7
«… El tiempo que haga falta»

¿De Kirtash? —gritó Alexander—. ¿Se ha vuelto loca? ¿Dónde está? —preguntó, furioso, volviéndose hacia todas partes—. ¡Quiero hablar con ella!

Se topó con Jack, que se había plantado ante la puerta, y le impedía salir.

—Está bajo el sauce. Pero déjala en paz. Ya ha sufrido bastante.

—Déjame pasar, Jack —ordenó Alexander colérico.

Sus ojos brillaban peligrosamente, su expresión era sombría y amenazadora y su voz sonaba mucho más ronca de lo que era habitual en él. Jack sabía lo que eso significaba; la mayor parte del tiempo, su amigo lograba controlar a la bestia, pero para ello debía controlar primero sus emociones. Y la rabia, la ira o el odio eran algunas de esas emociones que liberaban a la criatura que habitaba en él.

Cualquiera se habría sentido aterrorizado ante su mera presencia, pero Jack permaneció de pie ante él, sereno y seguro de sí mismo, mirándolo a los ojos, sin preocuparse por el destello salvaje que los iluminaba. Alexander pareció relajarse un poco.

—¿Tienes idea de lo que ha hecho? —preguntó, de mal talante.

—Sí, me ha salvado la vida —dijo Jack con suavidad, pero aún mirándolo a los ojos, firme y resuelto.

Alexander sostuvo su mirada un momento, y el brillo de sus ojos se apagó.

—Diablos, chico, no entiendo nada. Vas a tener que explicármelo con más calma.

Se dejó caer sobre el sillón y se pasó una mano por su pelo gris, abrumado. Jack lo miró, entendiéndolo. También él estaba confuso.

Se sentó junto a su amigo.

—Resulta —dijo— que Kirtash es un shek.

—Sí, eso ya me lo has dicho. Por eso estoy tan perplejo.

—¿Por qué?

—Porque tiene forma humana, Jack, ¿no tienes ojos en la cara? Los sheks son serpientes gigantes que…

—Lo sé, ya lo he visto bajo su verdadera forma…

—Ahí está, Jack, que no tienen una forma verdadera y otra falsa. Como mucho pueden crear ilusiones, pueden hacer que los veas bajo otra forma. Pero son ilusiones, ¿entiendes? Las ilusiones solo son imágenes, no puedes tocarlas, no puedes pelear contra ellas, no puedes herirlas ni pueden herirte.

»Los sheks más poderosos sí pueden adoptar forma humana, pero solo temporalmente. Y se nota a la legua que son sheks.

—Bueno, siempre sospechamos que Kirtash no era del todo humano, ¿no?

—No del todo, Jack, esa es la cuestión. Si fuera un shek, como dices, no lo habríamos sospechado, lo habríamos sabido desde el principio. Por otro lado, ningún shek permanece tanto tiempo bajo forma humana. Se consideran superiores a nosotros, ¿lo entiendes? Lo encuentran humillante. En cambio, yo a Kirtash lo he visto muy cómodo camuflado bajo un cuerpo humano.

Los dos permanecieron en silencio durante un rato, mientras Alexander trataba de entender lo que estaba pasando, y Jack asimilaba aquella nueva información.

—¿Cómo sabes tantas cosas sobre los sheks? —preguntó finalmente.

Alexander se encogió de hombros.

—He estudiado a los dragones —dijo—. Era lógico que también leyera sobre los sheks, la única raza de idhún capaz de plantarles cara y salir victoriosa.

—Yo nunca había visto a un shek —dijo Jack en baja—. No sé si todos serán como Kirtash, pero resulta…

—¿Aterrador? —lo ayudó Alexander—. Es cierto, son criaturas formidables. Todavía no me explico cómo habéis salido con vida de esta.

—Fue por Victoria. Él no quiso matarla, ¿entiendes? Podía haber acabado con los dos en un segundo, estábamos indefensos y, sencillamente… dio media vuelta y se marchó. Pudo elegir entre matarnos a los dos y dejarnos vivir, y eligió… no lo entiendo —concluyó, sacudiendo la cabeza—, ¿por qué protege a Victoria?

—Los sheks poseen una inteligencia retorcida y malévola. Muy superior a la humana, pero retorcida, al fin y al cabo. No trates de descifrar por qué actúan como lo hacen. No lo conseguirás.

