14
El fin de la Resistencia

Estaban a salvo.

Limbhad los había acogido en su seno como una madre, y su clara noche estrellada había calmado, en parte, su miedo, su frustración y su dolor.

En parte, pero no del todo.

Ni siquiera en aquel silencioso micro mundo, donde nada parecía cambiar, donde su enemigo no podía alcanzarlos, donde todo lo sucedido no parecía haber sido más que un mal sueño, podían dejar de pensar en lo que habían perdido.

A Victoria le parecía todo tan irreal que allí mismo, sentada junto a la ventana, en camisón, acariciando a la Dama, contemplaba el jardín, esperando inconscientemente a que Shail regresara de uno de sus paseos por el bosque.

Pero, de vez en cuando, un aullido de dolor, un grito de rabia o unos furiosos golpes sacudían toda la Casa en la Frontera, recordando a Victoria que aquello era real, muy real, y que Shail no volvería, porque estaba muerto.

Jack entró en la habitación, y Victoria se volvió hacia él y lo miró, interrogante.

Los dos mostraban muy mal aspecto. Victoria tenía los ojos enrojecidos de llorar. Había tenido que regresar a casa al día siguiente de su desastroso viaje a Alemania.

Su abuela la había mirado a la cara y no le había permitido ir al colegio; la había obligado a meterse en la cama y había llamado al médico.

A Victoria no le quedaban fuerzas para discutir. Estaba débil y se sentía muy cansada. El médico no había sabido decir qué le ocurría exactamente, pero le había aconsejado reposo, y ella había obedecido, sin una palabra. Sin embargo, por las noches volvía a Limbhad para ayudar a Jack.

El muchacho estaba agotado, pálido y ojeroso porque llevaba más de cuarenta horas sin dormir. Habían encerrado a Alsan en el sótano, porque con frecuencia se enfurecía y se volvía contra lo que tenía más cerca. Lo oían aullar, gruñir, gritar y gemir a partes iguales, y Jack tenía que contenerse para no acudir junto a él. Era cierto que Alsan estaba sufriendo una espantosa agonía mientras su alma humana y el espíritu de la bestia luchaban por tomar posesión de su cuerpo; pero no era menos cierto que, si le abría la puerta, los mataría a los dos. Así que, por el momento, Alsan tendría que librar su batalla completamente solo.

—Está peor —murmuró Jack—. Pensé que no tardaría en derrumbarse de agotamiento, y entonces podría entrar a dejarle algo de comida, pero esa cosa que lo está destrozando por dentro no lo deja en paz ni un solo momento.

En aquel mismo instante oyeron un horrible aullido y un golpe sordo que hizo temblar toda la casa.

—Está intentando echar la puerta abajo —dijo Victoria.

Jack sacudió la cabeza con cansancio.

—No te preocupes, la he asegurado bien. No es la primera vez que lo intenta.

Se sentó junto a ella y hundió el rostro entre las manos con un suspiro. Victoria lo miró y tuvo ganas de abrazarlo, de consolarlo y sentirse a su vez reconfortada por su presencia. Cuando Jack levantó la cabeza con aire abatido, Victoria alzó la mano para apartar de su frente un mechón de pelo rubio que le caía sobre un ojo. Notó que su piel estaba caliente y colocó la mano sobre su frente.

—Oye, creo que tienes algo de fiebre. Deberías descansar.

Jack negó con la cabeza.

—No tengo fiebre, soy así. Mi temperatura corporal es un par de grados superior a lo normal. Siempre lo ha sido, desde que era pequeño. Quizá es por eso por lo que nunca me pongo enfermo.

—Es raro —comentó Victoria.

—Sí. Ya sabes que hay muchas cosas en mí que son raras, y para las que no tengo ninguna explicación —murmuró Jack, sombrío—. Antes habría dado lo que fuera por comprender quién soy en realidad, pero ahora me doy cuenta de que, sencillamente, hay un precio que no estoy dispuesto a pagar. Hemos perdido a Shail, y Alsan se ha convertido en algo… que no puedo describir. Y también he estado a punto de perderte a ti, y, si eso hubiera sucedido… me habría vuelto loco —confesó, mirándola con seriedad.

Victoria bajó la cabeza, azorada, sintiendo que el corazón le palpitaba con fuerza. Jack sacudió la cabeza, con un suspiro, y concluyó:

—Habría dado mi vida para encontrarme a mí mismo, pero no la de mis amigos. Por desgracia, lo he comprendido demasiado tarde.

