Subió en silencio por la gran escalera de caracol y, una vez delante de la puerta de la biblioteca, la empujó con suavidad; esta cedió sin necesidad de que hiciese demasiada presión. Entró.
Era la primera vez que estaba a solas en la biblioteca desde el día de su llegada, y se estremeció al recordar las fantásticas visiones que había contemplado allí entonces.
Cerró la puerta tras de sí y miró a su alrededor. La estancia estaba a oscuras y en silencio. La enorme mesa redonda seguía también en el centro de la habitación, rodeada de seis sillas y contemplada por los cientos de viejos volúmenes escritos en antiguo idhunaico y encuadernados en piel que reposaban en las altísimas estanterías que forraban las paredes.
—Luz —murmuró Jack a media voz.
Tras un chisporroteo, las antorchas se encendieron, Jack no pudo evitar una sonrisa. Alsan le había explicado que, a excepción del pequeño templo del jardín, donde se rendía adoración a los dioses de Idhún, aquella sala era el lugar más importante de Limbhad. Por eso no le había permitido a Shail alterarla con ningún artefacto de la Tierra. La luz allí se encendía con solo pedirlo en voz alta, y el mismo sistema servía para las ventanas de la casa, cerradas con aquel extraño material tan flexible, que desaparecía y reaparecía cuando se lo ordenaban. Jack sonrió de nuevo, recordando su primera noche allí, y cómo había intentado abrir aquellas ventanas, sin conseguirlo. Entonces todavía no creía en la magia o, al menos, no demasiado.
Pero desde aquella noche habían pasado muchas cosas.
Se aproximó a la mesa, intimidado, y contempló los extraños símbolos y grabados que la adornaban. Gracias al amuleto de comunicación que le había regalado Victoria, podía hablar, entender y leer el idhunaico. Pero eso no incluía el idhunaico arcano, una variante del lenguaje de Idhún, misteriosa y esotérica, que solo los magos conocían y utilizaban.
Shail le había hablado de la historia de Limbhad y de aquella biblioteca.
En tiempos remotos, le había dicho, la enemistad entre magos y sacerdotes llegó a su punto culminante y desencadenó una gran guerra. Los hechiceros habían perdido y, perseguidos y acosados por una casta sacerdotal que los presentaba ante el pueblo como adoradores del Séptimo, el dios oscuro, no habían tenido más remedio que huir.
—Abrieron un portal dimensional hasta la Tierra —le había contado Shail—, pero allí no les fue mejor. La Inquisición, la caza de brujas, todo eso. Algunos se refugiaron en lugares habitados por pueblos primitivos que aún respetaban la magia, pero otros volvieron atrás y crearon Limbhad, donde se ocultaron hasta que las circunstancias les permitieron volver. Sin embargo, de alguna manera, con el paso de los siglos, toda la información que había sobre Limbhad se perdió. Cuando yo empecé a estudiar, este lugar no era más que una leyenda.
Ahora la historia se repetía. Una nueva generación de magos había escapado de Idhún.
Alsan y Shail le contaron que ellos se habían topado con Limbhad por pura casualidad. Al caer por el túnel interdimensional se habían desviado ligeramente de la ruta prevista, y habían ido a parar a la Casa en la Frontera, lo cual favorecía considerablemente sus planes. Por desgracia, ahora no les era posible contactar con ninguno de los magos idhunitas exiliados en la Tierra. Ya fueran humanos, feéricos, gigantes, celestes, varu o yan, las principales razas inteligentes de Idhún, estaban camuflados entre los nativos bajo forma humana. Y, por supuesto, no empleaban la magia; de lo contrario, Kirtash los localizaría.
Todo esto se lo había explicado el Alma, de la misma manera que le había enseñado a Jack lo que había pasado en Idhún el día en que los seis astros se reunieron en el cielo en aquella aterradora conjunción.
—Fueron los tres soles y las tres lunas, ¿verdad? —había preguntado a Alsan—. Al reunirse en el cielo provocaron la muerte de los dragones. Yo lo vi.