—Supongo que no. Es solo que… —vaciló—. ¿Puede ser que de verdad sienta algo por ella?

—Despierta, Jack, es un shek. No puede sentir nada por una mujer humana.

—¿Y si tuviera algo de humano? —insistió Jack.

—¿Acaso importa?

Jack tardó un poco en contestar:

—Sí que importa —dijo por fin, en voz baja—. Porque Victoria se enamoró de él.

—Y eso te duele, ¿eh?

Jack se levantó con brusquedad y le dio la espalda, para que Alexander no leyera la verdad en su rostro. Durante unos instantes contempló en silencio el cielo nocturno a través de la ventana.

—Tiene que tener algo de humano —dijo, sin contestar a la pregunta—. Victoria no se habría enamorado de una criatura como esa.

Alexander no respondió. Se levantó también del sillón y se colocó junto a él, posando una mano sobre su hombro, en ademán tranquilizador.

—Dudo mucho que fuera amor —dijo—. Ya te he dicho que los sheks son retorcidos. Y tienen poderes que nosotros desconocemos. La hipnotizó, la sedujo, la subyugó, o como quieras llamarlo. No era más que un hechizo, una ilusión.

Pero Jack sacudió la cabeza. Había percibido el dolor de Victoria aquella noche, y era un dolor real, no una ilusión.

—Lo que no me explico es por qué ella se dejó engañar —prosiguió Alexander, frunciendo el ceño—. La creía más fuerte.

—No seas duro con ella, Alexander —protestó Jack—. Vale, yo también me siento molesto, pero tú no has visto a ese… ser. Si tiene poder para hipnotizar a la gente, como sugieres tú, dudo mucho que ni siquiera Victoria pudiera resistir eso.

«Pero tengo que averiguarlo», se dijo el chico. «Necesito averiguar si lo que pasó entre ellos dos fue real o, por el contrario…».

—Hay algo que me preocupa, sin embargo —dijo Alexander entonces.

—¿De qué se trata?

El joven movió la cabeza.

—Kirtash es un shek. Eso quiere decir que no podemos enfrentarnos a él.

—¿Por qué?

—Porque es una criatura poderosa, Jack. Ningún humano sobrevive a un enfrentamiento con un shek. Es una lucha muy desigual.

—Nosotros hemos sobrevivido.

—Pero tarde o temprano perderemos. Ashran ha enviado a un shek a encontrar al dragón y al unicornio. Solo a uno. Porque no necesita más, ¿entiendes? Sabe que, por muchos que seamos, no tenemos ninguna posibilidad de vencer contra él.

»La Resistencia está condenada al fracaso.

«No podrás protegerle siempre, y lo sabes».

Victoria sacudió la cabeza para quitarse aquellas palabras de la mente. Se envolvió más en las mantas, tratando de ocultarse del mundo, tratando de olvidar. Pero aún tenía todo lo sucedido a flor de piel, y las imágenes de aquella terrible noche regresaban una y otra vez para atormentarla.

—Hola —dijo Jack.

Ella tardó un poco en responder.

—Hola —dijo por fin, en voz baja.

Jack se sentó junto a ella, sobre la raíz grande, como solía hacer. La miró con intensidad. Todavía le costaba asimilar todo lo que había pasado. Victoria se había enamorado de Kirtash, su enemigo, un asesino que, para colmo, ni siquiera era humano, sino… una enorme serpiente. No había nada en el mundo que Jack pudiera aborrecer más.

Y, sin embargo, por encima de los celos, de la rabia, de la frustración, lo que más le dolía era que Kirtash le había hecho daño a Victoria, que ella estaba sufriendo por su culpa. Comprendió que, más que riñas o reproches, lo que ella necesitaba en aquellos momentos era un amigo, un hombro sobre el cual llorar. De modo que decidió tragarse su orgullo e intentar ayudarla en todo lo que pudiera. Aunque, una vez más, tuviera que guardarse para sí sus propios sentimientos al respecto.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó, con suavidad.

—No estoy segura. Han pasado demasiadas cosas y… —se le quebró la voz; se volvió hacia Jack para preguntarle, cambiando de tema—: ¿Está muy enfadado Alexander?

Jack se encogió de hombros.

—Se le pasará.

Victoria desvió la mirada.

