54 • Fuera de la botella

Está resuelto —informó Jock—. El senador está a punto de aceptar. Sally ya ha aceptado.

¿Y Blaine? —preguntó Ivan.

—Hará lo que quiera el senador, aunque preferiría estar de acuerdo con Sally. Le agradamos, y ve ventajas para la Marina. Es una lástima que se volviera loca su Fyunch(click); ahora nos sería de gran utilidad.

—¿Crees que puede resultar? —preguntó Charlie—. Jock, ¿cómo es posible? Antes de que fundemos esas nuevas colonias, los imperiales descubrirán cómo somos. Visitarán nuestro sistema, y se enterarán. ¿Qué pasará entonces?

—Nunca lo sabrán —dijo Jock—. Su propia Marina lo impedirá. Habrá visitas de naves sin armas, pero no arriesgarán más navíos de guerra. ¿Acaso no podemos engañar a unas cuantas naves llenas de humanos? Nunca podrán hablar nuestro idioma. Tendremos tiempo para prepararnos. Nunca les dejaremos ver Guerreros. ¿Cómo se enterarán? Mientras tanto, se asentarán las colonias. Los humanos no pueden tener idea de la rapidez con que podemos fundar colonias, ni de la rapidez con que podrán las colonias construir naves. Estaremos entonces en una posición de trato mucho mejor, en contacto con muchos humanos… y podremos ofrecerles lo que quieran. Tendremos aliados, y nos extenderemos lo suficientemente lejos para que ni siquiera el Imperio pueda exterminarnos. Si no pueden hacerlo con seguridad, no lo intentarán. Así es como piensan estos humanos.

El infante de marina les trajo la bebida que los humanos llamaban chocolate y bebieron con placer. Los humanos eran omnívoros, como los pajeños, pero los gustos y sabores que preferían los humanos eran generalmente insípidos para ellos. Sin embargo, el chocolate… era excelente y, con hidrocarburos extra para simular las aguas de su mundo natal, incomparable.

—¿Qué alternativas tenemos? —preguntó Jock—. ¿Qué harían si se lo dijésemos todo? ¿No enviarían su flota a destruirnos para librar a sus descendientes de nuestra amenaza?

—Apruebo este acuerdo —dijo Ivan—. Tu Amo lo aprobará también.

—Quizás —dijo Charlie; se puso a pensar, adoptando una actitud que excluía el mundo exterior. Era un Amo…— puedo aceptarlo —dijo—. Es mejor de lo que esperaba. ¡Pero es muy peligroso!

El peligro existe desde que los humanos llegaron al sistema pajeño —dijo Jock—. Es menor ahora que antes.

Iván observaba atentamente. Los Mediadores estaban muy alterados. La tensión había sido grande, y pese a su control exterior estaban acercándose al límite. No correspondía a su naturaleza desear lo que no podía ser, pero él esperaba que tuviesen éxito las tentativas de producir un Mediador más estable; era difícil trabajar con criaturas que podían ver de pronto un universo irreal y establecer juicios basándose en él. La regla era siempre la misma. Primero deseaban lo imposible. Luego trabajaban por conseguirlo, aun sabiendo que era imposible. Por último, actuaban como si lo imposible pudiese lograrse, y permitían que la irrealidad influyese en todos los actos. Se daba más entre los Mediadores que en el resto de las clases, pero también se daba entre los Amos.

Aquellos Mediadores estaban casi en el límite, pero aguantarían. Se preservaría la especie. Así había de ser.

—Doy mil coronas por tus pensamientos —dijo Sally. Sus ojos relampaguearon de felicidad… y alivio.

Rod se apartó de la ventana y la miró sonriendo. La habitación era grande, y los demás estaban reunidos cerca del bar, salvo Hardy que, sentado junto a los pajeños, escuchaba su parloteo como si pudiese entender algo. En realidad, Rod y Sally estaban solos.

—Eres muy generosa —dijo él.

—Puedo permitírmelo. Te pagaré inmediatamente después de la boda…

—Con los ingresos de Crucis Court. Aún no es mía, no tengas tantas ganas de eliminar a papá. Puede que tengamos que vivir aún muchos años de su generosidad.

—¿En qué pensabas? Parecías muy serio.

—¿Cómo voy a votar a favor de esto si el senador no está de acuerdo?