—Sí y no —replicó su amigo—. El Hexágono que representa el entrelazamiento de los seis astros en el cielo es el símbolo de Idhún. Esa conjunción ocurre una vez cada muchos siglos, pero no siempre implica una catástrofe. También puede producir grandes milagros. Los seis astros mueven una energía inmensa, todo depende de quién utilice esa energía, y para qué.
—Hasta aquel día —añadió Shail, palideciendo—, ningún mortal había logrado provocar una conjunción. Ashran el Nigromante lo hizo, y empleó el inmenso poder del Hexágono para comunicarse con los sheks; les abrió la Puerta que les permitiría regresar a Idhún y les entregó nuestro mundo en bandeja.
—¡Las serpientes aladas! —exclamó Jack, haciendo un gesto de repugnancia—. Las vi. Cientos de ellas. Tal vez miles.
—Los sheks —dijo Alsan lentamente— son las criaturas más mortíferas de Idhún. Los únicos seres que podrían enfrentarse a los dragones y salir victoriosos.
Jack no había hecho más preguntas. Todo lo que Alsan y Shail le contaban de Idhún le interesaba solo hasta cierto punto. Nunca había estado allí o, por lo menos, no lo recordaba. La idea de que existiesen de verdad criaturas tales como serpientes aladas o dragones seguía pareciéndole demasiado fantástica, a pesar de todo lo que había visto.
Pero Kirtash era muy real.
Se sentó en uno de los altos sillones que rodeaban la mesa redonda y respiró hondo, tratando de concentrarse. Después, con lentitud, colocó las manos sobre la mesa y llamó en silencio al espíritu de Limbhad.
La presencia del Alma lo invadió de manera casi instantánea. Para no distraerse, evitó abrir los ojos, aunque sospechaba que en el centro de la mesa había comenzado a producirse aquel extraño fenómeno de la última vez: una esfera de luz brillante que rotaba sobre sí misma…
«Quiero preguntarte algo», pensó Jack, sintiéndose, sin embargo, algo estúpido.
El Alma no respondió, al menos no de manera clara y directa, pero Jack percibió que estaba receptiva y aguardaba su consulta.
«Quisiera que me mostrases a una persona que está en la Tierra».
Tampoco esta vez hubo respuesta, aunque Jack sintió que el Alma tenía sus reservas, y comprendió enseguida lo que quería decir: ni siquiera el espíritu de Limbhad podía encontrar a alguien que no quería dejarse localizar y que podía usar la magia para ocultarse de su mirada… como todos los hechiceros idhunitas exiliados. El camuflaje mágico exigía una mínima cantidad de energía y, a pesar de tratarse de un hechizo, no podía ser detectado con facilidad.
Pero aquel a quien buscaba Jack no tenía motivos para ocultarse. Porque militaba en el bando de los vencedores y, seguramente, estaba acostumbrado a que la gente huyese de él, y no al revés.
«Muéstrame a Kirtash», pidió Jack. «Quiero ver dónde está, y qué hace».
El Alma no puso objeciones. Jack abrió los ojos.
La esfera brillante giraba todavía a mayor velocidad y había adquirido un tono azulado. Jack comprendió que, en esta ocasión, se trataba de la Tierra.
Se vio súbitamente engullido por aquella representación tridimensional de su planeta y se halló de pronto cayendo entre las nubes. El pánico lo inundó, pero se obligó a sí mismo a recordarse que aquello no era real, sino que se trataba de una visión. Se detuvo entonces y miró hacia abajo.
Flotaba. A sus pies, el mundo giraba más deprisa de lo normal. Vio a lo lejos las sombras de una gran ciudad, cuyos edificios más altos pinchaban las nubes que cubrían el cielo nocturno. Al principio se sintió desconcertado. Aquella ciudad le resultaba muy familiar, pero no terminaba de ubicarla. Se sintió poderosamente atraído hacia allí y se apresuró a dejarse llevar por su instinto.
Volvió a sentir aquella embriagadora sensación al sobrevolar las azoteas de los edificios, sin fijarse apenas en las luces deslumbrantes de la enorme metrópoli. Percibió que comenzaba a moverse cada vez más y más deprisa, e intuyó que estaba acercándose a su objetivo. Los contornos de los edificios se sucedían velozmente a sus pies, los ruidos no eran más que un confuso murmullo en el que resultaba imposible distinguir nada…
De pronto, se detuvo.