—He sido una estúpida —murmuró.

—Te engañó, Victoria. Le puede pasar a cualquiera.

—No, maldita sea, yo sabía quién era, sabía que…

—¿Sabías que era un shek?

Victoria guardó silencio.

—No —dijo por fin—. Eso no lo sabía. Sabía que era un asesino, incluso sabía… sabía que es el hijo de Ashran, el Nigromante. Y aun así…

—Espera, espera… ¿el hijo de quién?

—De Ashran, el Nigromante. Eso me dijo.

—Pues… seguramente te mintió, Victoria, porque Ashran es humano.

—Ya —dijo ella en voz baja—. Y Kirtash no lo es.

Jack vaciló.

—¿Por qué no quiere hacerte daño? —le preguntó.

—No lo sé. Hasta hoy, pensaba que era porque sentía algo por mí. Ahora… no lo sé.

Jack la miró y tuvo ganas de abrazarla, pero no sabía si a ella le parecería bien. Era extraño, pensó de pronto. Siempre habían tenido la suficiente confianza como para ofrecerse un abrazo consolador el uno al otro cuando era necesario. Pero, ahora que sabía que Victoria había sentido algo especial por otra persona, por mucho que le hirviera la sangre al pensar que esa persona… o lo que fuera… había sido Kirtash, Jack se sentía fuera de lugar, como si ya no hubiera sitio para él en el corazón de Victoria. De modo que permaneció quieto, sin osar acercarse a ella.

—Tú sí que sentías algo por él, ¿no? —se atrevió a preguntar.

—Eso pensaba —lo miró, con los ojos muy abiertos, a punto de llorar—. Lo siento, Jack. Me veía con él en secreto, traicioné a la Resistencia y…

—… Y me has salvado la vida. Yo solo puedo pensar en eso, Victoria. Solo puedo pensar en que él te dio la posibilidad de salvar tu vida y tú decidiste que preferías morir conmigo.

Victoria abrió la boca para decir algo, pero no le salieron las palabras. Enrojeció y miró hacia otra parte, azorada.

—Me importas —pudo decir finalmente, en voz baja—. Me importas mucho. ¿Crees que habría podido apartarme y dejar que ese monstruo te matara… sobre todo sabiendo que era culpa mía? Jamás me lo habría perdonado.

Jack sintió que su deseo de abrazarla aumentaba hasta hacerse insoportable. Tragó saliva. Alargó la mano para rozarle el brazo, pero ella se apartó y lo miró como un cervatillo asustado.

—Lo siento —murmuró Jack—. Solo quería…

«No seas estúpido», se reprochó a sí mismo. «No te hagas ilusiones. Ella se fijó en Kirtash antes que en ti». Volvió la cabeza bruscamente, para que Victoria no viera reflejado en su rostro el dolor de su corazón.

Pero ella lo vio. Se quedó mirándolo, sin comprender lo que estaba pasando.

—Qué… Jack, no te entiendo, no sé qué quieres, sabes lo que hice, ¿por qué no me odias? ¿Por qué eres tan bueno conmigo? ¿Por qué finges que no te importa lo que ha pasado? ¿Por qué no estás enfadado, como Alexander?

—Son demasiadas preguntas —protestó Jack, algo confuso; la miró, y vio que no podría contestarlas sin confesar lo que sentía por ella realmente—. Además —añadió— no creo que sea el momento apropiado.

Victoria se lo quedó mirando, angustiada.

—¿El momento apropiado? —repitió—. No, por favor, necesito que me respondas. Ya sabes qué era lo que estaba ocultando, y yo necesito saber qué es lo que piensas, porque…

Jack la hizo callar, con suavidad, colocando un dedo sobre sus labios.

—Está bien, está bien, no te preocupes. Sabes que se me da fatal explicar las cosas, pero, si insistes, lo intentaré.

Victoria asintió, agradecida. Jack respiró hondo. Había ensayado aquella conversación muchísimas veces. Pero jamás habría imaginado que se produciría después de enterarse de que Victoria se veía en secreto con Kirtash. Intentó no pensar en ello. Cerró los ojos un momento y trató de poner en orden sus pensamientos antes de empezar:

—Claro que me importa lo que ha pasado, Victoria. Claro que me molesta que… te hayas… enamorado, o lo que sea… de Kirtash. Precisamente de él.