Ella asintió sobriamente.

—Eso pensabas…

—Podría perderte por eso, ¿no es así?

—No sé, Rod. Supongo que dependería de por qué rechazases la oferta de los pajeños. Y qué aceptaras en su lugar. Pero no vas a rechazarla, ¿verdad? ¿Por qué no te parece bien lo que proponen?

Rod miró el vaso que tenía en la mano. Era una especie de bebida no alcohólica que había comprado Kelley; la reunión era demasiado importante para beber whisky.

—Por nada, quizás. Es el quizás, Sally. Mira. —Señaló las calles de Nueva Escocia.

Había poca gente a aquella hora. Los que iban al teatro y a cenar. La gente iba a ver el Palacio después del oscurecer. Pasaban marinos con sus chicas. Soldados con faldas escocesas y pieles de oso se mantenían firmes ante la garita de centinela que había junto a la entrada.

—Si nos equivocamos, sus hijos están condenados.

—Si nos equivocamos, la Marina sería derrotada —dijo lentamente Sally—. Rod, y si los pajeños salen y en veinte años se establecen en una docena de planetas. Si construyen naves. Si amenazan al Imperio. La Marina puede aún controlarlos… tú no tendrás que hacerlo, pero podría hacerse.

—¿Estás segura de ello? Yo no lo estoy. No estoy seguro de que podamos derrotarles ahora. Exterminarles, sí, pero ¿derrotarles? ¿Y dentro de veinte años? ¿Te imaginas la carnicería? Y Nueva Escocia sería el lugar más afectado. Está en su camino. ¿A qué otros mundos iban a ir?

—¿Y qué alternativas tenemos? —preguntó ella—. Yo… Rod, me inquieto también por nuestros hijos. Pero ¿qué podemos hacer? ¡No podemos hacer la guerra a los pajeños porque puedan llegar a ser una amenaza algún día!

—No, claro que no. Aquí está la cena. Y siento haber estropeado tu buen humor.

Todos reían antes de que terminara la cena. Los pajeños hicieron una exhibición: imitaciones de los personajes más famosos de la trivisión de Nueva Escocia. Al cabo de unos minutos todos los comensales reían.

—¿Cómo lo consiguieron? —preguntó David Hardy entre ataques de risa.

—Hemos estudiado su humor —contestó Charlie—. Hemos exagerado levemente ciertas características. Pensamos que si nuestra teoría era correcta, y al parecer lo era, el efecto acumulativo resultaría divertido.

—Podrían hacerse ricos —dijo Horvath— como animadores y artistas, aparte de lo demás que pudiésemos intercambiar.

—Eso, al menos, tendrá pocas repercusiones en nuestra economía. Sin embargo, les pediremos ayuda para una comunicación reglamentada de nuestra tecnología.

Horvath asintió con gravedad.

—Me alegro de que se hagan cargo del problema. Si lo soltáramos todo de golpe, se produciría un caos en el mercado…

—Créame, doctor, no tenemos ningún deseo de causarles problemas. ¡Si ustedes nos consideran una oportunidad, piense cómo lo veremos nosotros! ¡Poder salir del sistema pajeño después de tantos siglos! ¡Salir de la botella! Nuestra gratitud no tiene límites.

—¿Qué antigüedad tiene su civilización? —preguntó David Hardy.

—Tenemos fragmentos y restos que indican varios cientos de miles de años de antigüedad, doctor Hardy. Los asteroides estaban ya colocados entonces. Otros quizás sean más viejos, pero no podemos interpretarlos. Nuestra historia real comienza hace unos diez mil años.

—¿Y han tenido ustedes colapsos de la civilización desde entonces? —preguntó Hardy.

—Desde luego. ¿Cómo podría ser de otro modo, atrapados como estábamos en aquel sistema?

—¿Conservan ustedes testimonios de la guerra asteroidal? —preguntó Renner.

Jock frunció el ceño. Su cara no se adaptaba a aquel gesto, pero el gesto que hizo indicaba menosprecio.

—Sólo leyendas. Tenemos… Son muy parecidas a las canciones de ustedes, o a los poemas épicos. Instrumentos lingüísticos para facilitar la memorización. No creo que sean traducibles, pero… —la pajeña se detuvo un instante. Fue como si quedase congelada en la posición que tenía al decidir pensar. Luego:

Hace frío y no hay nada que comer,

los demonios arrasan la tierra.