—¿Habrías actuado de otra forma, de haberlo sabido?

Jack se quedó pensativo.

—No lo sé —dijo por fin—. Puede que no tuviera elección, al fin y al cabo. Hay algo que me empuja a luchará una y otra vez. Es como si… a través de esta guerra, a través de mi espada, a través incluso de Kirtash… me descubriese a mí mismo. Tengo la sensación de que, aunque me mantuviese alejado de todo esto, acabaría por toparme con Kirtash igualmente, de una manera o de otra. Es como si estuviese… predestinado.

Calló, confuso, y frunció el ceño. Aquellos pensamientos resultaban extraños y no acababa de comprenderlos del todo.

—Te entiendo —suspiró Victoria, con un escalofrío—. A mí me pasa algo parecido.

Jack la miró fijamente.

—Y tú, ¿cómo estás? No tienes buen aspecto.

Victoria apartó la mirada.

—Sobreviviré —dijo, con un optimismo forzado; estaba muy lejos de sentirse así, La pérdida de Shail había sido un golpe del que, probablemente, jamás se recuperaría por completo.

Otro agónico aullido de Alsan estremeció la casa. Jack alzó la cabeza, preocupado.

—Jack —dijo Victoria—. ¿Qué vamos a hacer si Alsan no se recupera?

Jack la miró casi con fiereza.

—Se recuperará —afirmó—. Ni se te ocurra pensar lo contrarío.

—De acuerdo —concedió Victoria con suavidad; vaciló antes de preguntar—. ¿Y qué podemos hacer para ayudarle?

—No gran cosa, en realidad —suspiró Jack—. Parece ser que el conjuro al que lo sometieron es muy complejo. Alsan me dijo que había oído decir a Kirtash que solo Ashran ha sido capaz de realizarlo correctamente.

Victoria se preguntó entonces cómo pensaba expulsar a la bestia del cuerpo de Alsan, pero no formuló sus dudas en voz alta.

—Aunque no lo parezca, Victoria —prosiguió Jack, como si hubiese leído sus pensamientos—, él sigue siendo Alsan, y sé que luchará hasta el final. Mientras él esté con nosotros, la Resistencia seguirá viva.

Victoria sacudió la cabeza.

—Jack, hemos perdido a Shail y, por más que te empeñes, no creo que Alsan esté en condiciones de…

—Cuando estábamos en el castillo —interrumpió él— le dije que, si decidía unirse a Ashran para buscar un remedio a… lo que quiera que le hayan hecho… le dije que yo lo entendería, que no se lo echaría en cara. ¿Y sabes qué me contestó? «Jamás». Ese es el espíritu de la Resistencia, el espíritu de Alsan, y por eso sé que sigue con nosotros aunque ahora parezca un monstruo. En el fondo sigue siendo Alsan.

Victoria bajó la cabeza y ocultó su rostro tras una cortina de pelo, deseando que Jack no viese que se le había encendido de la vergüenza.

Ella sí había cedido a la tentación. Había tomado la mano que Kirtash le ofrecía.

«Oh, Shail», pensó, «ojalá estuvieras a mi lado. No sé en quién confiar ahora».

Jack no la había creído cuando le había contado que Kirtash había tratado de impedir que Elrion los matase a ella y a Shail. Pero, de todas formas, Victoria no le había contado la extraña conversación que había mantenido con el joven asesino. Jack seguía odiando a Kirtash y, si se enterase de que Victoria había estado a punto de marcharse con él, se sentiría herido y traicionado.

Pero Victoria sabía que, si ahora ella seguía viva y libre, era porque Kirtash había querido que así fuera. Y no solo eso: había tratado de salvarla de Elrion.

Pero Shail se le había adelantado.

Victoria gimió interiormente. Todo era tan confuso…

Shail había quedado inconsciente tras su lucha contra el hechicero szish, pero luego había recobrado el sentido y se había levantado para interponerse entre ella y el rayo mágico de Elrion… ¿cuánto rato llevaba consciente? ¿Habría oído la conversación entre ella y Kirtash? ¿La habría visto cogiendo la mano del asesino?

Se estremeció. «Me engañó», pensó. «Él puede controlar a la gente con sus poderes telepáticos. Me hipnotizó…».

¿Por qué? ¿Para qué?

