede ser ella misma, pero sé que, si no puedo ser yo, quiero que seas tú. Pareces generosa y justa. Creo que serías una gran princesa. De verdad —de hecho, prácticamente todo aquello era verdad.
—Y yo creo que tú eres inteligente y un encanto —susurró ella—. También serías una princesa estupenda.
Incliné la cabeza. Le agradecía que tuviera tan alto concepto de mí. Pero me sentía algo incómoda cuando la gente me decía cosas así…, mamá, May, Mary… Era difícil de creer que tanta gente pensara que yo pudiera ser una buena princesa. ¿Acaso era la única que veía mis defectos? No era una persona refinada. No sabía dar órdenes ni era muy organizada. Era egoísta y tenía un carácter terrible, y no me gustaba aparecer en público. Y no era valiente. Había que ser valiente para ocupar aquel cargo. Y de eso se trataba. No de un matrimonio, sino de un cargo.
—Pienso cosas así de muchas de las chicas —confesó—. Como si todas tuvieran alguna cualidad de la que yo careciera y que las hiciera mejores.
—De eso se trata, Marlee. Es probable que encontraras algo especial en cada una de las chicas de esta sala. Pero ¿quién sabe qué es lo que busca exactamente Maxon?
Ella meneó la cabeza.
—Pues no nos preocupemos de eso. Puedes contarme todo lo que quieras. Yo te guardaré los secretos si tú guardas los míos. Yo te apoyaré y, si tú quieres, tú me puedes apoyar a mí. Estará bien tener una amiga aquí dentro.
Ella sonrió; luego recorrió la sala con la mirada, asegurándose de que nadie nos oyera.
—Maxon y yo hemos tenido una cita —susurró.
—¿De verdad? —pregunté. Sabía que mi reacción sonaba demasiado ilusionada, pero no pude evitarlo. Quería saber si había conseguido mostrarse algo menos tieso con ella, y si Marlee le había gustado.
—Envió una carta a una de mis doncellas preguntando si podía verme el jueves —sonreí mientras Marlee me iba contando aquello y pensé en que el día anterior había hecho lo mismo conmigo. Maxon y yo habíamos decidido eliminar aquellas formalidades—. Yo le envié otra nota diciendo que sí, por supuesto. ¡Como si pudiera decirle que no! Él vino a buscarme y fuimos a dar un paseo por el palacio. Empezamos a hablar de cine, y resulta que hay muchas películas que nos gustan a los dos. Así que nos fuimos al sótano. ¿Has visto el cine que tienen allí?
—No —de hecho, nunca había estado en ningún cine, y estaba impaciente por que me lo describiera.
—¡Oh, pues es perfecto! Las butacas son anchas y se reclinan, e incluso puedes hacerte tus propias palomitas: tienen una máquina. ¡Maxon preparó unas cuantas para nosotros! Fue monísimo, America. Midió mal el aceite y las primeras salieron quemadas. Llamó a alguien para que lo limpiara y tuvo que volver a hacerlas de nuevo.
Puse los ojos en blanco. Genial, Maxon, genial. Por lo menos a Marlee aquello le parecía encantador.
—Así que vimos la película, y, cuando llegamos a la parte romántica, hacia el final, ¡me cogió la mano! Yo pensaba que me desmayaba. Bueno, le había cogido del brazo durante el paseo, pero se supone que eso tienes que hacerlo. Pero eso de cogerme la mano… —suspiró y se dejó caer contra el respaldo de la silla.
Solté una risita. Marlee parecía entusiasmada. ¡Sí, sí, sí!
—No veo el momento de que vuelva a visitarme. ¡Es tan atractivo! ¿No te parece?
Me lo pensé un momento.
—Sí, es mono.
—¡Venga ya, America! ¿No te has fijado en esos ojos, y en esa voz…?
