____ 09 ____

—¡Eh! ¡Eh! ¿Hola? ¿Hay alguien en casa? He… ¡Por los dientes y las uñas de Almin, muchacho! —exclamó Simkin, apoyándose en la pared y poniéndose una mano en el corazón—. ¿Mosiah?

—¡Simkin! —gritó el otro joven, casi tan alarmado como su compañero.

Los dos habían estado a punto de chocar al ir a doblar una esquina del vestíbulo.

—¡Uf, caramba! —Vestido de pies a cabeza de brillante raso verde, Simkin sacó de la nada el eterno pañuelo de seda naranja y empezó a secarse el sudor de la frente con mano temblorosa—. Un poco más y haces que se me caigan los pantalones del susto, amigo mío, tal como le sucedió al duque de Cherburg. La broma preferida del marqués era disfrazarse de Duuk–tsarith. Cualquiera podía darse cuenta de que aquellas ropas negras no eran auténticas; pero el barón era un hombre muy nervioso y creyó que le habían echado el guante los Señores de la Guerra, perdió su magia y de repente… se encontró con los pantalones en los tobillos, con todas sus partes íntimas a la vista. Causó un gran revuelo en la corte, aunque yo consideré que era demasiado escándalo para algo tan insignificante. Le di mi pésame a la duquesa…

—¿Yo te he asustado? —preguntó Mosiah cuando consiguió intercalar alguna palabra—. ¿Qué crees que estás haciendo, surgiendo de la nada de esta manera? ¿Y dónde has estado?

—Oh, aquí y allí, acá y allá, dando vueltas —contestó Simkin con tono jovial, mirando distraídamente al interior de la sala de estar de la residencia de lord Samuels—. ¿Pregunto yo dónde está todo el mundo? Especialmente, nuestro Sombrío y Melancólico Enamorado. ¿Sigue todavía encandilado con esa chica o ya se ha divertido con ella y lo ha superado?

—¡Cállate! —le espetó Mosiah, furioso. Mirando en derredor suyo, cogió a Simkin por un brazo y lo arrastró al interior de la biblioteca—. ¡Idiota! ¿Cómo te atreves a hablar así? ¡Ya tenemos bastantes problemas, tal y como están las cosas!

Cerró dando un portazo.

—¿De verdad? —preguntó Simkin, con expresión de entusiasmo—. Esto es realmente divertido. Empezaba a aburrirme terriblemente. ¿Qué hemos hecho? ¿No se nos habrá encontrado en una situación comprometida? ¿Nuestra mano subiendo por debajo de su falda?

—¿Quieres dejarte de tonterías? —masculló Mosiah, escandalizado.

—¿Bajando por el corpiño?

—¡Escúchame! Lord Samuels afirma que Joram no puede demostrar su identidad y por poco lo echa de casa anoche, pero a Saryon le dio una especie de ataque o algo parecido y tuvieron que llamar a un Theldara

—¿El catalista? ¿Un ataque? ¿Cómo se encuentra el viejo? —preguntó Simkin con tranquilidad, sirviéndose un poco del coñac de lord Samuels—. ¡Ah!, sigue siendo de cosecha propia —murmuró, arrugando el entrecejo—. Podría permitirse algo mejor. ¿Por qué no lo hace? No obstante, supongo que debemos ser comprensivos. —Apuró su copa—. No estará muerto, ¿verdad?

—¡No! —gruñó Mosiah. Sujetando el brazo de Simkin, le arrebató la botella de coñac—. No, está bien. Pero debe descansar. Lord Samuels dijo que podíamos quedarnos, pero sólo hasta después de la fiesta del Emperador, mañana por la noche.

—¿Qué sucederá entonces? —preguntó Simkin, bostezando—. ¿Joram se convertirá en una rata gigante cuando el reloj dé las doce?

—Se supone que allí se encontrará con alguien, alguna Theldara que lo vio cuando era un bebé o algo parecido y puede identificarlo como el hijo de Anja.

Simkin estaba confuso.

—Bueno, todo esto suena muy divertido, pero ¿se le ha ocurrido a alguien que Joram ha cambiado ligeramente desde entonces? Quiero decir, ¿qué vamos a hacer para refrescar la memoria de la jovencita? ¿Desnudar al muchacho y ponerlo sobre una piel de oso? Recuerdo que lo hicimos con el… Oh, lo siento. Juré sobre la tumba de mi madre que nunca contaría esa historia. —Enrojeció terriblemente—. ¿Por dónde iba? Oh, sí. Bebés. Sé por experiencia que todos los bebés tienen el mismo aspecto. La madre del Emperador y todo eso.