»Pero ni la Resistencia, ni mi orgullo, ni mi odio hacia él tienen nada que ver con esto. Lo que me pasa, Victoria, es, simplemente… —tomó aliento y lo soltó de un tirón—, que estoy celoso. Terriblemente celoso.

—¿Qué? —soltó Victoria, estupefacta.

—Pero no tengo derecho a enfadarme contigo. Primero, porque has arriesgado la vida por mí. Te importo de verdad. Todavía estoy levitando —confesó, enrojeciendo aún más.

»Segundo —prosiguió, antes de que ella pudiera decir nada—, entre tú y yo no hay nada más que amistad. Lo que hagas con tu vida privada, a quién decidas querer, es cosa tuya. No soy tu novio ni nada por el estilo. No veo por qué iba a enfadarme porque estés con otra persona que no sea yo. Tus sentimientos no me pertenecen, ni a mí ni a la Resistencia, por más que Alexander intente hacerte creer lo contrario. Y ni yo, ni Alexander, ni nadie, tenemos derecho a intentar controlar lo que sientes. Eso te quede bien claro.

»Tercero: ¿Que Kirtash es nuestro enemigo, que es un asesino? ¿Que lo odio con todo mi ser? Es verdad, pero en estos momentos, Victoria, me importas tú mucho más que él, mucho más que la Resistencia. Una vez me dijiste que me importaban más mis enemigos que mis amigos. Pero eso se acabó hace mucho tiempo.

»Y por último: es culpa mía, solo mía. Hace siglos que tendría que haberte dicho lo importante que eres para mí. Pero soy estúpido, y ha tenido que venir Kirtash a rondarte para que me decidiera a decírtelo. Tuve mi momento y lo dejé pasar. Me marché, te di la espalda porque era un crío y tenía miedo de… yo qué sé… pensaba que no estaba preparado y… bueno, resumiendo, que perdí mi oportunidad. Hasta Alexander, que es tan bruto para estas cosas, se ha dado cuenta de que yo estaba loco por ti. He tenido cientos de ocasiones para decírtelo, para decirte que… que te quiero con toda mi alma, que no quiero perderte, que daría lo que fuera por verte feliz —soltó de un tirón—; pero voy y te lo digo justo ahora, que tienes el corazón roto y obviamente no estás para que te caliente la cabeza y… me estoy liando yo solo —concluyó, azorado. Hundió el rostro entre las manos, temblando.

Victoria se había quedado muda de asombro. Los ojos se le habían llenado de lágrimas.

Pero Jack no había terminado de hablar. Alzó la cabeza de nuevo y prosiguió, con esfuerzo:

—Estoy molesto, pero tengo lo que yo mismo me he buscado. Y sin embargo, en estos momentos lo único que me importa de verdad es que te veo destrozada, Victoria, y eso es lo que más me enfurece de todo este asunto: no que hayas llegado a sentir algo por ese… ese… esa cosa. Sino que él te ha engañado, te ha utilizado, te ha hecho mucho daño. No se lo puedo perdonar. Estoy enfadado con él, y no contigo —inspiró profundamente—. Bueno, ya está. Ya lo he dicho.

Se dejó caer, sintiéndose muy débil de pronto, y apoyo la espalda contra el tronco del árbol. No se atrevía a mirar a Victoria.

—Sí, lo has dicho —murmuró ella, atónita—. Y te has expresado… con mucha claridad —lo miró con tristeza—. Ojalá yo pudiera saber lo que siento. Estoy muy confusa.

—Lo siento —se disculpó Jack, en voz baja—. Te he liado más. No era esta mi intención. Había venido como amigo, pero ahora te he contado todo esto y va a parecer que intento aprovecharme de la situación y…

Se interrumpió, sorprendido, porque Victoria se había arrojado a sus brazos y lo estrechaba con fuerza. Jack la abrazó, confuso, pero no tardó en cerrar los ojos y disfrutar de la sensación. Y aquel sentimiento que ella le provocaba se desató en su interior como un torrente de aguas desbordadas. La abrazó con más fuerza y hundió el rostro en su cabello castaño.