«Estaba jugando conmigo…», se dijo Victoria, abatida. «Y fui tan tonta como para dejarme engañar… porque creí ver en sus ojos…».

¿Qué? ¿Sinceridad? ¿Interés? ¿Afecto? ¿Ternura?

Kirtash no tenía sentimientos. No podía tenerlos alguien que asesinaba de la manera en que él lo hacía.

Sintió de pronto que Jack pasaba un brazo por sus hombros.

—No llores, por favor —le dijo con suavidad, y fue entonces cuando Victoria fue consciente de que, en efecto, sus ojos estaban llenos de lágrimas—. Todo saldrá bien.

—No —negó ella, levantándose bruscamente, sintiéndose sucia y mezquina por haber traicionado a la Resistencia, porque Shail había muerto por su culpa, porque no tenía valor para confiar en Jack y tampoco había tenido fuerza de voluntad suficiente para rechazar a Kirtash igual que Alsan había dicho «Jamás»—. Nada saldrá bien, Jack, ¿es que no lo ves? Digas lo que digas, hemos perdido. La Resistencia ha muerto.

Se asustó del sonido de sus propias palabras. Sin mirar a Jack, salió corriendo de la habitación.

Jack la encontró en el bosque, en su refugio secreto. En realidad no era secreto para nadie, pero todos sabían que, cuando se perdía allí, era mejor dejarla tranquila.

Junto al arroyo crecía un enorme sauce llorón, el mismo bajo el cual Victoria había curado a Shail, apenas un par de semanas atrás, y la chica había dispuesto un montón de mantas entre sus grandes raíces. A menudo se acurrucaba en aquella especie de nido y dormía allí, bajo la luz de las estrellas, arrullada por el sonido del arroyo. Jack le había preguntado más de una vez por qué hacía eso, pero ella nunca había sabido responder. Aunque cualquier cama sería más cómoda que su extraño «campamento», la chica había descubierto que se despertaba más despejada si dormía en aquel lugar.

Jack retiró las ramas del sauce que caían como una cortina entre él y Victoria y asomó la cabeza.

—Toc, toc —dijo—, ¿se puede?

El bulto acurrucado entre las raíces del sauce alzó la cabeza, y Jack pudo ver el rostro de su amiga a la luz de las estrellas y las luciérnagas que sobrevolaban el arroyo. A pesar de su palidez y su cansancio, parecía haber algo mágico y sobrenatural en ella, o tal vez se debía al marco que la rodeaba.

—Estás en tu casa —murmuró Victoria.

Jack eligió una enorme rama para acomodarse sobre ella. Se tumbó cuan largo era, apoyando la espalda en el tronco del árbol.

—Una vez, no hace mucho, traje a Shail a este mismo lugar —recordó ella—, para curarlo. Me resulta extraño pensar que él ya no está, que nunca volveré a verlo.

Jack no respondió. También él sentía en lo más profundo la pérdida de Shail, pero no encontraba palabras para expresarlo. Victoria suspiró y lo miró.

—Siento lo que he dicho antes —dijo.

Jack negó con la cabeza.

—No importa. Puede que tengas razón. De todas formas, siempre hemos llevado las de perder en esta lucha.

Victoria reparó en el tono amargo de sus palabras y lo miró.

—Te enfrentaste a Kirtash, ¿verdad?

Jack asintió.

—Peleamos. Tuve que salir corriendo, pero al menos planté cara.

—También yo luché contra Kirtash. Pero lo mío no tiene mérito. Él no quería matarme.

«Tengo que matarte, ¿lo sabías?», había dicho él.

«Pero tú no deberías morir». Victoria sacudió la cabeza para olvidar aquellas desconcertantes palabras.

—Tampoco logró llevarte con él. Debiste de defenderle como una leona.

Victoria se encogió sobre sí misma, sintiéndose, de nuevo, muy culpable. Iba a confesarle a Jack la verdad de lo que había pasado, pero él seguía hablando:

—Sabes, antes pensaba que Kirtash me odiaba, igual que yo le odio a él. Pero ahora creo… que no puede odiar, simplemente porque no tiene sentimientos.

Victoria se estremeció; también ella había pensado aquello momentos antes. Pero aquel brillo en los ojos de hielo de Kirtash… Sacudió la cabeza. Jack tenía razón. Todo habían sido imaginaciones suyas, y eso la hizo sentirse aún más mezquina.

—No luché, Jack —confesó finalmente—. No tuve fuerzas. Kirtash podría haberme llevado consigo sí hubiese querido.