Nuestras hermanas mueren, hierven las aguas,

pues los demonios hacen caer el cielo.

La alienígena se detuvo ceñuda.

—No es muy bueno, pero qué le vamos a hacer.

—Es bastante bueno —dijo Hardy—. Nosotros tenemos también poesía de ese tipo. Leyendas de civilizaciones perdidas, desastres de nuestra prehistoria. Podemos remontar la mayoría de ellas hasta una explosión volcánica que tuvo lugar hace unos cuatro mil quinientos años. En realidad, parece ser que fue entonces cuando los hombres concibieron la idea de que Dios podía intervenir en sus asuntos. Directamente, en vez de crear ciclos y períodos y cosas así..

—Una teoría interesante… Pero ¿no va en contra de sus creencias religiosas?

—No. ¿Por qué habría de ir? ¿No puede Dios disponer un acontecimiento natural para producir efectos deseables, pudiendo como puede alterar las leyes de la naturaleza? En realidad, ¿qué es más milagroso, una marea cuando es necesaria o un acontecimiento sobrenatural y único? Pero no creo que tengan ustedes tiempo para discutir de teología conmigo. Parece que el senador Fowler ha acabado su cena. Así que, si me perdonan, me iré unos minutos, y creo que pronto empezaremos de nuevo…

Ben Fowler llevó a Rod y a Sally a una pequeña oficina que había detrás de la sala de conferencias.

—¿Bien? —preguntó.

—Ya sabes mi opinión —dijo Sally.

—Sí. ¿Rod?

—Tenemos que hacer algo, senador. La presión se nos va de la mano.

—Sí —dijo Ben—. Maldita sea, necesito un trago. ¿Rod?

—Gracias, yo paso.

—Bueno, si no puedo pensar bien después de un buen trago de whisky el Imperio está perdido. —Buscó por el escritorio hasta que encontró una botella, la olió y se sirvió un buen trago en una taza de café usada—. Hay algo que me desconcierta. ¿Por qué no presiona más la Asociación de Comerciantes Imperiales? Yo esperaba que la mayor presión viniera de ellos, y están muy tranquilos. Debemos dar gracias a Dios. —Bebió media taza y suspiró.

—¿Qué tiene de malo que aceptemos? —preguntó Sally—. Podemos cambiar de idea si descubrimos algo nuevo…

—En absoluto, gatita —dijo Ben—. En cuanto haya algo concreto los tipos listos pensarán cómo hacer un puñado de billetes a costa de ellos, y en cuanto tengan dinero invertido… Creí que sabías algo más de política elemental. ¿Qué os enseñan hoy en la Universidad? Rod, aún estoy esperando que digas algo.

Rod se rascó la curvada nariz.

—Ben, no podemos aguantar mucho tiempo. Los pajeños deben saberlo… Quizás lleguen incluso a retirar su oferta cuando vean la gran presión que tenemos encima. Lo que yo digo es que debemos aceptar.

—Ya veo. Quieres hacer feliz a tu esposa sea como sea…

—¡No lo hace por mí! —protestó Sally—. Deja de pincharle.

—Sí. —El senador se rascó la calva un momento y luego vació la taza y la posó—. Tengo que comprobar unas cosas. Probablemente salga todo bien. Si es así… supongo que pactaremos con ellos. Vamos.

Jock hizo un gesto de arrebato y de excitación.

¡Están dispuestos a aceptar! ¡Estamos salvados!

Iván miró fríamente al Mediador.

Contrólate. Aún hay mucho que hacer.

Lo sé. Pero estamos salvados. ¿No es así, Charlie?

Charlie estudió a los humanos. Las caras, las posturas…

Sí. Pero el senador aún no está convencido, y Blaine tiene miedo, y… Jock, mira a Renner.

—¡Eres tan frío! ¿Es que no podéis alegraros conmigo? ¡Estamos salvados!

—Mira a Renner.

—Sí… Conozco esa expresión. La utiliza cuando juega al poker, cuando tiene una jugada sorpresa. No es buen agüero. ¡Pero él no tiene poder, Charlie! ¡Es un vagabundo sin sentido de la responsabilidad!

—Quizás. Pero tengo miedo. Sentiré miedo hasta que muera.