—¿Qué?

Mosiah, que se paseaba preocupado por la habitación, lo escuchaba sólo a medias.

—Todos los bebés se parecen a la madre del Emperador —Simkin asintió profundamente con la cabeza—. Una enorme cabeza redonda que no pueden erguir, unas mejillas regordetas y esa especie de expresión aturdida…

—Oh, ¿quieres tomártelo en serio de una vez? —dijo Mosiah con exasperación—. Joram tiene unas cicatrices en el cuerpo desde que nació. Tú lo sabes, las has visto. Son esas diminutas marcas blancas que tiene en el pecho.

—No recuerdo haberme tomado nunca demasiado interés por su pecho —observó Simkin—, excepto para observar una clara escasez de pelo. Aunque supongo que fue todo a parar a su cabeza.

—Se habló en nuestro pueblo de esas cicatrices —comentó Mosiah, meditabundo, ignorando a Simkin—. Recuerdo que la vieja Marm Hudspeth decía que eran una maldición; que Anja le clavaba los dientes en la carne y le chupaba la sangre. Nunca le oí explicar cómo se las había hecho realmente, aunque, desde luego, ésa no es la clase de pregunta que uno le haría a Joram. Quizá tuve miedo de preguntárselo. —Mosiah lanzó una carcajada nerviosa—. Probablemente tuve miedo de que me lo dijera…

—Así que ahora la maldición se convierte en una bendición, igual que en el cuento del Mago Campesino —repuso Simkin, una sonrisa asomando a sus labios. Se atusó el bigote con un dedo—. Nuestra rana se convierte en un príncipe…

—En un príncipe no —replicó Mosiah, exasperado—. En un barón.

—Perdón, amigo mío —dijo Simkin—. Olvidé que te has criado en los bosques, que eres un analfabeto y todo eso. Bueno —continuó precipitadamente al ver que Mosiah empezaba a enojarse de nuevo—, volví para buscaros y que vinierais conmigo. Toda una serie de festejos y celebraciones van a tener lugar en la Arboleda de Merilon, allá abajo. Los artistas preparan las actuaciones que van a presentar ante su Real Aburrimiento mañana por la noche. Realmente, será muy divertido. Se permite arrojarles cosas si hacen una chapuza de la actuación. Empezará en cualquier momento, a eso del mediodía. ¿Dónde está Joram?

—No vendrá —respondió Mosiah—; lord Samuels le dijo que ya no podría ver a Gwendolyn, hasta que todo estuviera resuelto. Pero luego Samuels se fue al Gremio, y Joram espera poder encontrarse con ella. Ha estado en el jardín desde la hora del desayuno. Saryon, por su parte, está demasiado débil para ir a ningún sitio.

—Entonces quedamos tú y yo, muchacho —dijo Simkin, dándole a Mosiah una palmada en la espalda—. Apostaría a que has estado sepultado en este lugar durante varios días, ¿verdad?

—La verdad… —Mosiah miró al exterior con anhelo.

—¡Tranquilízate! No debes preocuparte porque te cojan. Estarás conmigo —le dijo Simkin—. Estoy bajo la protección del Emperador, y nadie se atreve a tocarme. Además, habrá una gran muchedumbre. Nos confundiremos entre la gente.

—¡Ja! —resopló Mosiah, lanzando una cáustica mirada a las verdes galas de Simkin—. Me encantaría ver cómo pasas inadvertido…

—¿Qué? ¿No te gusta esto? —preguntó el joven con expresión herida—. Lo llamo La Escandalosa Uva Verde. No obstante, tienes razón. Resulta un poco llamativo. Te diré lo que haremos; ven conmigo y le bajaré un poco el tono. Así —hizo un movimiento con la mano—, ¿qué tal éste? Lo llamaré… veamos… Ciruela en Descomposición. Ahora son de un color tan anodino como las tuyas. Vamos, amigo, ven —Simkin bostezó de nuevo, mientras se pasaba el pañuelo naranja por la nariz—. He pasado no sé cuántas horas en la corte muerto de aburrimiento. Fue algo que le sucedió al conde de Montbank, ¿sabes? Durante unos de los relatos del Emperador. La mayoría de nosotros nos dormimos, pero cuando despertamos nos encontramos con el conde, totalmente rígido en medio del salón… De todos modos, ¡estoy hasta aquí de duques y condes! Me muero por estar en contacto con la gente común.