Jack la miró con sorpresa.

—No puede ser. El te necesitaba para utilizar el Báculo de Ayshel. No es posible que haya perdido el interés así, de pronto. ¿Qué le habría hecho cambiar de opinión?

Victoria no respondió. Recordó que Kirtash la había mirado a los ojos, y revivió aquella extraña sensación de desprotección y desnudez cuando la mente del asesino exploraba la suya. Victoria no sabía qué había visto Kirtash en su interior, y no deseaba saberlo. Recordó lo que Shail había dicho cuando Jack había utilizado el Alma para espiar a Kirtash: que, a través de su mente, él podía haber alcanzado Limbhad. ¿Era eso? Victoria sintió que la sangre se le congelaba en las venas. ¿Cuántos secretos había desvelado a su enemigo sin proponérselo?

—Estoy cansada, Jack —le dijo a su amigo—. Cansada de luchar, de tener miedo. He perdido a Shail y no quiero perder a nadie más. Sé que suena egoísta, pero… ¿realmente vale la pena que sigamos con esto? Jamás encontraremos al dragón y al unicornio. Es inútil.

—Tal vez —admitió Jack tras un breve silencio—, pero yo tengo que hacerlo. He de seguir por…

—¿Por tus padres? Jack, Elrion mató a tus padres y mató a Shail, y ahora está muerto. Y ellos no han vuelto a la vida. Yo creo que no vale la pena.

Jack calló un momento. Después dijo:

—Comprendo que quieras abandonar, y no voy a reprochártelo. Pero yo tengo que seguir, porque, lo mire por donde lo mire, no me queda nada más. ¿Entiendes? Kirtash me lo ha arrebatado todo. Ya no tengo casa, no tengo familia, no tengo a donde ir. Limbhad es mi único refugio, y Alsan y tú sois los únicos amigos que me quedan.

Victoria lo miró, apenada.

—No, Jack, eso no es todo —le dijo—. Mi casa es segura todavía. Y es grande. Si hablo con mi abuela, si le digo que no tienes a nadie más… seguramente dejará que te quedes. Podrás volver a vivir a la luz del día…

Se calló de pronto, inquieta, pensando que, dado que Kirtash había explorado su mente, tal vez conociera ya la ubicación de la mansión de Allegra d'Ascoli…

Pero Jack no se percató de su turbación.

—No, Victoria, no puedo hacer eso. Kirtash me conoce demasiado bien, me está buscando. No quiero poneros en peligro. Aunque te lo agradezco… y, ahora que lo recuerdo, también he de darte las gracias por haberme salvado la vida, el otro día, en el desierto.

—No fui yo, fue el báculo el que…

—Obedeció a tus deseos, Victoria. Tú querías salvarme, y el báculo actuó siguiendo tu voluntad. No tuve ocasión de agradecértelo.

Victoria alzó la cabeza para responder y vio que Jack estaba muy cerca de ella y la miraba intensamente. El corazón de la muchacha se aceleró al sentir a su amigo tan próximo. «¿Qué me está pasando?», se preguntó, confusa.

Jack, por su parte, no podía apartar sus ojos de ella. Tuvo el súbito impulso de abrazarla, de protegerla, de decirle que no permitiría que nada malo le sucediera, pero, inexplicablemente, se quedó clavado en el sitio.

Victoria tragó saliva. Intuía que aquel era un momento importante para ambos y no sabía qué debía decir ni cómo debía actuar.

—Victoria, yo… —empezó Jack.

Un súbito estruendo proveniente de la casa ahogó sus palabras. Se oyó un aullido de rabia, y Jack se levantó de un salto.

—Es Alsan —dijo, comprendiendo enseguida lo que estaba sucediendo—. Tiene otra de sus crisis.

Los dos corrieron hacia la casa y bajaron con precipitación las escaleras que llevaban al sótano. Se detuvieron ante la puerta de la habitación donde habían encerrado a Alsan. Los golpes sonaron más fuertes, y los dos chicos vieron que, con cada uno de ellos, la puerta parecía a punto de reventar.

—¡Está intentando echar la puerta abajo! —gritó Jack, lanzándose hacia adelante para sostenerla—, ¡ayúdame!

Victoria se había quedado parada al pie de la escalera, pero reaccionó y corrió junto a Jack. Los dos empujaron la puerta con todas sus fuerzas, pero Alsan seguía golpeándola, y, con cada choque, las paredes enteras se estremecían.

