Iban siguiendo a los que les conducían por los pasillos de Palacio. Mientras caminaban, Jock hablaba con el Embajador.
—Algo ha cambiado. Este soldado nos mira de una forma distinta. Como un Guerrero a otro Guerrero.
Entraron en la sala de conferencias. Un mar de rostros humanos…
—Sí —dijo Jock—. Todo ha cambiado. Debemos estar en guardia.
—¿Qué pueden saber ellos?—preguntó Ivan. Jock indicó falta de conocimiento.
—Algunos nos temen. Otros nos compadecen. Todos intentan ocultar su distinto estado emocional.
El soldado les condujo hasta unos sillones mal diseñados que había al fondo de una alargada mesa de conferencias.
—A los humanos les gustan mucho estas mesas —gorjeó Charlie—. A veces la forma que tienen es muy importante, por razones que no he podido averiguar.
Se intercambiaron los saludos sin sentido que los humanos llamaban «protocolo»: preguntas formularias sobre el estado de salud, vagas bendiciones y esperanzas de pasado bienestar; todo ello compensaciones de la falta de Mediadores humanos. Charlie se ocupó de ellas mientras Jock continuaba hablando con el Amo.
—El humano que está al otro lado de la mesa es un funcionario importante. En nuestro lado de dos manos, en el centro, está el poder. El Mediador imperial ha llegado a alguna conclusión. Lord Blaine la comparte a disgusto. Sally discrepa, profundamente, pero es incapaz de argumentar. No encuentra razones. Quizás necesitemos encontrarlas por ella. Frente al Mediador del Emperador están los científicos, que comparten las emociones de Sally. No se sienten tan implicados en la decisión como ella. Los otros no tienen importancia, salvo el sacerdote. No he sido capaz aún de determinar su importancia, pero ha aumentado desde la última vez que le vi. Quizás sea para nosotros el más peligroso de todos…
—¿Entiende nuestro lenguaje? —preguntó Ivan.
—No si hablamos deprisa y ajustándonos por completo a la gramática. Detecta el contenido emotivo básico, y se da cuenta de que intercambiamos mucha información en muy poco tiempo.
—Descubre lo que preocupa a los humanos.
Iván se enroscó en su sillón y contempló despectivo la sala. Los encargados hablaban a veces directamente con Mediadores de varios Amos, pero nunca era una experiencia agradable. La negociación con los humanos era penosamente lenta. Sus pensamientos reptaban como helio líquido, y a menudo no tenían ni idea de sus propios intereses.
Pero no podía limitarse a instruir a los Mediadores. Éstos se mostraban inquietos, cada vez más. Tenía que controlarlos directamente. Para preservar la raza…
—Esta reunión puede ser más agradable que las otras —dijo Charlie. El senador Fowler pareció sorprenderse.
—¿Por qué dice eso?
—Por las expresiones que veo, han decidido llegar a conclusiones en esta reunión —contestó Charlie—. Nos han dicho que la reunión será larga, que durará hasta después de la cena. Sus trivisiones nos explican que se hallan ustedes sometidos a una gran presión para llegar a un acuerdo con nosotros. Nosotros aprendemos con lentitud sus métodos, que acaban agradándonos; pero nuestra formación, toda la base de nuestra existencia, es llegar a concluir acuerdos. Hasta ahora los han evitado ustedes cuidadosamente.
—Bastante duro —murmuró Fowler; e intenta que nos sintamos un poco incómodos, ¿no es así, amigo? Eres listo—. Primero necesitamos información. Sobre su historia.
—Ah. —Charlie vaciló sólo un segundo, pero vio la señal que le hacía Jock, y los movimientos de los dedos del Amo—. ¿Les preocupan nuestras guerras?
—Eso mismo —dijo el senador Fowler—. Nos han ocultado prácticamente toda su historia. Mintieron en lo que nos contaron.
Hubo murmullos de desaprobación. El doctor Horvath lanzó una áspera mirada a Fowler. ¿Es que aquel hombre no sabía lo que eran unas negociaciones? Pero por supuesto que lo sabía, lo que hacía aún más desconcertante tanta aspereza.