Miró a su alrededor. Ahora estaba en una zona de edificios antiguos y severos, pero que poseían un aire de elegante dignidad que evocaba el sabor de tiempos pasados. Un poco más allá, sin embargo, había una llamativa construcción posmoderna, de ladrillo rojo y tejados grises, cuya estructura trapezoidal estaba presidida por un gran patio en el que destacaba una estatua que representaba un hombre sentado. Sin embargo, lo que llamó su atención fue la sombra que se alzaba sobre una de las azoteas, contemplando la ciudad que se extendía ante él. Era casi imposible verle, puesto que vestía de negro y su figura se fundía con el cielo nocturno, pero Jack lo detectó de inmediato, y se obligó a sí mismo, o a su representación astral, o lo que fuera, a acercarse más. La silueta, alta, esbelta y elegante, no inspiraba confianza. Su postura era engañosamente relajada; un observador atento habría percibido que, bajo aquella calma aparente, sus músculos estaban en tensión, como los de un depredador acechando a su presa.
Kirtash.
Jack se quedó apenas un momento inmóvil, conteniendo el aliento. No se hallaba allí físicamente, por lo que Kirtash no podía haberlo visto. Se quedó quieto, indeciso, hasta que vio que una segunda figura salía a la azotea. Era un hombre de cabello negro y facciones finas y aristocráticas, Jack no lo reconoció al principio, puesto que ya no llevaba la túnica, sino que vestía ropa normal, de calle, pero cuando estuvo más cerca supo enseguida quién era.
Elrion, el mago que había matado a sus padres.
Sintió que lo invadía la ira, pero recordó su intención de recabar información para ser útil a la Resistencia y se esforzó por mantenerse sereno; entonces se preguntó qué hacían aquellos dos en aquel lugar. Vio cómo el mago se acercaba a Kirtash y le tendía algo. Jack se acercó un poco más.
Era un libro, un volumen muy antiguo. No había nada escrito sobre la cubierta de piel gastada, pero Jack apreció el símbolo de un hexágono. Kirtash sonrió, satisfecho, cuando el mago abrió el libro y le mostró una página al azar, Jack se aproximó más, intentando leer lo que había escrito en ella; descubrió que los símbolos eran idhunaicos, pero aun así no logró descifrarlos, por lo que supuso que se trataba del lenguaje arcano, y lo invadió la curiosidad. ¿Dónde habían encontrado aquel libro? ¿Dónde estaban exactamente?
Kirtash cogió el libro y lo cerró de golpe. Jack quiso apartarse, pero… sin saber muy bien cómo, se encontró justo detrás de él. Y, aunque sabía que aquello era solo una visión, no pudo evitar sentirse inquieto.
Y entonces él se volvió.
Fue un movimiento tan rápido que el ojo de Jack apenas pudo captarlo. Pero cuando quiso darse cuenta estaba mirándolo a los ojos.
Los ojos de Kirtash, gélidos, letales.
Jack retrocedió, sin poder apartar su mirada de la de Kirtash. De nuevo tuvo aquella horrible sensación.
Frío.
Un espantoso estremecimiento lo recorrió de pies a cabeza mientras algo comenzaba a explorar su mente, como aquella vez, en Silkeborg. Y supo de nuevo que aquella mirada podía matarle. No sabía de dónde había sacado aquella idea, pero sí tuvo el absoluto convencimiento de que, aunque parecía absurda, era la verdad. Si seguía mirando a Kirtash a los ojos, moriría.
Trató de retroceder un poco más, pero estaba hipnotizado por aquella mirada.
Quiso gritar, pero las palabras quedaron congeladas en sus labios.
De pronto sintió que algo tiraba de él, y entonces todo comenzó a dar vueltas, y después se puso negro.