—Jack, no aguantaremos mucho tiempo —susurró Victoria.

De pronto, los golpes cesaron.

—¿Victoria? —sonó una voz ronca, que recordaba remotamente a la de Alsan—. ¿Eres tú?

—¡Alsan! —gritó Jack—. ¿Estás bien?

No dejó de sostener la puerta, sin embargo, le hizo una seña a su amiga para que hiciese lo mismo.

—Victoria —susurró la voz de Alsan tras la puerta, ignorando a Jack—. Victoria, tienes que sacarme de aquí. Sabes que tengo que marcharme.

—No, Alsan, no debes salir de aquí —intervino Jack—, ¿a dónde vas a ir? ¿Qué vas a hacer fuera de Limbhad?

—Victoria —insistió Alsan—, tienes que dejarme marchar. Si no lo haces, tarde o temprano os mataré. A ti —hizo una pausa y añadió—: Y a Jack. Victoria cerró los ojos y se estremeció.

—¡No, Alsan, no lo permitiremos! —dijo Jack, con firmeza.

—Sabes que es verdad, Victoria —prosiguió la voz de Alsan, con un gruñido—. No puedo detener a la bestia, y vosotros tampoco podréis hacerlo. Debéis dejarme marchar.

Jack no lo soportó más.

—¡No voy a abandonarte! —le chilló a la puerta cerrada—. ¿Me oyes? ¡Ni hablar!

Alsan no dijo nada más. Tampoco volvió a intentar derribar la puerta. Sobrevino un silencio tenso.

—Vete a dormir —dijo entonces Jack—. Yo me quedaré aquí, con él.

Victoria lo miró un momento, con una intensidad que lo hizo sentirse incómodo.

—No quiero que te haga daño. —No lo hará. Es mi amigo, ¿no lo entiendes? Victoria no dijo nada. Se alejó escaleras arriba. Jack se sentó en el suelo, junto a la puerta, y apoyó la espalda en la pared. Cerró los ojos… y, sin darse cuenta, el cansancio lo venció y se quedó dormido.

Creyó ver en sus sueños la figura de Victoria, que se acercaba en silencio y se inclinaba sobre él. Cuando, momentos más tarde, despertó, sobresaltado, miró a su alrededor con desconfianza. Pero la puerta seguía sólidamente cerrada. Volvió a recostarse contra la pared, pensando que había sido un sueño, pero entonces vio que alguien lo había cubierto con una manta, para que no cogiese frío, y una cálida sensación lo recorrió por dentro. Sonrió, reprochándose a sí mismo el haber dudado de su amiga, y se puso en pie. Como todo seguía en silencio —Alsan debía de estar dormido—, Jack decidió subir a acostarse.

Al pasar frente a la habitación de Victoria vio que la puerta estaba entreabierta, y no pudo evitar asomarse y echar un vistazo.

Vio a la chica echada sobre la cama, dormida, los cabellos oscuros desparramados sobre la almohada, su pálido rostro iluminado por la luz de las estrellas que entraba por la ventana, sus dedos cerrados con fuerza en torno al amuleto que Shail le había regalado antes de morir, la noche de su cumpleaños. Jack movió la cabeza con tristeza y siguió avanzando hacia su habitación.

En cuanto se retiró de la puerta, Victoria abrió los ojos. Con el corazón palpitándole con fuerza, aguardó un rato hasta que oyó cerrarse la puerta de la habitación de Jack. Entonces, se levantó, en silencio, cogió su báculo y se deslizó por los pasillos de Limbhad en dirección al sótano.

Jack se despertó, sobresaltado, cuando un aullido de triunfo resonó por toda la casa. Se levantó de un salto y corrió al sótano, y se encontró con la puerta hecha pedazos y la habitación vacía. La sangre se le congeló en las venas por un breve instante. Recordó a Victoria dormida, y visualizó, por un momento, a la versión bestial de Alsan saltando sobre ella para devorarla.

—¡Victoria! —gritó, y corrió de nuevo escaleras arriba, Para salvar a su amiga.

Pero no la encontró en su habitación. Desconcertado, se preguntó si habría salido al bosque para dormir bajo el sauce, como solía hacer, cuando sintió un estremecimiento, una especie de ondulación en el aire, y supo lo que acababa de suceder: alguien había abandonado Limbhad.

E imaginó enseguida lo que estaba pasando.