—Gracias, Jack —susurró ella—. Es tan bonito todo lo que me has dicho. Ojalá… ojalá yo tuviera las cosas tan claras. Eres muy importante para mí. Tanto, tanto, que daría mi vida por ti. Sin dudarlo, como he hecho esta noche. ¿Es eso amor? No lo sé. Parece que sí, ¿no? Pero hace unas horas estaba besando a Kirtash, Jack. A Kirtash, que me ha dicho docenas de veces que va a matarte. ¿Lo entiendes? Por eso tengo la sensación de que te he traicionado. Aunque solo sea como amigo. Mantenía una relación en secreto con alguien que quiere matarte, Jack. ¿Qué clase de amiga soy yo? Por muy intenso que sea lo que siento por ti, no puede ser amor, porque si lo fuera… habría matado a Kirtash cuando tuve la ocasión. Habría evitado toda posibilidad de que…

Se le quebró la voz. Jack seguía abrazándola.

—Estabas enamorada de él —comprendió—. De verdad. No era una ilusión.

—No, Jack —sollozó ella—. ¿Lo ves? ¿Lo ves? Soy… soy una persona horrible.

Jack cerró los ojos, sintiendo que su corazón sangraba por ella.

—No, Victoria, no lo eres. Eres maravillosa. Maldita sea, y pensar que yo podía haber evitado todo esto…

Victoria iba a responder, cuando un timbre impertinente los interrumpió. Era la alarma del reloj digital de ella.

—Son las siete menos cuarto en mi casa —dijo, dirigiéndole una mirada de disculpa—. Tengo que marcharme, Tengo clase a las ocho, va a sonar el despertador en quince minutos y…

—Pero Victoria, no has dormido nada. ¿Vas a ir clase de todas formas?

—He de hacerlo, o mi abuela sospechará algo. Te recuerdo que anoche incendiamos el pinar. Alguien habrá llamado a los bomberos. Si no estoy en la mesa del desayuno a las siete, mi abuela se va a preocupar muchísimo, pensará que he tenido algo que ver…

Jack tardó un momento en contestar.

—Comprendo —asintió por fin, levantándose y ayudándola a incorporarse—. Vete, pues. Pero dile que no te encuentras bien, o algo. No estás en condiciones de ir al colegio.

Victoria lo miró con cariño y sonrió. Recordó la época en que habría dado cualquier cosa porque él regresara de su viaje para decirle todo aquello que le había confesado ahora… demasiado tarde.

¿O aún no era demasiado tarde? Descubrió que su corazón todavía latía con fuerza cuando miraba a Jack a los ojos. Descubrió la llama que aún ardía detrás de la muralla que ella había intentado levantar entre los dos.

—No quiero marcharme —confesó—. Quiero seguir contigo un rato más.

«Para siempre», pensó, pero no lo dijo. No tenía derecho a decirlo. No, después de haber cedido al fascinante hechizo que Kirtash ejercía sobre ella. No, teniendo en cuenta que todavía, a pesar de todo lo que había pasado, echaba de menos a Christian. Desesperadamente.

Sacudió la cabeza. Todo era muy confuso…

—Pero yo estaré aquí cuando vuelvas —le aseguró el chico, muy serio.

—¿De verdad?

—Estaré aquí —prometió él—. Esperándote. El tiempo que haga falta.

La miró con ternura, y Victoria sintió que se derretía entera. Supo que él tenía intención de besarla, y deseaba de verdad que lo hiciera, pero se apartó, con cierta brusquedad.

—No, Jack. No merezco que me beses. Porque yo…

Iba a decir «… porque he besado a Kirtash», pero no fue capaz de seguir hablando. Jack comprendió.

—No te preocupes. Tómate el tiempo que necesites, te esperaré. Y, si cambias de idea… ya sabes dónde encontrarme.

—Jack… —suspiró ella—. Sabes, yo… te quiero muchísimo, pero no entiendo… no entiendo lo que siento. Mereces a alguien que pueda quererte sin dudas, sin condiciones. ¿Me comprendes?

—Perfectamente. Pero ahora vete y descansa, ¿vale? Ya hablaremos más adelante.

Victoria asintió. Dudó un poco antes de ponerse de puntillas para besar a Jack en la mejilla. Después, con una cálida sonrisa y los ojos brillantes, se alejó corriendo hacia la casa.