Charlie se encogió de hombros a la manera humana.
—Como ustedes nos hicieron a nosotros, senador. Nuestra historia: muy bien. Como ustedes los humanos, hemos tenido períodos de guerra. A menudo por cuestiones religiosas. Nuestras últimas grandes guerras fueron hace varios de sus siglos… Desde aquella época hemos logrado controlarlas. Pero tenemos rebeliones de vez en cuando. Amos parecidos a sus exteriores, que sitúan la independencia por delante del bien de la especie. Entonces es necesario combatirlos…
—¿Por qué no admitieron esto en un principio? —preguntó Rod. El pajeño se encogió de hombros nuevamente.
—¿Qué sabíamos de ustedes? Hasta que nos dieron el trivisor y nos dejaron verles tal como son, ¿qué podíamos saber? Y además estamos tan avergonzados de nuestros conflictos como ustedes de los suyos. Deben comprender, casi todos los Mediadores sirven a Amos que no tienen relación con la guerra. Nos dijeron que les convenciéramos de nuestras intenciones pacíficas hacia su raza. Nuestros conflictos internos son sólo asunto nuestro.
—¿Así que nos ocultaron sus armas? —dijo Rod. Charlie miró a Jock. El otro Mediador contestó:
—Las que tenemos. Habitamos un solo sistema estelar, señor. No tenemos enemigos raciales ni muchos recursos para dedicarlos a naves de guerra… nuestras fuerzas militares de hoy son más parecidas a su policía que a su Marina y a sus soldados.
La suave sonrisa del pajeño no decía nada más, pero de algún modo transmitía otra idea: sería una locura dejar que los humanos supieran el armamento de que disponían.
Sally sonrió feliz.
—Ya te lo decía, tío Ben…
El senador Fowler asintió.
—Otra pequeña duda, Charlie. ¿Cuál es el índice de natalidad de sus castas reproductoras?
Fue Jock quien contestó. Al ver que Charlie vacilaba, David Hardy observó con interés… ¿Había comunicación por gestos?
—Cuando se les permite procrean —dijo lisamente el alienígena—. ¿No hacen igual ustedes?
—¿Cómo?
—Ustedes controlan su población con incentivos económicos y emigración forzosa. Nosotros no disponemos de esas alternativas, y sin embargo nuestros impulsos reproductores son tan fuertes como los suyos. Nuestros Amos procrean cuando pueden.
—¿Quiere decir que tienen mecanismos legales para limitar la población? —preguntó Horvath.
—En líneas generales, sí.
—¿Y por qué no nos lo dijeron antes? —preguntó el senador Fowler.
—No nos lo preguntaron.
El doctor Horvath rió entre dientes. Sally hizo igual. Hubo una sensación de alivio en toda la sala. Salvo…
—Ustedes confundieron deliberadamente a Lady Sally —dijo el capellán Hardy—. Explíquenos por qué, por favor.
—El Mediador servía al Amo de Jock —contestó Charlie—. Jock podrá explicar eso. Y, por favor, perdónennos, he de comunicar al Embajador lo que se ha dicho. —Charlie empezó a gorjear.
—Jock, debes tener mucho cuidado. Nos hemos ganado su simpatía. Quieren razones para creer. Estos humanos tienen casi tanta empatía como los Mediadores cuando están del humor adecuado, pero pueden cambiar instantáneamente.
—Entendido —dijo Ivan—. Haz lo que puedas para tranquilizarles. Si escapamos de una vez a su control les seremos útiles a todos, y seremos una necesidad económica para poderosos grupos de humanos.
—El Mediador pensó que la verdad podría inquietarle —contestó Jock—. No sé exactamente lo que dijo. Yo no estaba allí. Nosotros no solemos tratar el tema del sexo y de la reproducción dentro de nuestros grupos familiares, y fuera de ellos no lo hacemos casi nunca. El tema es… no tienen ustedes una emoción idéntica. Es similar a la turbación, pero no idéntico. Y deben comprender hasta qué punto un Mediador se identifica con su Fyunch(click). Lady Sally no habla fácilmente de temas sexuales, ni le agrada hacerlo; su Mediador debía de sentir las mismas emociones, y sabría que la esterilidad de los Mediadores inquietaría a Sally si supiese de ello… como así fue, al enterarse. Digo todo esto, pero no lo sé con certeza: nunca consideramos importante el tema.