—¡Salvo cuando se ríe! —solo de recordar la carcajada de Maxon, me daba a mí la risa. Era graciosa, pero rara. Iba soltando aire entre risas, y luego hacía un ruido entrecortado al aspirar que era como otra carcajada en sí misma.
—Sí, vale. Tiene una risa un poco rara, pero es mono.
—Sí, claro, si te gusta oír el ruido de un ataque de asma al oído cada vez que le cuentas un chiste.
Marlee se partía de la risa.
—De acuerdo, vale —concedió, recuperando el aliento—. Pero seguro que tendrá algo que te guste.
Abrí la boca y la cerré dos o tres veces. Me sentí tentada de lanzar otro ataque contra Maxon, pero no quería que Marlee le encontrara nuevos defectos. Así que me lo pensé.
¿Qué tenía Maxon de atractivo?
—Bueno, cuando baja la guardia está bien. Quiero decir, cuando habla sin rebuscar las palabras o cuando lo pillas con la mirada perdida en algo, como si…, como si estuviera buscando la belleza en ello.
Marlee sonrió, y supe que ella también había notado aquello.
—Y me gusta porque parece que se implica de verdad cuando te escucha, ¿sabes? Aunque tenga que dirigir un país y gestionar mil cosas… Es como si se olvidara de todo eso cuando está contigo. Se dedica de lleno a lo que tiene entre manos. Eso me gusta.
»Y… bueno, no se lo digas a nadie, pero sus brazos…, me gustan sus brazos.
Al final me ruboricé. Idiota… ¿Por qué no me había limitado a hablar de los detalles positivos sobre su personalidad? Por suerte, Marlee no tuvo ningún problema en hacer suyo el comentario.
—¡Es verdad! Se le notan los brazos bajo esos trajes tan gruesos, ¿verdad? Debe de ser increíblemente fuerte —suspiró Marlee.
—Me pregunto por qué. Quiero decir…, ¿por qué tendría que ser tan fuerte? Trabaja sentado tras una mesa. Es raro.
—A lo mejor le gusta hacer posturitas delante del espejo —propuso Marlee, haciendo una mueca y flexionando sus bracitos.
—¡Ja, ja! Seguro que es eso. ¿A que no se lo preguntas?
—¡Ni hablar!
Parecía ser que Marlee se lo había pasado estupendamente. Me pregunté por qué no me lo había mencionado Maxon la noche anterior. Por su reacción, daba la impresión de que no la había visto siquiera. ¿Sería por timidez?
Miré por la sala y vi que más de la mitad de las chicas parecían tensas o de mal humor. Janelle, Emmica y Zoe escuchaban atentamente algo que les estaba contando Kriss. Esta sonreía y parecía animada, pero Janelle estaba nerviosa y preocupada, y Zoe se mordía las uñas. Emmica estaba hurgándose un granito justo por debajo de la oreja, con la cabeza en otra parte y con una expresión de cierto dolor en el rostro. A su lado, Celeste y Anna, muy diferentes entre sí, mantenían una charla intensa. Como era típico en ella, Celeste hablaba con petulancia. Marlee se dio cuenta de qué estaba mirando y me aclaró lo que sucedía.
—Las que están malhumoradas son las que no han salido aún con él. Me dijo que yo era su segunda cita del jueves. Parece que está intentando salir con todas.
—¿De verdad? ¿Tú crees?
—Sí. Bueno, míranos a nosotras. Estamos bien, y es porque ha quedado con ambas a solas. Sabemos que le hemos gustado lo suficiente como para quedar con nosotras y no darnos la patada después. Se va sabiendo con quién ha salido y con quién no. Algunas están preocupadas al ver que se toma tanto tiempo, y piensan que quizá sea por desinterés, y que, cuando por fin quede con ellas, las echará.
¿Por qué no me había contado a mí todo eso? ¿No éramos amigos? Un amigo hablaría de esas cosas. Había quedado al menos con una docena de chicas, y las había elegido basándose en su sonrisa. Habíamos pasado mucho tiempo juntos la noche anterior, y se había limitado a verme llorar. ¿Qué amigo es el que se guarda esos secretos y hace que tú se lo cuentes todo?