Jack se quedó allí, de pie, junto al sauce que era el refugio de Victoria, y la vio marcharse. Si Victoria se hubiera vuelto para mirarlo en aquel mismo momento, tal vez habría descubierto la sombría expresión de él, y habría adivinado que había tomado una terrible decisión pero no lo hizo. A pesar del dolor y de las dudas, se sentía reconfortada por las cálidas palabras de su amigo, por su abrazo, por su cariño. Y tenía la seguridad de que, aunque estuviese cayendo al abismo, Jack estaría abajo para recogerla.

El despertador sonó a las siete. Victoria acababa de materializarse sobre su cama, y por un momento deseó cerrar los ojos y dormir. Pero sabía que no debía hacerlo. No se lo había dicho a Jack, pero temía soñar con aquella aterradora criatura en la que se había convertido Christian, temía verla otra vez entre sus pesadillas, y no creía que estuviera preparada para ello.

Con un suspiro, se levantó, se puso el uniforme y fue al cuarto de baño. Se miró al espejo. Tenía un aspecto horrible. Se lavó la cara, pero todavía estaba pálida, con los ojos hinchados y con unas terribles ojeras. Tuvo la sensación de que sus ojos parecían todavía más grandes de lo que eran, y se encontró a sí misma comparándose mentalmente con una especie de búho. Se preguntó cómo podía gustarle a Jack. O a Christian. Eran dos chicos extraordinarios, cada uno a su manera, y seguía sin comprender qué habían visto en ella.

Pensar en Jack hizo que le recorriera una cálida sensación por dentro. Kirtash era enigmático y fascinante pero Jack era tan cariñoso y dulce…

«Y es humano», le recordó una vocecita maliciosa.

Victoria suspiró y sacudió la cabeza. Intentó mejorar su aspecto, al menos para no parecer un vampiro mal alimentado. Nunca usaba maquillaje, pero se puso un poco, para tapar las ojeras y disimular la palidez.

Con todo, nada lograría borrar de sus ojos aquella huella de profunda tristeza. Apartó la mirada del espejo bajó a desayunar.

Su abuela ya estaba allí, leyendo el periódico mientras tomaba el caté. Victoria comprendió que, si la miraba la cara, tendría que dar muchas explicaciones, de modo que trató de pasar tras ella sin que la viera. Ya tomaría algo en la cafetería del colegio.

Pero, a pesar de que no hizo ni el más mínimo ruido, a pesar de que era experta en lograr que la gente no se fijase en ella, con su abuela aquello nunca funcionaba. Era como si tuviera una especie de radar para detectar su presencia.

—Buenos días, Victoria —dijo ella sin volverse.

Victoria reprimió un suspiro resignado.

—Buenos días, abuela.

Entró en la cocina para prepararse el desayuno. Ya no le servía de nada disimular.

—¿Oíste lo de anoche? —preguntó su abuela, sin levantar la cabeza del periódico.

—No, abuela —mintió ella, mientras sacaba el nescafé de la alacena; normalmente desayunaba cacao, pero aquel día necesitaba despejarse—. ¿Qué pasó?

—Hubo un incendio atrás, en el pinar. Demasiado cerca de casa. Menos mal que los vecinos avisaron a los bomberos.

—¿En el pinar? —repitió Victoria—. ¡Oh, no, con lo que me gusta! Espero que no se hayan quemado muchos árboles.

—Me extraña que no te enteraras de nada. Pero bueno, no saliste de tu habitación, y no quise molestarte. Por poco tuvimos que desalojar la casa.

A Victoria le tembló la mano y dejó caer el brick de leche.

—¡Por Dios, hija! ¡Mira qué desastre! Llamaré a Nati para que lo limpie…

—No, deja, ya lo hago yo. Lo siento, hoy estoy un poco torpe.

—Sí —su abuela la miró con fijeza—. No tienes buena cara. ¿No has dormido bien?

—He dormido, pero he tenido pesadillas. He soñado… con monstruos, y eso.

—Ya eres mayorcita para tener esa clase de pesadillas ¿no?

Victoria se encogió de hombros.

—Pues ya ves.

Terminó de recoger la leche y volvió a la preparación del desayuno. Segundo intento.

—¿Y cómo te va con ese chico? —preguntó entonces su abuela, de manera casual.

Los dedos de Victoria se crisparon sobre el azucarero y por poco se le cayó al suelo también.

—¿Qué chico?

—El que te gustaba, ya sabes…

—A mí no me gustaba ningún chico.