—Basta de suspicacias —dijo Sally—. Por favor. Me alegro de que lo hayamos aclarado todo.
—Pese a nuestra capacidad —dijo el pajeño encogiéndose de hombros—, es inevitable que se produzcan malentendidos entre especies alienígenas. ¿Recuerdan las puertas de los baños?
—Sí. —Sally pudo ver que Ben Fowler se disponía a hacer una pregunta; siguió hablando rápidamente para impedírselo—. Una vez aclarado eso, ¿qué hacen su Amos cuando no quieren a un hijo?
Sintió calor en las mejillas y sospechó que estaba ruborizándose. El doctor Horvath la miraba curioso. Maldito viejo verde, pensó. Claro que no soy justa con él.
Los pajeños gorjearon unos instantes.
—Es frecuente la abstinencia —contestó Jock—. Tenemos también métodos químicos y hormonales como ustedes. ¿Quieren que les expliquemos cómo funcionan?
—Me interesan más los incentivos —dijo el senador Fowler—. ¿Qué le pasa a un Amo, o a un Marrón o a cualquier otro si empieza a tener hijos cada seis meses?
—¿No consideraría eso como un acto de independencia más importante que los intereses de la raza?—preguntó Jock.
—Sí.
—Nosotros igual.
—Y así fue como empezaron las guerras —concluyó el doctor Horvath—. Senador, con todos los respetos, creo que tenemos respuesta a nuestras preguntas. Los pajeños controlan sus poblaciones. Cuando los individuos no están de acuerdo, hay conflicto. A veces esto lleva a guerras. ¿En qué difiere esto de los humanos?
Benjamín Fowler se echó a reír.
—Doctor, no hace más que pedirme que considere su punto de vista, que está basado en la ética. Usted nunca considera el mío, que no lo está. Nunca he pretendido que la raza humana fuese superior a los pajeños… ni en ética ni en inteligencia ni en ninguna otra cosa. Sólo afirmo que es mi raza, y que me han encargado que defienda los intereses humanos. —Se volvió a los pajeños—. Ahora que ya nos han visto funcionar —continuó Fowler—, ¿qué piensan de nuestro Imperio?
Jock rió entre dientes.
—Senador, ¿qué quiere que le diga? Estamos en poder de ustedes… los tres, y toda nuestra gente. Sus naves de guerra controlan el punto de Eddie el Loco que lleva a nuestro sistema. Ustedes podrían quizás destruirlo, y he oído discursos en la trivisión en que se pedía precisamente eso…
—No de alguien importante —protestó Anthony Horvath—. Locos y chiflados…
—Desde luego. Pero lo dijeron. Así que cualquier respuesta que dé a la pregunta del senador tiene que ser a la fuerza lo que yo crea que él quiere oír. ¿Qué remedio?
—Bien dicho —gorjeó Ivan—. Los humanos parecen respetar la admisión de verdades contrarias a intereses. En este caso, lo sabrían inevitablemente de todos modos. Pero ten cuidado.
—Confía en mi habilidad, Amo. Date cuenta de que la mayoría se han tranquilizado. Los únicos que no están satisfechos son el eclesiástico y el oficial de la Marina. El Mediador Imperial está ahora indeciso, y cuando entramos en esta habitación estaba decidido en contra nuestra.
—Tengo miedo —dijo Charlie—. ¿No sería mejor decírselo todo, ahora que saben tanto? ¿Cómo vamos a poder ocultar nuestros Ciclos y nuestras pautas reproductivas secretas a la larga? Amo, me gustaría decírselo todo…
—Te callarás y dejarás que Jock hable a los humanos. Delega en ella todas las cosas que te inquieten.
—Asi lo haré, Amo. Recibí instrucciones de obedecerte. Aun así pienso que mi Amo tenía razón.