—¡Ya te daría yo contacto con la gente común! —masculló Mosiah, flexionando las manos mientras Simkin se alejaba para estudiar los títulos de las estanterías de lord Samuels.

—¿Qué es lo que has dicho, amigo mío? —preguntó, volviéndose a medias.

—Estaba pensando —repuso Mosiah.

Secretamente, el muchacho se moría de ganas por ver la Arboleda de Merilon, considerada una de las maravillas de Thimhallan. La visita a aquellos hermosos jardines, unido a la oportunidad de ver las proezas artísticas de los ilusionistas, le parecía al Mago Campesino como un sueño hecho realidad. Pero sabía que a Saryon no le gustaría que saliera al exterior; el catalista había recalcado una y otra vez lo importante que era que permanecieran escondidos en la casa.

«Hemos estado aquí durante casi dos semanas —se dijo Mosiah—, y nada ha sucedido. El catalista lo hace con la mejor intención, ¡pero es tan aprensivo! Tendré cuidado. Además, Simkin tiene razón. Por extraño que parezca, que está bajo la protección del Emperador…»

—Oye —dijo Simkin de repente—, ¿no sería divertido cambiar este libro tan soporífero sobre La Diversidad en la Magia Doméstica por algún otro más interesante? Esclavo de los Centauros, por ejemplo…

—¡No, claro que no! —exclamó Mosiah, tomando una determinación—. Vámonos, salgamos de este lugar antes de que acabes de destruir la poca credibilidad que aún nos queda.

Agarrando a Simkin con firmeza por una de aquellas mangas de tristón color ciruela, Mosiah lo arrastró fuera de la habitación.

Dejándose llevar dócilmente, Simkin volvió la cabeza para mirar hacia la estantería, murmuró una palabra y guiñó un ojo. El pañuelo naranja revoloteó en el aire, envolviendo La Diversidad en la Magia Doméstica, y luego desapareció, dejando en su lugar otro libró encuadernado en tapas de piel.

—Completo e incluyendo detalladas ilustraciones a color —murmuró Simkin, mientras sonreía con satisfacción.

Aquella mañana, Joram fue a pasear por el jardín esperando encontrar a Gwendolyn, al igual que ella había salido al jardín, esperando encontrarlo a él. Pero cuando el muchacho llegó junto a Gwen, sentada con aspecto decaído entre las rosas en compañía de Marie, el muchacho hizo una fría reverencia, se dio la vuelta y empezó a alejarse.

No se atrevió a hablar con la muchacha. ¿Qué sucedería si ella rehusaba hablar con él? ¿Qué sucedería si ella no era capaz de amarle por lo que era y lo quería por aquello en lo que podría convertirse?

«¿Y qué sucederá si no me convierto en barón? —se preguntó Joram. Comprendiendo de repente que sus planes y esperanzas podrían derrumbarse a su alrededor, le pareció como si estuviese sepultado entre escombros—. ¿Por qué no reparé en ello anoche? ¡Cómo puede ella amar a un hombre que no sabe quién es!»

—¡Joram, por favor! Espera un momento…

Se detuvo, de espaldas a ella, negándose a mirarla. Gwen lo había llamado, pero, a su espalda, oyó la voz de Marie regañándola en voz baja: «Gwendolyn, entra. Tu padre te ha prohibido…», y el muchacho sonrió con amarga satisfacción.

—Sé lo que papá dijo, Marie —replicó la voz de Gwen con una firmeza nacida del sufrimiento y del dolor que hizo estremecer el corazón de Joram—, y respetaré sus deseos. Sólo quiero… —se le quebró la voz al llegar aquí— preguntar por el Padre Dunstable. Creía que tú también estarías preocupada por la salud del catalista —añadió a modo de reproche.

Joram se volvió ligeramente al acercársele las voces. Podía ver a Gwen ahora, por el rabillo del ojo. Se dio cuenta de que había pasado la noche sin dormir por las sombras que circundaban sus ojos, y vio también las huellas de las lágrimas que ni toda la magia ni toda el agua de rosas de Thimhallan podían borrar por completo del pálido rostro de la joven. Al darse cuenta de que había llorado porque temía perderlo, el corazón de Joram empezó a latir con tal fuerza que no le hubiera sorprendido demasiado verlo saltar de su pecho y caer a los pies de la joven.

—Por favor, Joram, quédate sólo un momento. ¿Cómo está el padre Dunstable esta mañana?