Se despertó en la biblioteca de Limbhad. Estaba en el suelo, respirando entrecortadamente y tiritando como si padeciese una hipotermia, y Alsan estaba ante él, zarandeándolo, furioso, gritando algo que al principio Jack no fue capaz de captar. Mareado, intentó incorporarse, mientras las palabras de Alsan comenzaban a tomar forma en su mente:
—¡¡…completamente chiflado, parece que no hayas aprendido nada de lo que te he enseñado!! ¡Nunca, nunca trates de enfrentarte a Kirtash tú solo! ¡Ha estado a punto de matarte!
—¿Có… cómo? —tartamudeó Jack, aún aturdido—, ¡yo no estaba allí! Mi cuerpo…
—Kirtash mata con la mirada, Jack —era la voz de Shail; Jack enfocó un poco la vista y pudo distinguirlo detrás de Alsan—. Si alcanza tu mente, estás perdido. Suerte que hemos podido sacarte de allí a tiempo.
Alsan lo soltó.
—Eres un inconsciente, chico. ¿Todavía no sabes con quién te la estás jugando? ¡Nuestro enemigo ha sometido a todo un mundo y ha aniquilado a las dos razas más poderosas de Idhún en un solo día! ¿Y tú crees que puedes enfrentarte solo a un enviado suyo, alguien en quien ellos confían tanto como para encomendarle una misión como esta?
—Lo siento —murmuró Jack, algo enfurruñado.
Alsan suspiró, exasperado.
—Está bien, podría haber sido peor.
—Mucho peor —asintió Shail, examinando los luminosos contornos cambiantes de la esfera en la que se manifestaba el Alma—, no solo podrías haber muerto, sino que Kirtash podría haber llegado hasta nosotros a través de tu mente, y Limbhad habría dejado de ser un lugar seguro para la Resistencia.
Aquella revelación golpeó a Jack como una maza.
—No tenía ni idea —musitó, abrumado por las implicaciones de aquella posibilidad—. Lo siento, he sido un estúpido.
—Nos hemos dado cuenta —gruñó Alsan, incorporándose—. Vuelve a tu cuarto.
—Y trata de descansar —añadió Shail, para restar dureza a las palabras de su amigo—. Apuesto a que ahora tienes un bonito dolor de cabeza.
Jack obedeció, con el corazón encogido.
Volvió a su habitación, se tumbó sobre la cama y cerró los ojos. Cada vez que lo hacía pensaba que al abrirlos descubriría que todo había sido un mal sueño y que seguía en su granja, en Dinamarca, con su familia.
Pero eso nunca ocurría.
Aquella vez no fue diferente. Jack abrió de nuevo los ojos y vio el techo redondeado de su habitación de Limbhad. Aquel lugar era acogedor, y Jack se había esforzado por hacerlo más personal, pero seguía sin ser su casa.
En aquel momento, en concreto, se sentía más deprimido de lo habitual. Sentía muchísimo haber cometido la estupidez de espiar a Kirtash a través del Alma, y se preguntó si Alsan lo perdonaría por haber puesto su empresa en peligro por culpa de su precipitación y su insensatez. Deseó que se le pasara pronto el enfado. Se dio cuenta de que, a pesar de la frialdad con que lo había tratado en los últimos días, en realidad pocas cosas le importaban más que la amistad de Alsan. Quizá porque ya no le quedaba mucho más que conservar, aparte de su vida y su orgullo.
Alguien llamó a su puerta con suavidad. Jack pensó que se trataba de Shail, o de Victoria; se incorporó y murmuró:
—Adelante.
La puerta se abrió, y fue Alsan quien entró en la habitación. Jack lo miró, entre sorprendido y receloso.
—No hace falta que vuelvas a reñirme —le espetó, antes de que él pudiera decir nada—. Ya he pedido perdón.
Pero Alsan negó con la cabeza y tomó asiento cerca de él.
—No se trata de eso, chico. Tenemos que hablar.
Jack, todavía sentado sobre la cama, cruzó las piernas y apoyó la espalda en la pared.
—Ya sé lo que vas a decirme —murmuró—. No estoy preparado para pertenecer a la Resistencia, ¿verdad? Y nunca lo estaré.