Corrió hacia la biblioteca, pero, mucho antes de llegar, mucho antes de abrir la puerta, ya sabía lo que iba a encontrar en ella.

A Victoria, sola, de pie, junto a la esfera en la que se manifestaba el Alma.

Y Jack comprendió que Alsan se había marchado para sufrir a solas su dolor y su desgracia, y que tal vez no volvería a verlo nunca más.

Victoria se quedó en la puerta de la habitación, silenciosa, observando cómo Jack abría y cerraba cajones y armarios, cogiendo ropa y guardándola en la bolsa que había dejado abierta sobre la cama.

—No creo que sea una buena idea —dijo por fin.

Jack se volvió para mirarla, irritado, y no pudo evitar hablar con dureza:

—No voy a quedarme de brazos cruzados. Si esa bola mágica no es capaz de encontrar a Alsan…

—Pero se ha marchado voluntariamente, ¿no lo entiendes? Nos pidió que le dejáramos marchar. Y si el Alma no lo localiza es porque está muy cambiado y ya no es él mismo…

—Me da igual —cortó Jack—. Yo mismo iré a buscarlo.

—Pero, Jack, puede estar en cualquier parte y el mundo es muy grande…

—No puedo quedarme aquí y simplemente esperar.

—¿Por qué no?

Jack se volvió para mirarla, y se sintió incómodo. Algo en la mirada de su amiga le suplicaba que no se fuera, que se quedara a su lado. Y Jack sintió un pánico horrible ante la simple idea de sentirse atado a alguien, a aquel lugar triste y vacío, lleno de recuerdos de los ausentes.

Tenía que huir, tenía que marcharse de allí como fuera y encontrar a Alsan. Y Victoria no iba a lograr detenerlo.

—Alsan es mi amigo —dijo con frialdad—, me ha enseñado muchas cosas, me ha salvado la vida y le debo mucho. Ahora, esté donde esté, me necesita.

—Jack, se ha marchado voluntariamente. Quiere estar solo, quiere alejarse de nosotros para no ponernos en peligro.

—¡Pero piensa en lo que harán con él en nuestro mundo! Ya no es del todo humano, Victoria. Lo matarán. No deberías haber dejado que se fuera. No tienes ni idea de lo que has hecho. Victoria no dijo nada.

Jack guardó a Domivat en la bolsa de viaje; el arma tenía una vaina hecha de un material especial que resistía el calor que despedía su filo, por lo que el chico podía estar seguro de que su ropa no se quemaría, a pesar de estar en contacto con la Espada Ardiente. Cerró la bolsa y se la cargó al hombro. Volvió a mirar a su amiga y algo se ablandó en su interior. No, no podía dejarla así. Eran demasiadas las cosas que los unían, los momentos importantes que habían vivido juntos. Y, sin embargo…

—Tienes que comprenderme —insistió—. El es como un hermano para mí. No puedo dejarlo marchar, así, sin más. No puedo darle la espalda.

—¿Y a mí sí puedes darme la espalda?

Jack respiró hondo.

—Victoria, no me obligues a elegir. El está en problemas, y me necesita. Y tú no —la miró fijamente—, ¿o sí, me necesitas?

Victoria vaciló. ¿Qué iba a decirle? ¿Que sí lo necesitaba, desesperadamente? Supo enseguida que, a pesar de lo que sentía, no iba a confesárselo o, al menos, no en aquel momento. La vergüenza y el orgullo le impedían mirarlo a los ojos y decirle a Jack lo importante que era para ella. Y, por otra parte, intuía que, aunque lograra convencerlo de que no se marchara, el chico se arrepentiría una y mil veces de haber abandonado a Alsan a su suerte.

No, Victoria no podía pedirle que se quedara con ella, no podía condenarlo a la soledad de Limbhad, y menos teniendo en cuenta que había sido ella la que había dejado marchar a Alsan.

De manera que alzó la mirada y dijo:

—No, tienes razón. No te necesito. Victoria creyó apreciar en los ojos de Jack una sombra de dolor y decepción; pero la voz de él sonó fría e indiferente cuando dijo:

—Bien. Entonces, no hay más que hablar.

Ella se sintió muy triste de pronto. Erguido, con el equipaje a cuestas y aquella expresión resuelta en el rostro, Jack parecía mayor de lo que era. Pero estaba dispuesto a marcharse, y Victoria supo que había perdido la oportunidad de retenerlo a su lado.

