No sabiendo qué hacer ni adónde ir, Gwen condujo a Joram al nivel del Fuego. Se escondieron en un oscuro hueco que las llameantes imágenes que los rodeaban hacían parecer aún más oscuro y sombrío. Se sobresaltaban cada vez que oían un ruido, y apenas se atrevían a respirar.
—Debemos huir antes de que los Duuk–tsarith empiecen a buscarnos, si es que no han empezado aún —le susurró Gwen—. ¿Cuánto tiempo permanecerá mi padre bajo el poder del hechizo?
Joram había recuperado, en parte, el dominio sobre sí mismo. Pero se aferraba a Gwen de la misma forma en que un moribundo se aferra a la vida. La rodeaba con un brazo, apretándola contra él, su oscura cabeza apoyada en la dorada cabeza de ella, enjugándose las lágrimas en sus suaves cabellos.
—No lo sé —admitió Joram con un dejo de amargura, contemplando la Espada Arcana que sostenía en la mano izquierda—. Pero no demasiado, me parece. La verdad es que aún no sé cómo funciona esta espada.
Gwen miró la fea y deforme arma y se estremeció. Joram la estrechó aún más contra él, en actitud protectora, no queriendo admitir que era de él mismo de quien quería protegerla.
Ella no comprendió, pero de todos modos asintió con la cabeza. Estaba asustada y confusa, casi lamentando su decisión, sintiendo el corazón desgarrado por el dolor que le producía saber que aquello significaría un golpe devastador para su familia. Pero la confusión de Gwendolyn aumentaba por la indefinible sensación de angustioso placer que sentía al estar entre los brazos de Joram. Deseaba permanecer apretada contra su palpitante corazón. En realidad, quería apretarse aún más contra él de una forma u otra, para sentirse invadida por el dolor y el placer. Pero el mero hecho de pensar en ello la hacía encogerse con un temor que le helaba la boca del estómago. Y, abarcándolo todo, estaba el temor, más real y acuciante, a ser capturados.
—Si podemos salir de Palacio, ¿adónde iremos? —preguntó Gwen.
—A la Arboleda de Merlyn —respondió Joram de inmediato, viéndolo todo de repente con claridad—. Mosiah nos está esperando allí. Cruzaremos la Puerta sin ser vistos… —Se detuvo frunciendo el entrecejo—. Simkin. ¡Necesitamos a Simkin! Él puede hacernos salir. Luego, una vez estemos fuera de esta maldita ciudad, nos dirigiremos a Sharakan.
—¡Sharakan! —exclamó Gwen, mirándolo a los ojos, asustada.
Joram le sonrió brevemente, tranquilizador.
—Conozco al príncipe de Sharakan —explicó—. Es amigo mío. —Se quedó silencioso, mirando a lo lejos. A lo mejor Garald no era su amigo, ahora que era un don nadie. No. Sacudió la cabeza negativamente. Después de todo, tenía la Espada Arcana. Conocía la piedra–oscura y cómo forjarla, y eso lo convertía en alguien importante. Su expresión se volvió más fiera y severa—. Y forjaré piedra–oscura —murmuró—. Levantaremos un ejército. Regresaré a Merilon —siguió en voz baja, cerrando la mano con fuerza alrededor de la espada— ¡y tomaré todo lo que desee! ¡Eso también me convertirá en alguien!
Notó que Gwendolyn se estremecía en sus brazos y bajó la mirada hasta sus ojos azules.
—No te asustes —murmuró, relajado—. Todo irá bien. Ya lo verás. Te amo. Jamás haría nada que pudiera herirte. —Se inclinó y la besó suavemente en la frente—. Nos casaremos en Sharakan —añadió, notando que empezaba a dejar de temblar—. A lo mejor el mismo príncipe acudirá a nuestra boda…
—¡Cielos! —exclamó una voz que surgía del llameante infierno imaginario que los rodeaba—. ¡La Muerte Negra os está buscando por todas partes, registrando todas las grietas, husmeando en todos los rincones…! ¡Y yo os encuentro aquí haciéndoos carantoñas!
Joram se giró rápidamente, al mismo tiempo que alzaba la espada.
—¡Simkin! —jadeó, cuando consiguió recuperar el aliento—. ¡No te aproximes por la espalda tan sigilosamente!