Una suave mano se posó sobre su brazo. Joram miró aquellos ojos azules, llenos de tanto amor, tanta infelicidad, que tuvo que luchar consigo mismo para no estrechar a la joven entre sus brazos y protegerla con su propio cuerpo del dolor que él le infligiría sin duda. Durante un instante su corazón se sintió demasiado colmado para ser capaz de decir nada. No podía hacer otra cosa que mirarla, y sus oscuros ojos ardían más abrasadores que el fuego de la forja en la herrería.

Y sin embargo, ¿qué podían decirse el uno al otro? Marie los observaba con expresión severa, con desaprobación.

«Una vez que haya contestado la pregunta sobre el catalista, Marie le ordenará a su pupila que entre en la casa. Si Gwen se niega, habrá una escena…, se llamará a los Magos Servidores, quizás incluso a lord Samuels…»

Joram miró a Gwen; Gwen lo miró a su vez.

¿Escuchaba Almin quizá las oraciones de los enamorados?

Ciertamente así parecía, puesto que, en aquel momento, un gemido salió del interior de la casa.

—¡Marie! —gritó uno de los Magos Servidores—. ¡Venid enseguida!

Otro de los Magos Servidores salió a toda velocidad al jardín en busca de la catalista. Al parecer, el señorito Samuels, que estaba jugando a ser pájaro, había volado hasta la pajarera, y, en aquellos momentos, estaba siendo perseguido por un enojado faisán hembra porque le había estropeado el nido, y su vida parecía correr auténtico peligro. ¡La catalista debía acudir inmediatamente!

Marie vaciló. El pequeño podía muy bien correr el peligro de ser picoteado, pero —mujer sensata como era— sabía que su querida niña corría un peligro aún peor en el jardín. El señorito Samuels lanzó otro chillido, éste aún más frenético que el anterior. No había nada que hacer. Ordenando a Gwendolyn que la siguiese inmediatamente —una orden que Marie sabía tenía casi las mismas probabilidades de ser obedecida que si hubiera ordenado al sol que abandonara el cielo—, la catalista se alejó a toda velocidad acompañada del sirviente para rescatar, consolar y castigar al señorito Samuels.

—Sólo… puedo quedarme… un momento —dijo Gwen.

Enrojeció bajo la intensa mirada de aquellos ojos oscuros, consciente de que estaba desobedeciendo a su padre, y empezó a apartar su mano del brazo de Joram cuando éste se la cogió.

—El Padre Dunstable está descansando tranquilamente esta mañana —dijo él.

—Por favor, no —suplicó Gwen, aturdida por los sentimientos que el contacto con el joven despertaba en ella. Apartó la mano con suavidad y cruzó ambas manos a la espalda—. Papá no querría… Es decir, yo no debo… ¿Qué decías del querido Padre? —preguntó finalmente, sintiéndose desesperada.

—La Theldara dijo que había sido un… hum… ataque suave —continuó Joram, víctima también él de repentinos deseos y anhelos—. Explicó algo acerca de que los vasos sanguíneos se estrechaban y no dejaban que la sangre llegara al cerebro. No lo entiendo, pero hubiera podido ser muy grave, dejándolo paralizado para siempre. En este caso, ella dijo que los propios poderes mágicos del Padre Dunstable eran capaces de curar por completo el daño producido. Yo quería dar las gracias a Marie por su ayuda —añadió Joram con voz ronca, porque no estaba demasiado acostumbrado a dar las gracias a nadie—, antes de que se fuera. Si pudieras hacerlo tú cuando entres en la casa…

Se inclinó, una vez más, y empezó a alejarse; pero de nuevo, aquella suave mano presionando en su brazo lo detuvo.

—Re… recé a Almin para pedirle que estuviera bien hoy —murmuró Gwen en un tono de voz tan bajo que Joram tuvo que acercarse más a ella para poder oír.

Accidentalmente, Gwen dejó la mano sobre el brazo de él y Joram la capturó con rapidez.

—¿Rezaste sólo por eso? —le preguntó con suavidad, rozando con los labios sus cabellos.

Gwendolyn sintió el contacto de sus labios, a pesar de que había sido apenas perceptible. De repente, todo su cuerpo se había vuelto muy sensible a su presencia; su mismo pelo parecía estremecerse ante la proximidad del muchacho. Al alzar la cabeza, Gwen se encontró mucho más cerca de Joram de lo que había esperado. Aquella extraña sensación de agradable dolor que se había despertado en su interior cuando él tomó su mano se volvió más poderosa y atemorizante. Era muy consciente de su presencia, de su presencia física. Los labios que habían rozado sus cabellos estaban entreabiertos, como si estuvieran sedientos. Sus brazos eran fuertes y se deslizaron alrededor de su cuerpo, atrayéndola hacia una oscuridad y un misterio que hacían que su corazón se detuviera paralizado de miedo y, al mismo tiempo, palpitara alocadamente a causa de la emoción.