—¿Y si valoró mal a los humanos? —preguntó Jock—. ¿Y si nos consideran una amenaza para sus descendientes? ¿No nos destruirían a todos ahora, que aún pueden?
—Silencio. Habla a los humanos.
—El Embajador indica que, como el Imperio es a la vez la asociación humana más poderosa y el grupo más próximo a nuestro sector natal, va en interés nuestro establecer una alianza con el Imperio, independientemente de nuestras opiniones. Estamos rodeados.
—De eso no hay duda —aceptó Sally—. Tío Ben, ¿cuánto durará esto? Los técnicos en cuestiones económicas han hecho ya un borrador de los acuerdos ¿No podíamos pasar a estudiar los detalles?
Fowler no estaba satisfecho. Se veía en sus cejas fruncidas y en sus hombros tensos. Ya había bastantes problemas en el Imperio sin pajeños. Si la tecnología pajeña caía en manos de exteriores y rebeldes, podía pasar cualquier cosa.
—Hay un borrador de acuerdo —dijo lentamente el senador Fowler—. Antes de que se lo expongamos, tengo otra proposición. ¿Les interesa a ustedes incorporarse al Imperio? Como miembro de primera clase del sistema, por ejemplo… tendrían ustedes gobierno autónomo, representación en Esparta y acceso a la mayoría de los mercados imperiales.
—Lo hemos considerado. Llevaría tiempo estudiar los detalles…
—No —dijo decidido el senador Fowler—, eso no es posible. Disculpen, pero no tenemos intención de permitir que sus ingenieros inventen el Campo y construyan una flota de guerra. La primera condición sería admisión inmediata de observadores imperiales en cualquier punto de su sistema.
—Desarme. Confianza en sus buenas intenciones —dijo Jock—. ¿Cómo podríamos someternos a esas condiciones?
—Eso no tiene que preguntármelo a mí —dijo Ben—. Sino a ustedes.
—Dije que harían esta oferta —gorjeó Charlie.
—No podemos aceptar —afirmó Ivan—. Quedaríamos desvalidos. Suponed que los humanos son sinceros. Suponed que el Imperio no nos destruyese en cuanto se hiciera evidente nuestra auténtica naturaleza. ¿Podemos creer que dentro de unas generaciones presidiría el Imperio la misma benevolencia? Es un riesgo que no podemos correr. La raza debe asegurar su supervivencia.
—¡No hay ninguna seguridad!
—Debemos salir de nuestro sistema hacia el universo. Cuando estemos firmemente asentados en varios sistemas, los humanos no se atreverán a atacar ninguno de ellos —dijo Jock. Sus gestos mostraron impaciencia.
—¿Estás convencido de que no podemos aceptar esta oferta? —preguntó Charlie.
—Ya hemos discutido eso —dijo Jock—. Los humanos querrán llegar al final. Querrán desarmar a los Guerreros. Los Amos no permitirían eso, se lanzarían a la lucha. Habría guerra precisamente cuando los humanos lo esperasen. No son tontos, y sus oficiales de la Marina nos tienen miedo. Los observadores estarían respaldados por fuerzas abrumadoras. Si fingiésemos aceptar, se sentirían justificados para destruirnos: recordad la suerte de los planetas humanos sublevados. Esta oferta ni siquiera serviría para ganar tiempo.
—Entonces da la respuesta que acordamos —ordenó Ivan.
—El Embajador lamenta que un acuerdo de este género exceda a su autoridad. Podemos hablar en nombre de todos los pajeños, pero sólo dentro de ciertos límites; poner toda nuestra raza en vuestras manos queda fuera de ellos.
—Es lógico —dijo el doctor Horvath—. Sea razonable, senador.
—Procuro ser razonable, y no se lo reprochaba. Les hice una oferta, eso es todo. —Se volvió a los alienígenas—. Ha habido planetas incorporados al Imperio contra su voluntad. No disfrutan de ninguno de los privilegios que les he ofrecido.
—No sé lo que los Amos harían si intentasen ustedes conquistar nuestro sistema —comentó Jock—. Sospecho que lucharían.
—Perderían —dijo tranquilamente el senador Fowler.