Para su sorpresa, Alsan sonrió ampliamente.
—Nada más lejos de la realidad, Jack. Eres el alumno más prometedor que he tenido jamás.
Jack lo miró con la boca abierta.
—¿Me estás tomando el pelo?
—En absoluto. Y te aseguro que he entrenado a muchos en mi reino, chico. Muchachos de tu edad, hijos de nobles que aspiraban a ser algún día capitanes del ejército de mi padre. Me gustaba probarlos personalmente para conocer las virtudes y defectos de mis futuros caballeros. Ninguno de ellos poseía el temple y la fuerza de voluntad que tú me has demostrado estos días. Ninguno de ellos progresó con tanta rapidez en el manejo de la espada.
Los ojos de Jack se llenaron de lágrimas, pero parpadeó para contenerlas.
—¿Por qué no me lo has dicho antes? —le reprochó.
—Porque hay algo que no me gusta de ti, y es esa rabia y ese odio que te ciegan, ese orgullo que te lleva a cometer imprudencias que te pueden costar la vida. He tenido que humillarte, he tenido que quemarte física y psicológicamente para que por una vez en tu vida te pares a pensar y aprendas a tener paciencia. Pero reconozco que no esperaba que reaccionaras como lo has hecho… espiando a Kirtash a través del Alma.
—Quería ser útil de alguna forma —murmuró Jack.
—Y lo eres, Jack. Si te mantengo alejado de todo esto es por dos motivos: en primer lugar, porque estás obsesionado con Kirtash, y cuando se trata de él no puedes pensar con objetividad. Mientras sigas siendo así de temerario, él tendrá todas las de ganar, y no le costará mucho matarte en vuestro próximo enfrentamiento porque, por mucho que te entrenes, tu enemigo seguirá siendo más frío y templado que tú. Y, en segundo lugar… porque no quiero perder antes de tiempo al gran guerrero que sé que vas a ser… y al amigo que ya eres para mí. Así que supuse que tenía que apartarte de Kirtash hasta que asimilaras un poco la muerte de tus padres y fueras capaz de enfrentarte a él con más calma y frialdad.
Jack no supo qué decir. Pero tampoco Alsan añadió nada más, por lo que finalmente el muchacho tragó saliva y murmuró, abatido:
—Comprendo. He metido la pata, ¿verdad?
—Todos nos equivocamos, chico —replicó Alsan, moviendo la cabeza—. Eso es lo de menos. Lo que realmente importa es que saques algo en claro de todo esto. ¿Entiendes?
Jack asintió y lo miró, agradecido. Toda la rabia y el rencor parecían haberse esfumado.
—Entiendo. No volveré a defraudarte, Alsan. Te lo prometo.
Alsan sonrió.
—Lo sé, chico —respondió, revolviéndole el pelo con cariño—. Cuento contigo y sé que no me fallarás.
Jack le devolvió la sonrisa. Alsan salió de la habitación sin decir nada más, pero el muchacho se sentía mucho mejor, como si se hubiera quitado un enorme peso de encima. Pensó en todo lo que había pasado aquellos días, y se acordó de Victoria. Se levantó de un salto. Tenía un asunto pendiente con ella.
Salió de su cuarto y la buscó por la casa. La encontró en su habitación, leyendo, y llamó suavemente a la puerta para anunciar su presencia.
—Hola —dijo, cuando ella levantó la cabeza—. ¿Puedo hablar contigo un momento?
—Claro —respondió Victoria, cerrando el libro—. Pasa.
Jack se sentó sobre una de las sillas, junto a ella, la miró a los ojos y le dijo:
—Llevo varios días sin hablar contigo, prácticamente ignorándote, porque he estado demasiado obsesionado con mi entrenamiento. Quiero que sepas… que no tengo nada contra ti, al contrario. Es solo que a veces me olvido de lo que realmente importa. Me he comportado como un estúpido, y quería pedirte perdón.
Victoria se quedó sin habla.
—¿Me perdonas? —repitió Jack, con suavidad.