Asustada, Gwen intentó apartarse, pero él la sujetó con fuerza.

—Por favor, déjame ir —le pidió con voz débil, apartando el rostro, temerosa de volver a mirarlo a los ojos, temerosa de que se diera cuenta de lo que estaba segura se reflejaba claramente en sus ojos.

En lugar de ello, Joram la apretó aún más contra él. La sangre empezó a correr, tumultuosa, por el cuerpo de la muchacha; sentía un gran ardor en su interior y en cambio se estremecía de frío. Sintió que el calor de él la envolvía; su energía la confortaba y al mismo tiempo la asustaba. Levantó la cabeza para mirarlo a los ojos y decirle que la dejara marchar…

Por un motivo u otro, las palabras no llegaron a salir de su boca; estaban en sus labios pero entonces los labios del muchacho tocaron los suyos y las palabras fueron absorbidas, desapareciendo en un estremecimiento producido por un dolor terriblemente dulce.

Quizás Almin no escucha, después de todo, las oraciones de los enamorados. Si lo hubiera hecho, hubiera dejado a los dos en aquel perfumado jardín para siempre, abrazados el uno al otro. Pero el llanto del señorito Samuel cesó, una puerta se cerró de golpe y Gwen, enrojeciendo profundamente, se soltó de los brazos de Joram.

—De… debo irme —exclamó, retrocediendo, tropezando llena de pánico.

—¡Espera, una palabra! —exclamó Joram rápidamente, dando un paso hacia ella—. Si… si… algo sucede, y no recibo mi herencia, ¿importará eso para ti, Gwendolyn?

Ella lo miró. La turbación propia de una doncella, las vanidades juveniles, todo ello se disolvió en la desesperada ansia y el anhelo que vio en el interior de él. Su propio amor fluyó para llenar aquel vacío como la magia fluye del mundo a través del catalista hasta aquel que la ha de utilizar.

—¡No! ¡Oh, no! —sollozó, y ahora fue ella la que extendió los brazos y le abrazó a él—. Hace una semana, a lo mejor hubiera contestado de otra forma. Ayer por la mañana quizá también lo hubiera hecho. Ayer yo era una jovencita que jugaba a enamorarse. Pero anoche, cuando supe que podía perderte, me di cuenta de que la herencia no importaba. Papá dice que soy joven y que te olvidaré como he olvidado a otros. Se equivoca. No importa lo que suceda, Joram —dijo con la mayor seriedad, acercándose aún más—, estás en mi corazón, y estarás ahí para siempre.

Joram inclinó la cabeza, incapaz de decir nada. Esto era precioso para él, tan precioso que temía perderlo. Si lo perdía, moriría. Sin embargo…, tenía que decírselo. Se lo había prometido a Saryon, se lo había prometido a sí mismo.

—Te necesito, Gwendolyn —dijo roncamente, deshaciéndose suavemente de su abrazo pero manteniéndole cogida la mano—. ¡Tu amor lo significa todo para mí! Más que la vida… —Se detuvo, aclarándose la garganta—. Pero no sabes nada de mí, de mi pasado —continuó con voz firme.

—¡Eso no importa! —empezó Gwen.

—¡Espera! —replicó Joram, apretando los dientes—. Escúchame, por favor. Tengo que decírtelo. Debes comprender. Verás, yo estoy M…

—¡Gwendolyn! ¡Entra inmediatamente!

Se oyó un crujido entre las madreselvas y Marie apareció. El rostro de la catalista, generalmente alegre y bondadoso, estaba pálido y enojado cuando pasó la mirada de la ruborizada y despeinada muchacha al pálido y apasionado muchacho. Al verla, Joram soltó la mano de Gwen y las palabras murieron en sus labios. Tomando a Gwendolyn del brazo, Marie se la llevó de allí, regañándola enojada mientras lo hacía.

—Pero no se lo dirás a papá, ¿verdad, Marie? —la oyó Joram preguntar, su voz flotando hasta él con el perfume de las azucenas—. Fuiste quien se fue y me dejó, después de todo. No me gustaría que papá se pusiera furioso contigo…

Joram se quedó de pie mirando cómo se alejaban, sin saber si maldecir a Almin o darle las gracias por Su oportuna intervención.