El muchacho avanzó hacia la puerta y Victoria se apartó para dejarlo pasar. Sus cuerpos se rozaron y sus miradas se encontraron un breve instante. Los dos vacilaron. El tiempo pareció congelarse.

«No debería marcharme», pensó él.

«Le suplicaré que se quede», se dijo ella.

Pero Jack cruzó la puerta y se separó de Victoria, y siguió andando pasillo abajo, y ella no lo llamó.

Llegó enseguida a la biblioteca y entonces se dio cuenta de que necesitaría la ayuda de Victoria para marcharse de Limbhad. Se volvió hacia la entrada y la vio allí, silenciosa. Llevaba el báculo entre las manos.

—Adelante —dijo ella—. Decide tu destino y acércate a la esfera. El Alma y yo haremos el resto.

Jack vio entonces que sobre la mesa había aparecido misteriosamente la esfera de colores cambiantes en la que se mostraba el Alma de Limbhad. Titubeó. Nunca había realizado aquel viaje solo, y tampoco había decidido aún por dónde empezar a buscar a Alsan. Como había dicho Victoria, el mundo era grande.

Jack avanzó un paso, vaciló y se volvió hacia ella.

—Volveré con Alsan —prometió—. Y la Resistencia…

—La Resistencia ya no existe, Jack —cortó ella—. Hazte a la idea.

—Nunca —replicó Jack, ceñudo—. Te juro que mataré a ese Kirtash aunque sea lo último que haga.

—Es curioso que te importen más tus enemigos que tus amigos —observó Victoria con frialdad.

—¿Qué quieres decir? —estalló Jack—. ¡No soy yo quien se esconde aquí mientras Alsan vaga por ahí, perdido y solo! ¡No soy yo quien lo ha dejado marcharse, a pesar del estado en el que se encontraba! ¡Por lo menos yo no me paso el día lamentándome!

Victoria entrecerró los ojos, y Jack se dio cuenta de que la había herido. Pero estaba furioso con su amiga por no acompañarle, por no apoyarle, por haber dejado marchar a Alsan, y, sobre todo… por no necesitarlo como él la necesitaba a ella.

Y, por eso, en aquel momento no lamentó haber dicho aquello.

—Lárgate —dijo Victoria, conteniendo la ira—. Márchate y no vuelvas por aquí.

—Descuida —replicó Jack, molesto.

Inmediatamente después, ambos se arrepintieron de sus palabras, pero ninguno de los dos dio el primer paso para arreglarlo. Jack avanzó hacia la mesa y, sin dudarlo ni un momento, alargó la mano hacia la esfera. El resplandor se hizo más intenso y la luz envolvió la figura de Jack, que, mareado, aún tuvo tiempo de pensar: «Londres» antes de dejar atrás Limbhad… y a Victoria.

Ella lo vio desaparecer y se quedó quieta un momento.

Después dio media vuelta para internarse de nuevo en la Casa en la Frontera.

El sonido de un timbre se desparramó por los pasillos y las aulas del colegio.

En la clase de Victoria, la profesora indicó los ejercicios que había que hacer para el día siguiente antes de que las alumnas comenzaran a recoger sus cosas. Victoria tomó nota y guardó la agenda en la mochila.

Se disponía a salir cuando la profesora la llamó. La muchacha se volvió hacia ella, interrogante, y se acercó a su mesa.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó la profesora—. Te veo muy pálida.

—He estado enferma —repuso ella con suavidad.

—Lo sé. ¿No te has recuperado aún?

Victoria desvió la mirada, pero no dijo nada.

—¿Te pasa algo más? —insistió la profesora—. Te he visto muy triste desde que volviste. Es como si estuvieras… ausente.

—Estoy bien. Es solo que… —dudó antes de añadir—, recientemente perdí a un amigo muy querido. Un accidente, ¿sabe usted? Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado, como se suele decir.

«Como algunos héroes», pensó, recordando lo que les había contado Shail al respecto. Habían pasado apenas unos días desde aquella conversación, pero ya parecían una eternidad.

—Oh, Victoria, lo siento mucho. Tu abuela no me dijo nada.

—Ella no lo conocía. De todas formas… es normal estar triste, ¿no? Pero no durará para siempre. Pasará con el tiempo. No se preocupe.

La profesora la observó con aprobación. Había dolor en los ojos de Victoria, sí, pero más madurez y sabiduría.