Tuesday, que había estado escuchando a Camille con gesto tenso, se levantó de su asiento y paseó la mirada por la sala. Dio con Marlee y conmigo, en la esquina, y se acercó a paso ligero.
—¿Qué habéis hecho vosotras en vuestras citas? —preguntó, sin más.
—¡Hola, Tuesday! —la saludó Marlee alegremente.
—¡Venga, va! —nos apremió, y se giró hacia mí—. Di, America, cuenta.
—Ya te lo conté.
—No. ¡La de anoche! —una doncella se acercó y nos ofreció té, que yo habría aceptado, pero Tuesday se la quitó de encima.
—¿Cómo…?
—Tiny os vio juntos y nos lo ha contado —dijo Marlee, intentando justificar los nervios de Tuesday—. Eres la única que ha estado con él a solas dos veces. Muchas de las chicas que aún no han quedado con él se han quejado. Creen que es injusto. Pero no es culpa tuya que le gustes.
—Pero es completamente injusto —protestó Tuesday—. Yo aún no le he visto fuera de las comidas, ni siquiera de paso. ¿Qué es lo que hiciste mientras estabas con él?
—Nosotros…, eh…, volvimos al jardín. Sabe que me gusta estar al aire libre. Y solo hablamos —dije, nerviosa, como si tuviera que defenderme.
Tuesday me miraba con tanto interés que aparté la mirada. Y al hacerlo vi que unas cuantas chicas nos escuchaban desde las mesas cercanas.
—¿Solo hablasteis? —preguntó, escéptica.
Me encogí de hombros.
—Pues sí.
Tuesday soltó un resoplido y se fue hasta la mesa de Kriss para pedirle, con bastante vehemencia, que esta volviera a contarle su historia. Yo, por mi parte, estaba estupefacta.
—¿Estás bien, America? —preguntó Marlee, haciendo que volviera a la realidad.
—Sí. ¿Por qué?
—Pareces contrariada —dijo ella, frunciendo el ceño, con preocupación.
—No. No estoy contrariada. Todo va bien.
De pronto, con un movimiento tan rápido que me lo habría perdido de no haber estado tan cerca, Anna Farmer —una Cuatro que se ganaba la vida trabajando la tierra— se puso en pie y le soltó una bofetada a Celeste.
Varias de las chicas exclamaron de la impresión, yo entre ellas. Las que se lo habían perdido se giraron y preguntaron qué había pasado, en particular Tiny, cuya voz aguda atravesó el silencio reinante.
—Oh, Anna, no —exclamó Emmica, con un suspiro.
Al momento Anna entendió las consecuencias de lo que había hecho. La enviarían a casa; no podíamos agredir físicamente a ninguna otra de las seleccionadas. A Emmica se le escaparon las lágrimas, mientras Anna se sentaba de nuevo, absorta. Ambas eran chicas de campo y habían conectado desde el principio. Pensé en cómo me sentiría si Marlee tuviera que irse de pronto.
No había tenido un trato personal con Anna, pero siempre me había sorprendido su carácter efervescente. Sabía que no era una persona que pudiera querer hacer daño a nadie. Se había pasado gran parte del ataque de los rebeldes de rodillas, rezando.
Sin duda había caído en una provocación, pero no había nadie lo suficientemente cerca como para oír la conversación y testificar en su favor. Sería su palabra contra la de Celeste. Además, por otra parte, todas las presentes podían constatar que la había golpeado. Quizás hasta apremiaran a Maxon para que enviara a Anna a casa, como ejemplo para las demás.
Anna, con lágrimas en los ojos, tuvo que oír a Celeste, que le susurró algo al oído y se apresuró a salir de la sala.
A la hora de la cena, Anna ya no estaba.