Bajó la espada y se secó el sudor del rostro con el dorso de la mano que la empuñaba. Gwen surgió silenciosamente de detrás de Joram, medio asfixiada por haber estado oculta entre él y la pared.
—Mis queridos tortolitos —dijo Simkin con mucha tranquilidad—, puedo aseguraros que algo mucho más desagradable y feo que yo es probable que se os acerque sigilosamente por la espalda en cualquier momento. Se ha dado la alarma.
Joram escuchó con atención.
—No oigo nada.
—Ni lo oirás, viejo. —Simkin se acarició la barba con una mano—. Esto es el Palacio, ¿recuerdas? No estaría bien molestar a Su Majestad o sobresaltar a la Emperatriz en su delicado estado de salud. Pero puedes estar seguro de que en este mismo momento hay ojos que escudriñan, oídos que se aguzan y narices que husmean. Los Corredores están en plena ebullición.
—No hay nada que hacer —murmuró Gwen, apoyándose en Joram mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas.
—No, no. Todo lo contrario —observó Simkin—. Vuestro bufón está aquí para rescataros de este desatino. Vaya, suena muy bien; debo recordar esta frase. —Echó la cabeza hacia atrás con uno de sus habituales gestos de afectación y se quedó mirando a Gwendolyn con expresión desdeñosa—. Serás un Mosiah de lo más encantador, querida. Uno de mis mejores Mosiahs. —Sacudió en el aire el pañuelo naranja que había aparecido de repente en su mano, lo colocó con solemnidad sobre el rostro de Gwen antes de que ésta pudiera protestar, pronunció unas pocas palabras y después exclamó, retirando el pañuelo—: ¡Abracadabra!
Era Mosiah quien, secándose las lágrimas, se apoyaba ahora en Joram. Éste lanzó un grito de consternación y le dirigió una mirada furiosa a Simkin.
—¡Encantador! —exclamó Simkin, mirándolo complacido y mostrando un brillo de malicia en los ojos—. Es la última moda en estos tiempos, ¿sabes?
Joram se sonrojó y se apresuró a retirar el brazo de los hombros de quien ahora era un joven apuesto y viril. Pero el joven apuesto y viril era en realidad una atemorizada jovencita. Al principio, había sido Gwen quien se había mostrado fuerte, guiando al desesperado Joram fuera de la habitación en la que se encontraba su padre, lord Samuels, convertido en una impotente estatua de carne y hueso. Ella había sido la que había encontrado aquel escondite, ella quien había apoyado la cabeza de Joram sobre su pecho, consolándolo y acunándolo hasta que él hubo logrado vencer aquella oscuridad que siempre estaba presente en su interior, dispuesta a esclavizarlo a la más mínima oportunidad.
Pero ahora sus fuerzas empezaban a decaer. Se sentía acobardada por la imagen de los Duuk–tsarith, aquellas figuras de pesadilla que con sus manos gélidas e invisibles atrapaban a sus víctimas, arrastrándolas a lugares desconocidos. Por si esto fuera poco, ahora se encontraba en el interior de un cuerpo extraño. Repentinamente, quien en apariencia era un varonil muchacho rompió a llorar con desesperación, moviendo los hombros convulsivamente, el rostro sepultado entre las manos.
—¡Maldita sea, Simkin! —masculló Joram.
Luego rodeó con violencia los anchos hombros de Mosiah con ambos brazos, teniendo la extraña sensación de que estaba consolando a su amigo.
—Vaya, esto no resultará —dijo Simkin, severo, mirando a Mosiah con ferocidad—. ¡Tranquilízate, muchacho! —ordenó, palmeándole la espalda con fuerza.
—¡Simkin…! —empezó a decir Joram, airado, pero se interrumpió.
—Tiene razón —asintió Mosiah, tragando saliva y apartándose de Joram. Pareció incluso que la risa bailaba en sus ojos azules, brillando a través de las lágrimas—. Estoy bien. De verdad que sí.
—¡Buen chico! —aprobó Simkin—. Ahora, mi Sombrío y Melancólico Amigo, debemos hacer lo mismo contigo… Uno, dos… No puedo. —El pañuelo revoloteó en el aire momentáneamente desconcertado—. Es esa condenada espada, ¿sabes? Apártala.