—Claro —pudo decir ella—. Yo… te veía todo el día entrenando y estaba preocupada por ti, pero no quería entrometerme porque…
—Te doy permiso para que te entrometas todo lo que quieras —cortó Jack, muy serio—. Alsan dice que soy orgulloso, impulsivo y temerario, y que así solo conseguiré que me maten. Y creo que tiene razón. Por eso, como tú eres mucho más sensata que yo, seguro que me vendrá bien que me ates corto.
Victoria lo miró un momento, preguntándose si le estaba tomando el pelo. Pero no, el chico hablaba en serio; la muchacha no pudo reprimir una carcajada.
—Está bien, me entrometeré si eso es lo que quieres. Pero luego no te quejes, ¿eh?
Jack sonrió a su vez.
—Gracias por no guardarme rencor —dijo con sencillez.
—No hay de qué, Jack. Somos amigos, ¿no?
—Claro que sí —le cogió la mano y se la estrechó con fuerza, aún sonriendo—. Y no sé si es porque pasamos mucho tiempo juntos, porque tenemos muchas cosas en común, o por qué, pero eres la mejor amiga que he tenido nunca.
Victoria enrojeció, halagada, y aceptó el cumplido con una inclinación de cabeza.
Hubo un breve silencio. Victoria vaciló. Jack la miró y supo que quería decirle algo.
—¿Qué?
—Lo has visto, ¿verdad? —dijo ella en voz baja—. ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía?
Jack sabía que Victoria se refería a Kirtash. Detectaba aquel extraño tono que adquiría la voz de su amiga cuando hablaba de él, incluso aunque no pronunciara su nombre. Frunció el ceño. Después de todo lo que le habían dicho Alsan y Shail, casi se le había olvidado por completo.
—No estoy seguro —respondió—. Tal vez no fuera nada importante, pero, por otra parte… no me imagino a Kirtash haciendo nada por casualidad.
Le contó todo lo que había visto a través del Alma; cuando terminó, Victoria hizo un gesto de extrañeza.
—¿Un libro de magia idhunita? Qué raro, ¿no? ¿De dónde sacarían algo así en la Tierra?
—Esos dos tramaban algo, me apostaría lo que fuera —murmuró Jack, pensativo—. Quizá si… ¡un momento!
Se levantó de la cama de un salto y alcanzó el bloc de dibujo que estaba sobre la mesa. Cogió un lápiz y se sentó de nuevo, mordiéndose el labio inferior.
—Era un edificio muy poco común —dijo—. Creo que podría dibujarlo.
Victoria lo contempló en silencio mientras el chico deslizaba el lápiz sobre el papel, con trazos suaves pero firmes y seguros, con el ceño fruncido en señal de concentración. Esperó pacientemente hasta que Jack alzó la mirada y le tendió el bloc.
—¡Oye, dibujas muy bien! —se admiró ella.
El se encogió de hombros.
—Lo hago desde que era muy pequeño. Dime, ¿te suena de algo ese sitio?
Victoria lo observó con atención. Un edificio con forma trapezoidal, de ladrillo rojo y tejados grises en distintas alturas. Un patio con enormes baldosas blancas y rojas. Una estatua que representaba a un hombre sentado.
—No —dijo finalmente—, pero sí es cierto que es un edificio muy peculiar. Además, parece importante. ¿Puedo llevármelo? Lo escanearé y lo pondré en algunos foros de internet, a ver si alguien sabe decirme qué es.
—Buena idea. Cuando tengamos más pistas, se lo diremos a Alsan y Shail. A lo mejor podemos averiguar algo importante…
Muy lejos de allí, en la azotea del edificio de ladrillo rojo, sacudido por una helada brisa, Kirtash contemplaba la ciudad que se extendía ante él. Sus ojos no mostraban la menor emoción.
Sin embargo, por dentro estaba hirviendo de ira.
Era aquel muchacho que había osado espiarle. Kirtash había captado su intrusión al instante, y había logrado contactar con él lo bastante como para descubrir una serie de datos vitales.
El chico se llamaba Jack, y estaba con la Resistencia. Eso lo sabía. Era la segunda vez que Jack escapaba de él en sus mismas narices, aunque siempre por intervención de un tercero.