Su abuela la miró fijamente, por encima de las gafas, arqueando una ceja.

—Bueno, vale, bien, sí, me gustaba uno —confesó ella a regañadientes—. Pero he descubierto cómo es realmente y… ya no me gusta.

—¿Te ha hecho daño? —preguntó su abuela, repentinamente seria; sus ojos brillaron de una manera extraña por detrás de los cristales de las gafas, pero Victoria no la estaba mirando, y no se dio cuenta.

—¿Daño? —La chica se quedó quieta, planteándosele por primera vez—. ¿Físico, quieres decir? No, claro que no. De hecho, parece obsesionado con protegerme de todo. Pero…

—Te ha roto el corazón, ¿no? ¿Y por qué te ha dejado?

—No me ha dejado en realidad. He sido yo quien ha decidido dejarlo a él.

—Entonces, has sido tú quien le ha roto el corazón a él.

—¿Qué? —soltó Victoria, estupefacta; no se le había ocurrido verlo así—. ¡Pero si él no tiene corazón! No es un chico normal, es…

—… ¿un monstruo?

Victoria se estremeció, y miró a su abuela, desconcertada. Ya era bastante insólito que ambas estuvieran hablando de chicos, pero que ella se acercara remotamente a la verdad… resultaba inquietante. No podía ser que supiera…

Recordó lo que Christian le había contado acerca de aquella mansión y su «aura benéfica», y miró a su abuela, inquieta. Pero ella siguió hablando, con total tranquilidad:

—Verás, Victoria, cuando nos enamoramos, las primeras veces, idealizamos a la otra persona, pensamos que es perfecto. Cuando más nos convencemos de ello, más dura es la caída. Seguro que no es tan mal chico.

Victoria respiró, aliviada. Aquello ya tenía más sentido.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque todavía te gusta. Si no, no sentirías tantos remordimientos por haberlo dejado.

—¿Y tú qué sabes? —replicó ella, de mal humor, de pronto—. No siento remordimientos. Ya te he dicho que he descubierto cómo es en realidad y…

«… ¡y no estamos hablando de un chico normal!», quiso gritar.

—¿Has hablado con él después de eso?

—¡Claro que no! —replicó Victoria, horrorizada.

—Ah, ya entiendo. Entonces es que hay otro, ¿no?

Victoria cerró los ojos, mareada.

—Vamos a ver, ¿por qué de repente te interesa tanto mi vida sentimental?

—Porque hasta ahora nunca habías tenido una vida sentimental, hija. Siento curiosidad. Y estoy contenta. Ya era hora de que empezaras a pensar en chicos. Comenzaba a preocuparme.

Victoria abrió la boca, pasmada.

—Qué maruja eres, abuela.

—Vamos, cuéntame, cuéntame —la apremió su abuela—. ¿Cómo es ese chico que te gusta ahora?

—¿Jack? —dijo ella irreflexivamente; enseguida lamentó no haberse mordido la lengua, pero en fin, ahora la cosa ya no tenía remedio—. Pues es… podríamos decir que es mi mejor amigo. Tenemos mucha confianza, es muy cariñoso, muy dulce y… parece ser que le gusto.

—¿Y él te gusta a ti?

—Sí —confesó ella en voz baja—. Mucho. Lo que pasa es que…

—Todavía te gusta el otro, ¿no? El «chico malo», por llamarlo de alguna manera.

—Sí —dijo Victoria, y se echó a llorar.

Sintió que su abuela la abrazaba.

—Ay, niña, dulce juventud…

—Soy rara, ¿verdad, abuela?

—No, hija, tienes catorce años. Es una enfermedad que todos hemos pasado alguna vez. Y eso me recuerda que la semana que viene es tu cumpleaños. ¿Qué quieres que te regale?

Inconscientemente, Victoria oprimió el colgante que siempre llevaba puesto, un colgante de plata con una lágrima de cristal, y pensó en Shail, quien se lo había regalado dos años atrás, cuando cumplió los trece. Shail había muerto aquella misma noche, y desde entonces, para Victoria el día de su cumpleaños era una fecha muy triste.

—No quiero nada, abuela —dijo en voz baja.

«Solo quiero recuperar lo que perdí hace dos años… pero no va a volver».

—Gracias por la charla, pero tengo que darme prisa, o perderé el autobús.