—Haríamos lo posible porque no fuera así.
—Y al perder podrían absorber ustedes un volumen tal de nuestras fuerzas que perderíamos la mayor parte de este sector. Y el impulso unificador retrocedería quizás un siglo. La conquista resulta siempre cara. —El senador Fowler no añadió que la esterilización no; pero este pensamiento no expresado colgó pesadamente sobre la sala iluminada.
—¿Podemos hacer una contraoferta? —dijo Jock—. Permítannos establecer centros de producción en mundos deshabitados. Nosotros los terraformaremos: por cada mundo que nos den, terraformaremos otro para ustedes. En cuanto a los desajustes económicos, pueden formar empresas para establecer un monopolio en el comercio con nosotros. Parte de las acciones podrían venderse al público. Se mantendría el equilibrio para poder compensar a las empresas y trabajadores desplazados por nuestra competencia. Creo que descubrirían que esto minimizaría los inconvenientes de nuestra nueva tecnología, dándoles a ustedes al mismo tiempo todos los beneficios.
—Magnífico —exclamó Horvath—. Precisamente mi equipo está trabajando en eso. ¿Estarían de acuerdo con esto? Comercio sólo con empresas autorizadas y con el gobierno imperial.
—Desde luego. Pagaríamos también por la protección naval del Imperio a nuestros mundos coloniales… no tenemos ningún deseo de mantener flotas en las regiones del espacio que ustedes controlan. Para asegurarse, podrían inspeccionar los astilleros de las colonias.
—¿Y el planeta natal? —preguntó Fowler.
—Supongo que el contacto entre Paja Uno y el Imperio sería mínimo. Sus representantes serían bien recibidos, pero no nos gustaría ver sus naves de guerra cerca de nuestros hogares… He de decirles además que estábamos muy preocupados por aquella nave de combate que orbitaba nuestro planeta. Era evidente que llevaba armas que podían convertir a Paja Uno en un planeta casi inhabitable. Nos sometimos, llegamos incluso a invitarles a que se aproximasen más, precisamente para demostrar que no teníamos nada que esconder. Nosotros no somos una amenaza para el Imperio, señores. Como muy bien saben, son ustedes los que constituyen una amenaza para nosotros. Sin embargo, creo que podemos llegar a un acuerdo en beneficio mutuo (y para seguridad mutua) sin tensiones innecesarias y sin que una raza haya de confiar en la benevolencia de la otra.
—¿Y terraformarían un planeta para nosotros por cada uno que se quedaran? —preguntó Horvath.
Pensó en las ventajas: incalculables. Pocos sistemas estelares tenían más de un mundo habitable. El comercio interestelar era terriblemente caro comparado con el comercio interplanetario, pero las operaciones de terraformación eran aún más costosas.
—¿No es bastante? —preguntó Jock—. Supongo que se hacen cargo de nuestra situación. Tenemos sólo un planeta, unos asteroides y una gigante gaseosa que no podemos hacer habitable. Merece la pena realizar una inversión enorme de recursos para duplicar lo que tenemos. Digo esto porque es evidente, aunque sé que sus procedimientos mercantiles no suelen incluir la admisión de inconvenientes. Por otra parte, sus planetas inhabitables de órbitas propicias no deben de ser para ustedes de gran valor, porque si no los habrían terraformado ya. Consiguen, pues, algo por nada, mientras que nosotros tendremos que hacer un gran esfuerzo. ¿Les parece justo el trato?
—Magnífico para la Marina —dijo Rod—. Prácticamente una nueva flota pagada por los pajeños…
—Un momento —dijo el senador Fowler—. Estamos hablando del precio y aún no hemos decidido lo que haremos.
Jock se encogió de hombros.
—Yo les hice una oferta, nada más. —Su imitación de la voz y los gestos del senador despertaron risas. Ben Fowler frunció el ceño un momento y luego rió también.
—Bueno —dijo Fowler—. No sé a qué acuerdo llegaremos, pero sí que tengo hambre. Kelley, traiga a nuestros invitados un poco de chocolate y pida la cena. Podríamos también ponernos cómodos mientras acabamos esta discusión.