No habría más ocasiones.
La operación de Silkeborg había sido una auténtica chapuza. Jack era el único que debía haber muerto aquella noche, y, sin embargo, todavía seguía vivo. Elrion se había precipitado, y Kirtash todavía se preguntaba por qué había sido tan benevolente con él, por qué le había perdonado la vida. Tal vez porque, de momento, no disponía de otro hechicero, y no podía permitirse el lujo de perderlo.
Sin embargo, lo que más preocupaba a Kirtash era aquella rabia que sentía por dentro. No estaba acostumbrado a alterarse por nada, pero aquel muchacho, Jack, tenía la habilidad de sacarlo de sus casillas. Kirtash no sabía por qué, y detestaba no controlar sus propios sentimientos.
—¿Kirtash? —preguntó Elrion, inseguro.
—Teníamos compañía —dijo el chico con suavidad.
—¿Qué? —el mago se volvió hacia todos lados—. Yo no he sentido nada.
«No me sorprende», murmuró Kirtash en voz baja. Pero dijo:
—No era un ser tísico, ni tampoco espiritual, sino una conciencia. Por eso yo lo he sentido, y tú no. Un miembro de la Resistencia nos estaba espiando.
—¡La Resistencia! —se burló el hechicero—. Son solo un grupo de muchachos. Jamás…
—No los subestimes —cortó Kirtash—. También yo soy joven.
—Eso es cierto —reconoció Elrion tras un breve silencio—. ¿Crees que se ha enterado de algo importante?
Kirtash sonrió.
—Eso espero —dijo.
—¿Por qué? ¿Qué quieres decir?
Kirtash no respondió. Aquel hechicero era el mejor que Ashran había logrado encontrar, y él lo sabía también, aunque no acabara de acostumbrarse a él. Para la forma de actuar del joven asesino, Elrion era demasiado ruidoso y llamaba mucho la atención. Además, jamás sería tan efectivo como él mismo. Pero no podía negar el hecho de que necesitaba un mago.
Elrion malinterpretó su silencio.
—¿Por qué no confías en mí? ¿Todavía estás molesto por lo de Silkeborg?
Kirtash no dijo nada. Elrion respiró hondo. Sí, era cierto, se había precipitado con lo de aquel matrimonio; los había quitado de en medio sin dar a Kirtash la oportunidad de interrogarlos. Por no mencionar el hecho de que el chico se les había escapado en sus mismas narices.
—Reconoce que voy aprendiendo —añadió el mago—. Hasta he cambiado mi túnica por esta ridícula ropa terráquea, como tú me dijiste.
Kirtash se volvió hacia él, y Elrion retrocedió un paso, casi instintivamente. ¿Por qué aquel mocoso le daba tan mala espina? Sabía que estaba muy próximo a Ashran, el Nigromante, el poderoso aliado de las serpientes en Idhún, pero no era más que un crío con poderes sorprendentes. ¿O no?
En cualquier caso, le molestaba, le molestaba muchísimo. Elrion había consagrado toda su vida a la magia, había renunciado a muchas cosas y sacrificado muchos años de su vida para llegar a ser un poderoso hechicero. Y no encajaba bien el hecho de ser superado de forma tan rotunda y evidente por un mocoso de quince años que ni siquiera era mago, a pesar de la extraña aura de poder que parecía irradiar.
Pero, por desgracia, no podía hacer nada al respecto. Su señor, Ashran el Nigromante, había puesto a Kirtash al mando y, por mucho que le irritase, Elrion debía acatar sus órdenes.
—Tengo mis propios planes —dijo Kirtash despacio—, y no son de tu incumbencia. No quiero interferencias esta vez.
Elrion tardó un poco en responder.
—Está bien —dijo finalmente—, aunque sabes que no eran esas las órdenes de Ashran.
Kirtash no se molestó en contestar. Se volvió de nuevo hacia la ciudad, que bullía de actividad a sus pies, a pesar de lo avanzada de la hora, y la contempló como lo habría hecho un conquistador que llegase a un mundo nuevo y extraño, un mundo lleno de infinitas posibilidades por explorar.