Se separó de su abuela y se levantó de la silla. Ella la miró por encima de las gafas.

—¿No quieres quedarte en casa y descansar? Te escribiré una nota, diré que estás enferma.

Victoria la miró estupefacta.

—Abuela, eres tú la que está rara hoy —comentó—. Gracias, pero prefiero ir a clase, en serio.

No se encontraba con fuerzas para seguir hablando de Jack y de Christian… o Kirtash… o lo que fuera.

«Entonces, has sido tú quien le ha roto el corazón a él», había dicho su abuela.

Pero ella no sabía de quién estaba hablando. ¿Podía una serpiente tener corazón?

Su abuela la siguió hasta la puerta y se quedó allí, en la escalinata, mirando cómo ella subía al autobús escolar.

«No quiero nada, abuela», había dicho Victoria.

Pero ella había visto en sus ojos que un deseo imposible llameaba en su corazón. Una leve brisa sacudió el cabello gris de Allegra d'Ascoli, que sonrió.

Jack había esperado a que Alexander se fuera a dormir, y entonces había ido en silencio a la sala de armas, para recoger a Domivat, su espada legendaria. Tras un instante de duda, había decidido llevarse también una daga y prendérsela en el cinto, por si acaso.

Después, había subido a la biblioteca y había llamado al Alma. La conciencia de Limbhad no había tardado en mostrarse en la esfera que rotaba sobre la enorme mesa tallada.

«Alma», pidió Jack. «Llévame hasta Kirtash».

El Alma pareció desconcertada. No podía hacer lo que le pedía, porque se necesitaba algo de magia, y Jack no podía proporcionársela.

«Por favor», suplicó Jack. «Sácala de donde sea, saca la magia de la espada, saca la energía de mí, pero tienes que llevarme hasta él. Tengo algo que hacer… y sé que Victoria no estaría de acuerdo».

El Alma lo intentó. Jack sintió los tentáculos de su conciencia envolviéndolo, tratando de arrastrarlo… pero el chico permaneció firmemente clavado en la biblioteca de Limbhad.

—¿Qué es lo que hace falta? —preguntó, desesperado—. Si uso el báculo de Victoria, ¿podrás llevarme?

El Alma lo dudaba, y Jack sabía por qué. El báculo solo funcionaba con los semimagos, y él no lo era. Ni mago completo, ni semimago, como Victoria.

—Victoria dijo una vez que la magia era energía canalizada —recordó Jack—. Todos tenemos energía, Alma, saca esa energía de mí.

No es bastante, fue el mensaje.

Jack apretó los dientes.

—Me da lo mismo. Haz lo que puedas, ¿vale?

El Alma tenía sus reparos, pero lo hizo. Jack sintió su conciencia entrando en su ser y extrayendo sus fuerzas, poco a poco. Jack sintió que se debilitaba, pero también que se hacía más ligero, menos consistente. Y, entonces, de pronto, fue como si el Alma hubiese destapado un profundo pozo que hasta entonces hubiera estado oculto. La energía brotó de Jack, a borbotones, resplandeciente, inagotable, y el chico salió disparado…

«Por ti, Victoria», pensó, antes de que su cuerpo desapareciera de la biblioteca de Limbhad.

Se materializó en una playa, y miró a su alrededor, desconcertado. Era una pequeña cala desierta, entre acantilados, y la luna menguante se reflejaba sobre unas aguas sosegadas que lamían la arena con suavidad.

Jack descubrió la figura, esbelta y elegante, que lo observaba desde lo alto del acantilado. Llevaba en la mano un filo que brillaba con un suave resplandor blanco-azulado. Jack desenvainó a Domivat, que llameó un momento en la noche, como una antorcha, para luego recuperar el aspecto de un acero normal, que solo delataba su condición especial por el leve centelleo rojizo que le arrancaba la luz de la luna.

La silueta bajó de un salto hasta la playa, con envidiable ligereza. La luna iluminó los rasgos de Kirtash.

Los dos se miraron. A Jack le pareció que el semblante del shek, habitualmente impenetrable, parecía más sombrío aquella noche. Con todo, seguía sin mostrar abiertamente el odio que sentía hacia él. Aunque, de alguna manera, Jack lo percibía.

—Te estaba esperando —dijo Kirtash.