—Bien —dijo finalmente—. Si necesitas ayuda, ya sabes dónde estoy.

Victoria asintió.

Abandonó la clase, y después el enorme y frío edificio. Ya había anochecido; una fría brisa sacudía las ramas de los árboles, que creaban sombras fantasmagóricas sobre las baldosas del patio.

Nadie la esperaba fuera. Victoria era una chica extraña y retraída y no tenía amigas en el colegio. Nunca le había preocupado, pero en aquel momento añoró una vida como la de cualquiera de sus compañeras de clase. Deseó ardientemente ser una chica normal, no haber oído hablar de Idhún ni haber conocido a la Resistencia…

Se preguntó sí no sería demasiado tarde para recuperar su vida…

… y olvidar…

Sacudió la cabeza. ¿A quién pretendía engañar? Ella no era una chica normal, y nunca lo sería. Había conocido el miedo, el dolor, el odio y el poder. Poseía el don de la curación y era la clave para encontrar a Lunnaris, porque solo ella podía manejar el Báculo de Ayshel. Fuera cual fuera su relación con Idhún… estaba claro que no iba a desaparecer con solo desearlo.

Lunnaris…

Victoria recordó con cuánta pasión hablaba Shail de aquel pequeño unicornio. Nunca más volvería a verla.

«Te fallé, Shail», pensó. «No sé qué hacer para encontrar a Lunnaris, no sé cómo utilizar el báculo para que me lleve hasta ella. Pero te juro que la encontraré, por ti». Era una idea que llevaba días rondándole por la cabeza. Llevar a cabo el sueño de Shail. Encontrar a Lunnaris por él. Y hablarle del joven mago que la había salvado una vez y había consagrado su vida y su magia a buscarla en un mundo que no era el suyo.

«Encontraré a Lunnaris», prometió. «Aunque tenga que hacerlo yo sola».

El recuerdo de su discusión con Jack regresó de nuevo a su mente, y el dolor volvió a consumir su corazón. Lo echaba de menos, a veces incluso más que a Shail y, en ocasiones como aquella, procuraba recordar, por encima de todo, las palabras hirientes de él, para reavivar el enfado y tratar de calmar así el dolor de la separación. Cerró los ojos, pero el recuerdo de Jack seguía vivo en su interior, y se preguntó si lograría olvidarlo y seguir adelante sin él. Se preguntó si debería haberle dicho que sí lo necesitaba, que su vida resultaba gris si él no estaba en ella para pintarla con su sonrisa, que en aquellos meses se había acostumbrado tanto a tenerlo cerca que ahora se sentía vacía y espantosamente sola. Y se preguntó también si, de haberlo hecho, de haberle confesado todo aquello, habría cambiado en algo las cosas.

Probablemente no, pensó. Al fin y al cabo, se dijo a sí misma con rencor, Jack estaba deseando marcharse. Se había dado tanta prisa en hacerlo, de hecho, que no se había parado a pensar que, sin Shail ni Victoria, él no sería capaz de regresar a Limbhad. En aquel mismo momento podía estar en la otra punta del planeta. Tal vez no volvieran a encontrarse nunca más.

«Volveremos a vernos, Victoria…», resonó entonces un recuerdo en su mente. Se estremeció. Por alguna razón, se acordó de Kirtash. Si iba a continuar la búsqueda de Lunnaris ella sola, volvería a encontrarse con él tarde o temprano. Y ahora no tenía a Shail, a Alsan ni a Jack para protegerla.

Algo se rebeló en su interior ante la idea de tener que depender siempre de los demás. Había sido agradable dejarse querer por Alsan y Shail, pero Jack le había echado muchas cosas en cara, y ella quería… necesitaba demostrar que estaba equivocado.

«… no vuelvas a cruzarte en mi camino, criatura, porque no tendré más remedio que matarte la próxima vez», había dicho Kirtash.

«No», corrigió Victoria. «Si Jack no te ha matado antes, lo haré yo. No volverás a hacerme sentir así, tan indefensa, tan a tu merced. Volveremos a encontramos y, cuando lo hagamos… seré yo quien juegue contigo antes de matarte».

Perdida en sus sombríos pensamientos, Victoria franqueó la puerta del colegio.

No se dio cuenta de que, en lo alto del muro, se agazapaba una sombra oscura encubierta tras las ramas de los árboles.

Y aquella figura la observaba con un destello de calculador interés en sus fríos ojos azules.