A regañadientes, frunciendo el ceño, Joram introdujo la espada en la funda que llevaba a la espalda y la cubrió luego con sus ropas.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó, ceñudo—. No puedes convertirme en Mosiah, mientras lleve la espada conmigo. Y no pienso quitármela —añadió al ver que a Simkin se le iluminaban los ojos.
—Oh, bueno —Simkin se quedó cabizbajo por un momento; luego se encogió de hombros—. Haremos lo que se pueda entonces, amigo mío. Tendrá que bastar con un cambio de vestuario. No, no empieces a protestar.
El pañuelo de color naranja se agitó en el aire y Joram apareció vestido al instante con un traje de portador de féretros idéntico al de Simkin: blanco y con capucha blanca incluida.
—Mantén la capucha sobre el rostro —recomendó Simkin con voz decidida y haciendo él otro tanto—. Y tranquilizaos los dos. Estáis asistiendo a una fiesta en el Palacio Real de Merilon. Se supone que debéis parecer muertos de aburrimiento, no muertos de miedo. Sí, eso está mejor —comentó, estudiándolos críticamente mientras Mosiah se pasaba el pañuelo de seda naranja por el rostro, haciendo desaparecer todo rastro de lágrimas, y Joram relajaba las manos.
—Si todo va bien —continuó con tranquilidad—, sólo habrá un momento realmente difícil…, cuando atravesemos la puerta principal…
—¡La puerta principal! —Joram frunció el ceño—. Pero seguro que hay salidas posteriores…
—Mi pobre e ingenuo amigo —suspiró Simkin—. ¿Qué es lo que harías sin tu bufón? Todos esperarán que intentes escabullirte por la parte trasera, ¿no te das cuenta? Alrededor de todas las salidas posteriores brotarán Duuk–tsarith como hongos después de la lluvia. Por otra parte, es probable que no haya más que un par de docenas en la puerta principal. ¡Y no vamos a escabullirnos sigilosamente! ¡Saldremos tambaleándonos con orgullo! Tres borrachos, que van a correrse una juerga nocturna en la ciudad.
Al ver el pálido rostro de Mosiah, Simkin añadió alegremente:
—No te preocupes. ¡Lo conseguiremos! No sospecharán nada. Después de todo, están buscando a una jovencita encantadora y a un muchacho de aspecto melancólico, no a dos porteadores de féretros y a un campesino.
Mosiah consiguió esbozar una débil sonrisa; Joram sacudió la cabeza. No le gustaba aquello, pero no podía hacer nada para evitarlo. No se le ocurría otra solución. Pensar le costaba un gran esfuerzo y también tenía que esforzarse para caminar. A pesar de todo el empeño que ponía para evitarlo, la situación se le estaba escapando de las manos. Pero de pronto dejó de importarle.
—Oye —siguió Simkin tras una pausa, echándole una mirada a Joram—, supongo que todo esto significa que lo de la baronía no ha salido bien, ¿no?
—Sí —respondió sucintamente Joram. El agudo dolor que le había producido su descubrimiento había dado paso a otro más sordo y punzante que lo acompañaría el resto de su vida—. El hijo de Anja murió al nacer —dijo con voz inexpresiva—. Se llevó a un niño de la sala donde estaban todos aquellos infelices a quien nadie quería.
—¡Ah! —dijo Simkin alegremente—. ¿Así que no tienes nombre? Bien, ¿estamos todos preparados? —Pasó revista a sus tropas—. ¿Listos? ¡Ah, casi lo olvido! ¡Champán! —ordenó.
Le respondió un melodioso tintineo de cristal y todo un batallón de copas llenas de burbujeante líquido llegaron flotando por el aire alineándose detrás de su cabecilla.
—Una para cada uno —dijo Simkin, introduciendo una copa rebosante en la fláccida mano de Mosiah y otra en la de Joram—. Recordad, ¡jarana, alegría, nos lo estamos pasando en grande!
Se llevó la copa a los labios y la vació de un trago.
—¡Bebed, bebed! —ordenó—. ¡Ahora! ¡Adelante! ¡Marchad!
Lanzó el pañuelo de seda naranja al aire, haciéndolo ondear ante ellos como si fuera un estandarte. Luego, tomando a Mosiah por un brazo, le indicó a Joram que hiciera lo mismo con el otro.
—¡Un brindis por la locura! —anunció Simkin, y juntos avanzaron tambaleantes por entre las llameantes imágenes, mientras las copas de champán tintineaban alegremente detrás de ellos.